Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
naturaleza sin freno con elemental energía.
Creo en ti, mi alma, el otro que soy no se rebajará ante ti,
y tú no te rebajarás ante él.
Tiéndete en el pasto conmigo, desembaraza tu garganta,
no son palabras, ni música, ni versos lo que preciso, ni hábitos, ni
discursos ni aun los mejores,
sólo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.
Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente de estío,
cómo apoyaste la cabeza sobre mis caderas y la volviste a mí dulcemente,
y abriste mi camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
y te estiraste hasta tocarme la barba, y luego hasta tocarme los pies.
Velozmente se irguieron y me rodearon el conocimiento y la paz que
trascienden todas las discusiones de la tierra,
y desde entonces sé que la mano de Dios ha sido prometida a la mía,
y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío,
y que todos los hombres que han nacido son mis hermanos, y las
mujeres mis hermanas y mis amantes,
y que el sostén de la creación es el amor,
y que son innumerables las hojas rígidas o que se curvan en los campos,
y las negras hormigas en las grietas bajo las hojas,
y las mohosas costras del seto, las piedras hacinadas, el saúco, la
candelaria y la cizaña.
Soy el poeta del Cuerpo y soy el poeta del Alma,
Los goces del cielo están conmigo y los tormentos del infierno están conmigo,
los primeros los injerto y los multiplico en mi ser, los últimos los
traduzco a un nuevo idioma.
Soy el poeta de la mujer no menos que el poeta del hombre,
y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre,
y digo que nada es mayor que ser la madre de los hombres.
Entono el canto de la exaltación o de la soberbia,
ya estamos hartos de plegarias y de zalanderías,
muestro que el tamaño no es más que crecimiento.
¿Has dejado atrás a los otros? ¿Eres el presidente?
Es una bagatela, cada uno de los otros te alcanzará y seguirá adelante.
Soy el que camina con la tierra y creciente noche,
llamo a la tierra y al mar que abraza la noche.
Abrázame, noche de senos desnudos, abrázame, noche magnética y fecunda,
noche de los vientos del sur, noche de las estrellas grandes y escasas,
noche serena que me llama, loca y desnuda noche de estío.
Sonríe, tierra voluptuosa de fresco aliento,
tierra de los árboles dormidos y húmedos,
tierra del sol que ya se ha ido, tierra de las montañas de cumbre nebulosa,
tierra del cristalino fluir de la luna llena, apenas tocada de azul,
tierra del brillo y de la sombra manchando la corriente del río,
tierra del gris límpido de las nubes que resplandecen y se aclaran
para que yo no las vea,
tierra yacente y extendida, rica tierra de azahares,
sonríe, porque llega tu amante.
Pródiga me has dado tu amor, te doy pues mi amor,
mi apasionado amor indecible.
Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo,
turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando,
ni sentimental, ni sintiéndome superior a otros hombres y mujeres,
ni alejado de ellos,
no menos modesto que inmodesto.
¡Arrancad los cerrojos de las puertas!
¡Arrancad las puertas de los goznes!
El que degrada a otro me degrada,
y todo lo que se dice o se hace vuelve a mí al fin.
A través de mí surge y surge la voluntad creadora, a través de mí, el
torrente y el índice.
Digo el primordial santo y seña, hago el signo de la democracia,
¡por Dios! No aceptaré nada que no sea ofrecido a los demás
en iguales condiciones.
Muchas voces largo tiempo calladas brotan de mí,
voces de las interminables generaciones de prisioneros y de esclavos,
voces de los enfermos y de los inconsolables, de los ladrones y de los enanos,
voces de ciclos de preparación y de crecimiento,
de los hilos que unen a las estrellas, y de los vientres, y de la
simiente paterna,
y del derecho de aquellos a quienes oprimen los otros,
de los deformes, triviales, simples, tontos y despreciados,
de neblina en el aire, de escarabajos arrastrando bolas de estiércol.
Brotan de mí voces prohibidas,
voces del sexo y del apetito, voces veladas y yo aparto el velo,
voces indecentes clarificadas y transfiguradas por mí.
Yo me cubro la boca con la mano,
me conservo tan puro en las entrañas como en la cabeza y en el corazón,
la cópula no es para mí más vergonzosa que la muerte.
Creo en la carne y en los apetitos,
ver, oír, tocar, son milagros, y cada parte de mí es un milagro.
Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca,
el aroma de estas axilas es más fino que las plegarias,
esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos.
Si algo hay que yo venero más que las otras cosas, ese algo es la
extensión de mi cuerpo y cada una de sus partes,
traslúcida arcilla de mi cuerpo, ¡tú lo serás!
Sombreados bordes y bases, ¡vosotros lo seréis!
Firme reja viril, ¡tú lo serás!
Tú, mi rica sangre, tú líquido lechoso, pálido extracto de mi vida.
Pecho que oprimes otros pechos, ¡tú lo serás!
¡Cerebro serán tus circunvoluciones ocultas!
Raíz lavada del junco oloroso, becada medrosa, nido recatado de los
huevos gemelos, ¡vosotros lo seréis!
Heno mezclado y revuelto de la cabeza, barba, cejas, ¡vosotros lo seréis!
Savia que goteas del arce, fibra del noble trigo, ¡vosotros lo seréis!
Sol generoso, ¡tú lo serás!
Nubes que ilumináis y oscurecéis mi rostro, ¡vosotros lo seréis!
Sudorosos arroyos y rocíos, ¡vosotros lo seréis!
Vientos que me rozáis, frotando contra mí vuestros genitales,
¡vosotros lo seréis!
Amplios campos musculares, ramas de encina, amoroso holgazán de
mi sendero tortuoso ¡vosotros lo seréis!
Manos que he tomado, rostros que he besado, mortal a quien toqué
alguna vez, ¡vosotros lo seréis!
Estoy enamorado de mí, hay tantas cosas en mí que son tan deliciosas,
cada momento y todo lo que ocurre me llena de alegría,
no sé cómo se doblan mis tobillos, ni la causa del más leve de mis deseos,
ni de la amistad que suscito, ni de las amistades que me devuelven.
Al subir por las escaleras me detengo a reflexionar si no estoy soñando,
la madreselva en la ventana me satisface más que la metafísica de los libros.
¡Contemplar el amanecer!
La escasa luz que va borrando las sombras inmensas y diáfanas,
el sabor del aire es grato a mi paladar.
Retoños del cambiante mundo ascienden silenciosos en un juego
inocente, fresco sudor,
oblicuamente errando por todos lados.
Algo invisible está proyectando libidinosos dardos,
torrentes de brillante zumo inundan el cielo.
La tierra por el cielo invadida, la cotidiana consumación de su boda,
el desafío del oriente sobre mi cabeza,
la burla mordaz: ¡Ya veremos quién es el amo!
Creo que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas,
y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de
arena y el huevo del zorzal,
y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas,
y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
y que la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas,
y que la vaca paciendo con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
y que un ratón es un milagro capaz de confundir a millones de incrédulos.
Siento que en mi ser se incorporan el gneis, el carbón, el musgo de
largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles,
y que estoy hecho de cuadrúpedos y de pájaros,
y que puedo recuperar cuanto he dejado atrás,
pero que puedo hacerlo volver cuando se me antoje.
En vano la timidez o la prisa,
en vano las rocas incandescentes arrojan sobre mí su antiguo calor,
en vano el mastodonte se oculta detrás del polvo de sus huesos,
en vano los objetos se alejan leguas y leguas y toman muchas formas,
en vano el mar se oculta en las cavernas donde tienen su guarida los monstruos,
en vano el buitre tiene por morada el cielo,
en vano la serpiente se desliza entre las lianas y los troncos,
en vano el alce busca las honduras recónditas de la selva,
en vano el cuervo marino tiende el vuelo hacia el norte,
hacia el Labrador,
lo sigo velozmente, trepo al nido que está en la grieta del peñasco.
¿Quién es este salvaje amistoso y gárrulo?
¿Espera la civilización, o la ha dejado atrás y la ha dominado?
¿Es un hombre del sudoeste y ha sido criado a la intemperie? ¿Es un canadiense?
¿Viene de las tierras del Mississippi, de Iowa, de Oregon, de California?
¿De la montaña, de las praderas, de los bosques, o un marino del mar?
Dondequiera que vaya, los hombres y las mujeres lo desean y lo aceptan,
quieren que los quiera, que los toque, que les hable, que se quede con ellos.
Obra sin ley, como los copos de nieve, sus palabras son simples
como la hierba, el pelo despeinado, risas e ingenuidad.
Lento el andar, comunes las facciones, emanando sencillez y modestia,
brotan de un modo nuevo desde las puntas de los dedos,
flotan en el aire con el olor de su cuerpo o de su aliento, salen de
la mirada de sus ojos.
Me ha tocado en suerte, lo sé, lo mejor del tiempo y del espacio;
nunca he sido medido y no seré medido jamás.
El viaje que emprendo es eterno (¡que todos me oigan!).
Mis signos son un capote contra la lluvia, fuertes zapatos y un
bastón cortado en el bosque,
en mi silla no sestean los amigos,
no tengo cátedra ni iglesia ni filosofía,
no llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre,
mi brazo izquierdo ciñe tu cintura,
mi derecha señala los continentes y el gran camino.
Ni yo ni ningún otro puede andar por ti ese camino,
eres tú quien debe andarlo.
No queda lejos, está a tu alcance,
quizá estabas en él desde que naciste y no lo has sabido,
quizá esté en todas partes, en mar y en tierra.
Échate tus prendas al hombro, hijo mío, y yo traeré las mías y apresurémonos;
ciudades prodigiosas y naciones libres nos saldrán al paso.
Si te cansas, dame las dos cargas y apoya tu mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio,
porque ya emprendida la marcha nunca descansaremos.
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado,
y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el
conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: No, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos el camino.
Tú también me interrogas y yo te escucho,
Contesto que no puedo contestar, tú mismo debes encontrar la respuesta.
Siéntate un momento, hijo mío,
aquí tienes pan para comer y leche para que bebas,
pero después de haber dormido y haber cambiado de ropa te beso
con el beso del adiós y te abro la puerta para que salgas.
Demasiado tiempo has perdido en sueños deleznables,
ahora te quito la venda de los ojos,
debes acostumbrarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida.
Demasiado tiempo has vadeado, asido a una tabla en la orilla,
ahora quiero que seas un nadador, que te arrojes al mar, que
reaparezcas, que me hagas una seña, que grites y que agites el
agua con tus cabellos.
Dije que el alma no es más que el cuerpo,
y dije que el cuerpo no es más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más que uno mismo,
quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral
envuelto en su propia mortaja;
y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más precioso de la tierra,
y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina confunden la
sabiduría de todos los tiempos,
Y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que los sigue no
pueda ser un héroe,
y no hay cosa tan frágil que no sea el eje de las ruedas del universo,
y digo a cualquier hombre o mujer: que tu alma esté serena y en
paz ante millones de universos.
Y digo a la Humanidad: No hagas preguntas sobre Dios,
porque yo que pregunto tantas cosas, no hago preguntas sobre Dios,
(No hay palabras capaces de expresar mi seguridad ante Dios y la muerte.)
Escucho y veo a Dios en cada cosa, pero no lo comprendo en lo más mínimo,
ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que yo mismo.
¿Por qué desearía yo ver a Dios mejor que en este día?
Algo veo de Dios en cada hora de las veinticuatro y en cada uno de sus minutos,
en el rostro de los hombres y de las mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro en el espejo;
encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una,
y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya,
otras llegarán puntualmente.
5 comentarios:
Maravilloso este Canto a mí mismo que en inglés (Song to myself) suena aún mejor.
Lo que comenzó como un delgado libro de 12 poemas fue al final de su vida un grueso compendio de casi 400. Finalmente fueron 383 poemas en 14 secciones.
Poco antes de morir escribió a un amigo:
"Hojas de hierba, al fin completo, tras 33 años de rastrillarlo, en todas las épocas y humores de mi vida, con buen o mal tiempo, por todas las partes de la tierra, en paz y en guerra, joven y viejo".
Y publicó este anuncio en el New York Herald:
"Walt Whitman desea respetuosamente notificar al público que el libro "Hojas de Hierba", en el que ha estado trabajando a grandes intervalos y publicado parcialmente en los últimos 35 ó 40 años, está ahora completo, por así decirlo, y le gustaría que esta nueva edición de 1892 reemplazara completamente todas las previas. Por defectuoso que sea, lo elige como su especial y completa expresión poética hasta ahora".
Música de sábado por la tarde,
canciones desajándose, sonidos de carbono catorce,
piano fantasma resucitando en el silencio,
amnesia que cura una guitarra,
espectros que regresan bailando,
música que suena medio siglo más tarde.
(DARÍO JARAMILLO)
Pessoa, en fragmento inacabado, sobre Walt Whitman:
Yo, el ritmista febril
para quien el párrafo de versos es una persona entera,
para quien, por debajo de la metáfora aparente,
como en la estrofa, antistrofa, épodo o poema que escribo,
que construyo por detrás del delirio
que pienso por detrás del sentir
que amo, exploto, rujo, con orden y con oculta medida,
yo, ante ti, querría tener menos de ingeniero en el alma,
menos del griego de las máquinas, menos del Bacante de Apolo
en mis momentos de alma multiplicados en verso.
Pero el aire de altamar
llega, por un influjo desde el interior de mi sangre
a mi cerebro desterrado en tierra,
y la furia con que medito, la rabia con que me domino
se abre como una vela, arrebatada por el viento a los aires,
henchida servidumbre al rasgo de asombro de los [...]
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