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sábado, 15 de junio de 2013

Crece hasta sucumbir (por José Antonio Labordeta)

Cuando vuelvas
cuando cansado te sientes al borde del camino
y contemples el mar
como una luz vencida
y el otoño te traiga
el amargo sabor de los días agrestes
RECUERDA,
como si nada fuese a suceder,
tus infinitos pasos
huellas sobre las yerbas de otros días.

Luego crece
crece hasta sucumbir como un gigante
como una hormiga inútil.
Tú y yo
y el celeste paisaje de las noches
habremos sido viento
palabras apresadas
miedo vencido
inútil NADA.

6 comentarios:

mailconraul dijo...

Nunca entenderé el porqué de los poetas que se entierran en los hemiciclos, cuando una fosa abierta en el camino es la mejor de las tumbas.
Me agrada esta poesía de los pasos y los hormigueros yacentes!

TóTUM REVOLúTUM dijo...


Las palabras son como el vidrio: Oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor.

RAMÓN y sus greguerías dijo...


Los perros nos enseñan la lengua como si nos hubiesen tomado por el médico.

cajón desastre dijo...


¿Cómo voy a empezar algo nuevo con todo el ayer en mí?

(LEONARD COHEN)

RAMÓN y sus greguerías dijo...

Los corales son el esqueleto del mar.

Fuego de palabras dijo...

SALMOS

2 a.m. Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia
en penumbra parece que está llena de demonios.
Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.
La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado.
"Y mi pecado está siempre delante de mí".

Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos
interfieren el rezo como radios y como roconolas.
Vuelven viejas escenas de cine, pesadillas, horas
solas en hoteles, bailes, viajes, besos, bares.
Y surgen rostros olvidados. Cosas siniestras.
Somoza asesinado sale de su mausoleo. (Con
Sehón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán).
Las luces del Copacabana rielando en el agua negra
del malecón, que mana de las cloacas de Managua.
Conversaciones absurdas de noches de borrachera
que se repiten y se repiten como un disco rayado.
Y los gritos de las ruletas, y las roconolas.
"Y mi pecado está siempre delante de mí".

Es la hora en que brillan las luces de los burdeles
y las cantinas. La casa de Caifás está llena de gente.
Las luces del palacio de Somoza están prendidas.
Es la hora en que se reúnen los Consejos de Guerra
y los técnicos en torturas bajan a las prisiones.
La hora de los policías secretos y de los espías,
cuando los ladrones y los adúlteros rondan las casas
y se ocultan los cadáveres. Un cuerpo cae al agua.
Es la hora en que los moribundos entran en agonía.
La hora del sudor en el huerto, y de las tentaciones.
Afuera los primeros pájaros cantan tristes,
llamando al sol. Es la hora de las tinieblas.
Y la iglesia está helada, como llena de demonios,
mientras seguimos en la noche recitando los salmos.

Como latas de cerveza vacías y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televisión
y desaparecen, así ha pasado mi vida.
Como los automóviles que pasaban rápido por las carreteras
con risas de muchachas y música de radios...
Y la belleza pasó rápida, como los modelos de los autos
y las canciones de las radios que pasaron de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
más que latas vacías y colillas apagadas,
risas en fotos marchitas, boletos rotos,
y el aserrín con que al amanecer barrieron los bares.

Detrás del monasterio, junto al camino,
existe un cementerio de cosas gastadas,
en donde yacen el hierro sarroso, pedazos
de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos,
cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín
y cinc, plástico envejecido, llantas rotas,
esperando como nosotros la resurrección.

(ERNESTO CARDENAL)