viernes, 20 de febrero de 2015
Iván y Arancha en Praga (por José Luis Piquero)
Si en la cena se hablaba de la noche
me apuntaba a los planes en que estuvieran ellos:
saberlos entre el grupo
era la vida en orden de una forma inconsciente.
Sus besos adornaban el verano.
Juro que los amé sin yo quererlo,
que no escogí el dolor ni la codicia
ni preguntarme cómo se querrían a solas
o qué significaba yo en sus vidas.
Hay una habitación en un lugar de Praga,
allí se oye un tranvía
y música que llega de los albergues próximos.
Yo pasé tantas horas fumando en ese cuarto,
luego, ¿a quién le interesan las vidas de los otros?
Pero a veces,
cuando el grupo importaba y el alcohol era bueno,
se podía querer sin ser culpables
pues tras cada cerveza sonreía
un confidente.
¡Inmensas,
fugaces amistades en los viajes de jóvenes!:
el amor es la copa que va de mano en mano.
Y ella, te acariciaban
sus ojos indefensos; junto al lago
tuve la quemadura de su brazo en los hombros
y un susurro de arbustos. En él todo
era la adolescencia, y esa voz
salvaje como un fruto o sudar o una isla.
¿Me entendéis? Los amaba
en el deseo inútil
de haber querido ser cualquiera de los dos
en vez de ser yo mismo: ese que mira
como un tonto los rostros, las ventanas,
ese extraño en el reino de su secreto mundo.
Vivir es cruzar ciegos ante puertas cerradas:
cansados de nosotros, muy cansados,
nos describe mejor todo lo que no somos,
y amar es rebelarse, ¡qué intento más idiota!
Adiós, adiós, Praga y los autopullmans,
adiós, besos, adiós, Puente de Carlos,
adiós, islas y ríos y cervezas de Pilsen,
adiós a cualquier brindis
y a todos los amantes del mundo, adiós, adiós.
Que yo me voy al sueño
de los libros que no conoceréis.
A la vuelta, dormidos con las cabezas juntas,
parecían las víctimas de un sangriento holocausto
de risas y jadeos.
Si algún día
me olvidase de todo, de eso no.
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3 comentarios:
Todo hombre es tonto de remate durante al menos cinco minutos al día. La sabiduría consiste en no rebasar ese límite.
(HUBBARD)
El orgullo es una fiera solitaria que ruge en el desierto. La vanidad, un loro que parlotea de rama en rama a la vista de todos.
(FLAUBERT)
Ya no tengo ese impulso
de salir corriendo como los alumnos
al oír el timbre
pero tampoco me convierto en estatua de sal
cuando miro hacia atrás
para cruzar dos veces
el mismo río.
El invierno desnudó los árboles
y la desnudez descubierta recuerda
que así es la cosa,
cada hoja que cae reconoce su culpa
se recoge en sí misma
para crujir bajo los pies del caminante.
Yo estoy descalza
dentro de mis zapatos
desnuda
en mis ropas –
retrato enmarcado
en el marco de la puerta.
Ya no tengo el movimiento
latente en los pájaros
sólo el tiempo cuenta y cuenta
zumba a mi alrededor
como mosca que molesta.
(AGI MISHOL)
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