nos sentamos en círculo bajo el robledal del jardín de mi tía,
y se han hecho mayores. Los pezones endurecidos de Amel
atraviesan el estampado cachemir de su blusa,
alminares que convocan a los hombres al culto.
Cuando se fueron, tenía doce años y los pies
hinchados por el calor de la espera. Nos abrazamos en la puerta de salida,
niñas de la calle con pecho de pájaro tintineando como figuras de madera,
masculinas, con largas faldas a la espera de crecer
hambrientas. La voz suave de mi madre
por teléfono:
¿Están bien? ¿Se están curando?
No quiere que mi padre la escuche de fondo.
Me ha venido la regla. Su pelo ya en mi boca cuando
intento acercarme más: ¿cómo es?
Se gira hacia sus hermanas y una risa que no es suya
se le extiende desde el cuerpo como un gemido.
Es más guapa de lo que recuerdo.
Una de ellas me cierra las piernas.
Siéntate como una mujer. Me toco con el dedo el agujero de los pantalones,
la vergüenza me irradia la piel.
En el coche, mi madre me observa por el
retrovisor, el cuero se me pega bajo los
muslos. Abro las piernas como una puerta bien engrasada
y la reto a que me mire y me dé
lo que no había perdido: un nombre.
3 comentarios:
El dolor que de niños apretamos contra el pecho..., ese dolor dura toda la vida.
(STROUT)
Los años nos alejan de la infancia sin llevarnos forzosamente a la madurez. Uno de los pocos méritos que admito en un autor como Gombrowicz es haber insistido, hasta lo grotesco, en el destino inmaduro del hombre. La madurez en una impostura inventada por los adultos para justificar sus torpezas y procurarle una base legal a la autoridad. El espectáculo que ofrece la historia antigua y actual es siempre el espectáculo de un juego cruel, irracional, imprevisible, ininterrumpido. Es falso, pues, decir que los niños imitan los juegos de los grandes: son los grandes los que plagian, repiten y amplifican, en escala planetaria, los juegos de los niños.
(RIBEYRO)
Generalmente es más fácil abrazar una creencia, una ideología o una convicción que liberarse de ellas.
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