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sábado, 10 de enero de 2015

Quién soy (por Tomas Tranströmer)


Me dormí al volante y choqué contra un árbol al lado de la

carretera. Me arrebujé en el asiento de atrás y me dormí. ¿Cuánto

tiempo? Horas. Se había hecho de noche.

De repente, me desperté y no sabía quién era. Estoy plenamente

consciente, pero no me sirve de nada. ¿Dónde estoy?

¿QUIÉN soy? Soy algo que acaba de despertar en un asiento trasero

dominado por el pánico como un gato en un saco de arpillera.

¿Quién soy?

Un rato después, la vida vuelve a mí. Mi nombre vuelve a

mí como un ángel. Por fuera del muro del castillo suena una

trompeta (como en la obertura Leonora) y los pasos que me ayudarán

bajan rápido rápido la larga escalinata. ¡Soy yo el que viene!

¡Soy yo!

Pero imposible olvidar la decimoquinta batalla en el infierno

de la nada, a unos pocos pasos de una carretera principal por

la que pasan los coches con las luces encendidas.

5 comentarios:

Anna dijo...

Al despertarnos hay un segundo o dos en que no sabemos quien es ese individuo (y esa biografía) en que nos hemos despertado.

hAiKu dijo...


Pobre Pitágoras,
sin cajero automático
cerca de casa.

(CUQUI COVALEDA)

Círculo Cultural FARONI dijo...


Del fango emerge la flor de loto.

(proverbio chino)

Ignatius Reilly dijo...


Quién sabe
dónde empiezan tus labios y acaban los míos,
cuáles son las líneas de mis manos o las tuyas,
qué parte de nuestros dos cuerpos fundidos
hace una hora nos pertenecía.

(NEORRABIOS@)

Fuego de palabras dijo...

Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita

como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido

un pasmo, un rebrillar y luego nada.

(LUIS ROSALES)