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viernes, 26 de abril de 2019

Salida de la maleza (por Margaret Atwood)


Yo que había sido borrada por el fuego me fui cubriendo de verde (qué estación más luminosa)

Con el tiempo los animales vinieron a habitarme,

primero uno a uno, furtivos (sus conocidas huellas quemaban); y después al haber ya trazado nuevos límites volviendo, más seguros, año tras año, de dos en dos

pero inquietos: no estaba preparada del todo para que me habitaran

Les pudo parecer que pesaba demasiado: pude haberme volcado; me daba miedo cómo el brillo de sus ojos (verdes o ámbar) llegaba al exterior desde dentro de mí

No estaba terminada; de noche no veía sin candiles.

Él escribió, Nos vamos. Contesté No me queda ya ropa que ponerme

Llegó la nieve. Fue de gran ayuda el trineo; quedaba atrás su rastro como si me empujara a la ciudad

y una vez rodeada la primera colina, me encontré de repente deshabitada: ya se habían ido. Hubo algo que casi me enseñaron y que al irme no había aún aprendido.



4 comentarios:

DaniPovedano dijo...

Hospitalario cuerpo hostil...

Fuego de palabras dijo...

Un pueblo abandonado. En medio de su nada,
igual que flores secas, las ruinas de una iglesia.
En una de sus calles, algún can solitario
que viene y va buscando, entre fantasmas, dueño.
Tan solo sombras donde en el pasado había
fuentes, campanas, niños. Ortigas y maleza
medrando en el silencio y un jilguero que rompe,
con su canto de amor, la densidad del sueño.

(ANTONIO MANILLA)

ORáKULO dijo...

Todo exceso es defecto.

todo está en Borges dijo...

Nos despedimos en una de las esquinas del Once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.
Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.

(BORGES)