parece haber envejecido mucho.
Dime, ¿por qué resurges como jota de picas
con los ojos tan fuera de sus órbitas?
Oh, Dios mío, ¡qué fría es su mirada!
Ya mira por encima de los hombres
como un palo de guardia mostrándonos la senda
para inspeccionar sus conductas con estrecho bigote.
Oh, querida cuñada, ¿aún recuerdas a nuestro honesto tío?
Ambos respetábamos la vida familiar.
Maldita sea la guerra sangrienta.
Pobre cuñada mía, ¿quién habrá alterado tu sosiego apacible?
¿Dónde está tu resuelta risa?
¿Por qué tienes el rostro así de ceñudo?
Eras rebelde, nadie te atraparía con un lazo,
¿quién hizo que cambiaras tu habitual rebeldía?
Súbitamente te has visto sometida.
Recibiste dolor en lugar de alborozo.
Eras mujer de buen gusto,
¿cómo te has enganchado a esos bigotes negros?
Orgullosa de ti estaba la familia,
calzándote las botas en los pies.
A muchos otros hombres ignorabas,
y a tantos los pisaste...
Ya has envejecido, pobre cuñada mía.
Tú que casi nunca te rendías al dolor,
¿de dónde te ha llegado?
¿O será, amiga mía, que echas de menos
aquella juventud que murió entre la guerra?
3 comentarios:
No se puede ganar una guerra, como no se puede ganar un terremoto.
Es un monstruo grande y pisa fuerte sobre la pobre inocencia de la gente.
Ya que gobernamos mal, por lo menos gobernemos barato.
(SAGASTA)
Publicar un comentario