Ella siempre sonríe en mi recuerdo. La sonrisa es su patria. Allí la dejé. Mi sueño y mi recuerdo más antiguo es su sonrisa. Lo demás son tinieblas y vagas metafísicas. A veces hay un brillo (de los ojos), una mano que viene, refrenada y marítima (hasta podría imaginar que esa mano alcanza mi pelo). Quizás podría reconstruir, con algún esfuerzo, a aquella mujer y tenerla, nueva, y tenerla a mi lado: una mujer hecha de visiones, fervores y anhelos. Pero, al final, ella está quieta en mi recuerdo, cardinal y levemente maligna, inaugurando para mí el amor, cambiándome el curso de la era, mientras sigo a sus pies, hablando del amor, como aquella noche.
Su sonrisa me basta. No necesito saber más para seguirla amando. Pero ahora, en cambio, está saliendo el sol y me sacudo esos penosos atributos, me despojo y me levanto, a sumarme a la algarabía y al concierto de las pequeñas cosas.
2 comentarios:
Frankie estaba tan crecida, aquel verano, que ya no podía andar por debajo del emparrado como siempre había hecho. Otras criaturas de doce años seguramente podrían todavía pasear por allí debajo y hacer teatro y divertirse. Incluso señoras mayores que fueran bajitas podrían pasar bajo las ramas; pero Frankie ya era demasiada alta; aquel año tenía que quedarse dando vueltas y mirar desde fuera como los mayores.
(CARSON McCULLERS)
Temblábamos de miedo, te lo juro,
vigilando en los camiones
a esa chusca tropa de fanáticos.
Chacanas tutelares de bronce y de alpaca
colgaban relumbrando de sus cuellos.
Borrosos tatuajes del Chimú
marcaban sus brazos engrillados.
La orden fulminante fue soltarlos en la sierra
y darles por la espalda
sin ni un asco con los AKA.
Murieron, pues así, en nombre del futuro.
Cayeron, pues así, mirando hacia el pasado.
(HUENÚN)
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