lunes, 13 de abril de 2015
Hasta que se entrecrucen (por Anna Piwkowska)
Marcas de patines, un guante, el río fluye bajo el hielo.
El aeropuerto anoche, nieve en las luces azules,
la silueta de las alas del boeing como formas imprecisas
del fin del mundo. Alguien reía, alguien imprecaba a la nieve
pegajosa. Los viajeros parecían fortuitos y también la ominosa
obstinación, la melancolía del hombre a mi izquierda,
la voz pura, el escote de la chica a mi derecha abierto
hasta la mitad, de repente tan cercanos, afines, familiares
casi cuando al dar vueltas sobre el aeropuerto,
ya estábamos con los pensamientos en otro lugar.
Los conocidos, apuntados en una hoja, permanecerán con nosotros.
Intento interpretar sus vidas con apenas cuatro detalles:
ella, quizá una modelo, de una delgadez infantil,
apenas una adolescente si no fuera por los labios carnosos
demasiado sensuales y por las arrugas. Dos. Pero visibles
incluso con esta luz. Las piernas atravesadas
en medio de un pasillo demasiado estrecho. Muy estilizadas,
aunque las rodillas son de nuevo infantilmente picudas.
¿Qué hace esta ciudad con ella, ella con esta ciudad
hostil, demasiado ruidosa, con un ovillo helado en la laringe,
con una carta fallida, no enviada, directamente no escrita
a casa? Seguro que no volverá.
Él, con un portátil y pidiendo sin parar zumo de tomate.
Es lo único que toma. La mira de vez en cuando por encima
de los extraños jeroglíficos de la pantalla de su mundo,
sin presentir que el mismísimo fin del mundo está sentado
a su lado. Que acaba no solo de girar la cabeza
sino de darle la vuelta a todo el orden del mundo.
¿Dónde se encontrarán? No lo sé. Quizá en una pista
de patinaje. Quizá bajando por el Moscova se seguirán
hasta que se entrecrucen las marcas de sus patines, líneas del destino,
caminos y constelaciones, cualquier cosa menos
la soledad, la muerte prematura o el tedio del alma.
El hielo cruje bajo el patín, salpica, se desdibuja.
El aeropuerto anoche, nieve en las luces azules,
la silueta de las alas del boeing como formas imprecisas
del fin del mundo. Alguien reía, alguien imprecaba a la nieve
pegajosa. Los viajeros parecían fortuitos y también la ominosa
obstinación, la melancolía del hombre a mi izquierda,
la voz pura, el escote de la chica a mi derecha abierto
hasta la mitad, de repente tan cercanos, afines, familiares
casi cuando al dar vueltas sobre el aeropuerto,
ya estábamos con los pensamientos en otro lugar.
Los conocidos, apuntados en una hoja, permanecerán con nosotros.
Intento interpretar sus vidas con apenas cuatro detalles:
ella, quizá una modelo, de una delgadez infantil,
apenas una adolescente si no fuera por los labios carnosos
demasiado sensuales y por las arrugas. Dos. Pero visibles
incluso con esta luz. Las piernas atravesadas
en medio de un pasillo demasiado estrecho. Muy estilizadas,
aunque las rodillas son de nuevo infantilmente picudas.
¿Qué hace esta ciudad con ella, ella con esta ciudad
hostil, demasiado ruidosa, con un ovillo helado en la laringe,
con una carta fallida, no enviada, directamente no escrita
a casa? Seguro que no volverá.
Él, con un portátil y pidiendo sin parar zumo de tomate.
Es lo único que toma. La mira de vez en cuando por encima
de los extraños jeroglíficos de la pantalla de su mundo,
sin presentir que el mismísimo fin del mundo está sentado
a su lado. Que acaba no solo de girar la cabeza
sino de darle la vuelta a todo el orden del mundo.
¿Dónde se encontrarán? No lo sé. Quizá en una pista
de patinaje. Quizá bajando por el Moscova se seguirán
hasta que se entrecrucen las marcas de sus patines, líneas del destino,
caminos y constelaciones, cualquier cosa menos
la soledad, la muerte prematura o el tedio del alma.
El hielo cruje bajo el patín, salpica, se desdibuja.
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8 comentarios:
La realidad es una ilusión persistente.
(EINSTEIN)
La realidad no siempre es verosímil.
(BOILEAU)
La realidad no siempre es verosímil.
(BOILEAU)
Lo accesorio difumina lo principal.
Por dentro de ella
ninguna foto deja
que nos metamos.
(CUQUI COVALEDA)
Después de ojo sacado no vale Santa Lucía.
(proverbio colombiano)
Y cuando no estén, ¿durante
cuánto tiempo aún se oirá
su voz querida en la casa
desierta?
¿Cómo serán
en el recuerdo las caras
que ya no veremos más?
(EVARISTO CARRIEGO)
¿quién compraba las patatas
que sostenían el saber de Mommsen?,
¿quién se las cocinaba, y le ponía
mantel, platos, cubiertos, copas y servilletas, sin olvidar el pan en su cestita?,
¿quién le hacía la cama a Rilke,
¿quién planchaba sus camisas?,
¿quién, cuando él ya llevaba media tarde,
ganando un poco más de admiración futura,
aún seguía fregando los cacharros?
(MIGUEL D' ORS)
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