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jueves, 30 de julio de 2020

Siento que no estoy preparado (por Alastair Reid)


Al final del suculento verano
la casa está manchada de verde.
Me estiro en busca de la mano

de mi padre, la antigüedad de sus uñas.
A intervalos, aunque endeble,
aparece y prevalece una dulzura.

La tan aromática noche
parece llegarle a la garganta.
Es como si la noche tosiera.

En los demás cuartos de la casa
los muebles han enmudecido.
La edad se le ha encajado en la cara.

Voy acunándole el tembloroso mentón
y lo afeito, sintiendo que el hueso
va estirándole la piel de cera.

Nos hemos vuelto manos más que nada
y voces que entiendas.
Está la casa toda en pendiente.

Siento que no estoy preparado
para estar sin tu frágil y desperdiciado cuerpo,
los diversos caminos de tu pensamiento,

tu vida, sus venas trastabillantes.
Tarde a tarde, me resisto
a dejarte a solas con tu muerte.

Tampoco me habré de demorar
en la interminable, acumulativa pregunta
que, siendo tu hijo, habré de formular.

Pero una noche cualquiera,
pronto, para ti la oscuridad
no será día que amanezca,

y entonces empezaré contigo
la vacilante conversación
que sigue y sigue y sigue.


3 comentarios:

DaniPovedano dijo...

Parece que la traducción no está muy trabajada. En todo caso es un poema enormemente emotivo.

Fuego de palabras dijo...

El compañero de mi vida lee un libro sobre Kafka. Al cruzar el pasillo yo lo miro de refilón: tiene su rostro la expresión de un niño, ese gesto que teníamos cuando leíamos tebeos, lee como si el libro fuera un libro de aventuras. Y algo en mí rie para adentro, algo se pone alegre, muy alegre. Me bebo un vaso de agua y brindo por la dicha que me espera.

(FRANCISCA AGUIRRE)

Lloviendo amares dijo...

Nuestra madre, como nosotras, tiene dos polos. Uno alegre y otro más depresivo.
Uno que dice que sí a todo, y otro que le contesta que no.

Nuestra madre cocina, lava, plancha. La otra lee, va a la peluquería y mientras le arreglan el pelo, se lo lavan, se lo peinan, cierra los ojos y se abandona a unas manos desconocidas, que de vez en cuando por el trabajo que realizan, se confunden con una caricia. Entonces mi madre cierra los ojos y su boca se destensa y una lágrima desciende de su ojo cerrado por su mejilla hasta quedar colgando de su rostro, temblorosa, tomándose el tiempo necesario para soltarse y caer hasta las baldosas negras y blancas cubiertas de pelos.

Nuestra madre va siempre a la misma peluquería porque tienen sillas Triumph de Barcelona… donde alguna vez decía nuestra madre, ella se iría.

El dueño del corazón de nuestra madre tal vez vive en Barcelona. Y por eso ella quisiera irse allí. De él guarda unas viejas y amarillentas cartas que relee cuando atardece. Así no siente que sea un peso vivir la vida de nuestra madre.

(MALÚ URRIOLA)