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sábado, 8 de junio de 2013

Cada vez más pequeños (por Ana Blandiana)



Deberíamos nacer ancianos,

despiertos, capaces de decidir

nuestro destino en la Tierra,

saber desde la primera encrucijada

qué camino tomar

y que irresponsable sólo sea

el deseo de ir más lejos.

Después, hacernos al caminar,

aún más y más jóvenes,

maduros y fuertes alcanzar

las puertas de la creación,

traspasarlas y entrar enamorados

a la adolescencia,

ser niños cuando nazcan nuestros hijos.

Igual serían siempre más viejos que nosotros,

nos enseñarían a hablar,

y nos mecerían para dormirnos,

desapareceríamos cada vez más,

seríamos cada vez más pequeños,

como un granito de uva, de arveja o de trigo...

6 comentarios:

omar enletrasarte dijo...

muy bueno!
saludos

mailconraul dijo...

Uno u otro camino lleva a la misma encrucijada. ¿No sería mejor desaparecer en un suicidio de culminaciones como amantes de lo irrepetible?

ORáKULO dijo...

El mayor esfuerzo de la amistad no es mostrar nuestros defectos al amigo, sino hacerle ver los suyos.

ORáKULO dijo...

Incluso lo agradable, cuando nos es impuesto como un deber, se vuelve desagradable.

Cide Hamete Benengeli dijo...


Pa que yo te olvide a ti
tengo que ver dos señales.
O se han de fundir los cielos
o se han de secar los mares.

TóTUM REVOLúTUM dijo...


SECÁNDOSE RÁPIDAMENTE (Wislawa Szymborska)

La realidad exige que también mencionemos esto: la vida sigue. Continúa en Cannae y en Borodino, en Kosovo Polie y en Guernica. Hay una estación de gasolina en una pequeña plaza de Jericó, pintura fresca en los bancos del parque de Bila Hora. Las cartas se cruzan entre Pearl Harbor y Hastings, una camioneta pasa debajo del ojo del león de Queronea, y los florecientes huertos cerca de Verdún no pueden escapar al atmosférico frente que se aproxima. Hay tanto Todo que la Nada se esconde casi gentilmente. La música brota de los yates anclados en Accio y las parejas bailan en las cubiertas bañadas por el sol. Hay tantas cosas sucediendo siempre que deben estar pasando en todas partes. Donde no hay ni una sola piedra en pie vemos al Hombre de los Helados rodeado de niños. Donde Hiroshima estuvo, Hiroshima está de nuevo, produciendo cosas para el uso de cada día. Este terrible mundo no está desprovisto de encantos, de las mañanas que hacen inestimables los despertares. La hierba es verde en los campos de Maciejowice, y salpicada de rocío, como es lo normal de la hierba. Quizá todos los campos son campos de batalla, todas las tierras lo son, las que recordamos y las que se han olvidado: los bosques de abedules, cedros, abetos, la blanca nieve, las amarillas arenas, la gris grava, los iridiscentes pantanos, los cañones de negra derrota, donde, en tiempos de crisis, puedes esconderte debajo de un arbusto. ¿Qué moral sacamos de esto? Probablemente ninguna. Sólo que la sangre fluye, secándose rápidamente, y, como siempre, unos cuantos ríos, unas cuantas nubes. Sobre trágicos pasos de montañas el viento hace volar sombreros de cabezas inconscientes y no podemos evitar reírnos de eso.