zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

Ver una entrada al azar

viernes, 31 de agosto de 2018

Si alguien pudiera parar la cámara (por Linda Pastan)


Eran los primeros días de Mayo, creo.
Un momento de la lila o cereza silvestre
cuando tantas promesas se hacen
y es difícil preocuparse si algunas no se cumplen.
Mi madre y mi padre todavía suspendidos
en la experiencia, parte del paisaje
como las casas en donde había crecido.
Y si habrían de ser derribadas después
era algo que sabía
pero no creía. Nuestros chicos estaban dormidos
o jugando, el más pequeño tan nuevo
como el nuevo aroma de la lila,
y cómo pude haber adivinado
que sus raíces eran superficiales
y serían fácilmente trasplantadas.
No supe ni siquiera que era feliz.
Los pequeños enojos que eran como sal
sobre el melón fue en lo que me obstiné,
aunque en verdad sólo hacían
el sabor de la fruta más dulce.
Entonces nos sentamos en el porche
en la mañana fría, sorbiendo
café caliente. Después de las noticias del día
-huelgas y pequeñas guerras, un incendio en algún lugar-
pude ver lo alto de tu cabeza negra
y pensé no en conflagraciones públicas
sino en cómo se sentirían en mi hombro desnudo.
Si alguien pudiera parar la cámara entonces...
Si alguien pudiera no sólo parar la cámara
sino preguntarme: ¿Eres feliz?
Quizá me habría dado cuenta
de cómo la mañana brilló en el color
reflejado de la lila. Sí -podría haberle dicho-,
ofreciéndole una humeante taza de café.



jueves, 30 de agosto de 2018

Por esta hora (por Fernando Pessoa)



¡Ah el crepúsculo, la noche que cae, las luces en las grandes

ciudades que se encienden,

y la mano de misterio que ahoga el bullicio,

y el cansancio de todo en nosotros que nos corrompe

con una sensación exacta y precisa y activa de la Vida!

¡Cada calle es un canal de una Venecia de tedios

y qué misteriosa la intimidad unánime de las calles,

de las calles al caer de la noche, oh Cesário Verde, oh Maestro,

oh, del «Sentimiento de un Occidental»!

¡Qué inquietud profunda, qué deseo de otras cosas,

que ni son países, ni momentos, ni vidas,

qué deseo tal vez de otros modos de estados del alma

humedece interiormente el lento y lejano instante!

Un horror sonámbulo entre luces que se encienden,

un pavor tierno y líquido, apoyado en las esquinas

como un mendigo de sensaciones imposibles

que no sabe quién las pueda dar...

Cuando muera,

cuando me vaya, vilmente, como toda la gente,

por aquel camino cuya idea no se puede encarar de frente,

por aquella puerta a la que, si pudiésemos asomar, no

asomaríamos,

hacia aquel puerto que el capitán del Barco no conoce,

sea por esta hora digna de los tedios que tuve,

por esta hora mística y espiritual y antiquísima,

por esta hora en que tal vez, hace mucho más tiempo del que

parece,

Platón soñando vio la idea de Dios

esculpir cuerpo y existencia nítidamente plausibles

dentro de su pensamiento exteriorizado como un campo.

Sea por esta hora en que me lleváis a enterrar,

por esta hora que no sé como vivir,

en que no sé que sensaciones tener o fingir que tengo,

por esta hora cuya misericordia es torturada y excesiva,

cuyas sombras vienen de cualquier otra cosa distinta de las cosas,

cuyo pasaje no roza vestidos en el suelo de la Vida Sensible

ni deja perfume en los caminos de la Mirada.



miércoles, 29 de agosto de 2018

En vuestra, en nuestra lengua (por Berta Piñán)


¿Cómo se dice en uolof la palabra frontera, la palabra
patria? ¿Y en sonike? ¿Cómo llamáis al desamparo?
Si queréis decir en bereber, por ejemplo, “yo tuve una casa
en un arrabal de Rabat” ¿ponéis en este orden la frase? ¿Cómo
se conjugan en bambara los verbos que llevan al norte,
qué adjetivos cuadran a la palabra mar, a la palabra muerte?
Si tenéis que iros, ¿es la palabra adiós un sustantivo?
¿Cómo se pronuncia en diakhanké la palabra exilio? ¿Hay que
juntar los labios? ¿Duelen? ¿Qué pronombres usáis para quien espera
en la playa, para quien regresa sin nada? Cuando señaláis hacia allá, hacia
casa, ¿qué adverbio escogéis? ¿Cómo se dice en vuestra, en nuestra lengua
la palabra futuro?


martes, 28 de agosto de 2018

Dónde estabais (por Adam Zagajewski)


En mayo, atravesando el bosque al alba
me preguntaba dónde estabais, almas
de los muertos. Dónde estabais, jóvenes
desaparecidos, dónde estabais, del todo
transfigurados.
En el bosque reinaba el gran silencio
y oía soñar las hojas verdes,
oía soñar a las cortezas, hechas para construir
barquitas, naves, velas.
Luego, arrancó lentamente el gorjeo de los
pájaros, jilgueros, tordos y mirlos ocultos
en los balcones del ramaje; cada uno hablaba distinto,
con otra voz, sin pedir nada, sin
amargura ni pena.
Y comprendí que en el canto estabais
inalcanzables como la música, indiferentes como
notas, lejos de nosotros como nosotros
de nosotros mismos.

lunes, 27 de agosto de 2018

No sabe a lo que vino (por Jaime Gil de Biedma)


Ha venido a esa hora.

No vive en este barrio.

No conoce las tiendas.

No conoce a las gentes

que se afanan en ellas.

No sabe a lo que vino.

No compra aquí la prensa.

Recuerda las esquinas

que los perros recuerdan.


Ventanas encendidas

le agrandan la tristeza.

Corazón traseúnte,

junto a las casas nuevas

camina vacilando,

como un hombre a quien llevan.

El viento del suburbio

se le enreda en las piernas.


La calle como entonces.

Como entonces ajena.

Y el aire oscurecido,

la noche que se acerca.

Cuando dobla la esquina

y aprieta el paso, sueña

que el tiempo no ha cambiado,

jugando a que regresa.


Luego pasa de largo,

y piensa: fue una época.


domingo, 26 de agosto de 2018

Sin piano propio (por Luis Ignacio Helguera)


Como el albañil que nunca tiene la casa que edifica
como el jardinero que vive en un cuartucho sin macetas
como la costurera que nunca tiene el vestido que cose
llegaba el afinador de pianos sin piano propio
llegaba con su hija y su maletín de médico
su oído absoluto atento al corazón del viejo Steinway
sus manos maestras entregadas a las cuerdas cardíacas
a su dentadura de marfil cariado
a sus pedales reumáticos
dejaba cada sonido en su sitio
cada acorde perfecto
y luego, para comprobarlo
medio interpretaba de memoria un nocturno de Chopin
hasta que, afinador de pianos,
daba notas falsas, un pasaje se le olvidaba
y sonreía y cerraba el piano
le pagaba el dueño
y se iba con su maletín de médico y su hija
que le tomaba la mano en la calle y lo miraba en lo alto
con una sonrisa.

sábado, 25 de agosto de 2018

Yo estaba en otro sitio (por Carmen Martín Gaite)


En la tarde de otoño,
cuando he abierto los ojos,
la voz dulce y sensata de mi madre
viene de otro hemisferio
que ya no sé alcanzar.
Habla de la merienda,
de sábanas planchadas
de poner el termómetro.
Y un bullicio de niños
que salen de la escuela
brinda desde la calle
un contrapunto lánguido,
entreverando pausas que se estiran.
Yo estaba en otro sitio
–¿dónde estaba?–.
De todo lo que veo y lo que oigo
me separa el sabor del paladar,
una sed agridulce.

Pues parece que tienes menos fiebre.
Ahora te traigo el agua de limón.

No es eso, no era eso.
Yo estaba en otro sitio.
Al raso. Corría el aire.
Nadie me conocía.
Había ruido. Había riesgo.
Va a repetirse todo, me aburre esta función.
No cierres el balcón,
espera, te lo pido, un momentito más,
que no entra frío,
no corras todavía la cortina.
Deja abierta, mi dulce carcelera,
la ranura del sueño.
Ella me mira y dice:
Tienes los ojos tristes, ¿en qué piensas?
En nada, digo yo. Y sus pasos se alejan.

Podría huir ahora.
En los cuentos de niños
resultaba tan fácil la transfiguración,
el brinco audaz y súbito.

No quiero más paredes,
más mantas ni jarabes,
yo sé lo que me cura y lo que no,
respirar de otro modo necesito.
Ahora mismo podría,
si tú me dieras fuerzas,
oh hermano Peter Pan,
saltar desde la cama hasta el balcón,
del balcón a la torre de la iglesia,
donde los monaguillos ya se aprestan
a iniciar un tañido
que nunca es aventura.
¡Oh, el riesgo de salir,
arrebujada en camisón liviano
a conjurar la fiebre,
desafiando el frío de la tarde,
sobrevolando plazas y callejas,
ventanas que se encienden
y bultos de mujeres que acuden al rosario,
esquivar en zigzag el campaneo
de toda la ciudad,
abrirse al campo ignoto, sin paredes!



viernes, 24 de agosto de 2018

Fue un milagro (por Miguel Ángel Zapata)


Mi loro ha muerto en una clínica de Huntington. Su vida fue un milagro. Era la envidia de todos los pájaros del vecindario. Cantó durante cinco años una pieza de Boccherini y un par de rancheras mexicanas que se sabía de memoria. En sus días agitados silbaba a las muchachas que pasaban por la acera de mi casa.

Cuando estaba alegre, la casa era un jolgorio. Sus silbidos armoniosos contagiaban de alegría a los pericos envidiosos de la otra jaula. Yo mejor hubiese sido canario, me decía: la muerte es una canción de cuna bajo un tremendo álamo que nos protege. Al álamo le gusta su familia, y deja caer sus hojas como moneda ensangrentada. Es un cielo enorme desde donde se ven las cascadas, las alas de las aves que retornan a ver el agua del principio.

Hoy estoy triste. Mi loro era un pedazo de cielo en este mundo de miedo.


jueves, 23 de agosto de 2018

El embargo (por José Mª Gabriel y Galán)


Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...

Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!

¡Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está gediendo!

Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!

¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo!
Lleváisoslo todu,
todu, menus eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...


miércoles, 22 de agosto de 2018

La noche que morí (por Randall Jarrell)


No fue el morir: todos mueren.
No fue el morir: ya habíamos muerto antes
en los accidentes rutinarios—y nuestros comandantes
llamaron a la prensa, escribieron a nuestras casas,
y aumentó la estadística, todo por causa de nosotros.
Morimos en una página de almanaque que no era la nuestra.
Desparramados sobre montañas a cincuenta millas de distancia.
Cayendo de cabeza en un pajar, peleando con un amigo,
nos encendimos en las líneas que nunca vimos.
Morimos como hormigas o perritos extranjeros.
(Cuando salimos de la escuela nada había muerto que nos hiciera comprender que podíamos morir así.)
En nuestros aviones, con nuevas tripulaciones, bombardeamos
los blancos del desierto o de la costa,
disparamos sobre los objetivos remolcados, esperamos a ver qué tantos
nos apuntamos, y pasamos a ser relevos y despertamos
una mañana, sobre Inglaterra, en operaciones.
No fue diferente: pero si morimos
no fue por accidente sino por error
(por un error muy fácil de cometer).
Leíamos nuestras cartas y contábamos nuestros vuelos—
En bombarderos con nombres de muchachas, incendiábamos
las ciudades que aprendimos en la escuela—
Hasta que se nos acabó la vida. Nuestros cuerpos quedaron
con los de la gente que matamos sin conocerla.
Cuando durábamos lo suficiente, nos daban medallas;
cuando moríamos decían “Nuestras bajas fueron pocas”.
Dijeron “Aquí están los mapas”; quemamos las ciudades.
No fue el morir, no, no el tener que morir;
pero la noche que morí, soñé que estaba muerto,
y las ciudades me dijeron “¿Por qué estás muriendo?
Estamos conformes, si tú lo estás”. Pero ¿por qué morí yo?

martes, 21 de agosto de 2018

Pasar lista a las cosas (por Roberto Juarroz)


Periódicamente
es necesario pasar lista a las cosas,
comprobar otra vez su presencia.

Hay que saber si todavía están allí los árboles,
si los pájaros y las flores continúan su torneo inverosímil,
si las claridades escondidas siguen suministrando la raíz de la luz,
si los vecinos del hombre se acuerdan aún del hombre,
si dios ha cedido su espacio a un reemplazante,
si tu nombre es tu nombre o es ya el mío,
si el hombre completó su aprendizaje de verse desde afuera.

Y al pasar lista es preciso evitar un engaño:
ninguna cosa puede nombrar a otra.

Nada debe reemplazar a lo ausente.


lunes, 20 de agosto de 2018

Quizá ni ella misma lo sabe (por Sujata Bhatt)


Esta es una historia
que he oído
infinidad de veces, siempre contada
por mi padre durante la cena
siempre contada a manera de prefacio
de una nueva cuestión filosófica
que quiere plantear.

Quizás debido a que
he escuchado esta historia
tantas veces, ahora
ya no oigo las palabras
que mi padre repite.
En cambio, la escena se despliega
en mi mente, muy adentro del ojo de mi alma
parpadea, da brincos como esas viejas películas
mudas, en blanco y negro.

Ya pasa de la medianoche
casi la una y mi abuelo
está a punto de entrar a la casa.
Ha estado todo el día trabajando como siempre
con los pobres, tratando de ayudar
a los rechazados hariyanes.

Al abrir la puerta
de su propia casa ha encontrado a mi abuela
cerrándole el paso.
La brahmina ortodoxa Ajwali Ba
le pide que primero se bañe
afuera con un balde de agua fría
por allá, cerca del huerto
antes de entrar.
Está muy cansado, le ruega.
Pero ella insiste, de pie, guardando su distancia
para que no la manche con el más mínimo roce.
Con apenas su larga camisa blanca
llena de polvo del camino
pero para ella mucho más sucia por haber sido tocada
por otras castas; impura
para ella particularmente debido
a esos marginados…
Con que su camisa rozara
su sari, lo mandaría furiosa
a darse otro baño
y a ponerse ropa limpia.
Sabiendo todo esto él permanece
en la entrada.

Ella no cambiará
las reglas.
“Si es así, dormiré en el jardín”
decide él y se va.

Entonces hay una pausa
durante la cual Nanabhai
se interna en la oscuridad
del jardín,
y Ajwali Ba se queda adentro
escuchando la oscuridad de la casa
en la que sus hijos duermen
ignorantes de todo.

Unos minutos después,
digamos unos diez minutos después,
sale apresurada de la casa,
cruza corriendo el patio,
baja a saltos las escaleras
que llevan a la huerta de mangos
y se reúne con él.

Esta es la parte que a mí más me gusta.
Me gusta pensar en ella, todavía
una mujer joven, corriendo
escaleras abajo con el mismo apremio
que yo sentía al bajar por ellas a los ocho años, a los diecisiete,
a los veintiséis…

Nunca sabremos qué
le hizo cambiar de opinión.
Quizá ni ella misma lo sabe.
Pero puedo sentir su audaz desplante
sus enérgicos y fuertes brazos
arremetiendo contra el aire
—y las cejas de media luna que yo heredé
y su impaciencia por entenderlo a él…

La narración de mi padre termina aquí
en el lugar donde ellos descansan
uno junto al otro.
Pero la película continúa
en mi mente:
Ahora ya están juntos,
Nanabhai y Ajwali Ba.
Él seguramente dormido, exhausto
sin soñar.
¿Y ella?

Yo la veo alerta, pensativa.
Como sabe que no puede dormir
ni siquiera se preocupa
por cerrar los ojos.
La veo mirando al cielo
disfrutando un juego íntimo
en el que desenreda las estrellas
y las reacomoda
en sus constelaciones correctas.


domingo, 19 de agosto de 2018

Y ya no encontrarás en mi alma a nadie (por César Vallejo)


Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

Verano! Y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos vivos.

Verano, ya me voy. Allá, en septiembre
tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.

Si a fuerza de llorar el mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a Dios que siga para siempre muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

Ya no llores, Verano! En aquel surco
muere una rosa que renace mucho.


sábado, 18 de agosto de 2018

¿Volvería a caer? (por Juan Gil Albert)


Si volviera a vivir por estos valles
¿volvería a caer? Me extrañaría
que no lo hiciera.
Veo en esos ojos
el mismo fuego aquel, la dulce llama
que me perdió en su día.
Veo el paso
de quien deja flotar tras de sus hombros
las alas del deseo.
Veo en blancos
muros que trepan frente al mar las rosas
latiendo ensimismadas.
Veo viñas
que las abejas pican rescatando
su miel de oro.
Veo en la azotea
las ropas como velas de un navío
que nos arrastraran lejos.
Veo el monte
crepitando de sol y siento dentro
recorrerme sutil como un fluido
algo que necesita mi concurso
para integrarse entero en la armonía
que me circunda.
Nada ha cambiado.
Tierra, divinidad, delicia, tierra.
Todo está en pie, incitante, extraño, hermoso.
Volvería a caer.


viernes, 17 de agosto de 2018

Acreciento el misterio (por Lucian Blaga)


Yo no aplasto la corola de milagros del mundo
y no destruyo con mi pensamiento
los misterios que en mi camino encuentro
en flores, en ojos, sobre labios o tumbas.
Otros con su inteligencia
ahogan el encanto de lo impenetrable, de lo escondido
en los abismos oscuros,
pero yo con mi luz acreciento el misterio del mundo;
y así como la luna con sus rayos brillantes
no disminuye, sino temblorosa
extiende aún más el secreto de la noche,
así yo enriquezco el sombrío horizonte
con amplios estremecimientos de sagrado misterio;
y todo lo que es incomprensible
se torna aún más incomprensible
bajo mis ojos
pues así yo amo
flores y ojos y labios y tumbas.


jueves, 16 de agosto de 2018

Y antes de arrojarlo (por Dalí Corona)


Lo levanté mucho más temprano que otros días

porque ahora la entrada es a las ocho.

Desayunamos fuerte;

le puse en la mochila varios lápices y gomas

y dos paquetes de colores, por si acaso.

Lo abrigué completamente

y le prohibí quitarse la chamarra

a pesar de que el sol ya comenzaba a calentarnos.


Con un cordón até a su cuello

un letrero que indicaba que ese niño

era el mío.


Lo acerqué a la puerta

y antes de arrojarlo a la soledad de la primaria

le dije que mi amor por él es infinito.

Se dirigió a la fila,

que es el patíbulo primero que recuerdo,

y vi cómo valientemente

caminó, sin voltear, hacia el salón.


miércoles, 15 de agosto de 2018

Un río (por Javier Heraud)


1

Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento.
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.

2

Yo soy un río

un río
un río
cristalino en la
mañana.
A veces soy
tierno y
bondadoso. Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de
día,
y
de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.

3

Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor,
golpeo contra las
piedras más y más,
las hago una
a una pedazos
interminables.
Los animales
huyen,
huyen huyendo
cuando me desbordo
por los campos,
cuando siembro de
piedras pequeñas las
laderas,
cuando
inundo
las casas y los pastos,
cuando
inundo
las puertas y sus
corazones,
los cuerpos y
sus
corazones.

4

Y es aquí cuando
más me precipito
Cuando puedo llegar
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
mirarlos desde
adentro.
Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol,
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra,
y callo como una
rosa sin espinas.

5

Yo soy un río.
Yo soy el río
eterno de la
dicha. Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
lagos y praderas
se torna inacabable.

6

Yo soy el río que viaja en las riberas,
árbol o piedra seca
Yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
Yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
Yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
Yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados.

7

Yo soy el río que canta
al mediodía y a los
hombres,
que canta ante sus
tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.

8

Yo soy el río anochecido.
Ya bajo por las hondas
quebradas,
por los ignotos pueblos
olvidados,
por las ciudades
atestadas de público
en las vitrinas.
Yo soy el río
ya voy por las praderas,
hay árboles a mi alrededor
cubiertos de palomas,
los árboles cantan con
el río,
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.

9

Llegará la hora
en que tendré que
desembocar en los
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar.
El día llegará,
y en los mares inmensos
no veré más mis campos
fértiles,
no veré mis árboles
verdes,
mi viento cercano,
mi cielo claro,
mi lago oscuro,
mi sol,
mis nubes,
ni veré nada,
nada,
únicamente el
cielo azul,
inmenso,
y
todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas.

martes, 14 de agosto de 2018

Con su pequeñez (por Fernando Pessoa)


Despierto de noche repentinamente,

y mi reloj ocupa la noche entera.

No siento la naturaleza ahí afuera.

Mi cuarto es una cosa oscura con paredes vagamente blancas.

Ahí afuera hay un sosiego como si nada existiera.

Sólo el reloj prosigue su ruido.

Y esta pequeña cosa de engranajes que está encima de mi mesa

ahoga toda la existencia de la tierra y del cielo...

Casi me pierdo, pensando en lo que esto significa,

pero me vuelvo, y me siento sonreír en la noche con las comisuras de la boca,

porque la única cosa que mi reloj simboliza o significa

al llenar con su pequeñez la noche enorme

es la curiosa sensación de llenar la noche enorme

con su pequeñez...



lunes, 13 de agosto de 2018

Una carroña (por Charles Baudelaire)


Recuerda lo que vimos, alma mía,
esa mañana de verano tan dulce:
a la vuelta de un sendero una carroña infame
en un lecho sembrado de guijarros,

con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
ardiente y sudando los venenos
abría de un modo negligente y cínico
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esta podredumbre,
como para cocerla en su punto,
y devolver ciento por uno a la gran Naturaleza
todo lo que en su momento había unido;

y el cielo miraba el espléndido esqueleto
como flor que se abre.
Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba
creíste desmayarte.

Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos andrajos vivientes.

Todo aquello descendía y subía como una ola,
o se lanzaba chispeante.
Se habría dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,
vivía y se multiplicaba.

Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento
o el grano que un cribador con movimiento rítmico
agita y voltea con su instrumento.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo tardío en aparecer
en la tela olvidada, y que el artista acaba
sólo de memoria.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con ojos enfadados,
espiando el momento de recuperar en el esqueleto
el trozo que había soltado.

Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,
que esta horrible infección,
¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! así serás tú, oh reina de las gracias,
después de la extrema unción,
cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,
a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos
¡que he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores corrompidos!


domingo, 12 de agosto de 2018

Pero los gallos cantaron tres veces (por Lucian Blaga)


No te escribiría ni siquiera este renglón,
pero los gallos cantaron tres veces en la noche
y tuve que gritar
Dios mío, Dios mío, ¿de quién renegué?

Soy más viejo que tú, madre,
pero así como tú me conoces:
algo cargado de espaldas,
inclinado sobre las preguntas del mundo.

Hasta hoy no entiendo aún por qué me enviaste a la luz.
¿Solamente para andar entre las cosas
y hacerles justicia, diciéndoles
cuál es más verdadera, cuál es más hermosa?
La mano se me detiene: es muy poco.
La voz se me apaga: es muy poco.
¿Por qué me enviaste a la luz, madre,
por qué me enviaste?

Mi cuerpo cae a tus pies,
pesado como un pájaro muerto.


sábado, 11 de agosto de 2018

Eran todavía los mismos (por Sara Teasdale)


Después de un año he vuelto de nuevo al lugar;
las luces incansables y el eco,
el irritado trueno de trenes que horadan la tierra,
la gente atormentada y apresurada, eran todavía los mismos,
¿pero, oh, otro hombre junto a mí, no tú!
¡otra voz y otros ojos en los míos!
Y de pronto me volví y vi de nuevo
las brillantes curvas en las vías, el puente en lo alto,
habían sido marcados profundamente en mi corazón,
la noche que los miré para evitar tus ojos,
cuando decías: «¡Oh, mírame!»
cuando decías: «¿No me amarás nunca?»
y cuando respondí con una mentira. Oh entonces
bajaste la vista. Sentí tu dolor absoluto.
Hubiera dado la vida por decirte la verdad.

Después de un año he vuelto de nuevo al lugar –
la gente atormentada y apresurada era todavía la misma.


viernes, 10 de agosto de 2018

Su sencillo coraje de quererme (por Mario Benedetti)


Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aun en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.

usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
porque me estoy muriendo santomé

usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
en esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme

usted martín santomé no sabe
y sé que no lo sabe
porque he visto sus ojos
despejando
la incógnita del miedo

no sabe que no es viejo
que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años
yo estoy segura de quererlo así.

usted martín santomé no sabe
qué bien, qué lindo dice
avellaneda
de algún modo ha inventado
mi nombre con su amor

usted es la respuesta que yo esperaba
a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre
y yo la que abandono
usted es mi hombre
y yo la que flaqueo

usted martín santomé no sabe
al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría
sin previo aviso
de un brutal portazo

es raro
pero siento
que me voy alejando
de usted y de mí
que estábamos tan cerca
de mí y de usted

quizá porque vivir es eso
es estar cerca
y yo me estoy muriendo
santomé
no sabe usted
qué oscura
qué lejos
qué callada
usted
martín
martín cómo era
los nombres se me caen
yo misma me estoy cayendo

usted de todos modos
no sabe ni imagina
qué sola va a quedar
mi muerte
sin
su
vi
da.



jueves, 9 de agosto de 2018

Ella me daba ruibarbo (por John Jairo Junieles)


Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo
podía curarlo todo, hasta los males del amor.

Mi padre pensaba que un poco de dinero
era mejor que el ruibarbo y el amor
(además, podía comprar mucho más que eso).

Cuando yo tenía fiebre o estaba triste
ella me daba ruibarbo.
Mi padre me dejaba algunas monedas.

Cuando ella murió él se metió en su cuarto,
apagó la luz y sentí que lloraba bajito.
Jamás lo había visto hacer esas cosas
y el aire empezó a faltarme.

Toqué la puerta y cuando me abrió
dejé en su mano una moneda.


miércoles, 8 de agosto de 2018

En memoria (por Giuseppe Ungaretti)


Se llamaba
Mohamed Sceab

Descendiente
de emires de nómadas
suicida
porque no tenía ya
Patria

Amó a Francia
y cambió de nombre

Fue Marcel
pero no era francés
y no sabía ya
vivir
en la tienda de los suyos
donde se escuchaba la cantilena
del Corán
saboreando un café

Y no sabía
entonar
el canto
de su abandono

Le he acompañado
junto a la patrona del hotel
donde vivíamos
en París
en el número 5 de la rue des Carmes
marchito callejón en bajada

Reposa
en el camposanto de Ivry
suburbio donde parece
ser siempre el día
de una
destartalada feria

Y quizá sólo yo
sé aún
que vivió



martes, 7 de agosto de 2018

¿Por qué me despertaste? (por Fernando Pessoa)



¡Maestro, mi querido maestro!

¡Corazón de mi cuerpo intelectual y entero!

¡Vida del origen de mi inspiración!

Maestro, ¿qué se hizo de ti en esta forma de vida?

No te importó si morías, si vivirías, ni tú ni nada,

alma abstracta y visual hasta los huesos,

atención maravillosa al mundo exterior siempre múltiple,

refugio de nostalgias de todos los dioses antiguos,

espíritu humano de la tierra materna,

flor encima del diluvio de la inteligencia subjetiva...

¡Maestro, mi maestro!

En la angustia sensacionista de todos los días sentidos,

en la amargura cotidiana de las matemáticas del ser,

yo, esclavo de todo como un polvo de todos los vientos,

¡alzo las manos hacia ti, que estás lejos, tan lejos de mí!

¡Mi maestro y mi guía!

A quien ninguna cosa hirió, ni dolió, ni perturbó,

seguro como un sol haciendo su día involuntariamente,

natural como un día mostrándolo todo,

Maestro mío, mi corazón no aprendió tu serenidad.

Mi corazón no aprendió nada.

Mi corazón no es nada,

mi corazón está perdido.

Maestro, sólo sería como tú si yo hubiera sido tú.

¡Qué triste la gran hora alegre en que primero te oí!

Después todo es cansancio en este mundo subjetivado,

todo es esfuerzo en este mundo donde se quieren cosas,

todo es mentira en este mundo donde se piensan cosas,

todo es otra cosa en este mundo donde todo se siente.

Después, he sido como un mendigo dejado a la intemperie

por la indiferencia de toda la aldea;

después, he sido como las hierbas arrancadas,

dejadas en manojos en alineamientos sin sentido;

después, he sido yo; sí, yo, para mi desgracia,

y yo, por mi desgracia, no soy yo ni otro ni nadie;

después, ¿por qué enseñaste la nitidez de la vista,

si no me pudiste enseñar a tener el alma con que verla clara?,

¿por qué me llamaste hacia lo alto de los montes

si yo, criatura de las ciudades del valle, no sabía respirar?,

¿por qué me diste tu alma si yo no sabía qué hacer con ella

como quien está cargado de oro en un desierto,

o canta con voz divina entre las ruinas?,

¿por qué me despertaste para la sensación y el alma nueva,

si yo no sabré sentir, si mi alma es siempre mía?

Pluguiera al Dios ignoto que siempre fuera yo aquel

poeta decadente, estúpidamente pretencioso,

que podría al menos venir a agradar,

y no surgiera en mí la pavorosa ciencia de ver.

¿Para qué me hiciste yo? ¡Me hubieras dejado ser humano!

Feliz el hombre ordinario,

que tiene su tarea cotidiana normal, tan leve aunque pesada,

que tiene su vida común,

para quien el placer es placer y el recreo es recreo,

que duerme el dormir,

que come comida,

que bebe bebida, y por eso tiene alegría.

La calma que tenías, me la diste, y me fue inquietud.

Me liberaste, pero el destino humano es ser esclavo.

Me despertaste, pero el sentido del ser humano es dormir.


lunes, 6 de agosto de 2018

Mantente tú (por Irene Sánchez Carrión)


Mantén, camino, tú, la esperanza.

Van cayendo los días
en las secas cunetas de mis años,
pasan las estaciones,
otros son los viajeros que hoy marchan a mi lado,
ha caído algún árbol que estuvo antes erguido
y las aves que perdieron el rumbo
vuelan ya de regreso.

Mantente tú, camino,
con cansancio y con sed, con hambre y con deseo,
y dame tus placeres,
tu empinada hermosura hacia el ocaso.


domingo, 5 de agosto de 2018

Cómo estás en mí (por Pedro Humire Loredo)


Me partes a mí
y al tiempo,
Parinacota de los pedregales,
lugar primero, madrugada del universo,
iniciación de los sentimientos,
donde piensa el viento grande
y se encuentran las edades.

Cuando nos conocimos
me envolviste con tu grito
y tuve la sensación de hundirme

en tu perennidad,
Parinacota, residencia de mi espíritu.

Dejé marcada en tus adobes
mi locura,
y se partió la blanca pared de las casas
cuando te conté aquello,
Parinacota de mi recuerdo.

Los dos llorábamos,
el ave bajó al arbusto
a sepultar su plumaje;
mas hará navegar su canto
hoy y siempre
en mi profundidad
y en los reflejos de tu laguna.

Tristemente vimos a las vicuñas
doblegar su salvaje trote frente a la muerte,
pero desde aquel tiempo
siento correr la dulce sensibilidad de ellos
entre mi sangre,
Parinacota, mi necesario hallazgo.

¡Cómo estás en mi!
que cuando te sueño
me responde tu ventarrón,
ese de tus tardes,
de tu lluvia,
de tus confidencias en esa blancura
del tiempo de invierno,
de esos días en que buscas
y corres riendo sobre tus penas
o llorando frente a tu encuentro.

Nuestra dulce desgracia, Parinacota,
los dos la guardaremos,
no habrá más quien la sepa.
Yo te entregué mi locura
y tú me confiaste el frío de tu tristeza
en el lenguaje perenne de América…
Todo multiplicará entre tú y yo solamente.
Parinacota, maternal huella encontrada.


sábado, 4 de agosto de 2018

¿Qué os parece mi cara abofeteada? (por Nicanor Parra)


Considerad, muchachos,
esta lengua roída por el cáncer:
soy profesor en un liceo oscuro
he perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
hago cuarenta horas semanales).
¿Qué os parece mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué decís de esta nariz podrida
por la cal de la tiza degradante.

En materia de ojos, a tres metros
no reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? — Nada.
Me los he arruinado haciendo clases:
la mala luz, el sol,
la venenosa luna miserable.
Y todo para qué:
para ganar un pan imperdonable
duro como la cara del burgués
y con sabor y con olor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
si nos dan una muerte de animales!

Por el exceso de trabajo, a veces
veo formas extrañas en el aire,
oigo carreras locas,
risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
y estas mejillas blancas de cadáver,
estos escasos pelos que me quedan,
¡estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
joven, lleno de bellos ideales,
soñé fundiendo el cobre
y limando las caras del diamante:
aquí me tienen hoy
detrás de este mesón inconfortable
embrutecido por el sonsonete
de las quinientas horas semanales.


viernes, 3 de agosto de 2018

Mientras tanto (por José Emilio Pacheco)


En un prendedor de plata
la antigüedad de la herrumbre
que han dejado la sal y el mar del tiempo.

Este recubrimiento vela el día
en que salió a la luz de la novedad
un objeto
destinado a la oscura pátina.

Debe de haber
deidades o demonios que manipulen el tiempo
y digan: “Todo
nace para ofrendarse a la erosión.
Sólo nosotros
perseveramos en seguir aquí,
inmutables y crueles
como espuma que a cada instante
impone su levedad a la pesadumbre
de la roca marina,
bajo la evanescencia corrosiva
que muerde todo y demuele todo”.

Hay sustancias
para quitarle a la humilde joya
la cadena que la aprisiona
en un ayer inasible.

Ahora está “como nueva”
pero no es nueva.
En su vistosidad reluciente
se dibuja más bien un simulacro
de antigua juventud.

Por un instante se borra
la noche inmensa en donde estuvo guardado
—¿por qué incógnita historia?—
este objeto.

Al tocarlo siento la piel
de la muchacha que por primera vez se lo puso.
¿Cuándo?
Digamos por decir algo
mil novecientos treinta y nueve.

El tacto me permite verla hermosísima
en un baile del Ciro´s o el Country Club
o en el Hotel Montejo que se llevó el terremoto.

Ya no está aquí la muchacha.
Los lugares también se fueron.
Todo ese mundo
ya se ha desvanecido como hoy se disipa este otro
que mientras tanto se va cubriendo de pátina.


jueves, 2 de agosto de 2018

Cuánto me queda aún (por Rabindranath Tagore)


No se ha puesto el sol todavía
y aún no ha empezado la feria
que han montado en la ribera.
Pensé que había perdido
todo mi tiempo y mis monedas;
pero no, hermano mío, algo me queda aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

He acabado mi negocio.
Están hechas las cuentas
y regreso a mi hogar.
¿Qué he de pagarte, guardián?
Tranquilízate, algo me queda aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Se ha detenido el viento
y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo
no anuncian nada bueno.
El agua espera callada el vendaval.
Voy a pasar al otro lado del río
pues tengo miedo de que caiga la noche.
¿Me pides el dinero del viaje, barquero?
Sí, hermano mío, algo me queda aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Un mendigo se ha sentado
a la vera del camino debajo de un árbol.
Me mira esperando con timidez.
Es muy posible que crea que llevo mucho dinero.
Sí, hermano mío, algo me queda aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Ya ha caído la noche
y se ha desvanecido el camino desierto.
Brillan las luciérnagas en medio de las frondas.
¿Quién me andará siguiendo en silencio,
ocultándose si me vuelvo a mirar?
¿Quieres robarme, verdad?
Pues no te marcharás con las manos vacías,
porque algo me queda aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Luego, cuando a medianoche llego a mi casa
con la bolsa sin nada,
tú me estas aguardando en la puerta,
con un mirar ansioso,
insomne y silenciosa; y te echas en mi regazo
como un tímido pájaro, llena de amor.
Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto me queda aún!
¡La suerte no me lo ha quitado todo!


miércoles, 1 de agosto de 2018

Como sólo podían sus ojos (por Roberto Bolaño)


Te visitan en la hora más oscura
todos tus amores perdidos.
El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos
de Edna Lieberman,
como sólo podían sus ojos
elevarse por encima de las ciudades
y brillar.
Y brillan nuevamente para ti
los ojos de Edna
detrás del aro de fuego
que antes era el camino de tierra,
la senda que recorriste de noche,
ida y vuelta,
una y otra vez,
buscándola o acaso
buscando tu sombra.
Y despiertas silenciosamente
y los ojos de Edna
están allí.
Entre la luna y el aro de fuego,
leyendo a sus poetas mexicanos
favoritos.
¿Y a Gilberto Owen,
lo has leído?,
dicen tus labios sin sonido,
dice tu respiración
y tu sangre que circula
como la luz de un faro.
Pero son sus ojos el faro
que atraviesa tu silencio.
Sus ojos que son como el libro
de geografía ideal:
los mapas de la pesadilla pura.
Y tu sangre ilumina
los estantes con libros, las sillas
con libros, el suelo
lleno de libros apilados.
Pero los ojos de Edna
sólo te buscan a ti.
Sus ojos son el libro
más buscado.
Demasiado tarde
lo has entendido, pero
no importa.
En el sueño vuelves
a estrechar sus manos,
y ya no pides nada.