zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 31 de diciembre de 2011

Mudanza (por Fabio Morábito)

A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

viernes, 30 de diciembre de 2011

La tierra estéril (por T. S. Eliot)

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra con nieve de olvido, alimentando
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, pasando sobre el Starnbergersee
con una cortina de lluvia; hicimos un alto bajo la galería de columnas,
y continuamos a la luz del sol, adentrándonos en el Hofgarten,
y bebimos café, y hablamos durante una hora.
"De ninguna manera soy ruso; yo vengo de Lituania, yo soy un auténtico alemán".
Y cuando éramos niños, pasando una temporada donde el archiduque,
donde mi primo, él me sacó en un trineo,
y yo estaba asustado. Él dijo, Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y para abajo fuimos.
En las montañas, allí uno se siente libre.
Leo gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Qué son las raíces que se prenden, qué ramas brotan
de estos escombros minerales? Hijo de hombre,
nada puedes decir, o adivinar, ya que sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol golpea,
y el árbol muerto no ofrece refugio, ni el grillo consuelo,
ni la piedra seca rumor de agua. Solamente
hay sombra bajo esta roca roja
(ven bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te enseñaré algo diferente, tanto de
tu sombra en la mañana avanzando a tus espaldas
como de tu sombra a la tarde creciendo para encontrarte;
yo te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
"El viento sopla fresco
hacia la patria.
¿Mi muchacha irlandesa,
dónde te estás demorando?"
"Tú me trajiste jacintos por primera vez hace un año;
ellos me llamaban la chica de los jacintos.
Sin embargo cuando regresamos, tarde, del jardín de jacintos,
tus brazos llenos, y tu pelo húmedo, yo no podía
hablar, y los ojos me fallaban, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Desolado y vacío el mar."
Madame Sosostris, famosa clarividente,
tenía una horrible gripe, pero de todos modos
es conocida como la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas muy mordaz. Aquí, dijo ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado
(Perlas son éstos que fueron sus ojos. ¡Mira!),
aquí está Belladonna, la Señora de las Rocas,
la Señora de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí está el mercader con un solo ojo, y esta carta,
que está en blanco, es algo que carga a la espalda,
que me está prohibido ver. No encuentro
al Colgado. Teme la muerte por el agua.
Veo multitudes de gente, dando vueltas en círculo.
Gracias. Si ves a la querida Mrs. Equitone,
dile que yo misma le llevo el horóscopo:
uno debe ser así de cuidadoso hoy en día.
Ciudad irreal,
bajo la niebla ocre de un amanecer de invierno,
una muchedumbre fluía sobre el Puente de Londres, tantos,
no tenía ni idea de que la muerte hubiera destruido tantos;
suspiros, cortos e infrecuentes, eran exhalados,
y cada hombre llevaba los ojos clavados un poco por delante de sus pies.
Fluían colina arriba y bajaban la calle King William,
adonde Saint Mary Woolnoth daba las horas
con un sonido muerto en la última campanada de las nueve.
Allí vi a alguien que conocía, y le paré, gritando: "¡Stetson!
¡Tú que estuviste embarcado conmigo en Mylae!
Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado,
¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O ha perturbado su lecho la helada repentina?
¡Mantén al Perro lejos de aquí, ya que es amigo de los hombres,
o con sus uñas volverá a desenterrarlo!
¡Tú! ¡Hipócrita lector! ¡Mi igual, mi hermano!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Este amor (por Jacques Prévert)

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Este amor
Bello como el día
Y malo como el tiempo
Cuando hay mal tiempo
Este amor tan sincero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan jovial
Y tan pobrecillo
Trémulo como un chiquillo en la oscuridad
Y tan seguro de sí mismo
Como un hombre tranquilo en lo más hondo de la noche
Este amor que da miedo a los demás
Que los hace hablar
Que los hace palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros lo acechamos
Acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Porque nosotros lo hemos acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Este amor íntegro
Tan vivo todavía
Y lleno de sol
Es el tuyo
Es el mío
Ese que ha sido
Este algo siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan tembloroso como un pájaro
Tan cálido tan vivo como el verano
Ambos podemos juntos
Alejarnos y regresar
Olvidarlo
Y después dormirnos
Despertarnos padecer envejecer
Dormirnos de nuevo
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor sigue allí
Obstinado como un borrico
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Absurdo como el arrepentimiento
Tierno como los recuerdos
Frío como el mármol
Bello como el día
Frágil como un niño
Nuestro amor nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho tembloroso
Y grito
Grito por ti
Grito por mí
Y le suplico
Por ti por mí por todos los que se aman
Y los que se han amado
Sí le grito
Por ti por mí y por todos
Los que no conozco
Quédate
Allí donde estás
Allí donde estuviste antes
Quédate
No te muevas
No te vayas
Nosotros los que somos amados
Te hemos olvidado
Pero no nos olvides tú
Sólo te teníamos a ti en el mundo
No permitas que nos volvamos indiferentes
Cada vez mucho más lejos
Y desde donde sea
Danos señales de vida
Mucho más tarde desde el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Surge de repente
Tiéndenos la mano
Y sálvanos

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ausencias (por Mario Benedetti)

en mi viejo catálogo de ausencias
algunas todavía me estremecen
compañeros y compañeras de ansias
de abrazos de peligros compartidos
ya no estarán irremediablemente
es como si su sangre regalada
corriera solidaria por mis venas
en busca de mi búsqueda tenaz
y así vivo muriendo
mientras el tiempo corre como un río

unos quedaron desaparecidos
otros aparecieron en sus huesos
sus palabras siguieron resonando
como si todavía nos nombraran

qué podemos hacer con las ausencias
es imposible defenderse de ellas
están ahí deshilachadamente
cual fantasmas sedientos de vivir
o crepúsculos huérfanos de noche

no hay rescate posible para las ausencias
uno sigue con ellas en la mano
y sabe que no puede abandonarlas
el mundo fue creado con ausencias
y allí estarán hasta que en un descuido
también uno pase a ser ausente

martes, 27 de diciembre de 2011

Lo que siento (por Ángel González)

Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es mentira?
Y él le respondió:
-Lo sé;
pero lo que siento es verdad.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Funeral blues (por W. H. Auden)

Detengan los relojes
desconecten el teléfono
denle un hueso al perro
para que no ladre
Callen los pianos y con ese
tamborileo sordo
saquen el féretro...
Acérquense los dolientes
que los aviones
sobrevuelen quejumbrosos
y escriban en el cielo
el mensaje...
él ha muerto.
Pongan moños negros
en los níveos cuellos de las palomas
que los policías usen guantes
de algodón negro
Él era mi norte mi sur
mi este y oeste
mi semana de trabajo y mi
domingo de descanso
mi mediodía, mi medianoche
mi conversación, mi canción
Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.
No precisamos estrellas ahora...
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Cuánto sabe la flor (por Pedro Salinas)

¡Cuánto sabe la flor!
Sabe ser blanca cuando es jazmín,
morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo,
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo que con su alma se haga miel.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe dejarse coger por ti,
para que tú la lleves, ascendida,
en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día la separas de ti,
que no es la pena por tu abandono
lo que la marchita.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe el silencio; y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no",
e ignora la negativa y el sollozo.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe entregarse, dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso:
que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dureza (por Saiz de Marco)

Esta dureza impostada, exhibida

si los ojos son blandos,
si el corazón es blando…

Esta dureza postiza, aparente

si los ganglios, los nervios, los alvéolos son blandos;
si la sangre, la piel, las membranas son blandas…

Esta dureza fingida y externa

si los huesos son blandos, rompibles, astillables;
si la médula es blanda,
si el hombre entero es blando…

viernes, 23 de diciembre de 2011

Cansancio (por Oliverio Girondo)

Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas
y recámaras y remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho y lo repoco y lo remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos
y refrotes de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara vana en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogro y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidefalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y líbido y oficio
recansadísimo
de tanta tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintitos perversitos
y de las ideítas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo tibio
remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio

jueves, 22 de diciembre de 2011

Nocturno yankee (por Luis Cernuda)

La lámpara y la cortina
al pueblo en su sombra excluyen.
Sueña ahora,
si puedes, si te contentas
con sueños, cuando te faltan
realidades.
Estás aquí, de regreso
del mundo, ayer vivo, hoy
cuerpo en pena.
Esperando locamente,
alrededor tuyo, amigos
y sus voces.
Callas y escuchas. No. Nada
oyes, excepto tu sangre,
su latido
incansable, temeroso;
y atención prestas a otra
cosa inquieta.
Es la madera, que cruje;
es el radiador, que silba.
Un bostezo.
Pausa. Y el reloj consultas:
todavía temprano para
acostarte.
Tomas un libro. Mas piensas
que has leído demasiado
con los ojos,
y a tus años la lectura
mejor es recuerdo de unos
libros viejos,
pero con nuevo sentido.
¿Qué hacer? Porque tiempo hay.
Es temprano.
Todo el invierno te espera,
y la primavera entonces.
Tiempo tienes.
¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo
el tiempo al hombre le dura?
“No, que es tarde,
es tarde”, repite alguno
dentro de ti, que no eres.
Y suspiras.
La vida en tiempo se vive,
tu eternidad es ahora,
porque luego
no habrá tiempo para nada
tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?
Alguien dijo:
“El tiempo y yo para otros
dos”. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores
de mañana? Mas tus lectores, si nacen,
y tu tiempo, no coinciden.
Estás solo
frente al tiempo, con tu vida
sin vivir.
Remordimiento.
Fuiste joven,
pero nunca lo supiste
hasta hoy, que el ave ha huido
de tu mano.
La mocedad dentro duele,
tú su presa vengadora,
conociendo
que, pues no le va esta cara
ni el pelo blanco, es inútil
por tardía.
El trabajo alivia a otros
de lo que no tiene cura,
según dicen.
¿Cuántos años ahora tienes
de trabajo? ¿Veinte y pico
mal contados?
Trabajo fue que no compra
para ti la independencia
relativa.
A otro menester el mundo,
generoso como siempre,
te demanda.
Y profesas pues, ganando
tu vida, no con esfuerzo,
con fastidio.
Nadie enseña lo que importa,
que eso ha de aprenderlo el hombre
por sí solo.
Lo mejor que has sido, diste,
lo mejor de tu existencia,
a una sombra:
al afán de hacerte digno,
al deseo de excederte,
esperando
siempre mañana otro día
que, aunque tarde, justifique
tu pretexto.
Cierto que tú te esforzaste
por sino y amor de una
criatura,
mito moceril, buscando
desde siempre, y al servirla,
ser quien eres.
Y al que eras le has hallado.
¿Mas es la verdad del hombre
para él solo,
como un inútil secreto?
¿Por qué no poner la vida
a otra cosa?
Quien eres, tu vida era;
uno sin otro no sois,
tú lo sabes.
Y es fuerza seguir, entonces,
aun el miraje perdido,
hasta el día
que la historia se termine,
para ti al menos.
Y piensas
que así vuelves
donde estabas al comienzo
del soliloquio: contigo
y sin nadie.
Mata la luz, y a la cama.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mirada final (por Vicente Aleixandre)

La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado,
caídos, derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén y,
revuelto con la tierra súbita, se levanta
y casi no puede reconocerse. Y se mira y se sacude
y ve alzarse la nube de polvo que él no es,
y ve aparecer sus miembros, y se palpa:
«Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo,
y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies
y él emerge, no sé si dolorido, no sé si brillando,
y alza los ojos y el cielo destella con un pesaroso resplandor,
y en el borde se sienta y casi siente deseos de llorar.
Y nada le duele, pero le duele todo.
Y arriba mira el camino, y aquí la hondonada, aquí donde sentado
se absorbe y pone la cabeza en las manos;
donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado
toda la vida como un instante, me miro. ¿Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida?
¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca,
cuando me reconozca y despierte, recién levantado de la tierra,
y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?
No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra
que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma,
hubiera al fin de expulsar. No: alma más bien en que todo yo he vivido,
alma por la que me fue la vida posible y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos,
con los que mi alma contigo todo lo mira, contemple con tus pupilas,
con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.

martes, 20 de diciembre de 2011

Esa ráfaga (por Jorge Luis Borges)

Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación de ser un desdichado,
pero humildemente recibe esa felicidad, esa ráfaga.
Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La realidad no me necesita (por Fernando Pessoa)

Cuando llegue la primavera,
si ya me he muerto,
florecerán las flores del mismo modo
y los árboles no serán menos verdes que la primavera pasada.
La realidad no me necesita.
Siento una enorme alegría
al pensar que mi muerte no tiene ninguna importancia.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Fusilado (por Jacques Prévert)

Las flores los jardines las fuentes las sonrisas
y la alegría de vivir
Un hombre está caído y bañado en su sangre
Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
los sueños infantiles
Un hombre está caído como un bulto sangriento
Las flores las fuentes los jardines los recuerdos
y la alegría de vivir
Un hombre está tumbado como un niño dormido.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Que soy naturaleza (por Federico García Lorca)

Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!

Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!

viernes, 16 de diciembre de 2011

Pasión de mi vida (por Juan Ramón Jiménez)

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracunda de yel y sin sentido!

…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Vermeer (por Wislawa Szymborska)

Mientras esa mujer del Rijksmuseum

con esa calma y concentración pintadas

siga vertiendo día tras día

leche de la jarra al cuenco

no merecerá el Mundo

el fin del mundo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Oyendo a Vivaldi (por Vicente Gallego)

Como agua bendita,
como santo rocío tras la noche de fiebre
lava el alma esta música con su perdón sincero,
fluyente arquitectura que en el aire vertebra
la ilusión de otra vida
salvada ya para gozar la gloria
de un magnánimo dios.

De lo terrestre naces,
del metal y la cuerda, de la madera noble,
de la humana garganta
que estremecida afirma la hora suya en el mundo;
y sin embargo vuelas, gratitud hecha música,
evanescente espíritu
que en el viento construyes tu perdurable reino.

Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte...

En mitad de la muerte suenas hoy,
cadencioso milagro, pura ofrenda de fe
en honor de ese dios que no escucha tu ruego
o que escucha escondido, tras su silencio oscuro,
la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios,
¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo,
extraña melodía de blasfema belleza
que a los hombres sugieres su condición divina,
para qué sordo oído
—cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo—,
en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada,
celebras esa frágil plenitud
de no sé qué verano o qué huérfana espuma
feliz
de aquella ola
que en la mañana fuimos?

martes, 13 de diciembre de 2011

Déjate (por Alejandra Pizarnik)

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo,
de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Y quién sabe salir (por Álvaro Pombo)

Ten piedad de los niños que se adentran adentro y no sabrán salir
¿Y quién sabe salir?
¿Es el río un camino o sólo el vertedero donde acaban los ojos de los patos salvajes?
Ten piedad de nosotros artífices del alba que no mentimos nunca
de la muerte pequeña del aura de la vida de los copiosos libros y los fríos ocasos
de nuestra juventud nuestra vejez ahora

domingo, 11 de diciembre de 2011

Nos miramos indiferentemente (por Fernando Pessoa)

Sí, pasaba con frecuencia por aquí hace veinte años...
nada ha cambiado -o al menos no lo advierto-
en este rincón de la ciudad.

¡Hace veinte años!
¡El que yo era entonces! Bueno, en fin, yo era otro
hace veinte años, pero las cosas no lo saben...
Veinte años inútiles (¡y yo qué sé si lo han sido!
¿Acaso sé lo que es útil o inútil?)
Veinte años perdidos (y de haberlos ganado, ¿que sería?).

Intento reconstruir con la imaginación
quién era y cómo era cuando pasaba por aquí
hace veinte años…
No recuerdo, no puedo recordar.

El que entonces pasaba
si hoy existiera tal vez recordaría…
¡Hay tanto personaje de novela al que por dentro conozco mejor
que a ese yo mío que pasaba por aquí hace veinte años!

Sí, el misterio del tiempo.
Sí, el que nunca se llegue a saber nada.
Sí, el que hayamos nacido a bordo todos.
Sí, sí, todo eso o cualquier otra forma de decirlo…

Por aquella ventana del segundo piso, idéntica a sí misma todavía,
más azul en el recuerdo,
se asomaba entonces una muchacha mayor que yo.

Y hoy, tal vez..., tal vez, ¿que?
Todo es imaginable cuando nada sabemos.
Física y moralmente estoy parado: no quiero imaginarme nada...

Un día subí esta calle pensando alegremente en el futuro,
pues Dios permite que aquello que no existe sea intensamente iluminado.
Hoy, al bajar esta calle, ni en el pasado pienso alegremente.
Cuando mucho, ni pienso...
Mi impresión es que las dos figuras se cruzaron en la calle no entonces ni ahora,
sino aquí mismo, sin que el tiempo perturbara su cruzarse…

Nos miramos indiferentemente el uno al otro.
Y yo, el de antes, fui calle arriba imaginando un futuro girasol.
Y yo, el de ahora, fui calle abajo sin imaginarme nada.

En la realidad esto tal vez sucediera,
en verdad sucediera,
carnalmente sucediera.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Cuando ella venga a verme (por Saiz de Marco)

Cuando ella venga a verme quisiera estar despierto. Poder oír sus pasos, sentir cómo se acerca.

Cuando llegue a mi lado, me gustaría decirle:

“Pero yo te conozco: ya estuve antes en ti. Fue antes de haber nacido. Yo sé lo que es ser nada. Yo sé lo que es no ser.”

Y también le diría:

“No sé si te anticipas. No sé si te retrasas.

De un lado, estoy cansado. Se me hace largo esto: las heridas, las pérdidas, el desgaste, el temblor…

De otro lado querría disponer de más vida. Andar otros caminos, subir otras montañas… Tal vez sean demasiadas las cosas que deseo. Todas juntas no caben en unas cuantas décadas (aunque es verdad que de eso tú no tienes la culpa).

Y además está el hecho de tener que irme así. Se me hace raro pensar que aquí seguirán otros: recorriendo los días que no conoceré.

Ordenas que te siga y te da igual que lo haga dejando cabos sueltos. (Aunque, si ahora me permitieras anudar estos hilos, me dejaría otras cuerdas abiertas, desatadas…)

Está bien, muerte, vamos. Condúceme a la Nada. Anhelo, en cierto modo, reencontrarme con ella.

Cuando la vea de frente me gustará acercarme, sentarme en su regazo, descansar de ser alguien.

Tal vez entonces ella me abrace como a un hijo. (¿No fue acaso la Nada quien nos engendró un día?)

Yo confío en que la Nada, en su corazón hueco, inmaterial, vacío… sí, yo espero que la Nada, en su fondo, me ame.”

viernes, 9 de diciembre de 2011

No querría (por Boris Vian)

No querría morir
Antes de haber conocido
Los perros negros de México
Que sueñan sin dormir
Y los monos de desnudo trasero
Hambrientos en los trópicos
Y las arañas de plata
En sus nidos de burbujas
No querría morir
Sin saber si la luna
Con su falso aire de tuna
Tiene un lado picudo
Y si el sol es frío
Y si las cuatro estaciones
Son realmente cuatro
Y sin haber probado
A salir con un vestido
A arbolados paseos
Y sin haber mirado
Por el ojo de una alcantarilla
Y sin haberme puesto un vestido
En rinconcillos raros
No querría acabar
Sin conocer la lepra
O las siete enfermedades
Que se cogen allá abajo
Y lo bueno y lo malo
Me darían igual
Si si si supiera
Que tendría aguinaldo
Y también existe
Todo lo que conozco
Todo lo que aprecio
Y que sé que me gusta
El fondo verde del mar
Donde bailan los tallos de alga
Sobre la arena ondulada
Y la hierba tostada de junio
La tierra que se agrieta
El olor de los pinos
Y los besos de ella
Que esto que lo otro
Qué guapa que allí está
Mi querida Úrsula
No querría morir
Antes de haber usado
Su boca con mi boca
Su cuerpo con mis manos
Con mis ojos el resto
Y ya no digo es preciso
ser muy respetuoso
No querría morir
Sin que sean inventadas
Las rosas eternas
La jornada de dos horas
El mar en la montaña
La montaña en el mar
El fin del dolor
Los diarios en colores
Los niños bien contentos
Y tantas cosas más
Que duermen en los cráneos
De ingenieros geniales
De jardineros joviales
De sesudos socialistas
De urbanos urbanistas
Y de pensativos pensadores
Tantas cosas que ver
A ver y a entender
Tanto tiempo esperar
Y en lo oscuro buscar
Y yo que veo el fin
Que gruñe y que se acerca
Con su gesto torcido
Y que me abre sus brazos
De rana patituerta
No querría morir
No señor no señora
Antes de haber tocado
El gusto que me atormenta
El gusto que es el más fuerte
Antes de haber gustado
De la muerte el sabor...

jueves, 8 de diciembre de 2011

El sol se partió (por Marosa di Giorgio)

De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar

arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;

después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó

ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos

desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,

como rosas, como ratones que volvieran del infinito,

todavía, con las alas.

Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:

“Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas…”.

Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía

calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance

de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó

la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este,

el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran.

De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,

arriba de las calas.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Las treinta (por Pedro Salinas)

Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal,
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeta, jota, i...

martes, 6 de diciembre de 2011

Para saberme (por Carmen González)

Para saberme
era preciso que supiera
las líneas de mi rostro contra el de otros,
que toda identidad me fuera conferida por contraste,
que supiera qué soy
sólo a cambio de ver y de aprender
todo lo que no soy,
lo que nunca seré,
las rutas y las caras del ser
que me son más ajenas,
la nulidad que otro existir me ha conferido.
De este modo, no soy
o sólo soy, más bien,
todo lo que tú mismo
desechas y no eres.
Para existir
he tenido que ser el otro
el que no eres:
Tu sombra más querida,
la que más íntima
y opuestamente te refleja
hasta complementarte
pero, al cabo,
nada más que una sombra...
Reducida al desierto,
a la profunda oscuridad sin nombre,
al reducto del miedo,
a la noche, al silencio,
a los más lóbregos ámbitos
donde la luz de lo viril no llega.
No soy por lo que soy,
sino por lo que tú no eres. Pero ahora
que pretendo por fin
definirme y nombrar
la realidad entera bajo mis propios términos
me encuentro con que saqueaste para ti
todo el oro sonoro de la voz,
el acervo frutal de los idiomas,
la virtud del lenguaje.
No sé pensar más que con tus conceptos.
Me enajenaste el mundo y con él
te llevaste la voz
que hasta había aprendido
la suavidad de las canciones.
Como el salvaje de la tempestad,
aprendí tu lenguaje para odiarte,
para insultar en ti mi mudez, tu avaricia,
la lascivia que tú saciaste en mí
porque me hizo necesaria.
Hoy tejo con mi aliento
una nueva palabra que no sea
nudo, lazo, cuerda de horca, hoguera,
cadena, yugo, afrenta,
servilismo cerril, ceguera, miedo...
Una nueva palabra
para nombrar el mundo
que veo con mis ojos
y que, algún día,
consiga que tú y yo
podamos dirigirnos uno al otro
sin sumisión, ni odio,
sin miedo, con la firme
franqueza con que se hablan los iguales.
Y el lenguaje
no sea ya
arma de guerra, insulto,
ni balanza parcial a tu favor
en el comercio que habremos de tener
para que el mundo
sea un sitio plural,
abierto, hermano,
más cálido y feliz
para nosotros.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Nuestra alma está lejos de nosotros (por Fernando Pessoa)

Escribamos, hablemos o seamos vistos,
nunca aparentamos lo que somos
pues no puede transformarse en palabras o comportamiento.
Nuestra alma permanece infinitamente lejos de nosotros
por mucho que pongamos voluntad en nuestros pensamientos
para llenarla con la habilidad de mostrarse.
Nuestros corazones permanecen incomunicables.
En lo que nos mostramos, somos ignorados.
El abismo que existe entre dos almas no puede ser salvado
por ninguna habilidad del pensamiento o truco visible.
En nuestro mismo ser estamos separados
cuando querríamos expresarnos a nuestro pensamiento.
Por momentos somos sueños de nosotros mismos
y cada uno es sueño de los sueños ajenos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Lavarla no tiene sentido (por Mark Strand)

Mi mano está sucia.
Debo cortarla.
Lavarla no tiene sentido,
el agua está podrida.
El jabón es malo.
No hace espuma.
La mano está sucia.
Ha estado sucia por años.

Solía llevarla
escondida
en los bolsillos del pantalón.
Nadie sospechaba nada.
La gente venía a mí,
queriendo estrechar manos.
Yo rehusaba
y la mano escondida,
como una babosa oscura,
dejaba su huella
en mi muslo.
Entonces me di cuenta
que era lo mismo
si la usaba o no.
La repugnancia era la misma.

¡Ah! Cuántas noches
en las profundidades de la casa
lavé esa mano,
la restregué, la pulí,
soñé que se volvía
diamante o cristal
o incluso, por último,
una ordinaria mano blanca,
la mano limpia de un hombre,
que podrías estrechar,
o besar, o sostener
en uno de esos momentos
en que dos personas se confiesan
sin decir una palabra…
Sólo para sentir
la mano incurable,
letárgica y cangrejuna,
abrir su dedos sucios.

Y la suciedad era vil.
No era barro ni hollín
ni la suciedad endurecida
de una vieja costra
o el sudor
de la camisa de un trabajador.
Era la suciedad triste
hecha de enfermedad
y angustia humanas.
No era negra;
lo negro es puro.
Era opaca,
una suciedad grisácea y opaca.

Es imposible
vivir con
esta mano grosera que yace
sobre la mesa.
¡Rápido! ¡Córtala!
Córtala en pedazos
y arrójala
al océano.
Con el tiempo, con esperanza
y sus intrincadas maniobras
otra mano surgirá,
pura, transparente como el vidrio,
y se sujetará a mi brazo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Ese estado de flujo (por Anne Carson)

En el esfuerzo que uno hace por hallar su camino entre los contenidos de la memoria

(insiste Aristóteles)

es útil el principio de asociación:

«pasar rápidamente de un punto al siguiente.

Por ejemplo de leche a blanco,

de blanco a aire,

de aire a húmedo,

tras lo cual uno recuerda el otoño en el supuesto de que esté tratando de recordar

esa estación».

O suponiendo,

amable lector,

qué no estés tratando de recordar el otoño sino la libertad,

un principio de libertad

que existió entre dos personas, pequeño y salvaje,

como son los principios, pero ¿cuáles son aquí las reglas?

Como él dice,

la locura puede ponerse de moda.

Pasar entonces rápidamente

de un punto al siguiente,

por ejemplo de pezón a duro,

de duro a cuarto de hotel,

de cuarto de hotel

a la frase encontrada en una carta que escribió en un taxi el día que se cruzó con

su mujer

que iba caminando

por la otra acera, pero ella no le vio, se dirigía

-así de ingeniosas son las combinaciones de ese estado de flujo que llamamos

nuestra historia moral, acaso no son tan claras, casi como las fórmulas matemáticas

salvo que están escritas en el agua-

al juzgado

a presentar los documentos para el divorcio, una frase como

qué sabor entre tus piernas.

Tras lo cual mediante esta facultad absolutamente divina, la «memoria de las

palabras y las cosas»,

uno recuerda

la libertad.

¿Es eso yo? grita irrumpiendo el alma.

Almita, pobre animal incierto:

cuidado con este invento «siempre útil para aprender y vivir»

como dice Aristóteles, Aristóteles,

que no tenía marido,

rara vez menciona la belleza

y es probable que de muñeca pasara rápidamente a esclava cuando trataba de

recordar esposa.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Yo me resisto (por Amelia Biagioni)

Yo me resisto,

en la calle de los ahorcados,

a acatar la orden

de ser tibia y cautelosa,

de asirme a la seguridad,

de acomodarme en la costumbre,

de usar reloj y placidez,

aventura a cuerda,

palabra pálida y mortal

y ojos con límites.



Yo me resisto,

entre las muelas del fracaso,

a cumplir la ley de cansarme,

de resignarme,

de sentarme en lo fofo del mundo

mortecina de una espada lánguida,

esperando el marasmo.



Yo me resisto,

acosada por silbatos atroces,

a la fatalidad

de encerrarme y perder la llave

o de arrojarme al pozo.



Con toda la médula

levanto, llevo, soy el miedo enorme,

y avanzo,

sin causa, cantando entre ausentes.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Poema de los dones (por Jorge Luis Borges)

Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán.

En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra?

¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Al fin de todo (por Fernando Pessoa)

Al fin de todo, dormir.
¿Al fin de qué?
Al fin de todo lo que parece ser
este pequeño universo provinciano entre los astros,
esta aldehuela del espacio,
no sólo del espacio visible, sino del espacio total.
Al fin de todo, dormir.

martes, 29 de noviembre de 2011

¿No es la felicidad? (por Gabriel Celaya)

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
-el pitillo en los labios, el alma disponible-
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro -sé que todo es fiado-,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

lunes, 28 de noviembre de 2011

A mano amada (por Ángel González)

A mano amada,
cuando la noche impone
su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;
allí, en la esquina más negra del
desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde, otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.
Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo: la memoria.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Con el pájaro en la cabeza (por Jacques Prévert)

He metido mi gorro militar en la jaula
y he salido con el pájaro en la cabeza
Entonces
ya no se saluda
ha preguntado el comandante
No
ya no se saluda
ha contestado el pájaro
Ah bueno
perdone creí que se saludaba
ha dicho el comandante
Está perdonado todo el mundo puede equivocarse
ha dicho el pájaro.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Hay varias formas de ser (por Juan Gelman)

philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto verdadera
en la tarde de agosto gris
se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal (a espaldas
de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la iglesia)
en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vuelo (siempre que el tiempo lo permita)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso en esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo retenía semanas y semanas a su alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes
qué coraje hablar del sol
como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)
o el ejército la iglesia (a sus espaldas)
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó
y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor
hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice
ni un pajarito nunca
cantó o lloró sobre ese árbol
verde todo inclinado
inclinado

viernes, 25 de noviembre de 2011

En otro cuerpo (por Oliverio Girondo)

Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y forman una mano.

Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.

Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.

Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Truncados (por Saiz de Marco)

Siempre a destiempo
incipientes
prematuros
teniendo que irnos de sitios
antes de llegar a ellos

Aún con la niñez a medias
y hubo que hacerse adulto

Aún sin madurar del todo
y empezó el marchitar

Aún sin entender la vida
y habrá que salir de ella

Siempre igual
pre-expulsados

Sin haber llegado aún ni habernos asentado
pero ya hay que marcharse

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Hotel Insomnia (por Charles Simic)

Me encontraba a gusto en mi pequeño agujero
la ventana daba a una pared de ladrillo.
En el cuarto de al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un viejo inválido venía a tocar
‘My Blue Heaven’.

Pero normalmente era un lugar tranquilo.
Cada cuarto tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su tela
de humo de cigarros y ensueño.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba ni a ver mi cara
en el espejo cuando iba a afeitarme.

A las cinco de la mañana el sonido de unos pies descalzos en el piso de arriba.
Era el gitano adivino.
Alguien en el local de la esquina
se levantaba a mear después de una noche de amor.
Una vez oí, también, el llanto de un niño.
Estaba tan cerca que pensé,
por un momento, que era yo quien lloraba.

martes, 22 de noviembre de 2011

El mundo se ofrece por sí mismo (por Mary Oliver)

No tienes que ser bueno.
No tienes que andar de rodillas
cien kilómetros a través del desierto por arrepentimiento.
Solamente tienes que dejar que el suave animal de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame tus desesperanzas y yo te contaré las mías.
Mientras tanto, el mundo sigue.
Mientras tanto, el sol y los claros guijarros de la lluvia
se están moviendo a través de los paisajes,
sobre las praderas y los frondosos árboles,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes, en lo alto del limpio aire azul,
se dirigen de nuevo a casa.
Quienquiera que seas, no importa lo solo que estés,
el mundo se ofrece por sí mismo a tu imaginación,
te llama, como los gansos salvajes, fuerte y excitante,
anunciándote una y otra vez tu lugar
en la familia de las cosas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Vosotras, amigas viejas (por Antonio Machado)

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.

¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.

Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

domingo, 20 de noviembre de 2011

El corazón en la tierra (por Rebeca E. Becerra)

Vuelvo a esconder
el corazón en la tierra
esta vez no quiero que nazca
déjenlo
que se alimente de piedras
que viva atado entre las raíces
que conozca la dureza de los metales
que sepa donde nace el agua
y dónde se esconde su furia
Todos tenemos una parte oscura
necesito algo de infierno
en los ojos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Perdonadme (por Wislawa Szymborska)

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas sí brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras solemnes
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Voy a las palideces (por Jorge Leónidas Escudero)

Apártense, déjenme pasar,
vengo de estar existiendo y ya lo sé,
voy a las palideces. Merezco
descanso pero antes
quiero mirar atrás del horizonte para
no verme siempre aquí como árbol seco
donde no hay más que hablar.

No atajen, no digan que hay
medicina buena.
Dejen que me siente en el umbral
a ver pasar la última gente. Los pájaros
están escondiendo la cabeza bajo el ala.

Manden a alguien a comprar pan,
no digo de aquí sino de mañana
porque mi hambre última
es de lo que aún no he visto.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Lo deseo todo (por Czeslaw Milosz)

Tomándome un whisky en un aeropuerto,
digamos que en Mineápolis

Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones,
mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables.

Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas
en telas ligeras.

A cada una la observo por separado, sus traseros y
sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno.

Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba
en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes.

No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho,
ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado
de la imaginación erótica.

No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo,
y ellas son como el signo de una relación extática.

No es culpa mía que estemos constituidos así: la mitad
de contemplación desinteresada y la mitad de apetito.

Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser
como aquí, sólo que liberado de estos torpes sentidos,
de estos pesados huesos.

Transformado en mirar puro, seguiré devorando las
proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios,
esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la
extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas visibles.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Pasar a hurtadillas (por Marina Tsvietáieva)

Y, quizás, la mejor victoria
sobre el tiempo y la gravitación...
es pasar sin dejar huella,
pasar sin dejar sombra

sobre los muros...
Quizás... ¿renunciando
vencer? ¿Dejar de reflejarse en los espejos?
Así: como Lermontov por el Cáucaso
pasar a hurtadillas sin asustar a las rocas.

Quizás... ¿sería mejor diversión
con el dedo de Sebastian Bach
no tocar el eco del órgano?
Desintegrarse, sin dejar cenizas

para una urna...
Quizás... ¿con engaño
vencer? ¿Escapar de las latitudes?
Así: por el tiempo como un océano
pasar a hurtadillas sin asustar a las aguas.

No me abandones (por Jacques Brel)

No me abandones.
Hay que olvidar.
Todo puede olvidarse.
Lo que ya se fue.
Olvidar el tiempo de los malentendidos
y el tiempo perdido sin saber cómo.
Olvidar esas horas que mataban a veces
a golpes de porqués el corazón de la felicidad.
No me abandones.
Yo te ofreceré perlas de lluvia
venidas de países donde no llueve.
Yo escarbaré la tierra hasta después de mi muerte
para cubrir tu cuerpo de oro y de luz.
Yo haré un reino donde el amor será rey,
donde el amor será ley,
donde tu serás reina.
No me abandones.
Yo inventaré para ti locas palabras
que entenderás.
Yo te hablaré de esos amantes
que han visto por dos veces arder sus corazones.
Yo te contaré la historia de un rey
que murió por no haber podido encontrarte.
No me abandones.
Se ha visto a menudo resurgir el fuego
del antiguo volcán que se creía demasiado viejo.
Existen tierras quemadas que dan más trigo
que el mejor abril.
Y cuando viene la noche, para que un cielo arda,
el rojo y el negro ¿acaso no se unen?
No me abandones.
No voy a llorar.
No voy a hablar.
Me ocultaré para mirarte bailar y sonreír
y escucharte cantar y reír después.
Déjame volverme la sombra de tu sombra,
la sombra de tu mano,
la sombra de tu perro.
No me abandones.

martes, 15 de noviembre de 2011

La cara (por Randall Jarrell)

Ya no más útil, no hermosa,
ni siquiera joven.
No mia.
¿Dónde está la antigua, las antiguas?
Ésas eran mías.

Así es: tengo retratos,
no esos viejos; entonces la gente se conducía
de forma distinta…
Cuando me encuentran dicen:
No has cambiado.
Querría decir: No habéis mirado.

Eso les pasa a todos.
Primero se crece, se sabe más,
luego algo sale mal.
Uno es, y dice: Yo soy…
Y fuiste… Soy desde hace demasiado tiempo.

Lo sé, no es posible negarlo,
pero igualmente lo dices. No.
Me señalaré a mí mismo y diré: No soy así.
Por dentro soy siempre el mismo.
Y tampoco es así.

Pensé: Si nada sucede…
Y nada sucedió.
Aquí estoy.
Pero no es justo.
Si el simple vivir puede acarrear esto,
vivir es más peligroso que cualquier otra cosa.

Es terrible estar vivo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Los días van tan rápidos (por Gonzalo Rojas)

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Desposo la cama (por Anne Sexton)

El final de la aventura es siempre la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te encuentra ausente. Horrorizo
a aquellos que están cerca. Estoy saciada.
De noche, sola, desposo la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
Ella no está lejos. Ella es mi encuentro.
La sacudo como a una campana. Me reclino
en la enramada donde tú solías montarla.
Me tomaste prestada sobre las sábanas floridas.
De noche, sola, desposo la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche amor mío,
en la que todas las parejas juntan
con giros compartidos, debajo, arriba,
el abundante dos en esponja y pluma,
arrodillándose y empujando, cabeza con cabeza.
De noche, sola, desposo la cama.
Salgo de mi cuerpo de esta forma,
un milagro molesto. ¿Podría
exhibir el mercado de los sueños?
Estoy extendida. Me crucifico.
Mi pequeña ciruela fue lo que dijiste.
De noche, sola, desposo la cama.
Entonces vino mi rival del ojo morado.
La mujer de agua, alzándose en la playa,
un piano en la punta de sus dedos, vergüenza
en sus labios y un discurso de flauta.
Y yo era la escoba de las rodillas pegadas.
De noche, sola, desposo la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí igual que una piedra.
Te devuelvo tus libros, tu sedal.
El periódico de hoy dice que te has casado.
De noche, sola, desposo la cama.
Chicos y chicas son uno esta noche.
Se desabrochan blusas. Se bajan las braguetas.
Se quitan los zapatos. Apagan la luz.
Las trémulas criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente, bien saciadas.
De noche, sola, desposo la cama.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Y entonces tú contestas (por Blanca Andréu)

Inquiero los porqués, los hasta cuándo
los cómo y dónde
y esa pregunta muda que me ahoga
y vive en el silencio.
Y entonces tú contestas
majestuoso
enorme gamo verde
país de agua
donde los soñadores se dan cita.
Me hablas
grande mar
telón del cielo
y tus olas responden como páginas
de un libro cuyo autor lo sabe todo
como páginas, mar
y como pétalos
de una rosa que nunca se deshoja.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cansado (por Oliverio Girondo)

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo brazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Conspiración (por Saiz de Marco)

Di el nombre de algún muerto
de algún soldado muerto
en la batalla de las Termópilas
en la guerra de los Cien Años
en Trafalgar
en Waterloo
en Bailén
en San Quintín
en aquellos capítulos de los libros de historia
Di el nombre de un muchacho
el nombre de un cadáver de esos de las trincheras
de algún cuerpo de aquellos que allí quedaron sueltos
dispersos
insepultos después de la matanza
Di el nombre
un solo nombre
de algún soldado raso
del que cargaba el cañón o acarreaba la pólvora
¿A que no?
¿A que no puedes?
Nos silencian los nombres
Nos los han ocultado
Los que escriben la historia se han puesto de acuerdo
se han confabulado
se han conjurado todos
para escondérnoslos

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Valiente (por Michael Meyerhofer)

Yo creo que podría ser valiente
si las circunstancias estuvieran dadas. Por ejemplo
supongamos que estoy levantando unas pesas
sin camiseta, delante del espejo
e irrumpe el Hombre Lobo, precisamente
cuando me detengo a admirar mi ballesta plateada; o si no
digamos que estoy paseando en la terraza
del reloj de una torre en el momento en que un francotirador
con mandíbula de vidrio
está dudando con el rifle atascado
o un cargamento entero de hostiles alienígenas
o una combi cargada con bombas terroristas
se detuviera en medio de un campo de petróleo
mientras yo sostengo mi encendedor, y entonces
entonces yo sería tan valiente por cierto
como el indestructible Aquiles. Posaría
para escultores, afiches para el cine, un club
de fans lleno de intelectuales fumadores de pipa, y críticos
con sus lenguas de seda y gimnastas de pechos imponentes
esperarían cada una de mis palabras y mis hechos.

Pero en el mundo real, los vampiros atacan
sólo mientras estás en el baño sentado
o mientras te pruebas los zapatos de tu mamá;
los ladrones únicamente saltan desde atrás de un arbusto
cuando sales de un telo queriendo no ser visto
o del vídeo, cargado de películas
porno. Y si el gobierno acaso quisiera liquidarte
si te mandan un escuadrón de robots criminales
o un asesino en serie te sigue al estacionamiento,
sucederá cuando estés estreñido.
No estarás afeitado ni bañado,
los paramédicos notarán tus viejos calzoncillos raídos,
un testículo ausente, el acné de tu rostro
al meterte en un coche repleto de papel de hamburguesas
y de reliquias diarias de los batidos diet,
indiferente a la caída de los ascensores
o a doncellas que huyen en caballos veloces, trenes descarrilados
y asteroides terrestres, sin estar preparado
para reunirte aún con tu creador pero ansiando acabar
sin aspavientos, arreglándotelas lo mejor que puedes.

martes, 8 de noviembre de 2011

Qué pasó por mí (por Gustavo Adolfo Bécquer)

Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
Mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.

Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o que pasó por mí;
solo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Lo ignoro todo (por Vicente Aleixandre)

Las agujas del aire estaban sobre las frentes: qué oscura misión la mía de amarte.
Las paredes de níquel no consentían el crepúsculo, lo devolvían herido.
Los amantes volaban masticando la luz. Permíteme que te diga.
Las viejas contaban muertes, muertes y respiraban por sus encajes.
Las barbas de los demás crecían hacia el espanto: la hora final las segará sin dolor.
Abanicos de presentirse horizontal. Fronteras.


La puerta, presta a abrirse, se teñía de amarillo lóbrego lamentándose de su torpeza.
Dónde encontrarte, oh sentido de la vida, si ya no hay tiempo. Todos los seres esperaban
la voz de Jehová refulgente de metal blanco. Los amantes se besaban sobre los nombres.
Los pañuelos eran narcóticos y restañaban la carne exangüe. Las siete y diez. La puerta
volaba sin plumas y el ángel del Señor anunció a María. Puede pasar el primero.


Esta misma canción que vuela, esta que estás tú cantando, hermosísimo as de oros, es el romance antiguo
de la legión de condenados que aspiraban el perfume de las espinas dolorosas entre los dedos.
Cuando tú eras magnífico, cuando tú tenías los ojos brillantes, dando la luz sin cambio, del todo,
albergando bajo los párpados el secreto de todos los triunfos más mezquinos, no era difícil encontrarte
en la mano, saludando, besando los dedos con reverencia de paje del quinientos.


Así el camino es breve, así pronto el Occidente será una riqueza de oros que podrá batirse
con las manos, que podrá multiplicarse en mil espumas sin labios. Así la preciada amarillez
no será la tragedia de perder toda la sangre, sino la riqueza brava, despertada, de sentir en la piel
los mil besos de todas las campanas. Moriremos si es preciso. Pero moriremos sabiendo que el latido
repercute en la inquietud de las venas como vaticinio indescifrable, como una promesa que no se nombra.


La primavera insiste en despedidas, arrastrando sus cadenas de cuerdas, su lino sordo,
su desnudez de ocaso, el lienzo flameado como una sábana de lluvia. Alentar sobre un seno,
alargar la mano a tres mil kilómetros de distancia, hasta tocar la frente de cristal en que
están impresos los azules marinos, los peces sorprendidos.


Si yo quiero la vida no es para repartirla. Ni para malgastarla. Es sólo para tener en orden los labios.
Para no mirarme las manos de cera, aunque irrumpa su caudal descifrable.
Para dormirme a mi hora sobre una conciencia sin funda.


Por eso estoy aquí ya formándome. Cuento uno a uno los centímetros de mi lucha.
Por eso me nace una risa del talón que no es humo. Por ti, que no explicas la geografía más profunda.

Dejadme que nazca a la pura insumisa creación de mi nombre.


Lo ignoro todo. No quiero saber si el color rojo es antes o es después, si Dios lo sacó de su
frente o si nació del pecho del primer hombre herido. No quiero saber si los labios
son una larga línea blanca.


Oh amor, ¿por qué no existes más que en forma de trapecio? ¿Por qué toda la vacilación
se convierte en dos rodillas columpiadas (de carne, voy a besarlas), mondas,
desguarnecidas de calor, calvas para mis dientes que rechinan?


Ni un grito. Ni una lluvia de ceniza. Ni tan solo un dedo de Dios para saber que está frío.
La nada es un cuento de infancia que se pone blanco cuando le falta el respiro.
Cuando ha llegado el instante de comprender que la sangre no existe. Que si me abro
una vena puedo escribir con su tiza parada:
“En los bolsillos vacíos no pretendáis encontrar un silencio”.


Por eso, no quiero vestirme. He comprendido que no se desea mi muerte,
que un proyectil disparado acaba siempre tomando la forma de un niño, de un infante
que aterriza y que acaricia el verde soñoliento, con la misma inocencia con que el puñal
pregunta el nombre de las vísceras que besa.


Los ojos de los peces son sordos y golpean opacamente sobre tu corazón.


Cuatro reyes, cuatro ases, cuatro sotas hacen la felicidad de una mano,
arquean los lomos de las montañas, mientras el sol de papel de plata amenaza
con rasgarse sin ruido. Los reyes son esta bondad nativa, conservada en alcohol,
que hace que la corona recaiga sobre la oreja, mientras el hombro protesta del abrigo
de todo, del falso armiño que hace cuadrada la figura. La mejilla vista al microscopio
no invita más que a la meditación de los accidentes y al pensamiento de cómo lo esencial
está cubierto de púas para los labios de los hijos; de cómo la aspereza de los párpados
irrita la esclerótica hasta deformar el mundo, incendiado de rojo, quemándose
sin que nadie lo perciba.


Siento el silencio como esa piedra blanca que resbala sobre el corazón de las madres, y no tengo
fuerzas más que para perdonaros a todos el mal que me habéis hecho, sin ignorarlo,
con la forma de vuestra sombra cuando pasabais.


¡Flor, flor, flor, aparenta una sequedad que no posees! Cúbrete de hojas duras, que se vuelven
mintiendo un desdén por la forma, mientras el aire cae comprendiendo la inutilidad
de su insistencia, abandonando sus alturas.


Yo comprendo que el destino pasajero es echar pronto las yemas al aire, impacientar
el titilar de las luces ante la esperanza del fruto redondo que ha de albergarse en el aire,
para que éste le acaricie sus fronteras, solamente sus límites, sin que su hueso dulce entreabra
su propia capacidad de amor, blanco, lechoso, ignorante, y nos muestre sus suspicacias
como una interrogación que creciese de alambre hasta rematar su elástica curva.


Y un hombre que persigue perderá siempre sus bastones, su lento apoyo,
enhebrado en la hermosura de su ceguera.



En lugar de lágrima lloro la cabeza entera. Me rueda por el pecho y río con las uñas,
con los dos pies que me abanican, mientras una muchacha, una seca badana estremecida,
quiere saber si aún queda la piel por los dos brazos.


Corramos, antes que los telones se desplieguen. Antes que los pelos del lobo, que el hocico
de la madriguera, que los arbustos de la catarata se ericen y se detengan en su caída.
Antes que los ojos de este subsuelo se abran de repente y te pregunten. Corramos hacia el espanto.


Si Dios no me acusa, ¿por qué el alma me punza como una espina cuyo cabo está al aire,
flameando como un gallardete insatisfecho? ¿Por qué me saco del pecho este redondo
pájaro de ocasión, que abre sus luces en abanico duende y espía los rincones para desde allí
encantarme con su pausado jeroglífico? ¿Por qué esta habitación, como una caja de música,
se mueve, ondula sobre las aguas temerosas e insiste plenamente en su bella desorientación
frente al crepúsculo?


Pero el oro en la palma de la mano fulgura una seguridad tan grata,
que yo comprendo que el sueño lo han inventado los cansados,
los escépticos de su corazón mercenario, que golpeaba como una moneda en una jaula,
en un –delirante ayer- agrisado hoy volumen de gorjeo.
Perdóname que cuando se detiene la tristeza a la entrada de la esperanza adolescente,
no asomen todas las palomas, las más blancas, con sus voces humanas,
preguntando sobre la ruta apasionada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El infinito ciclo (por Thomas Stearns Eliot)

Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos aproxima a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos acercan al polvo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Frente al espejo (por Olga Orozco)

Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada.

viernes, 4 de noviembre de 2011

El ciudadano desconocido (por W. H. Auden)

El Departamento de Estadística descubrió que era
alguien contra quien no había queja oficial,
y todos los informes sobre su conducta coinciden
en que, en el sentido moderno de una palabra anticuada, era un santo,
pues en todo lo que hizo sirvió a la Gran Comunidad.
Excepto por la guerra, hasta el día de su jubilación
trabajó en una fábrica y nunca fue despedido,
sino que satisfizo a sus patronos, Motores Fudge S.A.
Y sin embargo no era un esquirol ni tenía opiniones extrañas,
pues su Sindicato informa que cumplió con su deber
(nuestro informe sobre su Sindicato indica que era de fiar)
y nuestros trabajadores de Psicología Social descubrieron
que era estimado entre sus compañeros y le gustaba ir de copas.
La prensa está convencida de que compraba el periódico todos los días
y sus reacciones a la publicidad eran normales en todos los sentidos.
Las pólizas hechas a su nombre demuestran que estaba asegurado a todo riesgo,
y su cartilla de Atención Sanitaria indica que ingresó una vez en el hospital pero salió curado.

Tanto Sondeo de Producción como Alto Nivel de Vida declaran
que tenía actitud sensata entre las ventajas del Pago a Plazos
y poseía todo lo que necesita el Hombre Moderno,
fonógrafo, radio, coche y frigorífico.
Nuestros investigadores de Opinión Pública están convencidos
de que tenía las opiniones adecuadas según la época del año:
cuando había paz, estaba a favor de la paz; cuando hubo guerra, acudió.
Se casó y aportó a la población cinco hijos,
lo que era el número adecuado para un progenitor de su generación según nuestro Eugenista,
y nuestros maestros atestiguan que nunca se entrometió en su educación.
¿Era libre? ¿Fue feliz? La pregunta es absurda:
si algo hubiera ido mal, con toda seguridad nos habríamos enterado.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Trenes (por Joan Margarit)

Acostado a tu lado, oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces luces
rasgando el horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz roja,
una nota sobre este pentagrama
de cables y de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado,
oigo cómo se alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Gracias (por Oliverio Girondo)

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.

martes, 1 de noviembre de 2011

Tristes, tristes (por Miguel Hernández)

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

lunes, 31 de octubre de 2011

Un acto irrevocable (por Jorge Luis Borges)

Fría y tormentosa la noche que zarpé de Montevideo.
Al doblar el Cerro,
tiré desde la cubierta más alta
una moneda que brilló y se anegó en las aguas barrosas,
una cosa de luz que arrebataron el tiempo y la tiniebla.
Tuve la sensación de haber cometido un acto irrevocable,
de agregar a la historia del planeta
dos series incesantes, paralelas, quizá infinitas:
mi destino, hecho de zozobra, de amor y de vanas vicisitudes,
y el de aquel disco de metal
que las aguas darían al blando abismo
o a los remotos mares que aún roen
despojos del sajón y del fenicio.
A cada instante de mi sueño o de mi vigilia
corresponde otro de la ciega moneda.
A veces he sentido remordimiento
y otras envidia,
de ti que estás, como nosotros, en el tiempo y su laberinto
y que no lo sabes.

domingo, 30 de octubre de 2011

Acordarte de ti (por Alain Bosquet)

¡Oh, acuérdate de ti!
En un jardín cogías algunas fábulas.
Personas muy justas
hablaban del mundo y su caída.
Tú te decías: “¿Tiene usted un sobrenombre?”,
y te contestabas: “Me llamo
joya ahogada, fruta que se niega a abrirse,
infanta sin castillo”.
Te cogías de tu mano para no estar sola
entre las flores del aprendizaje.
La época era núbil.
Si esta tarde pasaras
ante la adolescente que fuiste,
¿te atreverías a reconocerte
y a invitarte a tomar el suspiro?
No tienes que acordarte de ti.

sábado, 29 de octubre de 2011

Interior de palabra (por Cèlia Sànchez-Mústich)

Lo vi en el cine:
El niño, en la película, descubre que tiene miedo
y se alegra. No de tenerlo
sino de haber aprendido que a lo que siente
se le llama miedo. O que la palabra miedo
que tantas veces ha oído, es eso
que ahora lo sacude (¡Tengo miedo, tengo miedo!
chilla, sonriendo, el miedo casi extinto
por la euforia del descubrimiento.)
Como ese niño,
tantas veces he escuchado la palabra traición
como si estuviera vacía por dentro, entraba
por mis oídos y allá se quedaba,
tapón de cera, sin llegar nunca al fondo del fondo.
Hasta hoy:
salgo en una película,
la escena tan parecida a aquella otra...
¡Me han traicionado! Chillo. Y me alegro.
No de la traición
sino de haber aprendido que lo que siento
se llama haber sido traicionada,
que tengo un lugar en el fondo del fondo
donde recibir la traición, repasar sus contornos
y después olvidarla, un poco
más feliz que antes.

viernes, 28 de octubre de 2011

Impuro (por Nicolás Guillén)

Yo no voy a decirte que soy un hombre puro,
entre otras cosas
falta saber si lo puro existe
o si es, pongamos, necesario
o posible
o si sabe bien.
¿Acaso tú has probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
Puaj, qué porquería.
Yo no te digo, pues, que soy un hombre puro.
Soy impuro, ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.

jueves, 27 de octubre de 2011

Para ti, mi amor (por Jacques Prévert)

Fui al mercado de pájaros
y compré pájaros
para ti
mi amor.

Fui al mercado de flores
y compré flores
para ti
mi amor.

Fui al mercado de chatarra
y compré cadenas
pesadas cadenas
para ti
mi amor.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Prefiero las rosas (por Fernando Pessoa)

A la patria, amor mío, prefiero las rosas,
y antes amo a las magnolias
que a la gloria y la virtud.
Con tal que la vida no me canse, dejo
a la vida pasar por mí
siempre que yo permanezca igual.
¿Qué importa para aquél a quien ya nada importa
que uno pierda y otro venza,
si la aurora despunta siempre,
si cada año con la primavera,
las hojas aparecen
y cesan con el otoño?
Y lo demás, las otras cosas que los humanos
suman a la vida,
¿qué me aumentan en el alma?
Nada, salvo el deseo de indiferencia
y la confianza muelle
en la hora fugitiva.

martes, 25 de octubre de 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

Una orquídea entre las ruinas (por Alain Bosquet)

No te suicides, Señor; he aquí que aparece una orquídea entre las ruinas;
no te suicides, Señor; he aquí que renace el arroyo en el cráter de una bomba;
no te suicides, Señor; el cielo ha puesto escarcha sobre su rostro acuchillado, el océano ha curado su herida con un vendaje de coral.

Escucha, Señor; tu universo que era infantil como el cartílago, míralo arrepentido de su primer arrebato, de su mayor desobediencia;
los cometas continúan viajando, como berlinas tras un alto en la encrucijada de dos terrores;
el azul del cielo se ha hecho más profundo por haber sido un poco rapaz;
la aurora se ha hecho más bella por haber estado a punto de no regresar nunca.

El mundo no ha cambiado tanto, Señor:
mira esa aldea, cuántas cascadas podrían brotar de su charca, cuántos álamos de sus ortigas.
El mundo no ha sufrido tanto, Señor:
ya brota la espiga de trigo en la órbita de los que murieron de hambre,
ya las niñas saltan a la cuerda bajo las sombras de los que fueron decapitados.

La cosa no es tan trágica, Señor,
ya que existe el camino sin fin donde hasta el exilio es olvidado,
ya que existe el viento tan suave que en él hasta los suspiros son alegres,
ya que existe todo lo que grita el inmenso placer de estar vivo.

domingo, 23 de octubre de 2011

Despacio (por Juan Ramón Jiménez)

¡No corras, ve despacio
que a donde tienes que ir es a ti solo!

¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, reciennacido
eterno,
no te puede seguir!

sábado, 22 de octubre de 2011

Una mujer pasó (por Charles Baudelaire)

La calle atronadora aullaba alrededor de mí.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor majestuoso
una mujer pasó, recogiendo con mano fastuosa
las oscilantes vueltas de sus velos,
ligera y distinguida, con piernas de estatua.
De pronto bebí, crispado como un loco,
de su mirada, cielo lívido donde germina el huracán,
el dulzor que fascina y el placer que mata.
¡Un relámpago…, después la noche! Fugitiva belleza
cuya mirada me hizo renacer de golpe.
¿No he de verte ya más que en la eternidad?
¡En todo caso lejos, ya tarde, quizá nunca!
pues no sé dónde fuiste ni sabes dónde voy.
¡Oh tú, a la que yo hubiera amado; oh tú, que lo sabías!

jueves, 20 de octubre de 2011

Embajada (por W.H. Auden)

Se disipó, al caer la tarde, la opresión del día;
las altas cumbres pudieron divisarse; había llovido.
A través de amplios prados y flores refinadas
fluía el diálogo de los diplomáticos.
Dos jardineros les miraron los zapatos caros
y el chofer esperaba, leyendo algo apoyado sobre el manubrio,
hasta que ellos terminaran su intercambio de enfoques.
Parecía una escena perteneciente a la esfera privada.
Lejos de allí, sin importar sus buenas intenciones,
las fuerzas armadas esperaban un error verbal
con toda la parafernalia dispuesta para dañar:
Y del encanto de ellos dependía
una tierra devastada, con sus jóvenes masacrados,
sus mujeres llorando y el pueblo bajo el terror.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Un cocktail (por Oliverio Girondo)

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail,
un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica

en estado crónico de erupción; no pasa media hora
sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración
de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio

de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes:
en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad
más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto—

todas estas personalidades inconfesables,
que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir
que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito
que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide
cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente,
sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo

ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten
en los repliegues más profundos de mi cerebro.
Pero son de una petulancia…, de un egoísmo…, de una falta de tacto…
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico.

Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar
un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas,
conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca.
En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas,
¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad
sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás.
Si alguna tiene una ocurrencia que me hace reír a carcajadas,
en el acto sale cualquier otra proponiéndome un paseíto al cementerio.
No bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad,
ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia,
y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada,
la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades

que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas
que se entrechocan y se destruyen mutuamente.
El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades,
antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo,
que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo
lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos,
la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

martes, 18 de octubre de 2011

Una estrategia brutal (*)

yo no tengo estrategia contigo
o más bien una estrategia brutal
una estrategia de choque
una estrategia de supervivencia
mi no-estrategia
mi honestidad



(*) Autoría desconocida. Extraído de tengomascemento.blogspot.com

lunes, 17 de octubre de 2011

Y yo me iré (por Juan Ramón Jiménez)

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincon de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostalgico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

domingo, 16 de octubre de 2011

Aún te veo, río (por Gloria Fuertes)

Aún te veo, río de mi vida,
con los ojos que miran las montañas.
Yo era una montaña con almendros
montaña solitaria.
Y viniste alegre con tu canto
y me besaste toda con tu agua.
Me dejaste inquietud para la noche
y el alma enamorada.
Aún te veo, río de mi vida,
en la curva lejana,
te vas cantando más entre los chopos,
te vas cantando más que en tu llegada.
Y yo,
paralítica montaña;
inmóvil te recuerdo,
enferma de volcanes, alocada,
espero tu regreso, río loco,
que pasaste besando
mi cuerpo de montaña.
Tuviste que seguir tu destino de río,
y yo el mío triste de tierra amontonada.
Me dice el viento que vas al mar,
Te sigo río mío, con los ojos,
Te sigo río mío con los ojos,
ya que no puedo seguirte con las plantas.
Soñé… te quedarías a mi lado,
como un lago sin cisnes,
para siempre,
acunando mi ansia.
Qué locura más loca
enamorarse de un río una montaña!

sábado, 15 de octubre de 2011

El camino no elegido (por Robert Frost)

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo
y, apenado por no poder tomar los dos
siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
mirando uno de ellos tan lejos como pude,
hasta donde se perdía en la espesura;

entonces tomé el otro, imparcialmente,
y habiendo tenido quizás la elección acertada,
pues era tupido y requería uso;
aunque por lo que vi allí
podría haber elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente.
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
dudé si debía haber vuelto sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro.
De aquí a la eternidad:
dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
yo tomé el menos transitado,
y eso hizo toda la diferencia.

viernes, 14 de octubre de 2011

Carpe diem (por Quintus Horatius Flaccus -"Horacio"-)

No te hace falta, eres joven,
ni te está permitido el sacrilegio
de explorar la frontera en que los dioses
detendrán, Leucónoe, tus días y los míos.
No consultes los cálculos babilonios.
Cuánto mejor afrontar lo que suceda,
tanto si Júpiter te dio muchos inviernos
como si sólo te dio éste, en que el Tirreno hirviente
desgasta la escollera.
Sé sabia, saborea los vinos
y ajusta tu esperanza desmedida
a la copa de la vida, que es pequeña.
Aun mientras hablamos, el tiempo huye celoso.
Cosecha el día, incierto es el mañana.

jueves, 13 de octubre de 2011

Carpe noctem (por Aldous Huxley)

No hay futuro, no hay más pasado,
ni raíces ni frutos, sólo flores pasajeras.
Túmbate tranquila, túmbate tranquila y la noche perdurará,
silenciosa y oscura, no por un espacio de horas,
sino eternamente. Déjame olvidar
todo menos tu perfume, todas las noches menos ésta,
la pena, el llanto infructuoso, el dolor.
Sólo túmbate tranquila: este lánguido y suave embeleso
florecerá al borde del sueño y se esparcirá,
hasta que no haya nada más que tú y yo
abrazados en un silencio intemporal.
Pero como quien, condenado a morir, sabe que por la mañana estará muerto,
yo sé que, aunque la noche parezca eterna, el cielo
ha de iluminarse temprano antes del sol de mañana.

miércoles, 12 de octubre de 2011

No pido mucho (por Julio Cortázar)

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento...
Así la tomo y la sostengo, como
si de ello dependiera
muchísimo el mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos,
el amor de los hombres

martes, 11 de octubre de 2011

Tras la memoria (por Luzmaría Jiménez Faro)

Hay pensamientos locos que habitan la memoria,
y ausente de memoria un viejo tiempo loco.
Hay amores que vuelven a la memoria rotos,
y un tiempo de memoria tenaz y duradero.
Lo inmediato se pierde, se archiva en la memoria.
Tras la memoria vive aquello que se olvida,
y malgastan algunos sus memorias de humo,
Nombres en la memoria quedan desdibujados,
y un solo nombre puede cubrir una memoria.
Fugaz, como una rosa, la memoria sucumbe,
y es sólo la memoria lo que nos sobrevive.
Imágenes lumínicas se encienden, se agigantan
sobre la fértil gleba de un predio de memorias.
Y en la memoria crece un campo de exterminio
por cada humano error, por cada desengaño.
Memoria en la palabra es el verso que escribo.
Y escribo sobre el agua que inunda la memoria
en este río-vida que nos lleva al olvido.
Tras las memorias muertas hay ángeles sin alas
que jamás lograrán su asunción a los cielos.