zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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domingo, 31 de enero de 2016

Debo de ser alguien (por Fernando Pessoa)


La vida perjudica a la expresión de la vida.

Si yo viviera un gran amor, nunca lo podría contar.

Yo mismo no sé si este yo, que os expongo, en estas sinuosas páginas, realmente existe o tan solo es un concepto estético y falso que he formado de mí mismo.

Me vivo estéticamente en otro. He esculpido mi vida como una estatua de materia ajena a mi ser. A veces no me reconozco, tan exterior a mí mismo me he puesto, y tan de un modo puramente artístico he empleado mi conciencia de mí mismo.

¿Quién soy por detrás de esta irrealidad? No lo sé. Debo de ser alguien.

Y si no trato de vivir, de actuar, de sentir, es —creedme bien— para no perturbar las líneas artificiales de mi personalidad supuesta.

Quiero ser tal cual he querido ser y no soy. Si cediera, me destruiría. Quiero ser una obra del arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo.

Por eso me he esculpido con tranquilidad y enajenación, me he colocado en una estufa, lejos de los aires frescos y de las luces francas —donde mi artificialidad, flor absurda, florezca en retirada belleza-.

Pienso a veces en lo bello que sería poder crearme una vida continua, que se suceda, dentro del transcurrir de días enteros, con invitados imaginarios, con gente creada, e ir viviendo, sufriendo, gozando esa vida falsa. Allí me sucederían desgracias; grandes alegrías caerían sobre mí. Y nada mío sería real.

sábado, 30 de enero de 2016

Las gafas de no ver (por Saiz de Marco)


Las gafas sombrías,

las gafas turbias,

los vidrios que no dejan pasar la alegría,




la alegría está ahí enfrente,

exhibiéndose y tú sin poder verla,




los prismas de nublar y de ofuscar

(tú no pediste que te los pusieran),

las gafas que filtran lo más importante,

lo único que nunca debiera ser filtrado,

ese ruin artilugio,

ese cristal tintado,

ese instrumento antióptico,



la alegría está ahí delante y tú sin poder verla

(no lo elegiste, no lo decidiste),



las lentes deformantes,

las obturadas lupas,


las gafas de no ver,


¿cuántos días las has llevado puestas,

incrustadas en medio de los ojos,

inconsciente,

sin reparar en ellas,

sin ni siquiera intuir cómo quitártelas?

viernes, 29 de enero de 2016

Tan penosamente frágiles (por Reina María Rodríguez)


un polvo oscuro me ensombrece la mejilla
la boca el asco ¿cómo cubrir el asco
la fragilidad de sus espías?
un polvo oscuro para cubrirlo todo
y pasar discreta sin que sepan que soy yo misma
con polvo oscuro cubriendo otro fracaso.
porque mis amigos mis buenos amigos también
habían calculado:
estamos hechos de límites no de barcos
y mis buenos y bellos amigos se embellecen
para poner alambres de púas.
pero yo sólo tengo polvo oscuro y va a llover
y se caerá ese embadurnamiento y se pondrán
opacos ellos también.
no soy divina ellos tampoco son divinos
pero los demás esperan encontrar todavía
dentro de nosotros.
¿de qué te puedo salvar sin un trasplante
de cosas esenciales? ¿cómo relacionar
tu búsqueda conmigo y no ser vendible?
demasiada subasta.
me rompe el asco la boca cuando despierto
y pongo serio polvo oscuro sobre la mejilla
aún inofensiva
polvo oscuro para resbalar gelatinoso
y ellos caen en la trampa mis buenos y fieles
amigos que me hicieron soñar y descubrir sus trucos
frente a este espejo donde me veo y también estoy
mirándoles tan frágiles tan penosamente frágiles.
me lastima la manera de cometer sus crímenes
¡eran tan inteligentes al principio!

jueves, 28 de enero de 2016

Audaz y sedienta (por E. E. Cummings)


que mi corazón siempre esté abierto a los pequeños

pájaros que son los secretos del vivir

lo que sea que canten es mejor que saber

y si los hombres no escuchan los hombres están viejos


que mi mente se pierda por ahí hambrienta

y audaz y sedienta y flexible

y hasta si es domingo que yo me equivoque

porque siempre que los hombres tienen razón no son jóvenes


y que no pueda hacer nada útil

y te ames mucho más que de verdad

nunca hubo idiota tan grande que fracasara

tirándose todo el cielo encima con una sonrisa

miércoles, 27 de enero de 2016

Tenía los ojos ciegos (por Natalia Litvinova)


recuerdo el día que nací.

llovía y los árboles soltaban todos sus frutos, la fertilidad
de los ríos era capaz de matarnos.

recuerdo el día que nací.

tenía los ojos ciegos, la boca muda y el alma intocable.

mi padre me prestó su mano para que yo no supiera
qué hacer con ella.

amo las manos de mi padre, origen de toda creación
y de la fe.

recuerdo los abismos del vacío, los límites, el calor
del alba sobre mi nuevo rostro.

mis manos extendidas al no saber.


martes, 26 de enero de 2016

Oía rodar los trenes (por Maurice Riordan)


Así que por un rato vivió a tiro de piedra
del ferrocarril; en un cuarto amueblado
con un sofacama, una lámpara, una mesa,
un refri callado, un teléfono.
Oía rodar de noche los trenes de carga
que sin tregua cruzaban el interior del país.
Lo mantenían en vela hasta el amanecer,
junto a una radio verde y un mapa,
con los que seguía los mismos resultados
del béisbol, violaciones, incendios, asesinatos,
y casi siempre la misma humedad y calor
desde los Grandes Lagos hasta el Golfo.
Una vez marcó un número de larga distancia.
Sonó seis, siete, ocho veces.
No contestan. Se puso el auricular
sobre el pecho, y lo dejó sonar y sonar.


lunes, 25 de enero de 2016

Y nos erguimos (por Anne Sexton)


Oh entonces

me puse de pie en mi piel dorada

y me deshice de los Salmos

y me deshice de la ropa

y tú desataste la brida

y tú desataste las riendas

y yo desabroché los botones,

y deshice los huesos, los equívocos,

las postales de Nueva Inglaterra,

las noches de enero pasadas las diez

y nos erguimos como trigo,

hectárea tras hectárea de oro,

y cosechamos,

cosechamos.

domingo, 24 de enero de 2016

De un lugar (por Wallace Stevens)


El alma, dijo, está compuesta

del mundo exterior.


Hay hombres del Este, dijo,

que son el Este.

Hay hombres de una provincia

que son esa provincia.

Hay hombres de un valle

que son ese valle.


Hay hombres cuyas palabras

son como los sonidos naturales

de sus lugares,

como la cháchara de los tucanes

en el lugar de los tucanes.

La mandolina es el instrumento

de un lugar.


¿Hay mandolinas en las montañas occidentales?

¿Hay mandolinas en el claro de luna septentrional?


El vestido de una mujer de Lhassa,

en su lugar,

es un invisible elemento de ese lugar

hecho visible.

sábado, 23 de enero de 2016

Del tamaño de lo que veo (por Fernando Pessoa)

Releo pasivamente, recibiendo lo que siento como una inspiración y una liberación, esas frases sencillas de Caeiro, en la referencia natural de lo que es consecuencia del pequeño tamaño de su aldea.

Desde allí, dice él, porque es pequeña, puede verse más del mundo que desde la ciudad; y por eso la aldea es mayor que la ciudad…

«Porque yo soy del tamaño de lo que veo, y no del tamaño de mi estatura.»

Frases como éstas me parecen crecer sin voluntad que las hubiera dicho, me limpian de toda la metafísica que espontáneamente añado a la vida.

Después de leerlas, me acerco a mi ventana que da a la calle estrecha, miro al cielo grande y a los muchos astros, y soy libre como un esplendor alado cuya vibración me estremece todo el cuerpo.

«¡Soy del tamaño de lo que veo!»

Cada vez que pienso esta frase con toda la atención de mis nervios, me parece más destinada a reconstruir consteladamente el universo.

«¡Soy del tamaño de lo que veo!»

Qué gran posesión mental va desde el pozo de las emociones profundas a las altas estrellas que se reflejan en él y, así, de cierta manera, están allí.

Y ahora ya, consciente de saber ver, miro la vasta metafísica objetiva de todos los cielos con una seguridad que me da ganas de morir cantando.

«¡Soy del tamaño de lo que veo!»

Y el vago claro de luna, enteramente mío, empieza a viciar de vaguedad el azul medio negro del horizonte.

Tengo ganas de levantar los brazos y gritar cosas de un salvajismo ignorado, de decir palabras a los misterios altos, de afirmar una nueva personalidad vasta a los grandes espacios de la materia vacía.

Pero me reprimo y sereno.

«¡Soy del tamaño de lo que veo!»

Y la frase sigue siendo para mí el alma entera, apoyo en ella todas las emociones que siento, y sobre mí, por dentro, como sobre la ciudad, por fuera, cae la paz indescifrable del duro claro de luna que empieza ancho con el anochecer.


viernes, 22 de enero de 2016

La novia (por Rafael Alberti)


Toca la campana

de la catedral.

!Y yo sin zapatos,

yéndome a casar!


¿Donde está mi velo,

mi vestido blanco,

mi flor de azahar?


¿Donde mi sortija,

mi alfiler dorado,

mi lindo collar?


¡Date prisa, madre!

Toca la campana

de la catedral.


¿Donde está mi amante?

Mi amante querido,

¿en dónde estará?


Toca la campana

de la catedral.


¡Y yo sin mi amante

yéndome a casar!

jueves, 21 de enero de 2016

Glenn Gould: la despedida (por Joan Margarit)


Sus manos en el espejo
del Steinway continuan
tocando y él ya no está.
Canturrea todavía
como una lechuza en la noche.
Bach ya nunca será igual.
Hoy, en una limousine
con cromados del olvido,
pasa entre bosques nevados
el ataúd de su música.
Un Steinway en la niebla
hoy suena sin su pianista:
la muerte, en el crematorio,
de pie en el césped negruzco,
de frac y con ojos turbios,
escucha las "Suites inglesas".


miércoles, 20 de enero de 2016

Como si hubiera hilos (por Edvard Munch)


La oscuridad se extendió por toda la tierra
de un color violeta oscuro — yo
estaba sentado bajo un árbol — cuyas hojas
empezaban a amarillear— Ella había estado sentada
a mi lado — Había apoyado su cabeza sobre
la mía — su melena rojo sangre se había enrollado
sobre mí — se había enredado a mi alrededor
como serpientes rojo sangre — cuyos hilos más finos
se habían enmarañado en mi corazón —
luego se levantó — no sé
por qué — lentamente se alejó en dirección
al mar— alejándose cada vez más — entonces —
pasó lo extraño — sentí como si hubiera hilos invisibles
entre nosotros — sentí como si algunos de los hilos
invisibles de su pelo todavía
me rodearan — e incluso cuando desapareció
definitivamente por encima del mar — todavía sentía
dolor allí donde me sangraba
el corazón — porque los hilos
no podían cortarse


martes, 19 de enero de 2016

En venta (por Fernando Aínsa)


Querido Álvaro:
Anoche regresé a Montevideo y estuve probando la moto Triumph Thunderbird, 500 cc. modelo 1954, que has puesto en venta.

La recuerdo, cuando la estrenaste:
impecable con su imponente faro de luces, su cuenta kilómetros integrado y sus tubos de escape cromados.
Adolescentes,
te rodeábamos con esa admiración que apenas disimula la envidia.
A veces nos llevabas a dar una vuelta por la rambla. Sentíamos la brisa de la costa en la cara y nos parecía por un momento que ese “pájaro de trueno” era un poco nuestro.
Anoche,
—cuando regresé después de tantos años—,
me admiró descubrir que la has mantenido impecable, tal como la cuidabas entonces cuando lustrabas su motor, limpiabas los guardabarros y, uno a uno, los radios de sus ruedas.
Charlábamos a tu lado, mientras con un pincel y un poco de gasolina, sacabas todo rastro de aceite o polvo.
Eran aquellas tardes de ocio y buena amistad.
Sin embargo, anoche te sentí un poco nervioso, pálido y enflaquecido, sin aquella calma “pastosa” que te diferenciaba de todos nosotros, siempre agitados y excesivos en nuestros gestos y expresiones. Me dio la impresión que querías vender con cierta urgencia la moto que tanto admiré a mis diecisiete años.
De pie en el garaje de tu casa en Pocitos
—no lejos del viejo MG descapotable que compraste unos años después y que cubres ahora con una lona que no permite ver y sólo recordar su baja silueta—
me dijiste con voz amable, pero tono imperativo: “Te la dejo en cuatrocientos dólares”.
¿Qué pasa Álvaro? ¿Por qué vendes tan barata la moto que todos soñamos tener o conducir, aunque fuera una sola vez? Dímelo.
¿No éramos amigos, no fuimos cómplices de tantas aventuras, no crecimos juntos en aquel barrio, Malvín, de atmósfera tan envidiable: todos compinches, la “barra” brava, “timberos” de noches en blanco, de caminatas errantes o echados por las mañanas en la arena en un círculo de bromas y “púas” intercambiadas con ingenio y rapidez?
Es evidente que mi inesperada visita nocturna no te ha sorprendido aunque, tal vez, temes que sospeche la razón secreta por la que quieres vender la moto de tu juventud, después de tantos años de haberla cuidado y protegido del inevitable desgaste de las cosas.
Me escribiste un día
—y no hace mucho—
que todavía solías pasear con ella por los escenarios de nuestra adolescencia: esas calles
—Pilcomayo, Aconcagua, Arrayán e Itú, como se llamaban entonces, Orinoco, Amazonas, Río de la Plata, Rimac—
en las que dábamos infinitas vueltas a la manzana a la hora de la siesta, yo con una modesta Guzzi de 48 cc y tu cabalgando tu rugiente Thunderbird 500 cc.
Volvías
—me escribías—
a esa rambla, desahogo natural de todos los pesares ciudadanos, pulmón abierto a un río que no tiene en Montevideo más que una orilla.
Volvías
a nuestro barrio a la velocidad razonable que impone una vieja Triumph de 1954, pero con el impecable ronronear de sus dos cilindros de cuatro tiempos.
Respirabas en esas escapadas
—me contaste—
no solo la brisa, sino la atmósfera de otro tiempo, mucho antes que estallara la diáspora del 73 que nos aventó a todos por el mundo, el aire de la inconsciencia con que vivimos los años cincuenta.
Esa alegría de pescar a la “encandilada” en las noches sin luna de verano y freír en la playa, en improvisada fogata, el resultado de habernos paseado los tres
—Eduardo, tú y yo, amigos inseparables—
a lo largo de la orilla.
Tú, con el farol a mantilla, delante, iluminando, “encandilando” la mojarra y algún pejerrey; Eduardo con la manga y la red, pescándolos con la habilidad que le reconocíamos todos; yo, detrás, con un balde donde se recogían los peces agonizantes.

Recorríamos la playa Honda (nuestra playa de siempre) una y otra vez, hasta tener suficiente para sentarnos en la arena, junto al viejo bote abandonado si hacía viento, y freír entre bromas y charlas intrascendentes la “pescadilla” que aligeraba un vino tinto afrutillado comprado a granel.

A ese rincón de la playa

—me escribiste—

volvías nostálgico, pero cansado,

y detenías por un momento la moto para intentar en vano respirar el pasado.

Te decías asomado a su orilla que yo vivo ahora muy lejos y Eduardo nos dejó para siempre hará unos años.

Me gusta tu moto, Álvaro.

En realidad

—lo sabes—

me ha gustado siempre.

Más de cincuenta años después quisiera comprártela.

Tal vez, sólo por eso, he regresado esta noche a Montevideo, aunque sea en el breve espacio de un sueño.

Siento que me has llamado desde lejos para decirme que vendes tu moto y aquí estoy en un sueño que, como muchos sueños, parece durar una eternidad, aunque en realidad sean sólo unos instantes de felicidad los que procuran.

Cuando me he despertado en mi cama de Oliete

—esta calurosa madrugada del mes de agosto de 2013—

ya conducía, como nunca antes pude hacerlo, tu Triumph por la rambla, desde Pocitos,

donde vives ahora,

hacia Malvín, donde vivíamos entonces: acelerando iba descontando los años, remontando el tiempo perdido y al hacerlo, batiéndome el viento la cara, me sentía recuperar aquel olvidado entusiasmo, y si hubiera podido llegar a la playa Honda sin despertarme, habríamos vuelto a reír los tres

—Eduardo milagrosamente resucitado—

junto al bote abandonado de nuestra juventud.

lunes, 18 de enero de 2016

Se le ha caído un río (por Fernando Beltrán)


En un bar de Madrid
la prostituta polaca
se dispone a enseñarnos el lugar
donde nació Szymborska.

Abre el cajón que está bajo la barra,
desdobla poco a poco un mapa,
lo extiende ante nosotros
con memoria infinita
y señala de pronto un punto negro
que nos hace temblar.

Suspira luego muy hondo
desde el filo
de sus uñas metálicas

y comienza a doblarlo nuevamente
sin conseguirlo nunca.

Se le ha caído un río
sobre la falda,
se le alza en los pliegues de la blusa
la montaña del hambre,
y le cruza
de ciudad a ciudad, de pecho a espalda,
la oscura carretera de una noche
que no viene en los mapas.

Dice después que somos los primeros
en hablarle ese día algo amable

y nos quedamos mudos
y extraviados

sin saber qué decir mientras doblamos
poco a poco el deseo
que nos llevó hasta ella
y regresamos luego al frío de la calle
con nuestro amor de siempre,

el cuerpo de la nada

donde los poetas emergen
desvalidos e inmensos como bloques
de viviendas pobres

cada vez que alguien nombra el esqueleto
de su ropa tendida.

Esta barriada al sur
que no es hermosa,
pero es quizá el lugar donde esta noche
también nació Szymborska,

donde anónima y muda la poesía
que no viene en los libros
aparece de pronto tras la barra
de una historia cualquiera,

en cualquier parte.

domingo, 17 de enero de 2016

Dos dársenas vacías (por Gustavo García Saraví)


Como dos islas,
como dos animales de distinta especie,
como una margarita con un sable,
como un trozo de ónix con un álamo,
nunca podremos
reproducirnos,
tener un hijo, una semilla,
algo en común y perdurable, parecido
a lo de todo el mundo: fotografías,
un día semanal para ir al cine,
ciertas costumbres,
modos insustituibles
de hacer (y deshacer) el amor, un espejo.
Existen fuerzas,
circunstancias, océanos, imanes de crueldad
que nos separan
irremediablemente, anclas, cadenas,
emigraciones
de golondrinas
que nos hacen perversos, diferentes,
mutuos devoradores,
especialistas
en vidrios rotos y poemas,
malas palabras y sollozos.
Y sin embargo, cuánta penuria en comprender
que también somos
dos dársenas vacías, dos pedazos de luna,
dos péndulos rabiosos,
oh, mi amada, blancura inolvidable,
última pertenencia,
mi destructora,
mi adorable destruida, mis cenizas.


sábado, 16 de enero de 2016

Pelusa (por Manuel Serrano Pérez)

A lo mejor el tiempo
no puede dar con más materia
de razonada certidumbre y prestigio
de su faena destructora
que ese tacto de seda
ocupando rincones del bolsillo.
Desde el primer instante,
el saco que me cubre desnudeces
pulveriza su trama
en cierto algodón de oscuridades,
sorpresa de los dedos,
nutrida lentamente por costuras
de hilos desflecados en redondo.
Y es un objeto fulminante
jugando en las esquinas
el impalpable luto
que interrumpe con plumas
lo concreto
y descubre averías, lesiones, menoscabo
del mundo construido.
Quede la hora en los relojes
con sus marcas de número.
El riesgo de marchar hacia la muerte
también se deletrea en la pelusa.

viernes, 15 de enero de 2016

Algo sobre la muerte del mayor Sabines (por Jaime Sabines)


PRIMERA PARTE

I

Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.

Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.

Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la
alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.

Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.

No ha habido hora más larga que cuando no
dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.

II

Del mar, también del mar,
de la tela del mar que nos envuelve,
de los golpes del mar y de su boca,
de su vagina obscura,
de su vómito,
de su pureza tétrica y profunda,
vienen la muerte, Dios, el aguacero
golpeando las persianas,
la noche, el viento.

De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre.)

De los huesos también,
de la sal más entera de la sangre,
del ácido más fiel,
del alma más profunda y verdadera,
del alimento más entusiasmado,
del hígado y del llanto,
viene el oleaje tenso de la muerte,
el frío sudor de la esperanza,
y viene Dios riendo.

Caminan los libros a la hoguera.
Se levanta el telón: aparece el mar.

(Yo no soy el autor del mar.)

III

Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!,dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo una tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de Totomoste
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.

IV

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
en la raíz del cuello, sobre la subclavia,
tubérculo del bueno de Dios,
ampolleta de la buena muerte,
y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.
El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.

En las cuatro gavetas del archivero de madera
guardo los nombres queridos,
la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan
y mis pieles sucesivas.

También están los rostros de algunas mujeres
los ojos amados y solos
y el beso casto del coito.
Y de las gavetas salen mis hijos.
¡Bien haya la sombra del árbol
llegando a la tierra,
porque es la luz que llega!

V

De las nueve de la noche en adelante,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.

Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire...

(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)

Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de penas.
Quiero decir que a mí me sobre el aire...

VI

Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.

VII

Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
vagina del frío,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.

VIII

No podrás morir.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de tierra
no podrás morir.
En tu caja de muerto
no podrás morir.
En tus venas sin sangre
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.

IX

Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá, Juan y Jorge
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
cartas, telegramas, noticias
de que te enterramos,
pero tu nieta más pequeña
te busca en el cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.

X

Es un mal sueño largo,
una tonta película de espanto,
un túnel que no acaba
lleno de piedras y de charcos.
¡Qué tiempo éste, maldito,
que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia,
el ojo abierto y el morir despacio!

XI

Recién parido en el lecho de la muerte,
criatura de la paz, inmóvil, tierno,
recién niño del sol de rostro negro,
arrullado en la cuna del silencio,
mamando obscuridad, boca vacía,
ojo apagado, corazón desierto.

Pulmón sin aire, niño mío, viejo,
cielo enterrado y manantial aéreo
voy a volverme un llanto subterráneo
para echarte mis ojos en tu pecho.

XII

Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

XIII

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

XIV

No se ha roto ese vaso en que bebiste,
ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.
Ni se quemó la cama en que moriste,
ni sacrificamos un gato.

Te sobrevive todo. Todo existe
a pesar de tu muerte y de mi flato.
Parece que la vida nos embiste
igual que el cáncer sobre tu omóplato.

Te enterramos, te lloramos, te morimos,
te estás bien muerto y bien jodido y yermo
mientras pensamos en lo que no hicimos

y queremos tenerte aunque sea enfermo.
Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos
a no ser habitantes de tu infierno.

XV

Papá por treinta o por cuarenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto,

te has muerto cuando menos falta hacías,
cuando más falta me haces, padre, abuelo,
hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño.

Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.

Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.

XVI

(Noviembre 27)

¿Será posible que abras los ojos y nos veas
ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?

Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta,
tu cumpleaños, viejo.
Tu mujer y tus hijos, tus nueras y tus nietos
venimos a abrazarte, todos, viejo.
¡Tienes que estar oyendo!
No vayas a llorar como nosotros
porque tu muerte no es sino un pretexto
para llorar por todos,
por los que están viviendo.
Una pared caída nos separa,
sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo.

XVII

Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.

Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,

Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis días, y me aflijo.

SEGUNDA PARTE

I

Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos,
poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta,
la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando obscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus desechos, tu desorden, tu alma,
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había tu boca,
aire podrido, luz aniquilada,
el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)

II

Mientras los niños crecen y las horas nos hablan
tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.

¡Es tan fácil decirte "padre mío"
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!

Quiero llorar a veces, y no quiero
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.

¡Si sólo se pudiera decir: "papá, cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada"
¡Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
-herida abierta, vómito de sangre-
te agarrara la cara!

Yo sé que tú ni yo,
ni un par de valvas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas

sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni -no- las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.

(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,
caracol recordando la resaca.)

He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?

Ángeles degollados puse al pie de tu caja,
y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.


III

Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo
y van y vienen máscaras.
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio
canta.

Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago,
apostando a crecer como las plantas,
fijos, inmóviles, girando
en la invisible llama.
Y mientras tú, el fuerte, el generoso,
el limpio de mentiras y de infamias,
guerrero de la paz, juez de victorias
-cedro del Líbano, robledal de Chiapas-
te ocultas en la tierra, te remontas
a tu raíz obscura y desolada.

IV

Un año o dos o tres,
te da lo mismo.
¿Cuál reloj en la muerte?, ¿qué campana
incesante, silenciosa, llama y llama?
¿qué subterránea voz no pronunciada?
¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito
de los dientes atrás, en la garganta
aérea, flotante, pare escamas?

¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados
los brazos y las piernas y la cara,
arrendados al hoyo, entretenidos
los jugos en la cáscara?
¿para exprimir los ojos noche
a noche en el temblor obscuro de la cama,
remolino de quietas transparencias,
descendimiento de la náusea?

¿Para esto morir?
¿para inventar el alma,
el vestido de Dios, la eternidad, el agua
del aguacero de la muerte, la esperanza?
¿morir para pescar?
¿para atrapar con su red a la araña?

Estás sobre la playa de algodones
y tu marca de sombras sube y baja.


V

Mi madre sola, en su vejez hundida,
sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.

Esto dejaste. Su pasión enhiesta,
su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.

Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
el polvo de oro de la vida.

jueves, 14 de enero de 2016

Esto se va a caer (por Soleida Ríos)

era un teatro paredes nada más pero paredes derruidas y ventanas muy altas ni tabiques ni pisos tres o cuatro miramos arrobados yo digo esto se va a caer va a derrumbarse pero subimos escaleras y arriba no había cielo sino árboles sin hojas yo vuelvo a predecir esto se va a caer y se llenó de gente blanca negra mestiza sonriendo bailando y yo sabía que iban a morir...

cayó el teatro me sujeté de un árbol (cada ventana tenía un árbol como un barrote un barrote guardián la salvación) yo me quedé colgando

no había cielo ni mundo sólo ese árbol ondulante


miércoles, 13 de enero de 2016

Esta tristeza o frío (por Leopoldo María Panero)


Esta sonrisa que me llega como el poniente

que se aplasta contra mi carne que hasta entonces sentía

sólo calor o frío

esta música quemada o mariposa débil como el aire que

quisiera tan sólo un alfiler para evitar su caída

ahora

cuando el reloj avanza sin horizonte o luna sin viento sin

bandera

esta tristeza o frío

no llames a mi puerta deja que el viento se lleve tus

labios

este cadáver que todavía guarda el calor de nuestros

besos

dejadme contemplar el mundo en una lágrima

Ven despacio hacia mí luna de dientes caídos

Dejadme entrar en la cueva submarina

atrás quedan las formas que se suceden sin dejar huella

todo lo que pasa y se deshace dejando tan sólo un humo

blanco

atrás quedan los sueños que hoy son sólo hielo o piedra

agua dulce como un beso desde el otro lado del horizonte

Pájaros pálidos en jaulas de oro

martes, 12 de enero de 2016

Mi vida (por José Luis García Martín)

Mi vida: unos pasos cerca de la puerta,
una ventana que golpea en la noche,
alguien que acaba de marcharse,
la cabaña en el bosque entre la nieve,
un crujido de rama al romperse,
cartas que llegan de muy lejos
y me hablan de cosas que he olvidado,
el llanto de un niño en la casa sin nadie,
una anciana sentada junto al fuego,
el murmullo del agua tras el muro,
palabras susurradas en una habitación,
el jardín con su mancha de sol
tras la ventana que no cierra del todo,
los ojos que me miran cuando cierro los ojos.

lunes, 11 de enero de 2016

Todas las carreteras (por Milo de Angelis)

En el verano del tiempo humano, 
en el último verano,
existían todas las carreteras. 

La Prenestina
con sus cinturones de ronda alcanzaba el mar
de Tarento viejo y los jardines de Puerta Venecia,
geografía de uniones inesperadas, 

tiempo que no se pierde,
todas las carreteras, 

todos los amores sumergidos en uno solo
y renacidos, 

todos los pasos delante del portal, 
las miradas
en el portero automático, 

todas las voces, los acentos, las sílabas,
tú que salías sonriente con tu gorra de pelo
y caminabas decidida hacia un autobús.


domingo, 10 de enero de 2016

Quería (por Shushanig Gourghenian)


Quería darte la bienvenida
dentro de mi alma como a un dios
perdido y agotado por el camino,
para oírte llamar a esta tu
casa.

Quería restringir
al ruiseñor a un solo
jardín. Y guardar sus cantos
de libertad para mí
sola.

Te quería aprisionado
en mi pecho como parte
del flujo de mi sangre,
del mecer de mis
huesos.

Quería que, cuando yo muera,
mi nombre fuese tallado
en el más duro de los monumentos:
tu corazón de
piedra.

sábado, 9 de enero de 2016

Si ya nadie vive (por Briceida Cuevas)


El búho llega.
Se agazapa sobre el muro.
Medita.
Qué muerte anunciar
si ya nadie vive en este pueblo.
Los fósiles de la gente
transitan a ningún lado.

Pinta la luna las tumbas del camposanto
que ha comenzado a masticar la maleza.
El búho
ensaya un canto a la vida.
Se niega a presagiar su propia muerte.


viernes, 8 de enero de 2016

Otra vez (por Philip Larkin)


Los árboles empiezan ya a brotar

como algo casi a punto de ser dicho;

los nuevos tallos descansan y se extienden,

su verdor es una especie de tristeza.

¿La cuestión es que ellos renacen

y nosotros nos hacemos más viejos? 


No, ellos también mueren.

Su truco anual de parecer nuevos

se inscribe en sus fibras en anillos.

Sin embargo, los infatigables castillos desgranan

su gruesa madurez cada primavera.

Ha muerto el último año -parecen decir-,

otra vez empecemos, otra vez, otra vez.

jueves, 7 de enero de 2016

Reciprocidad (por Wislawa Szymborska)


Hay catálogos de catálogos.

Hay poemas sobre poemas.

Hay obras de teatro sobre actores representadas por actores.

Cartas motivadas por cartas.

Palabras que sirven para explicar palabras.

Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.

Hay tristezas contagiosas al igual que la risa.

Hay papeles que provienen de legajos de papeles.

Miradas vistas.

Casos declinados por caso.

Grandes ríos con gran participación de otros pequeños.

Bosques hasta sus bordes desbordados de bosque.

Máquinas destinadas a construir máquinas.

Sueños que de repente nos arrancan del sueño.

Salud necesaria para recuperar la salud.

Escaleras tan hacia abajo como hacia arriba.

Gafas para buscar gafas.

Inspiración y espiración de la respiración.

Y ojalá, de vez en cuando, odio al odio.

Porque, a fin de cuentas, lo que hay es ignorancia de la ignorancia

y manos ocupadas en lavarse las manos.


miércoles, 6 de enero de 2016

En la cruz (por Jorge Luis Borges)


Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

martes, 5 de enero de 2016

Frágil misión (por Joan Margarit)


Una farola rota y apagada.
Su cometido no es iluminar la acera,
sino ser ese poste
de hierro puesto en pie en la oscuridad.
En la calle, quemado, hay un contenedor
negruzco, roto, corrompido el plástico.
Él mismo es, también,
retorcido y volcado, un desperdicio.

Nuestra hija es la angustia por el paso del tiempo
que, despacio, va helándonos la vida.
Ahora su objetivo no es amar
ni ser amada, sino ser el polvo
de una materia gris y sin sentido.

Todo pierde su frágil misión.
Y, mira, amor, nada me importa el nombre
que acabemos por darle a todo esto:
de ahí es de donde viene nuestra fuerza.
Esta parte de mí que te es desconocida,
la del dolor desordenado y frío,
la que más te repugna,
es la que ha estado siempre junto a ti,
la que, sin condiciones, más te ha amado.

lunes, 4 de enero de 2016

Como se toca un árbol (por Carlos Sahagún)


Era el otoño y la hoja de aquel árbol
temblaba. También yo, también nosotros
teníamos un temblor nuevo, una nueva
y enfebrecida tarde. Como el mar
que rompe hacia las rocas y las vence
así eras tú, estudiante. Conocía
tu soledad, tu cuerpo, desde antes
de ver tu cuerpo y ver tu soledad.
"¿Estudias mucho?" "Estudio poco". "¿Vives
poco?" "No, vivo mucho". Parecía
que tus palabras me arrastraban, era
todo tan nuestro de verdad, tan bello
de verdad, tan sencillo. Me acordaba
de aquel niño lejano que aún creía
en Dios, en sus milagros. (Madre, madre,
un día vendrá Dios hasta los pobres
y hará justicia.) Mientras, era el campo,
fijamente mirábamos el campo
verde, universitario, lentamente
se humedecía la yerba. Era de oro
la hoja del árbol y temblaba, era
no sé de qué tu corazón y abría
sus puertas a la yerba verde y húmeda.
Náufragos del jardín, resucitábamos,
llegábamos a amarnos, me perdía,
me salvaba, dudé, toqué las llagas
de aquel paisaje con los dedos como
se toca un árbol, una flor, un cuerpo:
para creer. Olía a vida. Se
respiraba la vida. De repente
alguien, el viento, nos dejó sin libros,
nos hizo dioses. Y quedamos solos,
frente a frente, mirando aquellos campos
solitarios, y libres, y vencidos,
a nuestros pies. Podía renunciarse
a morir ante aquel milagro. "Pero
¿me escuchas, me comprendes, vas conmigo?"
Era el otoño y la hoja de aquel árbol,
que era de oro de verdad, temblaba.


domingo, 3 de enero de 2016

Divididos (por Saiz de Marco)

Desde que todo dejó de ser uno

estamos separados
divididos
cada uno por su lado
suelto
aparte

estás hambriento y no vivo tu hambre
estás sediento y no sufro tu sed
la herida nunca sangra al que apuñala
expira el gladiador
bosteza el césar
el que flagela no recibe al látigo en su espalda
en su carne
en sus neuronas

de tu dolor a un metro y no lo siento
yo acabo en mí
y tú en tu piel acabas

Y he aquí la brecha
el corte

he aquí el drama
desde que todo dejó de ser uno
y cada trozo es un
yo
él

¿Vendrá un día en que nos
des-dividamos

en que dejemos ya de ser
fragmentos?

sábado, 2 de enero de 2016

Abrazados (por Juan Antonio González)


Dos que se duermen abrazados, borran
los problemas del mundo, no tan sólo
los suyos. En su abrazo se contiene
mucho más que ellos dos, en ese sueño
-cuando el amante está junto a su amado-
descansa el cosmos. Esa confianza
de cada uno en el otro está fundada
en la respiración del universo.
Dos que se duermen abrazados, quedan
sin saberlo investidos de una nueva
única gentileza. Serán luego
-cuando despierten y se desesperen-
como un unicornio que brincara
fuera de su tapiz, invulnerable.

viernes, 1 de enero de 2016

Entre los vivos (por Emily Dickinson)

De algún modo sobreviví a la noche
y entré en el día.
Al salvado le basta su salvación
aunque no sepa el cómo.

Así tomo mi lugar entre los vivos,
como si alguien me escoltase,
candidata al azar de la mañana
pero citada con los muertos.