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sábado, 4 de enero de 2020

Miseria y esplendor (por Robert Hass)


Convocados conscientemente por el recuerdo, ella
sonriendo, los dos en la cocina hablando,
antes o después de la cena. Pero están en esta otra habitación,
la ventana está hecha de vidrios diminutos, y están en un sofá
abrazándose. Él la sujeta tan fuerte
como puede, ella se entierra en su cuerpo.
Es por la mañana o quizá por la tarde, la luz
fluye a través de la habitación. Fuera,
al día le sucede lentamente la noche,
y después el día. El proceso se tambalea
y se acelera: semanas, meses, años. La luz en la habitación
permanece inalterable, así que es obvio lo que está sucediendo.
Intentan convertirse en una sola criatura,
pero algo no consiente. Son tiernos
el uno con el otro, temerosos
de que sus breves, agudos gritos les lleven a aceptar el momento
en que volverán a separarse. Así que se restriegan contra el otro,
secas sus bocas, después húmedas, después secas.
Se sienten en el centro de una poderosa
y desconcertada voluntad. Sienten
que son un único animal casi completo,
arrojado por las olas a la orilla de un mundo
—o acurrucado contra la puerta de un jardín—
del que no pueden admitir que jamás lograrán ser admitidos.


2 comentarios:

Agridulce dijo...

Ningún amor puede hacer perder la individualidad de los amantes. Quizá sea mejor así, pues la fusión no es generalmente síntesis o fundición mutua, sino absorción de uno por otro.

Carla dijo...

Lo admito
alguna vez fui el error en la vida de alguien
fui la piedra que hizo caer a alguien y del cual aprendió por el golpe recibido
fui la equivocación que necesitaba para darse cuenta de que estaba con la persona equivocada
fui el punto decisivo que le hizo darse cuenta de que la felicidad no era conmigo
Pero debía experimentar antes de amar a alguien de verdad