viernes, 18 de julio de 2014
Única verdad (por Vicente Aleixandre)
No te quejes de que los hombres sufran.
No te quejes, al despertar, de que todos los hombres sufran,
de que el dolor del mundo esté en la tierra, en las palmas de las manos
mientras las plumas suaves vuelan libres, lejanas.
No te quejes, amorosa existencia, del dolor de vivir,
de saber que en lo oscuro una cadena no duerme
de presentir cuánto cuesta no confundir
un beso y un coágulo.
Tú, generosa presencia de un sol que existe,
que repasa cuidadoso los desnudos gastados, tú, única verdad que no cuesta sangre, que no cuesta apoyar su cabeza en la tierra.
Tú, agua que canta difícilmente con las cascadas,
espuma o collar para los muertos que flotan, para los hombres que descansan de una
vida posible
como son posibles las llamas o las manos crueles.
Tú, diminuto grano, semilla generosa, cerrazón
de un destino,
única verdad que los hombres no ocultan;
tú, vocación de un pájaro, de un verdugo inocente
que a su vez va a morir en las plumas de un lecho.
Tú, monte, tú mar,
tú, encendida o derramada,
tú, naturaleza donde los vestidos sin cuerpos
quedan abandonados junto a un mar sin
orillas.
¡Oh muerte, muerte!
Paloma o temblorosa doncella, virgen
verdadera;
tú, ciega que aquí en los brazos tiemblas,
tú, que al beso que retorna de un mundo vil o
extinto sabes tender tus plumas como brazos.
¡Tú, luz o sombra, esperanza o venganza;
tú, mar que bajo un cantil nos contempla:
tú, fiel oído que escucha unas palabras
con que al abyecto mundo lo maldigo!
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7 comentarios:
Tengo de coplas la boca
que parece un avispero.
Se empujan unas a otras
por ver cuál sale primero.
Abogado, individuo de cuidado.
Al que tiene cama y duerme en el suelo, no hay que tener duelo.
Como el vidrio, las palabras oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor.
(JOUBERT)
Echo de menos mi casa
cuando voy al campamento
y cuando vuelvo a mi casa
del campamento me acuerdo.
Aprendiz de mucho, oficial de nada.
Fuera, la noche clara, rebosante de estrellas, guarda rostros y palabras que no sabré decir jamás. Pero no siento tristeza, sólo gratitud. Si he regresado a Ítaca, si en los largos silencios de mi vida han resonado por un instante las notas del vals que los planetas y las estrellas, tan relucientes esta noche, danzan en la odisea de los espacios, siento que debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma.
(MARISA MADIERI)
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