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domingo, 11 de enero de 2015

Me purificó el corazón (por Bai Juyi)

De noche fui a la orilla del río
para despedirme de un amigo.
Sentía el melancólico susurro
de las hojas de los arces
y de las flores de los juncos.
Bajé del caballo.
Ya me esperaba en la barca.
Levantamos las copas y apuramos.
¡Qué lástima no tener
laúdes y flautas
para apresar el instante!

El vino no nos dio alegría.
Bajo una luna bañada
en la inmensidad del agua
íbamos a separarnos,
tristes, cuando de repente
nos llegaron cautivadoras
dulces voces de un laúd
y fuimos retenidos.
Preguntamos en voz baja
quién lo pulsaba.
Cesó la música
sin adelantar respuesta.
Aproximamos la barca.
De nuevo encendí la lámpara.
Volvimos a poner la mesa;
llenamos de vino las copas,
y a la tañedora invitamos.
Sólo tras repetidos ruegos
apareció, con el laúd en los brazos,
y medio cubierto el rostro.

Templa las cuerdas
y, aún sin interpretar,
llena el espacio de emoción.
Una a una vibran de tristeza
y cada acorde es un lamento
de indescriptibles sufrimientos.
Inclinando la cabeza
ella sigue tocando,
y así se desahoga
de infinitas penas.
Ahora puntea las cuerdas,
ahora las rasga;
tañidos fuertes,
después ligeros.
Primero nos endulza
«Vestido de Arco Iris»,
y luego «Verde Cintura».
De las cuerdas gruesas
se desata una furiosa tormenta,
y de las delgadas
un alegre murmullo de muchachas.

Notas sonoras se mezclan
con notas susurrantes.
Perlas grandes y pequeñas
caen en un plato de jade,
y en medio de frescas flores
trinar y trinar alegres.
Por debajo del limpio hielo,
vienen sollozos de un arroyo.
Se congelan y cesan luego.
¡Qué tristeza tan profunda
vive en el fondo del alma!

Por momentos el silencio
expresa más que la música.
De pronto, quebrado jarrón de plata
y agua esparcida, cristalina.
Oigo el galope de corceles
y furiosos ruidos de sables y jinetes;
la ejecución termina.
Por entre las cuerdas
que suenan como al rasgarse
una tela de seda,
el plectro se retira.
De silencio están cubiertas
las dos barcas.
Sólo la luna plateada
yace en el centro del río.

Indecisa, la tañedora
guarda el plectro.
Se estira la ropa,
grave la expresión,
se levanta y dice:
«Nací en la capital;
vivía mi familia
cerca del Mausoleo Siamo.
Con trece años
aprendí a tañer el laúd,
y mi nombre estaba en la lista
de las tañedoras más destacadas.
Cada vez que interpretaba
los maestros me prodigaban elogios,
y con mi agraciado rostro
me convertí en la envidia
de las artistas celebradas.
Los jóvenes ricos disputaban
por galantearme y obsequiarme.
Para escuchar una sola pieza
me regalaban seda abundante;
quebraban, para llevar el compás,
mis horquillas floreadas de plata,
y el vino que derramaban
regaba mi falda púrpura.
Entre acordes y risas
un año siguió al otro.
Pasó el viento de primavera.
Se ocultó la luna de otoño.
El ejército se llevó a mi hermano,
y la muerte, a mi tía.
Se marchitó la flor de mi vida.
Cada vez menos carruajes
se estacionaban frente a mi puerta.
Casé con un comerciante,
quien me trajo a esta aldea.
La separación no le importa nada:
a él sólo le atraen las ganancias.
Salió a comprar el mes pasado
dejándome sola en la barca,
acompañada de la luna
y el gélido río.
Muchas veces, avanzada la noche,
sueño con mis felices tiempos pasados
y corren las lágrimas
como por arroyuelos rosados.»

Escuchando la ejecución
me penetra su lamento,
y la desconsolada narración
me carga con un pesado dolor.
Estamos huérfanos de suerte,
y para comprendernos
nos basta un solo encuentro.

«Abandoné la capital el año pasado,
y vine desterrado, enfermo.
En este lugar apartado
no oí ni una canción hermosa
desde tan largo tiempo.
Vivo a la orilla del río,
en húmedo y bajo paraje;
mi casa está rodeada
de cañas amargas
y amarillos juncos.
A mis oídos sólo llegan
desgarradores lamentos de cucos
y aullidos melancólicos de monos.
En las florecientes mañanas de primavera
y en las otoñales noches de luna,
ante una jarra de vino, bebo solo.
Aunque se oyen coplas y flautas,
son feas y me desagradan.
Esta noche me ha deleitado
escuchar su interpretación.
Me purificó el corazón
y me parecieron melodías
de los dioses.
Le ruego que nos toque algo más».

Improvisaré un poema titulado
La Tañedora del Laúd
y va a usted dedicado.

La bella dama, conmovida,
permanece de pie largo rato.
Luego se sienta
y con cadencias aceleradas
pulsa las cuerdas.
Vibran tan desconsoladas
que arrancan a todos lágrimas.
El que compone este poema,
con túnica bañada,
es quien llora con más tristeza.

6 comentarios:

tERESA pANZA dijo...

Gallina cacareadora, siempre poco ponedora.

Cide Hamete Benengeli dijo...



En la cama muy loca, en la casa muy cuerda:
no olvides tal mujer, sus ventajas recuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda
y para ello hace falta mensajera no lerda.

hAiKu dijo...

Cinema Sueño,
en tu interior pantalla
¿qué pondrás hoy?

(CUQUI COVALEDA)

Dimes Y Diretes dijo...

¿Sólidas convicciones? Mejor líquidas o gaseosas.

(WAGENSBERG)

TóTUM REVOLúTUM dijo...


Igual que nuestras células pertenecen a un cuerpo, las abejas pertenecen a una colmena.

Fuego de palabras dijo...


Como si te posases en mi corazón y hubiese luz dentro de mis venas y yo enloqueciese

dulcemente; todo es cierto en tu claridad:

te has posado en mi corazón,

hay luz dentro de mis venas,

he enloquecido dulcemente.



(GAMONEDA)