zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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jueves, 31 de marzo de 2016

Y estar aquí contigo (por Miguel D' Ors)


Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo

y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.


miércoles, 30 de marzo de 2016

Miles de hombres (por Kelver Ax)


en mi cama hay más que un hombre dormido

son miles de hombres dormidos

en la extensa noche que es el tiempo

(qué hace tan alto el cielo)

(por qué la tierra gira como un niño hiperactivo)


estoy en la mitad del tiempo

tiran de mis brazos pasado y pasado

de romperse

se derramarán mis ancestros

martes, 29 de marzo de 2016

Todo era blanco (por Juan Carlos Moisés)


Entre Comodoro Rivadavia y Trelew,
en algún lugar de la Ruta Nacional 3.
No era lo que se dice una "Commedia",
tampoco era simulacro, ni era representación.
Estaba con mis hijos en "mitad del camino",
fuera del auto estacionado en la banquina,
de pie en la nieve y de espaldas al aire frío.
Nos habíamos abrigado hasta los ojos antes
de bajar, y no hablábamos porque era posible
que se nos congelara el aliento, las palabras.
A falta de sol, una especie de luz se suspendía
sobre los campos congelados de la tarde.
El chorro tibio, a temperatura corporal,
fue haciendo un hueco en la nieve.
La aureola amarilla avanzaba, concéntrica,
fuera del círculo polar y gradualmente
lo derretía sin que hubiera oposición.
Le devolvíamos a la tierra, paciente bajo
la masa compacta, una pertenencia en común.
Cuando, cada uno en lo suyo, terminamos
de arroparnos y caminábamos hacia el auto
con el motor en marcha y la calefacción
encendida donde esperaba la madre,
coincidimos en mirar trescientos sesenta
grados alrededor. Todo era blanco, y esa
luz precaria se desparramaba envolviéndonos
como el aliento de la respiración. Había algo,
además de la nieve, en ese lugar apartado, sin
puntos de referencia, que nos hacía mover lentos,
callados, como si aún nada tuviera nombre.

lunes, 28 de marzo de 2016

La protección inútil (por Julio Cortázar)


Lo sé muy bien, soy de una timidez enfermiza,

estar en el mundo me es hierro, me es guijarro.

Hasta el agua, casi siempre mi aliada,

resbala seca y hostil contra estos labios

que la quisieran almendra y encaje;

al atardecer, bajo la luz

ambigua que todavía me permite

errar por la ciudad, el perfil de las nubes,

ese perfil suavísimo,

lacera brutalmente mi piel y me obliga

a huir gritando, a refugiarme bajo los portales.

Me aconsejan que viaje en subterráneo

para mayor seguridad,

o que me compre un sombrero de alas flotantes.

De nada vale que me hablen

con el tono que suscitan los niños,

yo miro hacia lo lejos donde sin embargo hay

una golondrina esperando para afilar sus tijeras en mi cuello.

Los consejeros municipales

han llegado a votar créditos para mi protección,

la gente se preocupa por mí.

Gracias, señoras y señores, me gustaría retribuir tanta gentileza

con ternura y civilidad; desgraciadamente ustedes

estarán siempre allí y eso es acantilado a pique, máquina para moler la sombra,

insoportable exageración de una bondad armada a garras de coral.

Cada vez me parece más penoso complicar la existencia ajena, pero

no queda ninguna isla desierta, ninguna arboleda de mala fama,

ni quisiera un corralito para encerrarme en él, y, desde allí, mirar

a los demás bajo la luz de la alianza.

¿Tengo la culpa yo, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?

domingo, 27 de marzo de 2016

De refilón (por Pere Gimferrer)


Si por tanto dolor y tantas gemas
hemos sabido solo vivir de refilón,
siempre encendiendo fuegos aproximativos,
la sibila del agua de la cueva,
minerales y húmedas palabras en la luz sorda,
si por tantas azadas afiladas
hemos sabido solo decir palabras lóbregas,
arando el campo ojoso de las sombras,
el oro con gafas negras de la noche,
solo hemos sabido decir la nieve ausente,
si por tantos glaciares desecados
nos hemos abstenido de la nieve
como el grajo se abstiene de la palabra,
si no somos más que el pulgar de la nieve,
marcado en la roca de luz reseca,
resecos de luz y nieve, y en la palabra
sabemos enunciar el esplendor en jaulas,
como dice el ruiseñor que morirá
cuando lleguen las yeguas de la noche.
Si por tantas condenas y conquistas
no puede el territorio romper el yermo,
en la viñeta del país del aire,
como en el abrojo del agua estremecida
el catafalco de la luz que quema,
la iglesia sumergida en ‘Nostalghia’,
la bufonada de la claridad,
si no sabemos qué dicen los responsos
del aire muerto, el aire henchido del cierzo,
la burbuja plutónica del aire,
pero sabemos que vivir es el latín
dicho por el aire que canta en "Perceval",
es el latín melódico en la fronda,
es el gorjeo de la luz
(amor: gorjeo de la luz),
lo sabemos todo, como en Chrétien de Troyes
o en Carles Riba, lo sabemos todo, tomamos
el aire calcinado de la obstinación,
el filamento de la bombilla encendida
que nos quemará la mano, la cloratita
de las Brigadas Rojas en la noche de Siena: luz etrusca
de máscaras etruscas que buscan el absoluto,
la luz intransigente de la aurora,
alba y noche de nuestro amor, la vida:
manchas de sangre en un pañuelo rojo.


sábado, 26 de marzo de 2016

Como anguilas en un barreño (por Fernando Pessoa)


Cada vez que mi propósito se ha elevado, por influencia de mis sueños, por encima del nivel cotidiano de mi vida, y durante un momento me he sentido alto, como el niño en un columpio, cada vez de éstas he tenido que bajar como él al jardín municipal, y conocer mi derrota sin banderas desplegadas para la guerra ni espada que tuviese la fuerza de desenvainar.

Supongo que la mayoría de aquellos con quienes me cruzo en el acaso de las calles lleva consigo —lo noto en el movimiento silencioso de los labios y en la indecisión confusa de los ojos o en la elevación de la voz con que rezan juntos— una igual proyección para la guerra inútil del ejército sin pendones.

Y todos —me vuelvo para atrás y contemplo sus dorsos de vencidos pobres— tendrán, como yo, la gran derrota vil, entre los limos y los juncos, sin claro de luna en las márgenes ni poesía en los pantanos, miserable y hortera.

Todos tienen, como yo, un corazón exaltado y triste, los conozco bien: unos son dependientes de tiendas, otros son empleados de oficina, otros son comerciantes de pequeños comercios; otros son los vencedores de los cafés y de las tascas, gloriosos sin saberlo en el éxtasis de la palabra egotista. Pero todos, pobrecillos, son poetas, y arrastran, a mis ojos, como yo a sus ojos, la igual miseria de nuestra común incongruencia. Tienen todos, como yo, el futuro en el pasado.

Ahora mismo, que me hallo inerte en la oficina, y todos salvo yo se han ido a almorzar, miro, a través de la ventana empañada, al viejo oscilante que recorre lentamente la acera del otro lado de la calle. No va borracho; va soñador. Está atento a lo inexistente; quizás espere todavía. Los dioses, si son justos en su injusticia, nos conserven todavía los sueños cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños, aunque sean bajos. Hoy, que no soy todavía viejo, puedo soñar en las islas del Sur y con Indias imposibles; mañana quizá me sea concedido por los mismos dioses el sueño de ser dueño de una tabaquería pequeña, o jubilado en una casa de los alrededores.

Cualquiera de los sueños es el mismo sueño, porque todos son sueños. Cámbienme los dioses los sueños, pero no el don de soñar. En el intervalo de pensar esto, el viejo se ha salido de mi atención. Ya no lo veo. Abro la ventana para verlo.

Todavía no lo veo. Se ha salido. Ha tenido, para conmigo, el valor visual del símbolo; ha terminado y ha doblado la esquina.

Si me dijeran que ha doblado la esquina absoluta, y nunca ha estado aquí, lo admitiré con el mismo gesto con que cierro ahora la ventana.

¿Conseguir?…

¡Pobres semidioses horteras que conquistan imperios con la palabra y la intención noble y tienen necesidad de dinero con el cuarto y la comida! Parecen las tropas de un ejército desertado cuyos jefes tuviesen un sueño de gloria del que a éstos, perdidos entre los limos de los pantanos, queda tan sólo la noción de grandeza, la conciencia de haber sido del ejército, y el vacío de no haber sabido lo que hacía el jefe que nunca han tenido.

Así, cada uno se sueña, un momento, el jefe del ejército de cuya retaguardia ha huido. Así, cada uno, entre el barro de los riachos, saluda a la victoria que nadie pudo lograr, y de la que ha quedado una especie de migas entre manchas en el mantel que se han olvidado de sacudir.

Llenan los intersticios de la acción cotidiana como el polvo los intersticios de los muebles cuando no se los limpia con cuidado. En la luz vulgar del día común se les ve luciendo como gusanos cenicientos contra la caoba rojiza. Pueden sacarse con un clavo viejo. Pero nadie tiene prisa por sacarlos.

¡Pobres compañeros míos que sueñan en voz alta, cómo los envidio con vergüenza! Conmigo están los otros —los más pobres, los que no tienen más que a sí mismos a quien contar los sueños y hacer lo que serían versos, si los escribiesen—, los pobres diablos sin más literatura que la propia alma, que mueren asfixiados por el hecho de existir.

Unos son héroes y derriban cinco hombres en una esquina de ayer. Otros son seductores y hasta las mujeres inexistentes no osan resistírseles. Se lo creen cuando lo dicen y todos lo dicen porque se lo creen. Para todos ellos, vencidos del mundo, porque quienes quiera que sean son gente.

Y todos, como anguilas en un barreño, se enroscan entre sí y se cruzan unos por encima de los otros y no salen de los barreños.


viernes, 25 de marzo de 2016

Tornillo (por Raúl Campoy)


Voy dibujando la rosca de un tornillo con cada gesto y el tornillo gira, y yo vivo en su hipnótico metal y como una tuerca me paseo por la rosca y el tornillo gira, y perdido en su cilindro a veces hay holguras de pared por donde visito lo que amo y el tornillo gira, y vuelvo enroscado, punzante en este sonido inacabado y el tornillo gira, y giro forzado entre paredes y giro loco y el tornillo gira, y me oprimo entre hélices con ojos nauseabundos y el tornillo gira y el tornillo avanza, y todo me sabe a caracoles, a ovillos enloquecidos como un Michael Jackson intratable y el tornillo gira, y entre esta revolución de alcoholes sin remedio, entre este apretarme y soltarme sin remedio, mientras el tornillo gira, me asusto de mí mismo: de ser yo mismo el destornillador.


jueves, 24 de marzo de 2016

Fraternidad (por Manuel Vilas)


Me gustan las calles iluminadas de la ciudad el sábado por la noche, cuando llega el invierno y la gente decide vivir.
Me seduce el olor a mozzarella y a orégano de las pizzerías.
Me enloquecen los billetes de 500 euros. Todas las formas de la vida son buenas.
Me encantan los nadadores que nadan desnudos, en mitad del Pacífico, bajo un sol compasivo, esperando la caída del cielo sobre sus hombros ateridos.
Me encantan las ganas de nadar.
Adoraba a los comunistas, sus rojos atuendos, su estrella roja en la frente de mármol, su espíritu fortificado. Soy un buitre enamorado. Ningún problema conmigo, sólo soy encantamiento, oyes, ningún problema con un tipo como yo.
Soy el mejor de los hombres.
Si te deja tu mujer, beberé contigo toda la noche y te devolveré la serenidad, porque soy un buen tipo y te quiero. Porque os quiero a todos y a todas. Me encanta estar aquí, como un árbol duro.
Me encantan los coches oficiales que salen en la televisión. Me enloquecen los zapatos siempre nuevos del Presidente. Amo los peinados y las colonias y los collares y los bolsos babilónicos de las ministras. Eh, adoro Babilonia.
Me enamoro de los ascensores de los hoteles de lujo, de una limpieza insuperable, oliendo a abundante y sereno perfume industrial categoría A a las ocho y media de la mañana y pienso en las manos torturadas de las chicas de la limpieza, cobrando miseria, en sus alianzas, en sus pulseras.
Me enamoro de las camareras, torturadas, ofendidas.
Me encanta el sol, las calles con sol.
Qué bien que exista el sol, yo te concibo.
Qué bien que existan las estrellas, yo las concibo, yo perdono su lejanía, yo las perdono, yo perdono su incomparecencia en esta mano, en esta carne.
Adoro a las camareras y su protagonismo en la historia universal. Me encantan las escaleras mecánicas: estar en ellas, subido allí, meditando, como un sultán tetrapléjico.
Adoro a los tetrapléjicos. Adoro a los paralíticos cerebrales. Adoro a los ciegos. Amo a los inválidos, a los deficientes. Me encantan las nuevas terminales de los cajeros automáticos, esos números verdes, grandiosos, emitiendo luz, sacando dinero, mucho dinero, todo el dinero.
No tengo paz, no la conozco.
Adoro a Frankenstein —ese superdotado—, mi hermano, mi semejante. Me encantan los ancianos. Me encantan las Residencias de la Tercera Edad construidas en las circunvalaciones que cercan Madrid, Sevilla, Barcelona, Bilbao, Málaga, Valencia y Zaragoza.
Amo las ciudades porque amo cualquier cosa que sea más grande que mi cuerpo.
De haber nacido en Estambul, también hubiera sido pobre, hubiera tenido que arrastrarme detrás de los turistas, vendiendo cucharas de madera y colonias falsas, vendiendo pulseras y relojes y camisetas y cinturones y ropa interior falsificada. Adoro las falsificaciones. El mundo es una falsificación permanente.
Sólo la pobreza es grande como el sol, la nieve y la sangre.
Y amé Sevilla, y me bañé en el Guadalquivir, nadando a la vera del aceite industrial, de residuos hipertóxicos. Amo la basura, porque la poesía vive ya con la basura.
Amé el aire de Chernobyl como amaré las vísceras blancas de la última ballena en Canadá.
Adoro la carne que tiran a la basura en los restaurantes de lujo: voluminosos cubos negros de basura con gigantescas bolsas azules, donde se amontonan los solomillos y las langostas, que la gente rica abandona en sus platos grandes y brillantes. Me conmueve la comida que sobra en París todos los días: diez mil kilos de inocente vacuno importado de Argentina, muerto en vano.
Deja que bese tu frente de acero.
Me encantan las Ray Ban doradas y verdes con que protejo mis ojos de la radiación de la vida. Me encanta mirar el flujo venenoso de las cosas y el beso raro de la luna.
Tenéis suerte de tenerme como hermano porque soy el mejor. Hermano de los pueblos oprimidos y con ganas de oprimirlos aún más, hasta convertir esos pueblos en huracanes y tempestades y tifones y catástrofes.
Mi corazón es un escaparate lleno de baratijas de Oriente y de Occidente.
Mi corazón es una estepa rusa con armas automáticas.
Mi corazón es una revolución llena de ahorcamientos, fusilamientos, millones de golpes contra los inocentes.
Beso a los inocentes.
Amo a los inocentes.
Moriría por ellos sin pensarlo una milésima de segundo.
No juzgaré la vida.
Amaré y no seré responsable.
Beso a quienes no tienen nada.
Beso a quienes han perdido.
Beso a quienes nadie besará.
Beso la luz.
Deja que bese tus labios de mármol.
Beso a los inocentes.

miércoles, 23 de marzo de 2016

De una expedición no efectuada al Himalaya (por Wislawa Szymborska)


Ajá, así que esto es el Himalaya.

Montañas corriendo hacia la Luna.

El momento del despegue eternizado

en un cielo de pronto descosido.

Un desierto de nubes perforado.

Golpe en la nada.

Eco: blanca mudez.

Silencio.


Yeti, abajo es miércoles:

hay pan, abecedario,

dos y dos son cuatro

y la nieve se derrite.

Hay una manzana roja

partida en cruz.


Yeti, no sólo el crimen

es posible.

Yeti, no todas las palabras

condenan a muerte.


Heredamos la esperanza,

don del olvido.

Verás cómo parimos

en las ruinas.

Yeti, tenemos a Shakespeare.

Yeti, tocamos el violín.

Yeti, en la penumbra

encendemos la luz.


Aquí, ni Luna ni Tierra,

y se congelan las lágrimas.

¡Yeti, cuasiconejo lunar,

piénsalo bien y vuelve!


Así, entre cuatro paredes de avalanchas,

llamaba al Yeti y pataleaba,

para entrar en calor,

sobre las nieves

perpetuas.


martes, 22 de marzo de 2016

Si alguna vez las lleno (por Philip Larkin)

Interrumpir el diario

fue un golpe a la memoria,

fue partir de cero,

privado del alivio

de esas palabras, de esos hechos

como un despertar sombrío.


Quería terminarlas,

precipité el entierro

y me volví a mirar

como quien mira inviernos y guerras

perdidos tras los ventanales

de una infancia opaca.


¿Y las páginas vacías?

Si alguna vez las lleno

que sea registrando

celestes recurrencias:

qué día llega la flor

y cuándo emigra el pájaro.


lunes, 21 de marzo de 2016

En aquella perdida parte mía (por Roberto Juarroz)


En una noche que debió ser lluvia

o en el muelle de un puerto tal vez inexistente

o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,

se me cayó una parte mía.


No ha dejado ningún hueco.

Es más: pareciera algo que ha llegado

y no algo que se ha ido.


Pero ahora,

en las noches sin lluvia,

en las ciudades sin muelles,

en las mesas sin tardes,

me siento de repente mucho más solo

y no me animo a palparme,

aunque todo parezca estar en su sitio,

quizá todavía un poco más que antes.


Y sospecho que hubiera sido preferible

quedarme en aquella perdida parte mía

y no en este casi todo

que aún sigue sin caer.


domingo, 20 de marzo de 2016

Diecinueve años (por Antonio Gamoneda)

Va a hacer diecinueve años

que trabajo para un amo.

Hace diecinueve años que me da la comida

y todavía no he visto su rostro.


No he visto al amo en diecinueve años

pero todos los días yo me miro a mí mismo

y voy sabiendo poco a poco

cómo es el rostro de mi amo.


Va a hacer diecinueve años

que salgo de mi casa y hace frío

y luego entro en la suya y me pone una luz

amarilla encima de la cabeza…


Y todo el día escribo dieciséis

y mil y dos y ya no puedo más.

Y luego salgo al aire y es de noche

y vuelvo a casa y no puedo vivir.


Cuando vea a mi amo le preguntaré

lo que son mil y dieciséis

y por qué me pone una luz encima de la cabeza.


Cuando esté un día delante de mi amo,

veré su rostro, miraré en su rostro

hasta borrarlo de él y de mí mismo.

sábado, 19 de marzo de 2016

La magra mano ancestral (por John Brinnin)

Tú eres, en 1925, mi padre;
con sombrero de paja, recatado, soy tu único hijo.
A través de la luz de cebra en abanico del lago
nuestro bote alquilado se desliza sobre la luminosa calma.

Y estamos ansiosos, llegados a este
primer cuadro vivo de nosotros mismos; y tus ojos que miran
atónitos mis nueve años osados,
mi consciente corazón que oye el clic de los toletes
y se llena de datos privativos de ti...
Cómo Francia es rosa, cómo el mediodía no tiene sombras,
cómo los malos ángeles rebeldes cayeron
de esa altura de marfil, y cómo ardieron.

Y tú estás vagamente debilitado y proyectas
una sorpresa de peniques, algún gesto directo,
por ser orgulloso e inarticulado, tu mente
dramática y agitada, sorprendida por el amor;

en silencios herméticos como este
retorna la magra mano ancestral, la voz
de lo no cumplido con su toque de navaja
exhortando nuestro disperso aliento a decidirse.

Y padres e hijos en sus mutuos ojos,
intercambian (un momento vasto y volátil)
la mirada de los paralíticos, o las noticias
de los constructores sobre la invadida tierra.

Ahora tengo veintidós años y tú estás muerto,
Y tarde en Lincoln Park los remeros pasan
contrariados en sus odiseas, el lago
no es deslumbrante ni ancho, sino oscuro y trivial.


viernes, 18 de marzo de 2016

Otro nombre daremos (por Gastão Cruz)


Otro nombre canción daremos hoy
al luminoso día que nos cubre
con piedra y con ceniza endurecida
desiertos días muerte
y otro nombre
a la ciudad cansada que cubrimos
como el seco rumor de la vida al abrigo
de este fuego rasgado que veloz
trae y lleva consigo la desnuda luz
del aire el movimiento vano del día
y los consume

Otro nombre canción otra morada
daremos hoy al día luminoso
que nos cubre de la ceniza
de la claridad rápida de las calles
y del nombre nos cubre vano de la vida

Otro nombre al pasado playa monte
luz de arenas cubierta
que
cubrimos

Otro consumo vivo de palabras
otro fuego de luz sobre la herida
constante noche ardiente del invierno
otra canción canción y en el desierto
y en la honda espesura de otro río
en otra agua veloz otro rumor
el fuego de este día en que cubriendo
la luz la piedra
el viento esparce la ceniza
en el río en la piedra abierto endurecida
y del día de
la muerte el puro nombre
rumoroso y veloz
otro
desvía

jueves, 17 de marzo de 2016

Si me pareciera a ellas (por Muhammad ibn Abbad al-Mutamid )

Lloré al paso de las perdices en bandada,
libres, sin cárcel, no lastradas por grilletes,
y no fue, Dios me libre, de pura envidia,
que fue melancolía, ¡si me pareciera a ellas!
y volase suelto, sin la familia dispersa
y las entrañas en carne viva, ni hijos muertos
haciendo manar el llanto de mis ojos.
¡Tengan buena suerte! que no se rompió su grupo
ni saboreó ninguna la separación de los suyos,
que no han pasado —como yo— la noche,
el corazón en un puño, a cada estremecerse
de la puerta de la cárcel, o gemir de los cerrojos.
Y no es esto algo que haya discurrido.
Sólo describo lo que desde siempre alberga
el corazón del hombre. Mi alma anhela
el encontronazo con la muerte;
otro quizás amaría la vida cargado de grilletes.
Que Dios preserve a las perdices en sus crías,
que a las mías las traicionaron el agua y la sombra.


miércoles, 16 de marzo de 2016

O (por Saiz de Marco)


¿Lo ensucio y mancho

o dejo este lugar algo más limpio?


¿Suavizo el mundo

o aumento su aspereza y su abruptez?


¿Agrio el vivir

o lo vuelvo más dulce y más querible?


¿Hago más blando

o a mi paso endurezco este camino?


¿Doy comprensión

o vuelvo este paraje aún más hostil?


…Y la gran duda:

¿habré vivido en vano?,

que sobrevuela.



martes, 15 de marzo de 2016

No saben cómo (por Laura García del Castaño)


Nadie te conoce,
no saben cómo
dispones la risa, moderas el hambre,
controlas el celo,
la voracidad de la carne,
desconocen con exactitud cuándo
clavarías la lanza,
si serías el primero o el último en beber del vaso
enemigo,
lo inesperado es un mundo de ciegos mirando el mar,
esta habitación, la ropa sucia, tu dolor de espalda,
que rujas como un niño maldito
no sugieren nada,
sobre el corazón más tierno,
sobre el bonsái más soleado
se esparce el musgo,
florece la catástrofe.


lunes, 14 de marzo de 2016

Un descuido de la inacción (por Fernando Pessoa)

Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor; creo que no los conocen sino los que se hurtan a las angustias y a los dolores humanos, y tienen diplomacia consigo mismos para esquivarse al tedio propio.

Reduciéndose, así, a seres acorazados contra el mundo, no es de admirar que, en determinado momento de su conciencia de sí mismos, les pese de repente la coraza, y la vida sea para ellos una angustia al revés, un dolor perdido.


Me hallo en uno de esos momentos, y escribo estas líneas como quien quiere al menos saber que vive. Todo el día, hasta ahora, he trabajado como un adormilado, haciendo cuentas con los procedimientos del sueño, escribiendo a lo largo de mi torpor. Todo el día me he sentido pesar sobre los ojos y contra las sienes —sueño en los ojos, presión hacia fuera de las sienes, conciencia de todo
esto en el estómago, náusea y desaliento-.

Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido de la inacción. No miro al día, para ver lo que tiene que me distraiga de mí, y, escribiéndolo yo aquí en descripción, tape con palabras la jícara vacía de mi no quererme. No miro al día, e ignoro con la espalda inclinada si es sol o falta de sol lo que hay ahí fuera, en la calle subjetivamente triste, en la calle desierta por la que pasa el ruido de la gente. Lo ignoro todo y me duele el pecho. He dejado de trabajar y no quiero moverme de aquí. Estoy mirando al secante blanco sucio, que se extiende, pegado a los lados sobre la gran edad del pupitre inclinado. Miro atentamente los rasgos de absorción y distracción que están borrados en él. Varias veces mi asignatura al
revés y al envés. Algunos números acá y allá, asimismo. Unos dibujos de nada, hechos por mi distracción. Miro a todo esto como un aldeano de secantes, con la atención de quien mira novedades, con todo el cerebro inerte por detrás de los centros cerebrales que producen la visión.

Tengo más sueño íntimo del que cabe en mí. Y no quiero nada, no prefiero nada, no hay nada a donde huir.

domingo, 13 de marzo de 2016

Y el vino era bueno (por Charles Bukowski)


inexplicablemente estamos solos
siempre solos
y tenía que ser de esa manera,
nunca tuvo que ser
de ninguna otra manera-
y cuando empiece la lucha
con la muerte
lo último que quiero ver
es
un anillo de rostros humanos
encima de mí;
mejor sólo mis viejos amigos,
las paredes de mí mismo,
que sólo ellos estén ahí.
he estado solo pero raramente me he
sentido solo.

he saciado mi sed
en el pozo
de mí mismo
y el vino era bueno,
el mejor que he bebido,
y esta noche
sentado
mirando dentro de la oscuridad
y ahora entiendo
la oscuridad y la
luz y todo lo que hay
entre ellas.

la paz de la mente y del corazón
llega
cuando aceptamos lo que
es:
habiendo
nacido en esta
extraña vida
debemos aceptar
la desperdiciada apuesta de nuestros
días
y encontrar alguna satisfacción
en el placer de
dejarlo todo
atrás.
no lloréis por mí.
no os apenéis por mí.

leed
lo que he escrito
y después
olvidadlo
todo.

bebed del pozo
de vosotros mismos
y empezad
de nuevo

sábado, 12 de marzo de 2016

Vuestros dientes abolidos (por César Vallejo)


Dobla el dos de Noviembre.


Estas sillas son buenas acogidas.

La rama del presentimiento

va, viene, sube, ondea sudorosa,

fatigada en esta sala.

Dobla triste el dos de Noviembre.


Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes

abolidos, repasando ciegos nervios,

sin recordar la dura fibra

que cantores obreros redondos remiendan

con cáñamo inacabable, de innumerables nudos

latientes de encrucijada.


Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas

puras a fuerza de entregaros,

cómo aserráis el otro corazón

con vuestras blancas coronas, ralas

de cordialidad. Sí. Vosotros, difuntos.


Dobla triste el dos de Noviembre.

y la rama del presentimiento

se la muerde un carro que simplemente

rueda por la calle.


viernes, 11 de marzo de 2016

Una puerta (por Francis Ponge)


Los reyes no tocan las puertas.

Ellos no conocen esta dicha: empujar ante sí con suavidad o rudeza uno de esos grandes paneles familiares, volverse hacia él para colocarlo de nuevo en su lugar, 


tener entre sus brazos una puerta.

La dicha de empuñar por el vientre, por su nudo de porcelana, uno de esos altos obstáculos de una pieza; 

ese cuerpo a cuerpo rápido mediante el cual, detenido el paso un instante, los ojos se abren y el cuerpo todo se acomoda a su nuevo apartamento.

Con una mano amistosa, él la retiene todavía, antes de empujarla decididamente y encerrarse, 

de lo cual el ruido del resorte poderoso pero bien aceitado agradablemente lo asegura.

jueves, 10 de marzo de 2016

Luna llena (por Eloy Sánchez Rosillo)

Como cuando era niño y te miraba
lleno de dicha y lleno al mismo tiempo
de sagrado temor, miro esta noche
tu misteriosa plenitud. Mis ojos
van siguiendo tu curso, el arco mágico
que trazas en el cielo, y te agradece
el corazón rendido la belleza
que al mundo le regalas.
Sé que riges,
junto a otros astros, mi destino y nunca
me he negado a ser tuyo: ¿quién podría
desoír tu fulgor sin saber luego
siglos de oscuridad? He pretendido
siempre que mis poemas, en el fondo
–aunque los versos de otra cosa hablasen–,
te celebraran y que fueran dignos
de elevarse hacia ti, porque no ignoro
todo lo que te debo.
Pongo, madre,
bajo tu dulce protección los cantos
que este libro reúne, y te suplico
que los acojas y que no les niegues
el don supremo de tu luz divina.


miércoles, 9 de marzo de 2016

Los relojes fuertes (por Paul Celan)


Ilegibilidad del
mundo, de éste. Todo doble.

Afónicos,
los relojes fuertes
dan la hora hendida.

Atascado en tus tuétanos,
te remontas de ti
para siempre.


martes, 8 de marzo de 2016

Yo tropezaba en la huella de sus botas (por Seamus Heaney)


Mi padre araba con un caballo de tiro,

su espalda se curvaba como una vela inflada

extendida entre la esteva y el surco.

El caballo tiraba a un chasquido de su lengua.


Todo un experto. Colocaba el yugo

y ensartaba la reja de acero reluciente.

Y la tierra se volteaba sin romperse.

Al final del campo, con un solo tirón


de riendas, el grupo sudoroso daba la vuelta

y volvía a la tierra. El ojo entrecerrado

de mi padre, fijo en el suelo,

al trazar cada surco con exactitud.


Yo tropezaba en la huella de sus botas,

a veces me caía en la tierra lustrosa,

otras veces él me llevaba en andas

subiendo y bajando mientras caminaba.


Yo quería crecer y arar,

cerrar un ojo, tensar el brazo.

Lo único que hacía era seguir

su sombra ancha alrededor de la granja.


Era un fastidio, tropezando, cayéndome,

siempre parloteando. Pero ahora

es mi padre el que tropieza

detrás de mí, y no se va.


lunes, 7 de marzo de 2016

Mil géneros de contracciones (por Marcelo Díaz)


Las aves perciben las cosas a una velocidad diferente
porque se mueven cinco o diez veces
más rápido que nosotros. Desde su punto de vista
somos estatuas. ¿En qué momento
como en una especie de alucinación
los ingenieros desarrollaron mil géneros
de contracciones para imitar
el vuelo de los pájaros? La fuerza
de gravedad me devuelve a la tierra
a no ser que tuviese un globo lleno de helio
flotando en las alturas sostenido con cuerdas precarias.
La biografía es una suma de nudos donde
las cuerdas amarradas nunca se pierden
con el tiempo se vuelven intrincadas
algunos queremos perderlas pero tratar de imponer
orden en este universo es como impedir
que el aire entre a nuestra casa. No sé cómo hacer.
En el sentido de que no soy autor de estudios detallados
ni he estudiado nada en particular
menos los animales y su comportamiento.
Un graffiti: “Que el reino de las aves
viva hasta el fin de los tiempos.”
En el cielo hay un concierto semejante a un cardumen de peces
que se mueven como si una música los controlara
en los límites de un cuadrante imaginario.
Los movimientos ordenados son duros
en comparación con su vuelo grácil
no sé qué decir: parafraseando a Dickinson
yo soy el pájaro que se queda.


domingo, 6 de marzo de 2016

Entonces vamos bien (por Eduardo Chirinos)


1

Anoche tuve un sueño. Acompañaba a mi padre

por un camino de tierra. Los dos íbamos a caballo

y apenas cruzábamos palabras. A lo lejos se veía

la sombra de unos sauces, las luces de un pueblo

desconocido y remoto. De pronto, mi padre detuvo

su caballo y preguntó si yo sabía a dónde íbamos.

Le contesté que no. Entonces vamos bien, me dijo.



2

Los caballos del sueño sabían de memoria

el recorrido. Era cuestión de abandonar las

riendas, de dejarse llevar. Eso me causaba un

poco de aprensión, incluso un poco de miedo.

Mi padre, en cambio, parecía muy tranquilo.

Pensé, parece tranquilo porque está muerto.



3

Aquí es donde vivo, dijo como si me quitara

una venda. Fue muy poco lo que vi. Sólo un

páramo de piedras, remolinos de arenisca,

huesos de caballos amarillos. ¿Qué te parece?

No supe qué decir. Tenía sed y me dolía un

poco la garganta. Es un lugar hermoso, dijo,

pero a veces me gustaría regresar. ¿Por qué

no regresas, entonces?, pregunté. Porque es

más fácil que tú vengas me dijo. Y desapareció.



sábado, 5 de marzo de 2016

Las otras (por Roxana Méndez)

La niña que fui besa mis labios.
Me muestra un muelle,
un mar, un puerto, un faro.

Me enseña a deslizarme por la arena.
Y me cierra los ojos,
y veo su presente, mi pasado.

Lo que mira esta niña
es lo que yo he olvidado.

La calle que camina
bajo mis pies existe como un rastro.

Si la veo alejarse
veo mi nacimiento, mi legado.

La anciana que seré me da la mano.
Una mano de fuego.
Una piedra de fuego con forma de una mano.

Atrás la brisa inmensa es una voz,
y el invierno en los árboles
suena como un susurro
que imitara un aplauso.

Y le muestro una casa, un muelle,
un puerto, un mar, un faro.

Lo que ha dejado atrás es lo que espero.
Mi casa llena,
su mundo desolado.


viernes, 4 de marzo de 2016

Luego el grito al nacer (por Matilda Södergran)

Preferiría parirle con la boca,
dejar que sea un exhaustivo examen de conciencia.
Elegiría expulsarlo con la boca.

Y nada más.

Luego el grito al nacer,
el largo cordón umbilical.

Preferiría parirlo con la boca un largo rato, despacio
a través de las comisuras quebradas. Porque mi boca no basta
con sus piernas entre los dientes.

Después, él en el suelo, la placenta pesada bajo el paladar, la sangre del nacimiento que dispersa mi sentido del gusto.

Desnuda con aliento a alcohol
y paredes rojas descoloridas.

Su madre que ya no está aquí.


jueves, 3 de marzo de 2016

Paisaje (por José Cereijo)


La imagen de las casas lavadas por la lluvia.
Las nubes poderosas a las que barre el viento.
Esta luna inicial, y frágil, y amarilla.
Las primeras estrellas, los espejos del agua, el olor de la tierra.
Para ti voy diciendo estas pequeñas cosas
que ha perdido tu muerte.


miércoles, 2 de marzo de 2016

Uno de otro (por Juan Ramón Jiménez)


No sé si el mar es, hoy
–adornado su azul de innumerables
espumas–,
mi corazón; si mi corazón, hoy
–adornada su grana de incontables
espumas–,
es el mar.
Entran, salen
uno de otro, plenos e infinitos,
como dos todos únicos.
A veces, me ahoga el mar el corazón,
hasta los cielos mismos.
Mi corazón ahoga el mar, a veces,
hasta los mismos cielos.


martes, 1 de marzo de 2016

Ruiseñor (por Carlos Sahagún)


Ven otra vez a consolarme,
ruiseñor que sabes medir
la angustia del tiempo, su mínima
luz dorada, su inconsistencia.
Aunque tengas delante el límite
de la noche, aunque surjan sombras
alrededor de tu garganta,
devuélveme el espacio invicto
lanzando al cielo del ocaso
tu trino cálido, lo inerme
de la memoria, el fulgor último
con que prolongas el milagro.
Ruiseñor que al cantar propagas
la eternidad del goce efímero,
dime el secreto de los vientos
que vienen de la infancia, acerca
tu insistencia en la luz velada
a este horizonte desvalido,
pon entre tanta pesadumbre
la obstinación de tus violines
y, cruzando bosques y muros,
ven otra vez desde el olvido
a consolarme, a lastimarme.