A orillas de las carreteras,
ejércitos amenazantes
de rigurosos cardos,
afilados y adustos
como el fino cristal cuando se quiebra,
repetidos, resecos,
agostados después del largo estío,
en espera tal vez del golpe bravo
de viento o de pedrisca que rompiera
su corona de espinas
su aguda hostilidad de abrojos duros.
Con pinzas los cogía y con cuidado
los dejaba en su mesa descansar,
los miraba despacio, con respeto
o con veneración incluso
y una y otra vez los dibujaba,
volvía a dibujarlos
queriendo descifrar el orden cósmico
de su gravitación,
la lógica ofensiva
de aquellas diminutas
constelaciones
de soles con espinas
o al menos
como intentando dejar algo,
algo sobre el papel de toda esa
belleza tan doliente
del camino difícil,
de la vertiente dura
y de la exquisitez del mal.
Espina por espina
se afilaba el pincel,
se afanaba en el reto, pero nunca
lograba abrir la herida
de cárdenas aguadas.
Por eso no dejó
nunca de dibujarlos.
Cada espina bordaba en el papel
la huella del fracaso.
5 comentarios:
Oiga, doctor, devuélvame mi fracaso.
¿No ve que yo cantaba a la marginación?
¡Hágame caso!
Tus errores y fracasos son tus maestros. Escúchales, averigua qué quieren decirte.
En 1976, Stephen Pile, autor de The Book of heroic Failures (El libro de los fracasos heroicos), creó en Inglaterra un club de meteduras de pata, llamado Not Terrible good Club of Great Britain. El club acabó siendo víctima de su propio éxito: demasiadas personas querían apuntarse a él. Para poder ser miembro había que ser "no demasiado bueno en algo". Se organizaban veladas en las que las personas ofrecían demostraciones de su incapacidad. Para los artistas habia un Salon des Incompétents. Con ocasión de la fundación del club, se dio un banquete en un restaurante exquisitamente malo de Londres. Cuando a la camarera se le cayó por accidente una sopera, el presidente consiguió cogerla. Y dado que había conseguido evitar un desastre, lo expulsaron del club.
Matthijs van Boxsel
Hay que tener cuidado con los enemigos porque uno acaba pareciéndose a ellos.
(BORGES)
Es más fácil juzgar que comprender.
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