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sábado, 12 de octubre de 2019

Fue la primera vez de la alegría (por Miguel Hernández)


Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodeado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría,
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena entre los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.


3 comentarios:

Pablo M dijo...


Si la alegría pudiera medirse -como se mide el ruido, o la distancia, o la humedad del aire, o la temperatura-, los niveles más altos y puros de alegría no se encontrarían en los humanos, sino en los animales.

cajón desastre dijo...

Lo que parece no estar,
lo que no has percibido

porque está cada día,
porque no falta, nunca falta...

de pronto ya no está,
su estar-aquí ha cesado.

Y es entonces cuando

percibes que

lo que un día tras otro
calladamente estaba,

estaba.

todo está en BORGES dijo...

El nacionalismo tienta a los hombres no sólo con el oro y con el poder, sino con la hermosa aventura, con la abnegada devoción y con la honrosa muerte. Tiene su calendario de verdugos pero también de mártires. Sufrir y atormentar se parecen, así como matar y morir. Quien está listo a ser un mártir puede ser también un verdugo y Torquemada no es otra cosa que el reverso del Cristo.

(BORGES)