lunes, 20 de enero de 2014
La berlina detenida en la noche (por Czesław Miłosz)
A la espera de las llaves
-él las busca sin duda
entre las ropas
de Tecla, muerta hace treinta años-
escuchad, señora, escuchad el viejo, el sordo rumor
nocturno de la alameda...
Tan pequeñuela y débil, envuelta dos veces en mi capa,
yo te llevaré a través de las zarzas y de la ortiga de las ruinas
hasta la alta y negra puerta
del castillo.
Así el abuelo, antaño, regresó
de Vercelli con la muerta.
¡Qué recelosa y muda, y negra mansión
para mi criatura!
Ya lo sabéis, señora, es una triste historia.
Ellos duermen dispersos en países lejanos.
Desde hace cien años
un lugar señalado los aguarda
en el corazón de la colina.
Conmigo su raza se extingue.
¡Oh Dama de estas ruinas!
Visitemos el bello aposento de la infancia: allí
la hondura sobrenatural del silencio
es la voz de los retratos oscuros.
Arrebujado en mi lecho
como en el hueco de una armadura,
yo escuchaba por la noche latir sus corazones
en el ruido del deshielo, detrás de los muros.
¡Para mi criatura temerosa, qué patria salvaje!
La linterna se apaga, la luna se ha velado;
llama el alucón a su cría en el boscaje.
A la espera de las llaves
dormid un poco, señora. duérmete, mi pobre criatura, duérmete,
paliducha, apoyando sobre mi hombro tu cabeza.
Verás qué bello es el bosque ansioso
en sus insomnios de junio, ataviado
de flores -¡Oh criatura mía!-, como la hija predilecta
de la reina loca.
Envolveos en mi capa de viaje:
la espesa nieve de otoño se funde sobre vuestro rostro
y tenéis sueño.
(En el haz de luz de la linterna ella gira, gira con el viento,
como giraba en mis sueños de niño
la vieja -¿recordáis
la vieja hechicera?-.)
No, señora, nada escucho.
Él es muy anciano,
su cabeza está trastornada;
apostaría a que ha ido a beber.
¡Para mi criatura temerosa, una mansión tan negra,
en lo hondo, en lo hondo del país lituano!
No, señora, nada escucho.
Mansión negra, negra.
Cerraduras mohosas,
enredadera muerta,
puertas aherrojadas,
postigos clausurados,
hojas sobre hojas desde hace cien años en las alamedas.
Todos los servidores han muerto.
Yo he perdido la memoria.
Para mi criatura confiada, ¡qué mansión más negra!
Ya no recuerdo sino el naranjal
del tatarabuelo y el teatro:
los pichones del búho comían allí en mi mano.
La luna miraba a través del jazminero.
Eso era antaño.
Oigo un paso en el fondo de la alameda.
Sombra. Aquí llega Witold con las llaves.
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6 comentarios:
Merecería esta serrana
que la fundieran de nuevo
como funden las campanas.
Todo el pasado, visto desde el presente, parece ingenuo.
(JAVIER MARÍAS)
Todos los haikus
llegados y no escritos
se desintegran.
(CUQUI COVALEDA)
Deja que salga la luna,
deja que se meta el sol,
deja que caiga la noche
pa que empiece nuestro amor.
Donde hay voluntad, hay camino.
(proverbio polaco)
La araña cree
que ella sola ha tejido
la mosquitera.
(RIVERO TARAVILLO)
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