Era el niño de hace cuántos años...
no había cambiado nada...
Esta es la ventaja de saberse quitar la máscara.
Seguimos siendo niños,
ese pasado que permanece,
el niño.
Me he quitado la máscara y me la he vuelto a poner.
Así está mejor.
Así soy la máscara.
Y vuelvo a la normalidad como a una terminal de línea.
Hace más de media hora
que estoy sentado al escritorio
con la única intención
de mirarlo.
(Estos versos están fuera de mi ritmo.
Yo también estoy fuera de mi ritmo.)
Tintero (grande) delante.
Plumas con sus plumines, menos delante.
Más hacia aquí papel muy limpio.
A la izquierda, un tomo de la Enciclopedia Británica,
a la derecha
¡ah, a la derecha!
ese abrecartas con el que ayer
no tuve paciencia para abrir completamente
ese libro que me interesa y que no voy a leer.
¡Quién pudiera hipnotizar todo esto!
Los antiguos invocaban a las Musas.
Nosotros nos invocamos a nosotros mismos.
No sé si las Musas se aparecían,
dependería sin duda del invocado y de la invocación,
pero sé que nosotros no nos aparecemos.
Cuántas veces me he asomado
sobre el pozo que me supongo ser
y ululado “¡Uh!” sólo para oír un eco
y no he oído más de lo que he visto:
ese tenue albor oscuro con que el agua resplandece
en la inutilidad del fondo.
Ningún eco para mí...
Sólo tenuemente una cara, que debe de ser la mía porque
no puede ser la de otro,
es una cosa casi invisible,
excepto cómo luminosamente surge
en el fondo...
En el silencio y en la luz falsa del fondo...
¡Qué Musa!
4 comentarios:
Aunque hayas leído cien veces un poema de Pessoa, siempre es de algún modo la primera vez.
Serìa estupendo que cuando colgáis un poema de Pessoa, pusierais también a qué heterónimo pertenece.
Cuando yo estuve en Madrid, alguien me preguntó si yo había visto el Aleph. En ese momento yo me quedé atónito; mi interlocutor —que no sería una persona muy sutil— me dijo: pero cómo, si usted nos da la calle y el número. Bueno, dije yo, ¿qué cosa más fácil que nombrar una calle e indicar un número? Entonces me miró, y me dijo: «Ah, de modo que usted no lo ha visto». Me despreció inmediatamente; se dio cuenta de que yo era un embustero, un mero literato, que no había que tomar en cuenta lo que yo decía.
(BORGES)
Oh noche, noche estrellada!, es así
como quiero morir:
dentro de esa imparable bestia de la noche.
Absorbida por el gran dragón,
para desprenderme de mi vida, sin banderas,
sin vientre,
sin llanto.
(ANNE SEXTON)
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