zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 30 de septiembre de 2019

Para tenerte entre mis dedos un momento (por Julio Cortázar)


De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.


domingo, 29 de septiembre de 2019

Dicen "mío" (por Rainer Maria Rilke)


Ellos dicen mío

de todas las cosas, tan pacientes. Son

como el viento que roza las ramas

y que dice: mi árbol.


Apenas notan cómo

cuanto coge su mano, se pone incandescente:

así que ni en su borde más externo

podrían sujetarlo sin quemarse.


Dicen mío, como uno que

llamara amigo al príncipe, al hablar con labriegos,

si ese príncipe es grande y está muy lejos.

Dicen mío de los externos muros

pero no conocen nada del dueño de la casa.

Dicen mío y lo llaman propiedad,

cuando todo a lo que ellos se acercan se cierra,

igual que un ordinario charlatán

llama míos al sol y a los relámpagos.


Así dicen: mi vida, mi mujer,

mi perro, mi hijo, y saben, sin embargo, muy bien

que todo: mujer, vida, perro y niño,

son extrañas imágenes que palpan,

ciegos, con manos extendidas.

Certidumbre, en verdad, sólo hay para los grandes,

los que anhelan ver. Pues los otros

no quieren oír que su caminar mísero

no se integra con nada de lo de alrededor,

y que, apartados de sus bienes,

sin ser reconocidos por su propiedad, poseen

tan poco a la mujer como a la flor,

que tiene una vida ajena para todos.



sábado, 28 de septiembre de 2019

Autorretrato a los veinte años (por Roberto Bolaño)


Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca
hacia dónde hubiera podido llevarme. Iba lleno de miedo,
se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:
yo creo que era el aire frío de los muertos.
No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena
acabar tan pronto, pero por otra parte
escuché aquella llamada misteriosa y convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché
y casi me eché a llorar: un sonido terrible,
nacido en el aire y en el mar.
Un escudo y una espada. Entonces,
pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla
junto a la mejilla de la muerte.
Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver
aquel espectáculo extraño, lento y extraño,
aunque empotrado en una realidad velocísima:
miles de muchachos como yo, lampiños
o barbudos, pero latinoamericanos todos,
juntando sus mejillas con la muerte.



viernes, 27 de septiembre de 2019

El coloso (por Sylvia Plath)


Nunca conseguiré recomponerte del todo,

armarte, encolarte y ensamblarte adecuadamente.

De tus enormes labios surgen

rebuznos, gruñidos y cacareos obscenos.

Esto es peor que vivir en un corral.


Supongo que te crees un oráculo,

el portavoz de los muertos o de algún que otro dios.

Treinta años llevo ya luchando

por drenar el cieno de tu garganta,

y aún no sé por qué.


Trepando por mis escalerillas, con botes de pegamento

y cubos de desinfectante, me arrastro como una hormiga

enlutada por los herbazales de tu ceño

para arreglar tus inmensas placas craneales y limpiar

los blancos, vacíos túmulos de tus ojos.


Un cielo azul, como de la Orestíada,

se arquea sobre nosotros. Oh, Padre, tú mismo

ya eres tan retórico y arcaico como el Foro Romano.

Saco mi almuerzo en una colina de cipreses negros.

Tus huesos estriados y tus cabellos de acanto se confunden


esparcidos en su viejo caos hasta el horizonte.

Haría falta algo más que la descarga de un rayo

para crear una ruina semejante.

De noche, me acurruco en la cornucopia

de tu oído izquierdo, resguardada del viento,


contando las estrellas rojas y esas otras de color ciruela.

El sol sale por detrás del pilar de tu lengua.

Mis horas se han desposado con la sombra,

y ya he dejado de escuchar el roce de una quilla

contra las piedras lisas del muelle.


jueves, 26 de septiembre de 2019

La muchacha del balcón (por Juan Gelman)


La tarde bajaba por esa calle junto al puerto
con paso lento, balanceándose, llena de olor,
las viejas casas palidecen en tardes como ésta,
nunca es mayor su harapienta melancolía
ni andan más tristes de paredes,
en las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar,
ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran,
eran las seis, una dulzura detenía a los desconocidos,
una dulzura como de labios de la tarde, carnal,
carnal,
los rostros se ponen suaves en tardes como ésta,
arden con una especie de niñez
contra la oscuridad, el vaho de los dancings.

Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer
sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre,
el silencio de los desconocidos
era un oleaje en medio de la calle
con rodillas y rostros de ternura chocando
contra el «New Inn», las puertas, los umbrales de color abandono.

Hasta que la muchacha se asomó al balcón
de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con la cama deshecha
donde todos creyeron haberla amado alguna vez
antes de que viniera el olvido.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

Un epitafio (por José Alcaraz)


Tengo un epitafio:

"Así está bien".

Lo cuido,
crece como hierba.

Lleva una lluvia dentro
y viento
con risas de niño.

Juega a mi alrededor.

Es extraño.

No sé.

Lo más alegre
que he escrito triste.


martes, 24 de septiembre de 2019

Ha de llover (por Antonio Gamoneda)


Hay sequía en la luz y la ceniza llora,
como mi madre, sin lágrimas.

Ha de llover.

Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la celebración de la muerte.

Ha de llover.

¿Por qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?

Ha de llover

en los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.

Ha de llover

en el pensamiento y en la felicidad ensangrentada.
Ha de llover sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.

Ha de llover,

tiene que caer la lluvia suavemente
sobre los suicidas del amanecer.

Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Tiene que llover
hasta que aúllen las alondras y,
bajo las catenarias, en Vega Magaz,
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.

Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Ha de llover
en el interior del hierro y en la furia negra
de quince niños guineanos y
quince niños prematuros.

Ha de llover con ternura
sobre las secretarias parturientas.

Ha de llover
sobre los jueces y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.

Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios invisibles
y en ciertas fístulas azules y
sobre las serpientes melancólicas.
Y las serpientes han de silbar tristemente
treinta melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
silbarán en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.

Sí, ha de llover: hoy es martes
especialmente. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.

Ha de llover en las letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de la propiedad mortal y de la tristeza hipotecaria y
cien cartas de amor de Francisco Franco.

Ha de llover con dulzura sobre las niñas que abortan en octubre.

Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero y
sobre los visitantes lívidos.

Ha de llover en mis venas
y en mi desaparición. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.

Ha de llover con crueldad católica
sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.

Agua para los prostáticos
y su dolor universal, agua también
para los sifilíticos y los curas.

Agua para los Borbones
y para los mendigos y las mujeres rojas
que gritaban los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.

Ha de llover.

Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y de
tristeza imperial. Se han encontrado
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Es
físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y
de los cuchillos olvidados en las iglesias. Ha
de llover.

Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del odio ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.

Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.

Ha de llover ya.

¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres
son blancas y locas.

Ya vienen
al penal y a los laboratorios
de la tortura.

Ya
están aquí las madres. Traen
fuego y amor.

¡Ah de la lluvia
sobre las madres!

Ya
el agua y el amor y el fuego cunden.
Ya están ardiendo sin escoria
con esperanza roja, ávidamente,
dulcemente, los juicios sumarísimos.

¡Ah de la lluvia!


lunes, 23 de septiembre de 2019

Preguntándome qué busco (por Philip Larkin)


En cuanto estoy seguro de que no pasa nada,

entro y dejo cerrarse la puerta con un golpe seco.

Otra iglesia: esteras, asientos y piedra,

y esos librillos; flores desperdigadas, cortadas

para el domingo, ahora algo marrones; latón y esas cosas

que hay en el rincón sagrado; un bonito órgano;

y un silencio tenso, mohoso, imposible de ignorar

engendrado hace Dios sabe cuánto. Sin sombrero,

me quito los clips de ciclista en torpe reverencia,

avanzo y paso la mano por la pila bautismal.

Desde donde estoy, el techo parece casi nuevo:

¿lo han limpiado o restaurado? Cualquiera sabe: yo, no.

Me subo al atril y leo unos versículos

intimidatorios en letra grande, y pronuncio

el «Aquí acaba» mucho más fuerte de lo que pretendía.

El eco es una breve burla. De nuevo en la puerta

firmo en el libro, dejo una moneda irlandesa de seis peniques

y reflexiono que no valía la pena pararse ahí.


Y sin embargo me he parado: a menudo lo hago,

y siempre acabo igual de perdido,

preguntándome qué busco; preguntándome también,

cuando las iglesias caigan completamente en desuso

en qué las convertiremos, si mantendremos

algunas catedrales para enseñarlas de vez en cuando,

sus pergaminos, patenas y cofres en vitrinas cerradas,

y dejaremos el resto gratis a la lluvia y las ovejas.

¿Las evitaremos como si fueran lugares de mal agüero?


¿O, al caer la noche, aparecerán turbias mujeres

para que sus hijos toquen una piedra en concreto;

a coger hierbas para un cáncer; o alguna noche

determinada para ver caminar a un muerto?

Seguirá existiendo algún tipo de poder

en juegos, acertijos, aparentemente al azar;

pero la superstición, igual que la fe, debe morir,

¿y qué quedará cuando ya no haya ni incredulidad?

Hierbas, un pavimento con maleza, zarzas, contrafuertes, cielo,


una forma cada semana menos reconocible,

una intención más recóndita. Me pregunto quién

será el último, el último de todos, que busque

este lugar por lo que fue; ¿uno de esos que

dan golpecitos, anotan y saben lo que eran el coro y el ábside?

¿Un borracho de las ruinas, un cachondo de las antigüedades,

o un adicto a la Navidad, que busca el tufillo

a sotanas y alzacuellos, tubos de órgano y mirra?

¿O será alguien como yo,
aburrido, ignorante, que sabe que el limo espectral

se ha dispersado, y sin embargo se acerca a este suelo en cruz

a través de estos matorrales porque ha mantenido

entero durante tanto tiempo, invariable, lo que desde entonces

solo encontramos separado: el matrimonio, el nacimiento

y la muerte, y los pensamientos que provocan, para lo que fue construida

esta estructura especial? Pues aunque ignoro

el valor de este granero rancio y habilitado,

me agrada estar aquí en silencio;


es una casa seria en una tierra seria,

en cuya atmósfera mixta todas nuestras compulsiones confluyen,

se reconocen y se visten de destinos.

Y eso nunca será obsoleto,

pues siempre habrá alguien que sorprenda

dentro de sí un ansia de ser más serio,

y que lo atraiga a este suelo,

el cual, oyó decir una vez, ayudaba a ser más sabio,

aunque solo sea por los muertos que contiene.


domingo, 22 de septiembre de 2019

El dios abandona a Antonio (por Konstantinos Kavafis)


Cuando de pronto a medianoche oigas pasar
un invisible desfile
con músicas fantásticas y voces,
no llores por tu suerte que declina,
por tus hazañas incumplidas,
por tus proyectos errados.
Valiente, como dispuesto desde hace tiempo ya,
di adiós a Alejandría que se aleja,
y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que se confundió tu oído.
No confíes en vanas esperanzas.
Como dispuesto desde hace tiempo,
valiente, como te corresponde a ti
que mereciste esa ciudad,
quédate inmóvil junto a la ventana
y escucha conmovido, pero no
miedoso ni suplicante como los cobardes.
Goza finalmente de los sonidos,
de los raros instrumentos del cortejo divino
y despide a Alejandría que te deja.


sábado, 21 de septiembre de 2019

Sobre un filo de espada (por Eugenio Montale)


Felicidad lograda, caminamos

por ti sobre un filo de espada.

Para los ojos eres resplandor que vacila;

para el pie, tenso hierro que se raja;

que no te toque, pues, quien más te ama.

Si llegas a las almas invadidas

de tristeza, iluminándolas, tu mañana

es dulce y turbadora como nidos en las molduras.

Pero nada paga el llanto de ese niño

cuyo globo se escapa entre las casas.

viernes, 20 de septiembre de 2019

1936 (por Miguel Labordeta)


Fue en la edad de nuestro primer amor,
cuando los mensajes
son propicios al precoz embelesamiento
y los suaves atardeceres
toman un perfume dulcísimo
en forma de muchacha azul
o de mayo que desaparece,
cuando unos hombres duros como el sol del verano
ensangrentaban la tierra
blasfemando de otros hombres
tan duros como ellos;
tenían prisa por matar para no ser matados
y vimos asombrados
con inocente pupila
el terror de los fusilados amaneceres,
las largas caravanas de camiones desvencijados
en cuyo fondo los acurrucados individuos
eran llevados a la muerte
como acosada manada;
era la guerra, el terror, los incendios,
era la patria suicidada,
eran los siglos podridos reventando;
vimos las gentes despavoridas
en un espanto de consignas atroces;
iban y venían, insultaban, denunciaban, mataban,
eran los héroes, decían golpeando
las ventanillas de los trenes repletos de su carne de cañón;
nosotros no entendíamos apenas el suplicio
y la hora dulce de un jardín con alegría y besos;
fueron noches salvajes de bombardeo, noticias lúgubres,
la muerte banderín de enganche cada macilenta aurora;
y héteme aquí solo ante mi vejez más próxima
preguntar en silencio
¿qué fue de nuestro vuelo de remanso,
por qué pagamos las culpas colectivas
de nuestro viejo pueblo sanguinario;
quién nos resarcirá de nuestra adolescencia destruida
aunque no fuese a las trincheras?

Vanas son las preguntas a la piedra
y mudo el destino insaciable por el viento;
mas quiero hablar aquí
de mi generación perdida,
de su cólera, paloma en una sala de espera con un reloj
parado para siempre;
de sus besos nunca recobrados,
de su alegría asesinada
por la historia siniestra
de un huracán terrible de locura.


jueves, 19 de septiembre de 2019

Se han quedado debajo (por Roberto Juarroz)


Los rostros que has ido abandonando
se han quedado debajo de tu rostro
y a veces te sobresalen
como si tu piel no alcanzara para todos.

Las manos que has ido abandonando
te abultan a veces en la mano
y te absorben las cosas o las sueltan
como esponjas crecientes.

Las vidas que has ido abandonando
te sobreviven en tu propia sombra
y algún día te asaltarán como una vida,
tal vez para morir una vez sola.


miércoles, 18 de septiembre de 2019

Sin darme cuenta (por Dámaso Alonso)


Mañana lenta,
cielo azul,
campo verde,
tierra vinariega.

Y tú, mañana, que me llevas.
Carreta
demasiado lenta,
carreta
demasiado llena
de mi hierba nueva,
temblorosa y fresca,

que ha de llegar –sin darme cuenta-
seca,
-sin saber cómo-
seca.


martes, 17 de septiembre de 2019

Resuenan (por Isidro Saiz de Marco)



en el presente los gritos del pasado

los audibles sollozos del pasado

las risas

limpias

sucias

del pasado

las palabras aquellas

dichas y no apagadas

los tonos persistentes con que se pronunciaron

las frases

blandas

duras

del pasado

tiempo arriba subiendo de lo hondo

sonando desde dentro

viejas

nuevas

vibrando retumbando

las voces del pasado en el presente



lunes, 16 de septiembre de 2019

Ceremonia de amor (por Jaime Huenún)


Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín
e hualle, tineo e lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar
de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes.

Mesmamente los mugrones huincas
entierráronse amantes, e las aguas
cholas abrieron sus vertientes alumbrando, a sorbos
nombrándose, a solas e diciéndose: aguas buenas, aguas
lindas, ay pero violadas somos aguas Rahue,
plorosas Pilmaiquén, floridas e parteras e aún felices
las arroyos que atraviesan como liebres
los montes e los cerros.

E torcazos el mesmo amor pronto ayuntáronse
los Inallao manantiales
verdes, las Huaiquipán bravías
mieles, los Llanquilef veloces
ojos, las Relequeo pechos
zorzales, las Huilitraro quillay
pelos tordos, los Paillamanque
raulíes nuevos.

Huilliche amor, anoche amaron más
a plena chola arboladura, a granado
cielo indio perpetuo
amáronse, amontañados
como aguas potras e como anchimallén encendidos, al alba
aloroso amáronse,
endulzándose el germen lo mesmo
que vasijas repletas de muday.


domingo, 15 de septiembre de 2019

Viene la soledad (por Mario Benedetti)


Ellos tienen razón: esa felicidad al menos con mayúscula no existe.

Ah, pero si existiera con minúscula sería semejante a nuestra breve presoledad.

Después de la alegría viene la soledad, después de la plenitud viene la soledad, después del amor viene la soledad: ya sé que es una pobre deformación.

Pero lo cierto es que en ese durable minuto uno se siente solo en el mundo. Sin asideros, sin pretextos, sin abrazos, sin rencores, sin las cosas que unen o separan.

Y en esa sola manera de estar solo, ni siquiera uno se apiada de uno mismo.

Los datos objetivos son como sigue: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos, una frontera de palabras no dichas entre tus labios y mis labios, y algo que brilla así de triste entre tus ojos y mis ojos.

Claro que la soledad no viene sola. Si se mira por sobre el hombro mustio de nuestras soledades se verá un largo y compacto imposible, un sencillo respeto por terceros o cuartos, ese percance de ser buena gente.

Después de la alegría, después de la plenitud, después del amor viene la soledad. Conforme, pero ¿qué vendrá después de la soledad?

A veces no me siento tan solo si imagino, mejor dicho si sé, que mas allá de mi soledad y de la tuya otra vez estás vos, aunque sea preguntándote a solas qué vendrá después de la soledad...


viernes, 13 de septiembre de 2019

Hay que aprender de nuevo a vivir (por Anna Ajmátova)


Y cayó la palabra de piedra
sobre mi pecho todavía vivo.
No importa. Estaba preparada.
De alguna manera me las apañaré.

Hoy tengo que hacer muchas cosas:
hay que matar la memoria,
hay que petrificar el alma,
hay que aprender de nuevo a vivir.

Si no… El caluroso susurro del verano
celebra su fiesta en mi ventana.
Hace tiempo que presentía
este día luminoso y la casa vacía.


jueves, 12 de septiembre de 2019

En las nubes (por Luis Muñoz)


Charlando en un café,
ajenos al murmullo de otras mesas,
al trajín de las tazas, a la entrada de tipos
que dejan los abrigos junto a ellos.
Con los ojos clavados uno en otro,
una chispa airosa en la sonrisa,
un resplandor muy dulce,
en las nubes de una combustión:
ningún amor se entiende desde fuera,
ninguno.



miércoles, 11 de septiembre de 2019

Cierro los ojos para ver (por Ángel González)


A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.

Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
la memoria.


martes, 10 de septiembre de 2019

El fantasma de Edna Lieberman (por Roberto Bolaño)


Te visitan en la hora más oscura
todos tus amores perdidos.
El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos
de Edna Lieberman,
como sólo podían sus ojos
elevarse por encima de las ciudades
y brillar.
Y brillan nuevamente para ti
los ojos de Edna
detrás del aro de fuego
que antes era el camino de tierra,
la senda que recorriste de noche,
ida y vuelta,
una y otra vez,
buscándola o acaso
buscando tu sombra.
Y despiertas silenciosamente
y los ojos de Edna
están allí.
Entre la luna y el aro de fuego,
leyendo a sus poetas mexicanos
favoritos.
¿Y a Gilberto Owen,
lo has leído?,
dicen tus labios sin sonido,
dice tu respiración
y tu sangre que circula
como la luz de un faro.
Pero son sus ojos el faro
que atraviesa tu silencio.
Sus ojos que son como el libro
de geografía ideal:
los mapas de la pesadilla pura.
Y tu sangre ilumina
los estantes con libros, las sillas
con libros, el suelo
lleno de libros apilados.
Pero los ojos de Edna
sólo te buscan a ti.
Sus ojos son el libro
más buscado.
Demasiado tarde
lo has entendido, pero
no importa.
En el sueño vuelves
a estrechar sus manos,
y ya no pides nada.



lunes, 9 de septiembre de 2019

Hubiera sido tan hermoso (por Gioconda Belli)


¿Por qué no me dijiste que estabas construyendo
ese castillo de arena?

Hubiera sido tan hermoso
poder entrar por su pequeña puerta,
recorrer sus salados corredores,
esperarte en los cuadros de conchas,
hablándote desde el balcón
con la boca llena de espuma blanca y transparente
como mis palabras,
esas palabras livianas que te digo,
que no tienen más que el peso
del aire entre mis dientes.

Es tan hermoso contemplar el mar.

Hubiera sido tan hermoso el mar
desde nuestro castillo de arena,
relamiendo el tiempo
con la ternura
honda y profunda del agua,
divagando sobre las historias que nos contaban
cuando, niños, éramos un solo poro
abierto a la naturaleza.

Ahora el agua se ha llevado tu castillo de arena
en la marea alta.

Se ha llevado las torres,
los fosos,
la puertecita por donde hubiéramos pasado
en la marea baja,
cuando la realidad está lejos
y hay castillos de arena
sobre la playa…


domingo, 8 de septiembre de 2019

Quién habitó esos días (por Antonio Lucas)


Del otro lado de la infancia vienen esas voces de colores,
estos lápices que tensan la verdad de la mañana:
volcán de niños golpeando el aroma de las flores en los parques.

Una vez ahí te viste, aunque no te reconoces,
coronado de cintas y dragones.
Clavicordio de risa permanente dando forma al vacío
de las horas, verbo al sueño. Ganando mil batallas.
Nunca el tiempo fue tan bello ni más alta su cima.

Caballos de cartón cruzando el cielo.

Y nunca te asustó la fiebre, porque estaba hecha de espuma,
plegada en un océano de sábanas.
El dolor, entonces, aún era misterio.

Hacías de la tarde un vasto territorio,
un triángulo de llanto con sol en cada esquina;
y lentamente abrías abismos a tu paso,
vengabas las estrellas
lanzando tus ejércitos de llamas en la noche:
sonora turba, virgen sin secretos.

¿Quién habitó esos días despojados de ira?
¿Quién anunciaba la muerte con pantalones cortos?
¿Quién dejó allá abajo, del otro lado de la infancia,
su huella como honda epifanía, su ansia de lo eterno?

De aquello que aprendiste nada queda,
pues tu memoria de entonces crepita en la memoria de los otros.
A veces es ceniza, a veces pura música inconcreta,
un círculo de oro con libélulas,
una leve vibración como un estanque,
una cueva de cristal dentro del pecho.

Era edad sin edad,
semilla verdadera.
Jamás andar descalzo fue tan cierto.


sábado, 7 de septiembre de 2019

Mantente tú (por Irene Sánchez Carrión)


Mantén, camino, tú, la esperanza.

Van cayendo los días
en las secas cunetas de mis años,
pasan las estaciones,
otros son los viajeros que hoy marchan a mi lado,
ha caído algún árbol que estuvo antes erguido
y las aves que perdieron el rumbo
vuelan ya de regreso.

Mantente tú, camino,
con cansancio y con sed, con hambre y con deseo,
y dame tus placeres,
tu empinada hermosura hacia el ocaso.


viernes, 6 de septiembre de 2019

Mientras el vals me lleve de la mano (por Darío Jaramillo)


Con este piano conozco la dulzura única de un tiempo mío,
tiempo sin fecha y sin memoria,
todo fue, todo es, todo será
este flujo, este juego, esta caricia del piano.
Tiemblo de emoción, aplaudo el encore de Malcuzinski
y vitoreo y aún floto,
alucino entre valses y nocturnos.
Germán a mi lado tiene 16 o 17 años
y yo soy eterno ya,
mortal y eterno como Germán mi amigo de la infancia.
¿Es tan ridículo llorar de la alegría?
¿Puedo confesar este perfume de violetas,
admito mi cielo azul adentro, mi agua fresca en el alma?
Mañanas tranquilas bajo un sol indulgente:
se oye correr el agua, el piano muestra bosques,
verdes campos de cultivo, vacas mudas con ubre generosa.
Chopin hace el milagro.
Chopin detiene minutos y hemorragia.
Chopin es un sedante, sólo este piano y los restos de vida.
El piano, el tres por cuatro del vals atándome a la vida,
Chopin en mi oído anunciándome la lejanía de la muerte.
La música me lleva de la mano
por fuera del tiempo y por dentro,
por encima de mí,
viéndome otro me lleva de la mano,
soy uno que se aburre, uno que llora,
otro -el más miserable- que con ansias espera:
ninguno de ellos mientras el vals me lleve de la mano,
el vals sopla brisas de paz en mis entrañas,
me enseña a transcurrir,
todo llega, me repite el vals irrepetible siempre,
el vals irrepetible me cuenta la historia de otro más sereno que seré,
en una clave sin acosos me repite algo que todavía ignoro,
otro aprendizaje elemental que no percibo,
que el piano apenas insinúa.


jueves, 5 de septiembre de 2019

Guerra (por Charles Simic)


El dedo tembloroso de una mujer
baja por la lista de los caídos
la noche de la primera nieve.

La casa está fría y la lista es larga.

Todos nuestros nombres figuran ahí.


miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cuando el sol disuelve la lluvia (por Charlotte Perkins Gilman)


¡Otra vez!
¡Otro día de lluvia!
Ha llovido durante años.
Nunca se aclara.
Las nubes descienden tan bajas,
se arrastran y gotean
sobre cada colina, cada cima.
En lento progreso
soplan desde el mar
eternamente,
cuelgan pesadas
y luego retroceden;
y llueve y llueve y llueve,
entrando y saliendo de nuevo.
Bajan hacia el suelo
estas nubes, donde el suelo se eleva;
y, salvo que el diablo del clima se olvide
y deje un lugar escondido sin mojar,
la niebla asciende de nuevo al cielo.
Y todo nuestro asfalto de tablas y troncos
apesta con la lluvia y se empapa en las nieblas
hasta que el agua se eleva y se hunde y presiona
sus bonetes, zapatos y vestidos;
y cada pobre pringado que está ahí fuera
se empapa de mil formas.
¿Mojado?
Aquí es más húmedo que estar ahogado.
¿Oscuro?
Esa oscuridad nunca fue hallada
desde que se hizo la primera luz.
¿Y frío?
¡Ven a la tierra de las uvas y el oro,
de las frutas y las flores y el sol alegre,
cuando empieza la temporada de lluvias!
Y te dirán con calma que nunca,
nunca antes habían tenido tanta lluvia.
¿Qué dices? ¿Que salga?
¿Para qué? ¡Mira ese cielo!
¡Oh, qué mundo! ¡tan claro!, ¡tan alto!
Tan limpio y encantador está todo.
La luz del sol arde por completo,
y todo es sencillamente azul.
¡Y mira! El mundo entero vuelve a florecer
cuando el sol disuelve la lluvia en un minuto.
Cálido cielo, tierra que ahí abajo disfruta.
¿Es que alguna vez llovió?, me pregunto.


martes, 3 de septiembre de 2019

Estatua griega (por Wislawa Szymborska)


Con la ayuda de la gente y otros elementos

el tiempo ha hecho con ella un buen trabajo.

Primero eliminó la nariz, después los genitales.

Luego los dedos de las manos y los pies,

con el paso de los años los brazos, uno tras otro,

el muslo derecho y el muslo izquierdo,

los hombros, las caderas, la cabeza y las nalgas,

y lo ya caído lo ha hecho pedazos,

escombros, residuos, arena.

Cuando así muere alguien vivo,

brota mucha sangre tras cada golpe.

Las estatuas de mármol, sin embargo, mueren blancamente

y no siempre del todo.

De ésta que hablamos ha quedado el torso

y está como contenido en el esfuerzo de la respiración,

porque ahora debe

atraer

hacia sí

toda la gravedad y la gracia

del resto perdido.

Y eso lo consigue,

eso aún lo consigue,

sigue y deslumbra,

deslumbra y perdura.

El tiempo también merece una mención elogiosa,

porque ha hecho una pausa

y algo dejó para después. 


lunes, 2 de septiembre de 2019

Balada de las separaciones (por Juan Ramón Jiménez)



Dónde (por Rafael Baldaya)


Dónde estuviste

dónde

en el año 6000 a. de J.C.

en 214

en 815

en 1620 


dónde estarás

dónde

en 3036

en 11.300

en 120.529

en el año Un Millón


fragmentado o unido

en qué 

en quién

antes has habitado


todo tú junto

o repartidamente

en quién

en qué

habitarás después


domingo, 1 de septiembre de 2019

En las barreras que carcomíamos (por Anne Sexton)


Te pienso en la cama,
tu lengua mitad chocolate, mitad océano,
en las casas adonde llegas,
en tu cabeza con pelo de alambre,
en tus manos persistentes y también
en las barreras que carcomíamos, pues somos dos.

Cómo entras y tomas mi copa de sangre
y me unes y te llevas mi salmuera.
Estamos desvestidos. Desnudos hasta los huesos
y nadamos uno tras otro y remontamos y remontamos
el río, el río idéntico llamado Mío
y entramos juntos. Nadie está solo.