zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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martes, 30 de septiembre de 2014

Es vuestro turno (por Louise Glück)


Somos todos soñadores; no sabemos quiénes somos.

Alguna máquina nos hizo, máquina del mundo, la familia constrictora.

Luego de nuevo al mundo, lustrados por suaves látigos.

Soñamos; no recordamos.

Máquina de la familia: pelaje oscuro, bosques del cuerpo de la madre.

Máquina de la madre: ciudad blanca dentro de ella.

Y antes de eso: tierra y agua.

Musgo entre las rocas, trozos de hojas y pasto.

Y antes, células en una gran oscuridad.

Y antes de eso, el mundo velado.

Es por eso que naciste: para silenciarme.

Células de mi madre y padre, es vuestro turno

de ser fundamental, ser la obra maestra.


Improvisé, nunca recordé.

Ahora es tu turno de ser conducida,

eres la que demanda saber:


¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?

Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo.


Es vuestro turno de abordarlo, volver a preguntar

¿para qué soy?, ¿para qué soy?


lunes, 29 de septiembre de 2014

Todo se fue alejando (por Philip Larkin)

La mirada apenas los distingue
de la fresca sombra que los cobija,
hasta que el viento alborota la cola y la melena;
entonces uno pasta, da unos pasos
–el otro parece observarlo–
y se detiene de nuevo en su anonimato.

Sin embargo, hace quince años
quizá dos docenas de carreras bastaron
para que entraran en la leyenda: lentas tardes
de copas, apuestas y hándicaps,
en las que sus nombres quedaron grabados
en desvaídos junios clásicos.

Colores en la salida: recortados contra el cielo
números y parasoles: fuera
escuadrones de coches vacíos y el calor,
y desperdicios en la hierba: el grito prolongado
que queda flotando hasta que remite y se imprime
en las columnas de última hora de los periódicos.

¿Quizá los recuerdos rondan sus oídos como moscas?
Sacuden la cabeza. El crepúsculo llena las sombras.
Verano tras verano todo se fue alejando,
los cajones de salida, el gentío y los gritos:
todo menos esos apacibles prados.
Sus nombres sobreviven en los almanaques; pero ellos

han olvidado sus nombres, y descansan,
o emprenden un galope que debe ser de alegría,
y ya no los siguen los prismáticos
ni los vaticinios de un cronómetro impertinente:
solo el mozo, y el hijo del mozo,
con las bridas cuando llega la noche.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Junté una florecita (por Julio Cortázar)


Hablen, tiene tres minutos
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Lo inacabado (por Irene Gruss)


El tiempo que demoras en terminar cada cosa
igual al de las cosas a medio hacer.
Nada perturba:
ni la conciencia ni la ensoñación de ver algo
hecho y cerrado.
A modo de hilván y a medias todo.
Que un límite no cierre lo que no quieres cerrar: parece más vivo
lo inacabado. Allí el vestido sin doblar,
allí los hijos, idos; así un final, como un principio, entremezclado y sucio
de arena del reloj.
Así irresuelta, desparramado un eco,
la brasa sin atizar. 


viernes, 26 de septiembre de 2014

Sobre una hoja (por Luo Ying)


Una araña roja arrastrándose sobre una hoja, atraviesa su pequeño mundo propio
Atrapando la luz solar, destello de rojo sangre que hace retraer a la mente
Mandíbulas minúsculas lo agarran todo como un capturador del cosmos
Hilo lentamente escupido arma su trampa de siglos
El viento hila redes a través del cielo, tiempo para que todos miren hacia arriba
Todas las criaturas son presas de Dios algunas veces como enemigos
A veces la araña roja se columpia, a veces se lanza, a veces vacila
A veces parece hermosa, a veces siniestra, a veces afligida
Los campos a veces son áridas colinas y las corrientes oscuros ríos secos
Una araña roja arrastrándose sobre la hoja, no hay pensamientos del tiempo pasado o giros equivocados
Rayos a través de la seda iluminan escenas distantes, brillan dentro de un bosque...
Miles de formas corpóreas revolotean dentro y fuera de visión entre las ramas
En lugares humildes se dirigen a elevar lo bajo hasta lo noble
Una araña roja se arrastra sobre una hoja como un maestro que no hace ostentación
Una vez que se arrastra tras una hoja, nuestro mundo se amarillea
Avenidas de lluvia enturbian el cielo y la tierra y el bosque

jueves, 25 de septiembre de 2014

Pensó tanto en la rosa (por Ángel González)


Pétalo a pétalo, memorizó la rosa.


Pensó tanto en la rosa,

la aspiró tantas veces en su ensueño,

que cuando vio una rosa verdadera

le dijo,

desdeñoso,

volviéndole la espalda:


-Mentirosa.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

A qué distancia (por Mª Jesús Mingot)

Te levantas,
bostezas,
por la calle caminas,
aligeras el paso,
te detienes
a cuatrocientos metros de tu casa.

Guardas cola, bostezas,
con torpe disimulo te secundan
macilentos suspiros a tu espalda,
delante de tus ojos
que alguien mira
-milagro-.
Espejismo fugaz: no era a ti sino a ella
a quien miraba,
veinte años más joven,
resplandeciente, intacta, victoriosa,
partidaria sin lucha de sí misma,
a un palmo de distancia de tu cuerpo
mas tan lejos no obstante
de todos esos rostros
que tanto te recuerdan lo que eres.

Te agolpas a la puerta,
subes los dos peldaños,
al conductor le tiendes
el bonotransporte con tu foto
cuando te llega el turno,
de vuelta a la oficina o a tu casa,
o a este mismo autobús
que enlaza
tus días con tus noches
seis veces por semana,
once meses al año, durante cuatro décadas.

La joven,
cuya presencia ofende a estas alturas
-no seamos hipócritas: tanta belleza hiere-,
traquetea a tu lado al compás de los frenos,
rumorosa, dispersa,
los oscilantes senos a la vista.

Sólo entonces te asalta,
la velada certeza toma cuerpo:
"cada día es el último" -te dices-;
"no desdeñes
estos veinte minutos de trayecto":
la antesala de las cuarenta teclas,
las luces fluorescentes,
los reparos,
el menú de las dos, pespunteado
de palabras triviales
en primera persona rubricadas
cada cuatro segundos,
el pertinaz letargo,
la modorra
que hace bailar las cifras
del impávido extracto
con el que caminas al filo de las siete.

Vuelves sobre tus pasos,
el recorrido inverso emprendes
cuajando rebeldías
-mariposas urbanas-;
ralentizas la marcha a tiempo de perderlo:
podrías ir andando,
detenerte en el parque,
atreverte a sentir
a qué distancia de los besos
te hallas
un martes por la noche,
a qué distancia de los sueños te hallas.

martes, 23 de septiembre de 2014

El nombre de "amigo" (por Gaius Iulius Phaedrus -Fedro-)


Muy corriente es el nombre de "amigo", pero escasa la fidelidad.
Estando construyéndose una casita Sócrates
(cuya muerte yo no desdeñaría con tal de alcanzar su fama
y aceptaría la envidia, si quedaran libres de ella mis cenizas),
uno cualquiera del pueblo, como suele ocurrir, le preguntó:
«¿Cómo? ¿Tan pequeña casa te levantas tú, tan importante?»
«¡Ojalá», respondió, «pueda llenarla de amigos verdaderos!»

lunes, 22 de septiembre de 2014

Pero el ciervo (por Eugenio Montejo)

No sé qué extraña lengua están hablando
en esta taberna.
Siento que las palabras me rodean
con sus rápidos saltos de peces
delante de mis ojos forasteros.
Puedo mirarlas en sus lentas burbujas
hasta que estallan en el aire.

Los periódicos parecen escritos
con huellas de pájaros
Los saludos dibujan otros gestos;
en los percheros hay largos esqueletos
de dinosaurios.

Entre los hombres que juegan al billar
o charlan o dormitan,
tal vez alguno salió de los espejos
y en un instante volverá a disolverse.
Por estas tierras abundan los fantasmas.

Me he corrido de casa tantas leguas,
estoy a tantos meridianos,
que no comprendo ni el coro de las sombras
con que la noche baja a oscurecerme,
pero el ciervo de rostro disecado,
fijo en un muro con ojos de botella,
me grita que el mal es uno solo en todas partes,
usa el mismo cuchillo
y amenaza
por todos los caminos de la tierra.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Y no nos ve aquí juntos (por Eloy Sánchez Rosillo)


Entra la luz hoy en el cuarto como
entraba la otra tarde. Y no nos ve
aquí juntos de nuevo: no has venido.
Yo puedo recordarte.
Y te recuerdo, a solas, en esta habitación
–llena de nada ahora– que entonces compartimos.
Las palabras que hablamos, la música, tu risa,
y lo que entre nosotros sucedió en esas horas,
siguen viviendo en mí.

Pero la luz no te recuerda, porque
la luz ama el presente. Regresa sin memoria
a la estancia vacía. Y ya no sabe
que se enredó en tu pelo y que brilló en tus ojos,
que, a la vez que mis manos minuciosas, anduvo
despacio por tu cuerpo.

No, la luz no recuerda
haber estado aquí, contigo, con nosotros.
Llega, alegre y dorada,
al lugar en que ardiera la otra tarde la vida.
Y únicamente encuentra en su silencio
a un hombre recordando, recordándote:
un hombre triste, y derrotado, y solo.


sábado, 20 de septiembre de 2014

Entre ambos errores (por Roberto Juarroz)


No hay victorias ni derrotas.
Hay un error en el fondo
y otro error en la superficie.
Entre ambos errores
una ambigua tristeza
raspa la corteza de un árbol imposible.

No hay quién pueda triunfar
ni sobre qué triunfar.

Sólo hay círculos concéntricos
alrededor de unas ausencias.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Lo hemos gastado todo (por Eugénio de Andrade)


Ya hemos gastado las palabras en la calle, amor mío,
y lo que nos ha quedado no basta
para alejar el frío de cuatro paredes.
Lo hemos gastado todo salvo el silencio.
Hemos gastado los ojos con la sal de las lágrimas,
hemos gastado las manos a fuerza de apretárnoslas,
hemos gastado el reloj y las piedras de las esquinas
en esperas inútiles.

Meto las manos en los bolsillos y no me encuentro nada.
Antes teníamos tanto que darnos;
era como si todo fuera mío:
cuanto más te daba más tenía que darte.

A veces decías: tus ojos son unos peces verdes
y yo me lo creía.
Me lo creía
porque a tu lado
todas las cosas eran posibles.

Pero eso era en el tiempo de los secretos,
era en el tiempo en que tu cuerpo era un acuario,
era en el tiempo en que mis ojos
eran realmente peces verdes.
Hoy son sólo mis ojos.
Es poco, pero es la verdad,
unos ojos como los demás.

Ya hemos gastado las palabras.
Cuando ahora te digo amor mío,
ya no pasa absolutamente nada.
Y sin embargo, antes de gastarse las palabras,
estoy seguro de que todo se estremecía
sólo con murmurar tu nombre
en el silencio de mi corazón.

No tenemos ya nada para darnos.
Dentro de ti
no hay nada que me pida agua.
El pasado es inútil como un trapo.
Ya te lo he dicho: las palabras están gastadas.

Adiós. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Sin forma de esperanza (por Saiz de Marco)


debe andar escondida una esperanza rara

una esperanza incógnita

difusa

desvaída

impropia de tal nombre

sin forma de esperanza

con apariencia endeble

no altiva

no engreída

secretamente firme

musculosa por dentro


entrenada ella sola en gimnasios nocturnos

haciendo abdominales

levantando pesas

con su viejo chándal gris raído de tanto usarlo

sudando

ejercitándose con la luz apagada


corriendo en soledad por las calles dormidas



generalmente oculta

aunque a veces se asoma y se deja entrever

una tenue esperanza

desgarbada de aspecto

blanda pero fibrosa


y más fuerte que todas las desesperaciones


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Y te dejo colgada allá en lo alto (por Ángel González)


Noche estrellada en aceptable uso,
con pálidos reflejos y opacidad lustrosa,
vieja chistera inútil en los tiempos que corren
como escuálidos galgos sobre el mundo,
definitivamente eres un lujo
que ha pasado de moda.

Tras la fría superficie de las calles de luna,
el alcanfor del sueño conserva en el armario
de la ciudad oscura a los que duermen
y no te verán nunca.

Yo, sin embargo, te llevo en la cabeza,
vieja noche de copa,
y cuando vuelvo a casa sorteando
imprevisibles gatos y farolas,
te levanto en un gesto final ceremonioso
dedicado a tus brillos y a mi sombra,
y te dejo colgada allá en lo alto
-¡hasta mañana, noche!-,
negra, deshabitada, misteriosa.


martes, 16 de septiembre de 2014

Visita al museo (por Jesús Montiel)



Niños terrícolas del siglo treinta:



mirad lo que llamaban los antiguos un bosque.

Entonces las especies vegetales

brotaban a su antojo de la tierra,

se hermanaban formando laberintos

rebosantes de vida.

Los árboles crecían, se estiraban

como sueños borrachos de tormenta

y en sus copas el viento cantaba con el pájaro.


—la extrañeza les abre la boca y la mirada—


mirad lo azul que entonces era el cielo

—se escuchan expresiones de sorpresa—

la belleza del campo amanecido.

Observad las estrellas coronando la noche,

flotando como adornos navideños

de un altísimo abeto.


Mirad un hombre de hace nueve siglos

absorto en la visión de unas montañas.

—¿Qué fulge en su mirada? ¿Qué luz hay en sus ojos?-


Es lo que los antiguos llamaban el Asombro…

lunes, 15 de septiembre de 2014

Sobre mi mano (por Jesús H. Tundidor)


Mirad,

ahora lo pongo

sobre mi mano: oídlo,

justifica

una vida. Dentro

de su volumen cabe

la desesperación y la esperanza,

los ríos en tinieblas y la clara

posesión de la luz.

Si lo tuviera

unos instantes más me quemaría

su peso, su ternura, su profundo

misterio. Jamás frente a mis ojos

a tal extensión tuve:

aquí el presentimiento, allá las sombras,

en largo cauce el júbilo, la dicha

mortal y repasada, y ocupando

su contorno o distancia el agua siempre

ávida de entregarse,

el buen amor que nunca

termina concedido.

Honda fue su verdad y es su ceniza.

Bajo

su sencillez de forma,

en el ámbito

luminoso de su noche sonora

reposa,

da principio y concluye

el triste sueño humano.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Si las palabras bastan (por Charles Simic)

¿Estás autorizado a hablar
en nombre de los árboles desnudos?
¿Eres capaz de explicar
lo que pretende el viento
con la camisa y el camisón
abandonados en la lavandería?
¿Qué sabes tú de las nubes negras?
¿Y de los estanques repletos de hojas muertas?
¿De coches antiguos oxidándose en la entrada?
¿Quién te ha dado permiso
para mirar la lata de cerveza en la cuneta?
¿Y la cruz blanca junto a la carretera?
¿El columpio en el jardín de las viudas?
Pregúntate a ti mismo si las palabras bastan
o si sería mejor agitar tus alas
de árbol en árbol
y seguir haciendo el cuervo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Esperando el despegue (por Santiago Venturini)


en fila ascendemos

a la cápsula de un colectivo.

la nave espacial

de una película vieja:

tableros de plástico botones

que no sirven para nada,

pantallas de un futuro

que ya pasó.

los torsos se acomodan

en asientos numerados.

somos todos lo mismo:

cuerpos en reposo

esperando el despegue

después de la comida el sexo

o la televisión.

y cuando nos impulsan las turbinas

ya no importan las luces de esas casas

que esconden familias anestesiadas,

ni esa iglesia improvisada en un galpón

lleno de fieles levantando los brazos

bajo unos fluorescentes implacables.

a toda velocidad

cruzamos la galaxia de los campos

en la que las estrellas frías se mezclan

con los asteroides de los autos

y supermercados cerrados.

hasta que en el espacio negro

aparece

la superficie decepcionante de un planeta:

una masa eléctrica de postes

carteles y basura.

el piloto grita nombres de calles

y en ese momento

dejamos de ser astronautas

para volvernos los terrícolas comunes

que ven de vez en cuando la luna

desde una ventana.

viernes, 12 de septiembre de 2014

O se me sube Rosi a las rodillas (por Jorge Boccanera)


Siempre estoy comenzando este poema,

pero claro,

llaman a las puertas las voces cotidianas

o se cae a pedazos el día diecinueve

o se me sube rosi a las rodillas

o caigo en la guitarra buscando no sé qué.

Siempre estoy comenzando este poema,

pero llegan recuerdos de una ternura un día,

o me sirven café

o voy a ver al boby que está ladrando mucho.

Siempre estoy comenzando este poema,

y escribo una palabra y ya viene la tarde

con su naufragio, entonces

pongo la ternura en una botella

para que alguien recoja pedazos de mis ojos.

Siempre estoy comenzando este poema,

pero llega la noche,

quiero decir tu pelo mojado

quiero decir que crezco

y que salgo a caminar tu nombre.

jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Quién ha abierto el balcón? (por Eloy Sánchez Rosillo)


Despertarse un buen día y descubrir
que la turbia amenaza que tanta muerte puso
durante tanto tiempo en nuestra vida
ya no nos mira con sus ojos fijos,
con sus ojos terribles.
¿Qué sucede?
¿Cómo se hizo en mi casa este silencio puro,
este sosiego que tenía olvidado?
¿Quién ha abierto el balcón y allí ha dispuesto
esa maceta con geranios rojos?
¿Es cierto que se adentra por la estancia,
despacio, un sol muy dulce y acaricia
el suelo, este sillón, mis manos, mi cabeza,
mi pecho que agradece, mi corazón que canta?


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Perfección (por Jorge Guillén)


Queda curvo el firmamento,

compacto azul, sobre el día.

Es el redondeamiento

del esplendor: mediodía.

Todo es cúpula. Reposa,

central sin querer, la rosa,

a un sol en cénit sujeta.

Y tanto se da el presente

que el pie caminante siente

la integridad del planeta.

martes, 9 de septiembre de 2014

Tendí las sábanas y las vi agitarse (por Anne Sexton)


Hoy estoy feliz con las sábanas de la vida.

Lavé las sábanas.

Tendí las sábanas y las vi

agitarse y elevarse como gaviotas.

Cuando estuvieron secas las destendí

y hundí mi cabeza en ellas.

Todo el oxígeno de la tierra en ellas.

Todos los pies de todos los bebés del mundo en ellas.

Todos los calzones de todos los ángeles del mundo en ellas.

Todos los besos mañaneros de Filadelfia en ellas.

Todos los juegos de saltar pintados sobre todas las aceras en

ellas.

Todos los caballitos hechos de tela en ellas.


Así que esto es la felicidad,

ese obrero.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Dos líneas de arena (por Osvaldo Costiglia)


Viaje hacia atrás del cráneo,
donde las manos entrelazadas,
reponen la respiración del domingo
a esta cabeza en acecho,
moviéndose hacia la calma
de su final.
Así, de tanto en tanto
miro lo que el tiempo abandona
y no digo nada
que pueda apartarme
del roce lento y pausado de la vida.
Si tengo miedo, es que hay
paisajes donde ni siquiera puedo sentir
el paso de las sombras.
Tiento así, con los dedos, dos líneas de arena
y trazo la transversal.
No es cierto que la geometría tranquilice.
El viento en los labios tiembla
y desocupa el día.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Mas la piedra se acuerda (por William Ospina)


Aquí hubo un mar hace un millón de años.
El hombre no lo sabe, mas la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
todo de piedra ya, forma magnífica
que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
que acaso fueron seres dolorosos,
sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
y el trémolo extasiado de la salamandra
tan sólo hay tiempo.





sábado, 6 de septiembre de 2014

100 años de Nicanor Parra

En ZuMo De PoEsÍa hemos publicado a veces poemas, a modo de homenaje, con motivo del fallecimiento de sus creadores. Hoy la razón de recuerdo no es la muerte de nadie, sino el siglo de vida de Nicanor Parra, nacido el 5 de septiembre de 1914 y que, por tanto, ayer cumplió 100 años. Como conmemoración de esos 100 años (y un día) -¡y los muchos más que deseamos le queden por vivir!-, este poema en su homenaje:



Entre el río de entonces y el de ahora (por Nicanor Parra)



A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra,
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
en la torre más alta de la iglesia;
el caracol en el jardín; y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, este es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correo en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!, nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera;
una ilusión, un sueño sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mi singular empresa
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo,
siempre la misma luna en mi cabeza;
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó frente a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormía dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!

Jardinera (por Diana Bellessi)


He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje, repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos,
dejarse ir para cuidarlo
y ser el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Por debajo de todo (por Philip Larkin)


Aparte de todo esto, el deseo de estar solo:
por mucho que el cielo se oscurezca con invitaciones
por mucho que sigamos las instrucciones impresas del sexo
por mucho que la familia se fotografíe bajo el asta de la bandera:
aparte de todo esto, el deseo de estar solo.

Por debajo de todo, un anhelo de olvido:
a pesar de las astutas tensiones del calendario,
el seguro de vida, los programados ritos de fertilidad,
la costosa aversion de los ojos a la muerte:
por debajo de todo, un anhelo de olvido.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Eso eres (por Blanca Varela)


El deseo es un lugar que se abandona

la verdad desaparece con la luz

corre-ve-y-dile

es tan aguda la voz del deseo

que es imposible oírla

es tan callada la voz de la verdad

que es imposible oírla


calor de fuego ido

seno de estuco

vientre de piedra

ojos de agua estancada

eso eres


me arrodillo y en tu nombre

cuento los dedos de mi mano derecha

que te escribe


me aferro a ti

me desgarra tu garfio carnicero

de arriba abajo me abre como a una res

y estos dedos recién contados

te atraviesan en el aire y te tocan


y suenas, suenas, suenas

gran badajo

en el sagrado vacío de mi cráneo.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cuando viene (por Vladimir Amaya)


Viene como canción

de agosto en martes sin voces,


como viaje intermitente

de sobresaltos y llagas abiertas,


como aroma

que arde hasta el tuétano,

bajo los ojos.


Es una avalancha

de acusaciones sin motivo,

como viene.


Viene y fantasea triturarme,

al acercarme a ella lo consigue.


Escudriña los costados del vencido,

desvalija algunos mentones.

Pinta misterios y calabozos, cuando viene.


Sabe, y no conoce

del amor que comprime al mundo.

Viene como oración olvidada.

A cada pecho llega como latido inmóvil.


Viene como lágrima desmesurada lejos de su gruta.

Con la indiferencia de una nube que se marcha,

es como ella siempre viene.


Excedida por el encanto de los atardeceres,

penetrada de un sabor peregrino

a musgo y anillo recuperado.


Va estirando los hilos de una muerte advertida.

Recortando distancias entre las columnas.

Viene como sed de mayo

en viernes de colmena agitada.


Como se dan las cartas de oros

y como piedra tallada en el recuerdo,

como fruto prohibido tan cerca

de mi pecado ¡Viene!.

Viene como grillo de pálida orquesta.

Como excusa espesa de lo no dicho antes.


Después de todo, es por mí

que desde el centro de los horizontes

cabalgando sobre ella misma viene.


Como mar desbocado.

Como ciudad alarmada.

Como sueño recurrente…


Viene después de nada,

a dejarme las huellas


de su eterno retorno…

martes, 2 de septiembre de 2014

Y dónde recordar sin que me duela (por Jorge Luis Borges)


Dime por favor dónde estás,
en qué rincón puedo no verte,
dónde puedo dormir sin recordarte
y dónde recordar sin que me duela.

Dime por favor dónde pueda caminar
sin ver tus huellas,
dónde puedo correr sin recordarte
y dónde descansar con mi tristeza.

Dime por favor cuál es el cielo
que no tiene el calor de tu mirada
y cuál es el sol que tiene luz tan sólo
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor cuál es el rincón
en el que no dejaste tu presencia.
Dime por favor cuál es el hueco de mi almohada
que no tiene escondidos tus recuerdos.

Dime por favor cuál es la noche
en que no vendrás para velar mis sueños...
Que no puedo vivir porque te extraño
y no puedo morir porque te quiero.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Aquella vez que vino tu recuerdo (por Evaristo Carriego).



La mesa estaba alegre como nunca.

Bebíamos el té: mamá reía

recordando, entre otros,

no sé qué antiguo chisme de familia;

una de nuestras primas comentaba

-recordando con gracia los modales

de un testigo irritado- el incidente

que presenció en la calle;

los niños se empeñaban, chacoteando,

en continuar el juego interrumpido,

y los demás hablábamos de todas

las cosas de que se habla con cariño.


Estábamos así, contentos, cuando

alguno te nombró, y el doloroso

silencio que de pronto ahogó las risas,

con pesadez de plomo,

persistió largo rato. Lo recuerdo

como si fuera ahora: nos quedamos

mudos, fríos. Pasaban los minutos,

pasaban y seguíamos callados.


Nadie decía nada, pero todos

pensábamos lo mismo. Como siempre

que la conmueve una emoción penosa,

mamá disimulaba ingenuamente

queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!



¡Bien que la conocemos!... Las muchachas

fingían ocuparse del vestido

que una de ellas llevaba:

los niños, asombrados de un silencio

tan extraño, salían de la pieza.

Y los demás seguíamos callados

sin mirarnos siquiera.

Cadenas (por Wislawa Szymborska)

Un día sofocante, la casa de un perro y el perro encadenado.
Unos pasos más allá un platito lleno de agua.
Pero la cadena es demasiado corta y el perro no alcanza.
Añadamos a la imagen un detalle más:
nuestras mucho más largas
y menos visibles cadenas
gracias a las cuales podemos pasar de largo tranquilamente.