cuelga como el fantasma de Emily Dickinson,
triste y desdichado en el cuarto del fondo.
Un cuarto al que rara vez entramos.
Evoca recuerdos de una noche en los conciertos,
un día en Rávena.
Ahí consignamos
a la pila de trapos y el revoltijo de cosas
tu ropa elegante, mi traje de tweed
grueso como una armadura.
Ahí en el armario con perchas de madera
está el sombrero de paja
de tantos viajes, el ala estropeada;
y la chaqueta suelta, que perdió algunos botones:
en otro tiempo de moda,
ahora anticuada como el echarpe de Aran
o la camisa con vuelos, deshilachada lo mismo
que una bandera de rendición.
2 comentarios:
Al final siempre gana ella
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.
(BORGES)
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