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martes, 28 de julio de 2020

Persecución (por Sylvia Plath)


Una pantera macho me ronda, me persigue:

un día de estos al fin me matará.

Su avidez ha encendido los bosques,

su incesante merodeo es más altivo que el sol.

Más suave, más delicado se desliza su paso,

avanzando, avanzando siempre a mis espaldas.

Desde la esquelética cicuta, los grajos graznan estrago:

la caza ha comenzado; la trampa, funcionado.

Arañada por las espinas, ojerosa y exhausta,

atravieso penosamente las rocas, el blanco y ardiente

mediodía. En la roja red de sus venas,

¿qué clase de fuego fluye, qué clase de sed despierta?

La pantera, insaciable, escudriña la tierra

condenada por nuestro ancestral delito,

gimiendo: sangre, dejad que corra la sangre.

La carne ha de saciar la herida abierta de su boca.

Afilados, los desgarradores dientes; suave

la quemante furia de su pelaje; sus besos agostan,

dan sed; cada una de sus zarpas es una zarza;

El hado funesto consuma ese apetito.

en la estela de este felino feroz,

ardiendo como antorchas para su dicha,

carbonizadas y destrozadas, yacen las mujeres,

convertidas en la carnaza de su cuerpo voraz.

Ahora las colinas incuban, engendran una sombra

de amenaza. La medianoche ensombrece el tórrido soto;

el negro depredador, impulsado por el amor

a las gráciles piernas, prosigue a mi ritmo.

Tras los enmarañados matorrales de mis ojos

acecha el ágil; en la emboscada de los sueños,

brillan esas garras que rasgan la carne,

y, hambrientos, hambrientos, esos muslos recios.

Su ardor me engatusa, prende los árboles,

y yo huyo corriendo con la piel en llamas.

¿Qué bonanza, qué frescor puede envolverme

cuando el hierro candente de su mirada me marca?

Yo le arrojo mi corazón para detener su avance,

para apagar su sed malgasto mi sangre, porque

él lo devora todo y, en su ansia, continúa buscando comida,

exigiendo un sacrificio absoluto. Su voz

me acecha, me embruja, me induce al trance,

el bosque destripado se derrumba hecho cenizas;

aterrada por un anhelo secreto, esquivo

corriendo el asalto de su radiación.

Tras entrar en la torre de mis temores,

cierro las puertas a esa oscura culpa,

las atranco, una tras otra las atranco.

Mi pulso se acelera, la sangre retumba en mis oídos:

las pisadas de la pantera lamen los peldaños,

subiendo, subiendo las escaleras.


2 comentarios:

Emil Sinclair dijo...

Es un poema que admite varias lecturas. A mí me parece que habla de una pulsión sexual desbocada, como la de un animal en celo.

Lloviendo amares dijo...

RESENTIMIENTO

Las muchachas altivas y de cuerpo perfecto,
que nos miran con gran desprecio,
son fruto de la higuera en la más alta peña:
se las comen los buitres y los cuervos.

(JOSÉ EMILIO PACHECO)