zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 30 de abril de 2018

No nacimos mañana (por Adrienne Rich)


Porque ya no somos jóvenes, las semanas han de bastar
por los años sin conocernos. Sólo esa extraña curva
del tiempo me dice que ya no somos jóvenes.

¿Caminé yo acaso por las calles en la madrugada, a los veinte,
con las piernas temblándome y los brazos en éxtasis más pleno?
¿Acaso me asomé por alguna ventana buscando la ciudad
atenta al futuro, como ahora aquí, esperando tu llamada?
Con el mismo ritmo tú te aproximaste a mí.

Son eternos tus ojos, verde destello
de hierba salvaje refrescada por la vertiente.

Sí. A los veinte creíamos ser eternas.
A los cuarenta y cinco deseo conocer incluso nuestros límites.
Te acaricio ahora, y sé que no nacimos mañana,
y que de algún modo tú y yo nos ayudaremos a vivir,
y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.



domingo, 29 de abril de 2018

Por ninguna razón en concreto (por Ray Bradbury)


¿Por qué nadie me habló de llorar en la ducha?
Qué sitio tan perfecto para el llanto,
qué sitio tan idóneo para abandonarse
sabiendo que nadie te oye.
Dejas caer tus lágrimas. Sabes que entre las gotas
no molestan a nadie, excepto a ti. Allí de pie
enjuagas tu tristeza,
tu cabeza y tu rostro son masajeados por tormentas primaverales
o, pensándolo mejor, por la lluvia de otoño.
Te vacías hasta quedarte en nada. Después te colma el gozo.
Pero primero viene la tristeza, su posesión.
Más tarde, la sed de melancolía encuentra su hueco
en los rincones y conoce el dolor.
Puede llevarte a ella: la última hoja de un árbol;
o quizás el modo en que la brisa, acompañada de gatos,
avanza con sigilo por el césped;
o un chico en bici
vendiendo a gritos el final del verano;
o un juguete abandonado como una duda sobre un sendero;
o una niña con una sonrisa tan inocente que te parte el corazón;
o ese frío momento en que todos los lugares y rincones y habitaciones
de tu casa se quedan vacíos y silenciosos,
en que se van tus hijos, sus cálidos dormitorios se vuelven helados,
y sus camas (esponjosos pasteles en verano
que, sin la levadura, se deshacen),
esperan que los gatos visiten a esos fantasmas medio olvidados
durante el largo otoño.
Así, por ninguna razón en concreto,
crecen los antiguos océanos,
tus ojos se llenan de sal;
entonces muere algo desconocido y debe ser llorado.
De pie, bajo la ducha, a mediodía o por la noche
es lo correcto y bueno y adecuado.
Lo que nunca entendiste, ahora lo comprendes.
Tu tierra interior se nutre maravillosamente de lágrimas:
los años que has traído para cosechar
ya están segados y almacenados;
los amores, precintados y ordenados.
Una vida entera encerrada en tu sangre, se libera y desata.
Conócela. Arrójala
fuera de tus ojos bajo el dulce fluir de las lluvias.
Pero ahora, presten atención, hombres duros, buenos muchachos:
esto no sólo es útil para mujeres perdidas o abandonadas;
su necesidad es idéntica.
Sigan su ejemplo.
Tomen prestado el dolor y despreocúpense.
Por Dios, inténtenlo.
No se trata de aprender a llorar
sino de aprender a morir.
Lloren hasta la madrugada.
Conmocionados por la lección aprendida,
ríanse como recién nacidos a la hora del baño y griten:
Maldita sea, muchachas. ¿Qué significa esto?
Dulces viudas, váyanse al infierno.
¿Por qué?
¿Por qué, por qué, oh Dios, por qué
nadie me habló de llorar en la ducha?



sábado, 28 de abril de 2018

La calle del mundo (por Lawrence Ferlinghetti)


La calle larga
que es la calle del mundo
pasa alrededor del mundo
está llena de gentes de todo el mundo
para no mencionar todas las voces
de toda la gente
que alguna vez existió
Amantes y llorones
vírgenes y dormilones
vendedores de fideos
hombres sandwich
lecheros y oradores
banqueros sin carácter
frágiles amas de casa
enfundadas en nailon
desiertos de publicistas
manadas de potranquitas
saliendo del secundario
multitudes de universitarios
hablando hablando hablando
caminando sin rumbo
o colgándose de las ventanas
prestando atención
a lo que sucede en el mundo
donde todo sucede
tarde o temprano
Y la calle larga
que es la calle más larga
de todo el mundo
pero no tan larga
como parece
pasa de largo
a través de todas las ciudades
y de todos los paisajes
baja todos los callejones
sube todos los boulevares
atraviesa todos los cruces de caminos
cruza luces rojas y luces verdes
ciudades bajo el sol
continentes bajo la lluvia
hambrientos Honkones
las tierras yermas de Tuscaloosa
los Oaklanes del alma
los Dublines
de la imaginación
Y la calle larga rueda y rueda
es un enorme tren a vapor
traqueteando alrededor del mundo
con sus pasajeros llorando a gritos
y bebés y canastas de comida
y perros y gatos
y todos ellos imaginando
quién es el que estará en la cabina
conduciendo el tren
si alguno
el tren que circula alrededor del mundo
como un mundo en movimiento
todos ellos pensando
simplemente qué sucede
si algo
algunos sacan medio cuerpo
por las ventanillas
miran hacia adelante
intentan ver al conductor
en la cabina
de un solo ojo
tratan de verlo
vislumbrar su rostro
cuando giran en una curva
pero nunca lo lograrán
a pesar de que en ocasiones
da la impresión
de que lo verán
La calle se sacude
el tren sigue rodando
con sus ventanas alzándose
sus ventanas las ventanas
de todos los edificios
en todas las calles del mundo
rodando
a través de la luz del mundo
a través de la noche del mundo
con faroles en los pasos a nivel
perdidas luces centelleantes
multitudes en los carnavales
circos nocturnos
prostíbulos y parlamentos
fuentes olvidadas
puertas de sótanos
puertas no halladas
perfiles a la luz de los faroles
danzantes ídolos pálidos
mientras el mundo se estremece
Pero ahora el tren llega
al tramo solitario de la calle
la parte de la calle
que circunvala los lugares
solitarios del mundo
Y este no es el lugar
donde cambiarás de tren
abordando el Expreso
a las playas de Brighton
Este no es el lugar
donde se pueda hacer algo
Esta es la parte del mundo
donde no se puede hacer nada
donde nadie hace nada
nada en absoluto
Donde nadie está en ningún lugar
ninguno en ningún lado
excepto tú mismo
Ni un espejo
para duplicar tu soledad
Ni un alma
sólo la que te pertenece
tal vez
e incluso quizás
ésa no esté allí
tal vez
no te pertenece
tal vez
porque estás
lo que se dice muerto
has llegado a tu destino
Desciende


viernes, 27 de abril de 2018

El amor que murió al nacer (por Dante Gabriel Rossetti)


La hora que podría haber sido pero que no es
fue concebida en el corazón del hombre y de la mujer,
sin importar el infecundo sostén de la vida;
¿en qué orillas lo espera el cansado mar del tiempo?
Hijo de todas las alegrías consumadas, libres,
en algún lugar suspira y sirve,
y mudo ante la Casa del Amor,
oye a través de la puerta resonante
sus horas elegidas en un constante eco.

¡Pero mirad! ¿Qué almas casadas, tomadas de la mano,
caminan juntas por el inmortal hilo
con ojos donde las ardientes luces
de la memoria añoran el hogar?
Mirad cómo la pequeña hora paria se vuelve,
salta hacia ellos y en sus rostros vencidos grita:
Soy vuestro hijo. ¡Oh, padres, por fin he venido!



jueves, 26 de abril de 2018

Tal vez ya haya nacido el Porvenir (por Mihály Babits)


1

Entre las calles de Pest gentes que corren, fusilazos,
policías, vidrios rotos, voz del pueblo, revolución.
Yo aquí cuento los minutos, impotente, solitario
no hay noticias, no hay periódicos, mi tranvía se detuvo.
Vivo yo en mi muda aldea, donde ni los perros ladran,
donde las vacas no mugen y no chillan los lechones.
Bajo el alero de junco hay colgada una mazorca con granos de topacio.
Muro de color de nieve, sombra azul. Silencio, sólo el trinar de golondrinas.
Nada más cuando el tranvía atraviesa trepidando este lugar y como la vaca muge
se siente la cercanía monstruosa de la ciudad.
Pero duerme ahora el paisaje: detenido está un tranvía reventado.
¡Oh, tranvía mío triste! ¡Triste es este mundo mudo!
Triste en la sombría aldea es, soñando, ver los rieles ya vacíos.
¡Oh, rieles advenedizos! ¿me lleváis hoy todavía?
¿Me llevaréis todavía donde ahora tintinea la ventana,
donde chorrea la sangre, hierve la revolución?
Donde a las alborotadas muchedumbres las gobierna ahora el callado Petöfi
y la Idea está parada en la esquina como divina meretriz;
donde, mientras esto escribo, en el gran lecho de enferma de mi Hungría
entre sangre, entre tormentos tal vez ya haya nacido el Porvenir.

2

Porvenir, oh tú que vienes y no presiente ninguno que aquí estás;
vienes y nadie te ve; vienes bajo un denso velo oculto,
¿qué traes, desconocido? ¿qué te llevas?, ¿tienes acaso una meta?
¿o lo mismo que un borracho en tu camino das traspiés?
Ah, borracho estás con vinos de mil ideas dementes.
¡Sueñas y el deseo enfermo enturbia el sabor de tu sueño!
Sueño eres tú mismo: el sueño del pasado que quisiera ya morir
y llora porque le duele todo y ya no puede más de enfermo.
Oh, que venga una mortífera justicia a la vida que se trocó en la mentira,
que en las calles pronto aceche ya muerta vagabunda:
¡Todo da lo mismo ya!, que se derramen los bajíos de los mares,
que todas las purulencias se vomiten: ¡venga la revolución!
¡venga la barbaridad!, venga, al menos, la verdad,
después de tantos engaños y descuidos.
Venga pues este delirio que propale todos, todos los secretos,
el que a uno le dirá: “Cobarde amigo del derecho, ¡tiembla tú!”
Y al otro dirá: “En tus labios se ha gastado la palabra: ¡libertad!,
y era tu puño martillo, y era tu corazón déspota.”
Y al otro: “Tu mano ha sido pérfida e interesada:
tu mano está ensangrentada: ¡puedes lavar tus manos!”
Y a todos: “¡Fuera las supervivencias fanáticas, los forjados ideales!
¡Este mundo no es un juego! Hay que ver y hay que crear”.


miércoles, 25 de abril de 2018

Andando (por Juan Ramón Jiménez)


Andando, andando.
Que quiero oír cada grano
de la arena que voy pisando.

Andando.
Dejad atrás los caballos,
que yo quiero llegar tardando
(andando, andando),
dar mi alma a cada grano
de la tierra que voy rozando.

Andando, andando.
!Qué dulce vuelta a mi campo,
noche inmensa que vas bajando!

Andando,
Mi corazón ya es remanso;
ya soy lo que me está esperando
(andando, andando),
y mi pie parece, cálido,
que me va el corazón besando.

andando, andando,
!Que quiero ver el fiel llanto
del camino que voy dejando!



martes, 24 de abril de 2018

Lo que él diga (por Marie Howie)


Cuando estoy cansada y no logro decidir

algún asunto difícil

he empezado a pedir opinión a mis amigos muertos.

Y la respuesta es casi siempre inmediata y transparente.

¿Acepto el trabajo? ¿Me mudo a la ciudad?

¿intento concebir un hijo en mi madurez?

De pie mueven sus cabezas sonrientes al unísono.

Lo que conduzca a la alegría, contestan siempre,

a más vida y menos preocupación.

Miro dentro del jarrón donde estuvieron las cenizas de Billy

-es verde ahí dentro, un jarrón verde-

y le pregunto a Billy si debo devolver esa llamada.

Y dice: sí.

-Billy ya atravesó la temible puerta-

Y lo que él diga, eso haré.


lunes, 23 de abril de 2018

Mi pájaro familiar (por Henri Michaux)



El pájaro que se pierde


Aquel está en el día en que aparece, en el día más blanco. Pájaro.


Aletea, se vuela. Aletea, se pierde.


Aletea, reaparece.


Se posa. Y después no está más. Con un batir de alas se ha perdido en el espacio blanco.


Así es mi pájaro familiar, el pájaro que acude a poblar el cielo de mi pequeño patio. ¿Poblar? Ya se ve cómo…


Pero me quedo en el lugar, contemplándolo, fascinado por su aparición, fascinado por su desaparición.



domingo, 22 de abril de 2018

Me fui de todos modos (por Isabel Bono)


Buenos días, he tenido seis sueños en este viaje tan largo
cantaba Javier Bergia.
Bajas, te llevas las llaves y me dejas sin música.
Luces de emergencia tac-toc como una bomba relojería.
Explosión y erosión
antes y después de la primera luz del Big-bang.
Me largo antes de que salte por los aires
este corazón sin tracción en las cuatro ruedas.
Ya sé que habíamos quedado
en que aguantaría hasta el the end, pero
esta calle mal iluminada parece un fundido en negro
más que una noche americana.
¿Qué haremos cuando no sea suficiente
con admirar lo que otros construyen?
¿Cuando las grúas
y el mecanismo de los astros no sean suficientes?
¿Cuando las estrellas corten sus hilos celestes
y constantes decimales periódicos
sin llegar a aproximarse a la terrible verdad
y se atraigan y caigan
unas sobre otras como nosotros aquel verano?
Dejo una nota en el parabrisas y me voy.

Te creí cuando dijiste: Mi ideal sería pasar por aquí
por los edificios, las escuelas
las chicas, las instituciones, la política y la sociedad
Mataría cucarachas, perros, actores porno
por poder vivir la vida como Alberto Caeiro
que decía: Pensar es estar enfermo de los ojos.
Tú no creías en la historia
en la gravedad que sostiene galaxias enteras
ni en líneas imaginarias pero, si hubieras podido
te habrías agarrado el meridiano de Greenwich
como si fuera la barra de los bomberos
sólo por ver amanecer dos veces.
Dicen que mirar el fuego de una cerilla
da ganas de orinar, dijiste.
No creo que una llama tan pequeña
tenga tanto poder, dijiste.
Definitivamente no creías en nada.
Vivir sola no fue fácil.
‒Buenos días (amor) he tenido seis sueños.
Nadie contestó,
pero esa misma mañana recibí dos telegramas.
Quiero sentir frío, pensé. Sentir la respiración helada
de un ejército de erizos en el estómago.
Me miré más de cien veces las líneas de la mano
sólo por comprobar si estaba avisada
o era una jugarreta del destino, y me levanté
dispuesta a no abrir la boca. Llamas desde una cabina.
Decir: tengo la cabeza llena de grillos
desde que mi madre se puso a vaciar cajones
ropa blanca, mantelerías
y varios electroencefalogramas: rarezas de museo.
A ti te daba pena verte en un carnet antiguo
y a mí me dan pena mis ondas cerebrales. Pero no.
Habla él. De su nueva novia, de las bibliotecas de París
de unas rocas en forma de huevos gigantes de color rosa.
‒Seguro que sigues olvidando regar las plantas.
Nos despedimos. Sillón, sol, música: vaciándome.

Hay personas a las que les crecen
frutos y peces tropicales de las manos,
pienso mientras me hablas de física.
Dices que la teoría de la relatividad está superada
y que ahora es la súper cuerda.
Partículas que lo atravesaban todo
(piones, muones, neutrinos).
Los neutrinos no tiene carga.
Ahora, al saberlo, dice,
cuando hay un haz de luz pone la mano
para que los neutrinos lo atraviesen
ya que nada lo atraviesa porque anda
insensible (anestesiado).
Y me fui hacia la puerta. Y llévate esos cedés
que te van a gustar
aunque contigo nunca se sabe. Y otra vez el haz de luz
y las partículas saliendo de la cocina, y se te escapa
un poema de Kipling demasiado heroico.
Y no te dejes el de Billy Bragg
que tiene un poema de Kipling, precisamente.
¿Pero tienes que irte? ¿Pero tienes algo que hacer?,
insiste. Quédate.
‒Pero no me quito el abrigo, que estoy temblando.
William Bloke me da cuatro golpes en la espalda.
También me dieron las seis.

Algo falla, lo noto: te costó convencerme de que éramos felices.
Tuviste que ponerme mercromina en el corazón
y obligarme a escuchar quince veces seguidas
En un mundo tan pequeño.
Me fui de todos modos porque tus palabras
como un neutrino más, me atravesaban sin estruendo.
‒Me voy. Tengo que regar las plantas.
Volver no significa necesariamente
llegar huyendo de otro lugar. Esta vez sí.
Afortunadamente nadie había cambiado la cerradura.
No había luz. Cené una cerveza y me masturbé dos veces.
Me pregunto qué estarás haciendo en este momento tú
miro por la ventana, a veces eso ayuda y a veces no, cantaban.

Un amor así también es de este mundo
pensé, y me fui a la cama sin ducharme.


sábado, 21 de abril de 2018

El pan se repartió (por Eugenio Montejo)


El tacto de la harina en las manos nocturnas,
nuestra humilde nieve natal
que Dios nos manda.

En la boca del horno
el fuego con su canto de gallo.

La noche cae más densa al fondo de la cuadra,
los panaderos con sus gorros níveos
van y vienen detrás de los tablones,
trabajan para el mundo que duerme.

Es el silencio blanco en la hora negra,
el termo de café,
los cuentos de lejanos burdeles;
puedo mirarlos adentro de las sombras,
sobre su piel se va adensando la blancura
y la piedad de los nevados árboles.

Antes que las palabras fue la cuadra de mi vida,
hombres de gestos nítidos,
copos de levadura,
fraternidad de nuestra antigua sangre.
Los sigo viendo insomnes en la noche,
ya completan la carga de sus cestos,
rojea el horno apurándolos.
A un punto de la sombra todos se desvanecen,
casa por casa el pan se repartió,
la cuadra ahora esta llena de libros,
son los mismos tablones alineados, mirándome,
gira el silencio blanco en la hora negra,
va a amanecer, escribo para el mundo que duerme,
la harina me recubre de sollozos las páginas.



viernes, 20 de abril de 2018

Ambos caminaban (por Eavan Boland)


En la peor hora de la peor estación

del peor año de todo un pueblo

un hombre sale de su taller con su esposa,

él caminaba —ambos caminaban— hacia el norte.


Ella estaba enferma por la fiebre del hambre y no podía mantenerse en pie.

Él la levantó y se la echó a la espalda.

Él caminaba hacia el oeste y el oeste y el norte,

hasta que al anochecer llegaron bajo las estrellas de helada.


Por la mañana fueron encontrados muertos,

de frío. De hambre. De las toxinas de toda una historia,

pero los pies de ella se mantenían contra el pecho de él

el último calor de su carne fue su último regalo para ella.


No dejes que ningún poema de amor llegue a este umbral.

No hay lugar aquí para la alabanza inexacta

de la gracia fácil y de la sensualidad del cuerpo.

Sólo hay tiempo para este inventario sin piedad:


Su muerte juntos en el invierno de 1847.

También lo que sufrieron. Cómo vivieron.

Y qué hay entre un hombre y una mujer.

Y en qué oscuridad se puede demostrar mejor.



jueves, 19 de abril de 2018

Una red atrapó una red (por Paul Celan)


En el manantial de tus ojos
viven las redes de los pescadores del Mar Extravío.
En el manantial de tus ojos
mantiene el mar su promesa.

Aquí arrojo,
corazón que moró entre los hombres,
de mí los vestidos y el brillo de un juramento:

Más negro en lo negro, estoy más desnudo.
Sólo desavenido soy fiel.
Yo soy tú cuando yo soy yo.

En el manantial de tus ojos
surco y sueño pillaje.

Una red atrapó una red:
nos separamos abrazados.

En el manantial de tus ojos
un ahorcado estrangula la cuerda.


Cambia la estación (por Wallace Stevens)


Adiós a una idea... Una cabaña en pie,
abandonada, sobre una playa. Es blanca,
como de costumbre o de acuerdo con
un tema ancestral o como consecuencia
de un rumbo infinito. Las flores contra el muro
son blancas, están mustias, una especie de marca
recordando, intentando recordar una blancura
que era diferente, otra cosa, el año pasado
o antes, no la blancura de una tarde al envejecer,
no sé si más fresca o más apagada, si de nube de invierno
o de cielo invernal, de un horizonte a otro.


El viento arrastra la arena por el suelo.
Aquí, ser visible es ser blanco,
es tener la solidez del blanco, la realización
de un extremista en un ejercicio...

Cambia la estación. Un viento frío congela la playa.
Sus largas líneas se hacen más largas, y vacías,
una oscuridad se acumula aunque no cae
y la blancura crece menos vívida en el muro.


El hombre que camina se vuelve sobre la arena con estupor.
Observa cómo el norte siempre engrandece el cambio,
con sus brillos helados, sus curvas rojiazules
y ráfagas de grandes ascuas, su verde polar,
el color del hielo, del fuego y de la soledad.



miércoles, 18 de abril de 2018

Como algo que nadie admira (por Anna Świrszczyńska)



Feliz como algo sin importancia

y libre como una cosa sin importancia.

Como algo que nadie admira

y que no se admira a sí mismo.

Como algo de lo que todos se burlan

y que se burla de sus burlas.

Como carcajada sin una razón seria.

Un grito más fuerte que el grito.

Feliz como pase lo que pase

como cualquier pase lo que pase


Feliz

como cola de perro.



martes, 17 de abril de 2018

Demasiado tarde (por Henrik Nordbrandt)



Adonde quiera que vayamos siempre llegamos demasiado tarde

a aquello que una vez salimos a buscar.

Y en cualquier ciudad en que nos quedamos

están las casas a las que es demasiado tarde para volver

los jardines en los que es demasiado tarde para pasar una noche de luna

y las mujeres a las que es demasiado tarde para amar

lo que nos tortura con su intangible presencia.


Y sean cualesquiera las calles que creemos conocer

nos llevan más allá de los jardines floridos que andamos buscando

y que difunden por toda la vecindad sus pesadas fragancias.

Y cualesquiera que sean las casas a las que volvemos

llegamos demasiado tarde por la noche para ser reconocidos.

Y cualesquiera que sean los ríos en que nos reflejamos

no nos vemos hasta que les hemos dado la espalda.


lunes, 16 de abril de 2018

Era descubrir (por Pedro Salinas)


¿Cómo me vas a explicar,

di, la dicha de esta tarde,

si no sabemos por qué

fue, ni cómo, ni de qué

ha sido,

si es pura dicha de nada?

En nuestros ojos visiones,

visiones y no miradas,

no percibían tamaños,

datos, colores, distancias.

De tan desprendidamente

como estaba yo y me estabas

mirando, más que mirando,

mis miradas te soñaban,

y me soñaban las tuyas.

Palabras sueltas, palabras,

deleite en incoherencias,

no eran ya signo de cosas,

eran voces puras, voces

de su servir olvidadas.

¡Cómo vagaron sin rumbo,

y sin torpeza las caricias!

Largos goces iniciados,

caricias no terminadas,

como si aún no se supiera

en qué lugar de los cuerpos

el acariciar se acaba,

y anduviéramos buscándolo,

en lento encanto, sin ansia.

Las manos, no era tocar

lo que hacían en nosotros,

era descubrir; los tactos

nuestros cuerpos inventaban,

allí en plena luz, tan claros

como en la plena tiniebla,

en donde sólo ellos pueden

ver los cuerpos,

con las ardorosas palmas.

Y de estas nadas se ha ido

fabricando, indestructible,

nuestra dicha, nuestro amor,

nuestra tarde.

Por eso no fue nada,

sé que esta noche reclinas

lo mismo que una mejilla

sobre este blancor de plumas

-almohada que ha sido alas-

tu ser, tu memoria, todo,

y que todo te descansa,

sobre una tarde de dos,

que no es nada, nada, nada.



domingo, 15 de abril de 2018

Sin saber qué quitabas (por Héctor Viel Temperley)



Desde que me quitaste

tu cuerpo,

sin saber qué quitabas,

hay más tiempo

en el cielo

y una mancha de sangre

en el cabo

de mi hacha.


Hacho pisando hojas,

me desnudan y bañan

en un patio de estancia.


La vida es una larga

pileta con violetas,

una pileta en forma

de cruz

que se cubría

y que cubría el campo

de violetas.


Ya no grito tu nombre

cuando sueño

que he perdido las botas

o que muero.

Ahora las busco solo

por el suelo

como cuando buscaba

gateando mis soldados.


Y cuando sueño que te vas

no grito

pero salgo a buscarte

y llego tarde

y me enferma tu tiempo.

En el sueño es verano;

la mañana es de invierno.


sábado, 14 de abril de 2018

Roces (por Roberto Jarroz)



Roce del tiempo con el tiempo,

roce de una mirada con su objeto

o con otra mirada,

roces de los cuerpos que vagan

como extrapolaciones del vacío,

roce de un pensamiento con otro

o con su propia sombra.


Los roces constituyen la vida

y quizá la calientan levemente

ante el invierno sin roces de la muerte.

La unión y el encuentro

son blancos demasiado netos

y el frío los abate

como a troncos fácilmente localizables.


Vivir parece sólo un roce con el ser.

Pero tal vez sea posible

detenerse en un roce,

como una canción en una rama,

para saludar al sol o a los pájaros.



viernes, 13 de abril de 2018

En sus cristales rotos (por Natalia Litvinova)


El tiempo se rompe como un vaso.

Puedo juntarlo con las manos y admirar

el mundo en sus cristales rotos.

O puedo juntar las manos como quien reza.

No juntar más que mis manos.

Apuntar con los dedos a mi pecho

disparando sin darme muerte.

Tan sólo acomodarlas allí

como a dos palomas débiles y frías

después de una vida de lluvia.



jueves, 12 de abril de 2018

Alguien lo había conseguido (por Iván Rojo)



Una vez vi un cepo con media pata entre los dientes


El rastro herido se adentraba decidido en la hojarasca


El rojo sobre el amarillo brillaba como un amanecer


Alguien lo había conseguido. Alguien era libre


Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que no doliera.



miércoles, 11 de abril de 2018

Hincado ante la tarde (por Oliverio Girondo)


¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.

Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel.



martes, 10 de abril de 2018

Al dolor no le busco sustituto (por Isabel Bono)


Querías llenar los muros de toda la ciudad.
Ser escritor no es eso, te dijo alguien (ahora).
Cuando ella apareció viste el cielo abierto
tu corazón abierto, los brazos abiertos
todas las veces que (mínimamente)
creíste conectar con algún dios.
No viste el serrín que arrastraban mis botas.
Entre mis papeles nunca encontraste palabras como:
Al dolor no le busco sustituto que sepa a miel
ni a dulce sacudida de balcón sobre una alfombra.
‒El futuro es una abeja empotrada en el viento.
No.
El futuro es una casa vacía, moradores sin rostro
acudirán a su puerta con obsequios idénticos
habitantes de humo y sueños malogrados.
El futuro a la deriva todas las veces roto
por un beso de alquitrán entregado a la muerte
cada vez con la misma fuerza, nadie es capaz de detenerlo.
El futuro afilado y brillante, paciente y frío
abismo de asfalto duro y seco que no se deja sobornar.
El futuro tiene voz de bosque
está lleno de mensajes que obedecen al silencio
no discute con el azar su precisión, su demora, débil armonía.
El futuro entorpece la búsqueda
el recorrido marcado se desvanece al amanecer
como en un salto al vacío.
El futuro no es posible sin profetas
les comió la lengua el gato
ni su silencio será suficiente
cuando llegue la edad de la renuncia.

Renuncio: 6,6% vol. multiplicado por tres es demasiado
para mis 49 kilos y mis 4,5 litros de sangre, dije.
Te parezco bonita (insistí)
porque bebo cerveza directamente de la botella
mientras con la otra mano sostengo un libro.
Porque hago que fumo
apoyada en la ventana de espaldas a ti.
Porque me muevo como un gato
cuando me miras, cuando no me miras.
Aire y luz y espacio, pedía Henry Miller.
Yo me conformo con un café con leche.
‒Buenos días, amor. Mira lo que he visto.
Volver a casa en dos tramos.
No te pares, dijo, porque moverse sostiene.
Un semáforo mal coordinado
acaba conmigo en la Glorieta de Carlos V.
Tú intentabas distraerme con frases poco elaboradas.
Tenemos poca experiencia en milagros,
tenías que haberme dicho.
Pero no te lo explico más. Pregúntales a las piedras por mí.
Pregúntale al grito de Tarzán, a las sirenas de los cargadores.
Porque volver era encender todas las luces de la casa
y no verte.

Todo empezó el 12 de diciembre
por haberme saltado dos paradas.
Llegué a casa con un dedo pegado al timbre y otro
entre las páginas de un libro de Susan Sontag.
Quizá te sentó mal que perdiera las llaves.
Dejar de quererme por eso
me pareció tan desproporcionado que me eché a reír.
Quizá fue mi risa de niña asustada.
El libro sigue sobre la mesa
haciéndose las mismas preguntas que yo (ahora).
Esa noche te llamé dos veces.
Las dos para decir que estaba bien. Me creíste.
Caíamos sin saberlo en un balde de leche cortada.
Caer no era melancolía de horas ni alud
(de septiembre) en las tripas. Caer: nada al otro lado.

Billy Bragg canta a Woody Guthrie.
Ceveza fría de lata en pleno invierno.
En diez minutos tendré que echarme una manta
o quemar los muebles. Después dirás que no te quise.

Si ésta fuera mi casa dejaría de escribir sobre ti.
Tú no dejarías de fumar
pero cada lunes lo intentarías con la misma sinceridad
que (ahora) el licor hace que pienses que sí
que era posible, que no nos dimos cuenta
antes y después de besarme.
‒El café sin azúcar, amor.
Qué lejos el mar, dirás sin ganas.
Qué desmesurado el peso de los domingos sin estufa.
Qué fácil todo aun sin haber bebido.
Parecía irremediable volar (clase turista) hacia Estocolmo.

Se supone que miento. Camuflaje (engranaje) las tardes
que no recuerdo haberte visto fumando en la cocina.
Tú no entiendes que haya momentos
en los que no me importe que sea lluvia
u orines calientes lo que corra por mi cara.
El frío acudía puntual al laberinto de mi oído
cada vez que cerraba los ojos.
No soñaba volver:
soñaba no usar jerseys de cachemir en agosto.
Sandalias para el verano
tirantes y collares de semillas para el verano, amor
huesos de chirimoya taladrados
(mi corazón) sobre un plato.
El anillo que me pusiste la primera noche nunca apareció.
Las hormigas son urracas, dije.

Escribe sobre el verano, amor.
Moscas en mi cabeza, amor, no pájaros.
Moscas y abejas. Sin miedo, amor.
Dibújame, amor (repito), sin miedo (repito)
de un solo trazo. Tinta china mis labios (antes y después).
Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel
como en aquella película de Greenaway
que nunca llegué (ahora) a entender.
Quiero ser tu escena plateresca favorita
aunque tampoco entienda lo que significa.
Quiero ser china. Quiero ser tinta.
Ya lo dijo Ingres:
El dibujo es la probidad del arte.
Para cuando me quise acordar de la frase ya te habías marchado
con mi dinero (con las hormigas) y con mi anillo.
Qué me importa ahora que no estás
que los insectos sean los besos del sol.
Scriabin estaba tan convencido de ello que decía
que su Sonata nº10 era una sonata de insectos.
Scriabin tampoco pensó en el futuro:
no sabía que moriría con 43 años
por una picadura de mosca carbonosa.



lunes, 9 de abril de 2018

Primera evocación (por Ángel González)


Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos -nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños...



domingo, 8 de abril de 2018

Tiriel (por William Blake)


Y el anciano Tiriel se incorporó frente a las Puertas de su hermoso palacio,
a su lado estaba Myratana, alguna vez reina de todas las planicies occidentales;
él con los ojos oscurecidos, ella agonizando,
ambos de pie frente al viejo y hermoso palacio.
Y así se levantó la voz del anciano Tiriel,
para que sus hijos oyeran en las puertas:
—Maldita raza de Tiriel, contemplad a vuestro padre avanzar,
contemplad a vuestra madre, la que les dio la vida, avanzar.
Venid, hijos maldecidos.
En mis débiles brazos he dado a luz a vuestra madre moribunda,
venid, hijos de la Maldición, ved la muerte de Myratana—
Sus hijos huyeron de las puertas y vieron a sus padres de pie,
y así el hijo mayor de Tiriel alzó su poderosa voz:
—Anciano indigno de ser llamado padre de la raza de Tiriel,
pues cada una de esas arrugas, cada una de esas canas,
es cruel como la muerte. Y tan obstinadas como el abismo devorador.
¿Por qué deberían tus hijos temer tus maldiciones?
¿No fuimos esclavos hasta que nos rebelamos?
¿A quién le importa que Tiriel nos maldiga?
¿Acaso su bendición no fue igual de cruel?
Tal vez al maldecirnos en realidad nos bendices—
El anciano levantó su mano derecha hacia los cielos,
la izquierda sostuvo a Myratana, encogiéndose en punzadas de muerte,
los orbes de sus grandes ojos se abrieron y así salió su voz:
—Serpientes, no hijos, que acechan los huesos de Tiriel,
gusanos de la muerte que ansían la carne de sus padres,
escuchad a vuestra madre gemir.
No tendrá que parir más hijos malditos.
Estos son los gemidos de la muerte, serpientes.
alimentados con leche, serpientes,
alimentados con lágrimas y preocupaciones maternales.
Mirad mis ojos ciegos, como las cuencas vacías de una calavera.
Escuchad, serpientes, escuchad aquello que Myratana,
mi esposa, mi alma, mi espíritu, mi fuego,
aquello que Myratana dice: estáis muertos.


sábado, 7 de abril de 2018

En el borde (por Laura Ponce)


Vivimos en el borde de las cosas
buscando vanamente no tocar el dolor.
Creemos que los bordes son una suerte
de corredor / esa distancia que nos pone a salvo.
Lo cierto es que en los bordes reside la tiranía de las cosas;
ellas ejercen allí y sólo desde allí
su pequeño y mortífero poder:
obligarnos a seguir su forma.
Corro a la par de la sombra de un pájaro que vuela:
no soy pájaro, no soy sombra/ apenas
me sujeto a la plumosa decisión de un ala,
al vaivén azaroso de la luz.
¡Si yo pudiera entrar en el temido corazón de la cosas!



viernes, 6 de abril de 2018

De quién soy (por Jiří Orten)


¿De quién soy?

Soy de los chubascos y los setos

y de las yerbas inclinadas por la lluvia,

y de las claras canciones que no gorjean

y del deseo que éstas albergan.


¿De quién soy?


Soy de las cosas pequeñas y redondas

que jamás conocieron las aristas,

de los animales que agachan la cabeza

y de la nube desgarrada.


¿De quién soy?


Soy del miedo, que me atrapa

con sus dedos transparentes,

del conejito que en el jardín de sombra

ejercita el olfato.


¿De quién soy?


Soy del invierno hostil al fruto

y de la muerte, si el tiempo lo desea;

soy del amor, con quien me cruzo sin saberlo;

y entregado, en vez de una manzana, a los gusanos.


jueves, 5 de abril de 2018

Todo, fuera de este momento, es mentira (por Charles Simic)


Una noche caminábamos tú y yo juntos.


La luna era tan brillante

que podíamos ver la senda entre los árboles.


Luego las nubes la escondieron

y tuvimos que tantear el camino

hasta que sentimos la arena bajo los pies desnudos

y escuchamos el rumor de las olas.


¿Recuerdas que me dijiste:

“Todo, fuera de este momento, es mentira”?


Nos desnudábamos en la oscuridad

al borde del agua

cuando arranqué el reloj de mi muñeca

y sin ser visto ni decir nada,

lo arrojé al mar.



miércoles, 4 de abril de 2018

Se perderán siempre, mi niño (por John Berryman)



¿Qué es ahora el niño que perdió la pelota,

qué, qué ha de hacer? La vi partir

rebotando alegremente, calle abajo, y luego

más alegremente aún … ¡allí está, en el agua!

Es inútil decir: “Oh, hay otras pelotas”:

una estremecedora, definitiva pena paraliza al niño

que se queda rígido, temblando, mirando

todos sus tempranos días en el muelle donde

se perdió la pelota. Jamás me entrometería,

una moneda, otra pelota, es inútil. Ahora

advierte por primera vez la responsabilidad

en un mundo de posesiones. La gente tendrá pelotas,

las pelotas se perderán siempre, mi niño,

y nadie puede volver a comprarla. El dinero es exterior.

Está aprendiendo, muy detrás de sus desesperados ojos,

la epistemología de la pérdida, cómo permanecer de pie

sabiendo lo que un día todos deben saber

y la mayoría conoce todos los días, cómo permanecer de pie.

Y gradualmente la luz vuelve a la calle,

sopla un silbato, la pelota se pierde de vista;

bien pronto una parte de mí explorará el profundo y oscuro

fondo del muelle. . . Estoy en todas partes.

Sufro y me conmuevo, mi mente y mi corazón se conmueven

con todo lo que me conmueve, bajo el agua

o silbando, no soy un niño pequeño.


martes, 3 de abril de 2018

Advertencia (por Gloria Fuertes)



Cuando estés recién muerto,

aún con la tibia tibia,

aún con las uñas cortas,

querrás hacer algo

-lo que podías hacer ahora-;


y ya habrán cerrado las tiendas y portales;

y ya será muy tarde para llegar a tiempo

a los que hoy te aman.



lunes, 2 de abril de 2018

Tu ausencia me rodea (por Jorge Luis Borges)



Habré de levantar la vasta vida

que aún ahora es tu espejo:

cada mañana habré de reconstruirla.

Desde que te alejaste,

cuántos lugares se han tornado vanos

y sin sentido, iguales

a luces en el día.

Tardes que fueron nicho de tu imagen,

músicas en que siempre me aguardabas,

palabras de aquel tiempo,

yo tendré que quebrarlas con mis manos.

¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,

brilla definitiva y despiadada?

Tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

el mar al que se hunde.



domingo, 1 de abril de 2018

Mi pájaro familiar (por Henri Michaux)


El pájaro que se pierde.

Aquel está en el día en que aparece, en el día más blanco. Pájaro.

Aletea, se vuela. Aletea, se pierde.

Aletea, reaparece.

Se posa. Y después no está más. Con un batir de alas se ha perdido en el espacio blanco.

Así es mi pájaro familiar, el pájaro que acude a poblar el cielo de mi pequeño patio. ¿Poblar? Ya se ve cómo…

Pero me quedo en el lugar, contemplándolo, fascinado por su aparición, fascinado por su desaparición.