Cerrados como confesionarios, se abren paso
a través del ruidoso mediodía de las ciudades
y no responden a las miradas absortas en ellos.
Gris lustroso, con su escudo en la placa,
llegan para estacionarse en cualquier vereda:
todas las calles, a su debido tiempo, son visitadas.
Y entonces niños apostados en aceras
y mujeres que llegan de las tiendas
luego de esquivar los olores de comidas diversas,
miran ese rostro pálido y agreste que rebasa
fugazmente la manta roja de la camilla
al ser puesto y acomodado en ella.
Y reciben por entero, en un segundo,
el resuelto vacío
que yace bajo todo lo que hacemos,
permanente, desnudo, conclusivo.
se pierde a la distancia. Pobre diablo,
susurran perturbados.
Pues aun amortiguado
puede ir allí el inesperado golpe de la pérdida
merodeando algo que toca fin,
y todo cuanto era congruente a través de los años,
las irrepetibles y fortuitas mezclas
de familias y costumbres, ahora, en ese vehículo,
de una vez por todas,
comienzan a aflojar. Ajeno
a todo intercambio amoroso, ese rostro yace
inalcanzable en una cabina
que el tráfico despide al dejarla avanzar
aproximándolo al desenlace que está por venir
y amortiguando en la lejanía todo lo que somos.
2 comentarios:
Dos besos llevo en el alma
que no se apartan de mí:
el último de mi madre
y el primero que te di.
Las palabras son como las hojas. Los hechos son como los frutos.
(proverbio escocés)
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