Abrir los ojos, después de que la noche
recluyera los astros en su amplia cueva rasa,
y ver, tras del cristal,
ya visibles los pájaros
en el fanal aún pálido del sol,
moviéndose en las ramas.
Y cantos que hacen mía la bóveda del aire.
Y sentir que aún me late en el pecho
el corazón del niño aquel,
y amar, en la mañana, la vida que pasó,
y esta maga sorpresa
de amar aún el mundo en la mañana.
Y en el nombre del mar, que está lejano
y azul, siempre tendido
desde el remoto amanecer del mundo,
persignarme la frente, luego el pecho,
los delicados hombros que ahora rozo,
y besar, con los labios del niño rescatado,
este mundo tan viejo,
que hoy no alcanzo a saber
por qué, si el amor no se ha muerto,
me quiere abandonar.
2 comentarios:
monumento a cierto mediodía de Oporto que fue como si sobrase el resto de la vida,
monumento a los días que fuimos a la yerba en Teberga,
monumento al día que paseamos a Beatriz Amposta por el Trastevere, que ahora se llamará Tristévere,
monumento a Diego Ortiz, a Giacomo Moro, a la chirimía y a la chirivía,
monumento a la noche en que dormimos los cuatro en una cama en una habitación sin techo abierta a las estrellas de la Toscana,
monumento a las tartas de ruibarbo del granjero menonita,
monumento a Lêdo Ivo leyendo a ‘A un olmo seco’ en el ejemplar que fue de Cernuda,
monumento a Giordano Bruno cantando come on baby light my fire con Brunori Sas,
monumento a la sidra que bebimos en el carro del centollo,
monumento a aquella melodía oída solo una vez en un trapiche de Río que quiere salir de mí, y no sabe,
monumento a la mano de mi abuelo apretando la mía justo antes de morir (aunque el médico dijera que imposible).
(MARTÍN LÓPEZ-VEGA)
Ser feliz es una decisión que hay que tomar todos los días, que no depende de las condiciones de vida que uno tenga, sino de la actitud con la cual enfrenta los problemas. La felicidad es eso: Decidir ser feliz.
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