zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 30 de noviembre de 2018

Sentarme encima de las viejas horas (por Tomás Segovia)


Lo que quisiera yo no es acordarme
es colgarme apoyarme aferrarme abrazarme
sentarme encima de las viejas horas
casi aplastarlas
es cabalgarlas yo y que me lleven ellas
volver a viajar en su viaje
sacarlas ya de ese bolsillo
donde las guardo a oscuras viviendo de migajas
y que me digan siempre interminablemente
que no se van a ir
que estamos juntos para siempre
que no me van a dejar solo
y sobre todo por piedad que digan
que nunca me engañaron
ni me engañarán nunca
que vivir era eso.



jueves, 29 de noviembre de 2018

Yo le enseño mis dedos (por Carlos Edmundo de Ory)



Cuando estos labios míos pegados a la luna
dejen ya de ser poma voz de arena y misterio
bailaré como un ángel sabe solo bailar
¿Qué hago aquí tanto tiempo? Gran deshollinador
sobre esta luz dorada del día que lamento
¿A quién debo ofrecer el manto de mis llantos?
¿A quién la lamedura que me lacra la voz?
Dolor cuando tú pisas los párpados del hombre
extraño corazón con una espada en medio
nadie sabe decir por qué vuelan los pájaros
muy por encima de nuestra frente mortal
Alguien puede mirarme Yo le enseño mis dedos
Diez dedos ¿por qué diez? Manos son dos
Una escribe una carta a un niño triste
La otra mano espera siempre espera
El pecho que respira y sangra es
el futuro tambor del topo abajo
¿Qué hago yo aquí más tiempo me pregunto
borracho de salud y borracho de muerte?



miércoles, 28 de noviembre de 2018

De ellos dependía (por Cintio Vitier)


Esto hicieron otros
mejores que tú
durante siglos.
De ellos dependía
tu sensación de libertad
tu camisa limpia
y el ocio de tus lecturas y escrituras.
De ellos depende
todo
lo que te parecía natural
como ir al cine
o estar triste, levemente.
Lo natural, sin embargo, es el fango,
el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza
la epopeya, que no es sólo
un asunto de héroes deslumbrantes,
sino también
de oscuros héroes, suelo de tus pisadas,
página donde se escriben las palabras.
Deja las palabras, prueba
un poco
lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo
para que seas:
ellos,
los sumidos en la necesidad
y la gravitación,
los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco,
los atados
al poste férreo de la monotonía
para que puedas barajar todos los temas,
los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido
para que puedas hacer
lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos.
Paladea el horno,
come fatiga.
Entra un poco, siquiera sea clandestinamente,
en el terrible reino de los sustentadores
de la vida. 


martes, 27 de noviembre de 2018

Allí nos refugiamos (por Mar Benegas)


¿Qué flor era tu carne?

me abriste al milagro

fortuito rumor
de lo incontenible

placenta viva traías
que nos alimentó
y fue nuestro nido

allí nos refugiamos:

los dos éramos
recién nacidos



lunes, 26 de noviembre de 2018

Si al cabo la verdad siempre nos busca (por María Alcantarilla)


Pero, en el fondo, qué importa ser mayor o ser un niño
si el miedo es casi igual y la alegría
a pesar de la estatura.
Tenemos la verdad frente a los ojos
y solo existe el mapa que sentimos dolernos entre líneas,
olvidado el conjunto y su débil rumor tan parecido.
Qué importa si hoy no sabes el sentido,
la razón de estar yendo hacia algún lado
en el que nadie te espera y, sin embargo, acudes.
Qué importa lo que llega de ti y te recuerda que eres débil
mientras miras a un perro paseando solo entre los coches.
Qué importa el dolor en el que vives
si no sabes el nombre de esa triste mujer
que se emborracha cada día
en el único banco de la plaza
y orina la tristeza —como tú—
de no poder hablarle a quien la mira.
Qué importa si te escuecen la voz y los recuerdos,
si oyes por oír y te parece que nadie escucha ya tu retahíla
de sueños incumplidos
y amigos que se van a otros países
y padres que jamás dirán te quiero.
Porque, en el fondo, qué importa estar de más
si ni siquiera conoces lo que amas,
ni sabes si lo amas,
ni intuyes halagüeño aquel futuro
que pensaste habitar mientras huías.
Qué importa ser mayor o ser un niño
si al cabo la verdad siempre nos busca,
nos anda persiguiendo hecha una sombra,
una voz,
un día de lluvia;
qué importa la tristeza de ser tú
si esa verdad te grita la alegría
y a cambio no te pide nada más,
solo que existas.



domingo, 25 de noviembre de 2018

Preguntarán qué fuimos (por Roque Dalton)


Uno hace versos y ama
la extraña risa de los niños,
el subsuelo del hombre
que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,
la instauración de la alegría
que profetiza el humo de las fábricas.

Uno tiene en las manos un pequeño país,
horribles fechas,
muertos como cuchillos exigentes,
obispos venenosos,
inmensos jóvenes de pie
sin más edad que la esperanza,
rebeldes panaderas con más poder que un lirio,
sastres como la vida,
páginas, novias,
esporádico pan, hijos enfermos,
abogados traidores
nietos de la sentencia y lo que fueron,
bodas desperdiciadas de impotente varón,
madre, pupilas, puentes,
rotas fotografías y programas.

Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos dormidos;
disperso va a quedar bajo la tierra
y vendrán nuevos hombres
pidiendo panoramas.

Preguntarán qué fuimos,
quiénes con llamas puras les antecedieron,
a quiénes maldecir con el recuerdo.

Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.


sábado, 24 de noviembre de 2018

Casida de la mano imposible (por Federico García Lorca)


Yo no quiero más que una mano;
una mano herida, si es posible.
Yo no quiero más que una mano
aunque pase mil noches sin lecho.

Sería un pálido lirio de cal.
Sería una paloma amarrada a mi corazón.
Sería el guardián que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
Yo no quiero más que esa mano
para tener un ala de mi muerte.

Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo.
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas.


viernes, 23 de noviembre de 2018

El espejo (por Sylvia Plath)


Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que que veo lo trago de inmediato
tal como es, sin que me empañen ni el amor ni el disgusto.
No soy cruel, soy sincero,
el ojo de un pequeño dios de cuatro ángulos.
La mayor parte del tiempo la paso meditando sobre la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. Tanto la miré que
me parece que ya forma parte de mi corazón. Aunque con intermitencias.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
buscando en mi extensión su verdadero ser.
Después se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Ella me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Ella viene y va.
Es su cara, cada mañana, la que reemplaza la oscuridad.
En mí, ella ahogó a una muchacha, y en mí, una vieja
se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible.


jueves, 22 de noviembre de 2018

Todas las cosas que merecen lágrimas (por Jorge Luis Borges)


Sin que nadie lo sepa, ni el espejo,
ha llorado unas lágrimas humanas.
No puede sospechar que conmemoran
todas las cosas que merecen lágrimas:
la hermosura de Helena, que no ha visto,
el río irreparable de los años,
la mano de Jesús en el madero
de Roma, la ceniza de Cartago,
el ruiseñor del húngaro y
del persa,
la breve dicha y la ansiedad que aguarda,
de marfil y de música Virgilio,
que cantó los trabajos de la espada,
las configuraciones de las nubes
de cada nuevo y singular ocaso
y la mañana que será la tarde.
Del otro lado de la puerta un hombre
hecho de soledad, de amor, de tiempo,
acaba de llorar en Buenos Aires
todas las cosas.


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Qué anhelo compartir (por Vicente Sabido)


Porque mi corazón late al unísono
de tantos corazones que a lo largo
del año y los lugares se me cruzan,
qué anhelo compartir con cada uno
su pena, su esperanza, su cansancio.

Está el temor contado. Están contados
los pelos y señales. Pena y gozo
contados a medida de los cuerpos.
Contada hasta la angustia, la alegría,
los golpes de la aguja en las esferas.
Contados el latido y la sonrisa,
la lágrima, el calor, la amanecida.

Un solo desamor mora en el mundo.
Una sola caricia. Un beso solo.
Un llanto a flor de piel. Una ternura.
Un solo caminar por muchas sendas.
Qué queda por decir si todo es uno.



martes, 20 de noviembre de 2018

Porque han peleado contra las sombras (por Egar Bayley)


No hay una naranja perfectamente redonda
No hay un día perfecto
Hay un sol para los que han peleado
contra las sombras
sin rendirse jamás
de noche
de día
a orillas del lago
bajo el sicomoro y el sauce
entre las rocas y las anémonas
Para ellos hay -habrá- un sol
porque han peleado contra las sombras
contra su propia oscuridad
su turbia lámpara
su ignorante desgano
Para ellos

habrá un sol
pero no hay
no habrá nunca un día perfecto
una naranja perfectamente redonda



lunes, 19 de noviembre de 2018

Si (por Juan Gelman)


si me ocurriese, si
una noche viniera con saquitos
de justicia y absurda fuera
la ensoñación del mal, si acaso
el lento amor de la tiniebla no
tendiera sábanas de muerte
en mi lecho y el desposorio
con la vida de afuera se
entrara a paz y salvación,
si no hubiera pobrezas que
callan en la alameda larga
y gritan como un hueso roto
de mí en mí, si la caballa
del reloj cesara y los caminos
se abrieran para la barca que todos
navegamos en aguas heridas
y el tiempo se acostara sin doler,
si


domingo, 18 de noviembre de 2018

Pesan tanto (por Saiz de Marco)



es tan difícil 

abrir las páginas, pasar las páginas, ponerles fin, de la vida arrancarlas


pues 

se resisten, se adhieren, se encadenan a otras, se agarran entre sí con garfios y cordajes, se aferran, se hacen como de plomo, pesan

 tanto


que es siempre extenuante abrir, cerrar, concluir, decir adiós, salir de ellas, de la vida arrancar, pasar


las páginas


sábado, 17 de noviembre de 2018

La nostalgia de otra cosa que no se ha conocido (por Fernando Pessoa)


Sí, es el poniente. Llego a la desembocadura de la Calle de la Alfândega, vagaroso y disperso, y, al clarearme el Terreiro do Paço, veo, claro, lo sin sol del cielo occidental. Ese cielo es de un azul verdoso que tira a ceniciento blanco, donde, por el lado izquierdo, sobre los montes de la otra margen, se agacha, amontonada, una niebla acastañada de color rosa muerto. Hay una gran paz que no tengo dispersa fríamente en el aire otoñal abstracto. Sufro, por no tenerla, el placer vago de suponer que existe. Pero, en realidad, no hay paz ni falta de paz: cielo tan sólo, cielo de todos los colores que desmayan: azul blanco, verde todavía azulado, ceniciento pálido entre verde y azul, vagos tonos remotos de colores de nubes que no lo son, amarinadamente oscurecidas de encarnado acabado.

Y todo esto es una visión que se extingue en el mismo momento en que se la tiene, un intervalo entre nada y nada, alado, puesto en lo alto, en tonalidades de cielo y angustia, prolijo e indefinido.

Siento y olvido. Una nostalgia, que es la de todo el mundo por todo, me invade como un opio desde el aire frío. Hay en mí un éxtasis de ver, íntimo y postizo.


Hacia los lados, donde el haber cesado el sol se acaba cada vez más, la luz se extingue en un blanco lívido que se azula de verdoso frío. Hay en el aire un torpor de lo que no se consigue nunca. Calla alto el paisaje del cielo. A esta hora, en que hasta me siento transbordar, quisiera tener la malicia entera de decir, el capricho libre de un estilo por destino. Pero no, sólo el cielo alto lo es todo, remoto, aboliéndose; y la emoción que siento, y que es tantas, juntas y confusas, no es más que el reflejo de ese cielo nulo en un lago mío: lago recluso entre acantilados hirsutos, callado, mirada de muerto, en que la altura se contempla olvidada.

Tantas veces, tantas, como ahora, me ha pesado sentir que siento -sentir como angustia, sólo por ser sentir, la inquietud de estar aquí, la nostalgia de otra cosa que no se ha conocido, el poniente de todas las emociones, amarillecerme esfumado en tristeza cenicienta en mi conciencia exterior de mí-.

Ah, ¿quién me salvará de existir? No es la muerte lo que quiero, ni la vida: es aquella otra cosa que brilla en el fondo del ansia como un diamante posible en una caverna a la que no se puede descender. Es todo el peso y toda la angustia de este universo real e imposible, de este cielo estandarte de un ejército desconocido, de estos tonos que van empalideciendo por el aire ficticio, de donde el creciente imaginario de la luna emerge en una blancura eléctrica quieta, recortado en lejano e insensible.

Es toda la falta de un Dios verdadero que es el cadáver vacuo del cielo alto y del alma encerrada.

Cárcel infinita: ¡porque eres infinita no se puede huir de ti!


viernes, 16 de noviembre de 2018

La llegada de la bruja (por Jairo Rojas)


los que quedan en la casa deberían saberlo


en ese final de noche, donde cuelga a la vista de algunos

marginados, el terreno ese, tan cálido


deberían, insistimos


y además perdonar de antemano

la cara sonriente,

con mirada fija

por la llegada de la bruja que una vez adentro

crece mucho y lo cubre todo


los que enjuician saberlo deberían, aquellas máquinas que despiden,

los que aún no han llegado a esta habitación

porque aquí (adentro) fuera (de todos)

se enamoran los que deberían conocer la vida, los que estudian sin comer

los que quedan

y sólo pueden mirar por la ventana, sólo eso,

porque la situación ignoran

de la bruja, pelo largo

que le cubre la cara


sus poderes de paciente

cortan cualquier atadura

y no permiten concentrarse dentro

de las cinco paredes

de siempre en la historia de aquellos que vivir

querían, pero juegan apenas


que cierren las cortinas deberían decirles

para disimular el juego amoroso y la risa y el despiste que ha durado un año

improductivo para cualquier jefe recio,

jefe que cuenta concentrado


deberían gritarles eso:

que las brujas que suenan más que la lluvia en el cielo verde

traen momentos R, color presencia

y los arrincona y los enamora y los vuelve delirio sonoro


y que a ellos les importa, sí, y mucho



jueves, 15 de noviembre de 2018

Mi mano hundida en tu mano gigante (por Graciela Batticuore)


Hoy me han dicho que se muere
mi padre.

Hay ruidos, rumores alrededor.
Yo le tomo una mano,
la beso, la acaricio,
le hablo con la niña que hay en mí.

Es un coloso en esa foto
donde yo tengo siete
en una terraza de Mar del Plata.

Comíamos tostadas
él y yo,
mientras veíamos pasar la gente, las olas,
poblarse la playa.

Teníamos un Fiat rojo.
Yo estoy sentada sobre el capot
con mi flequillo y mi cola de caballo.
Remerita blanca, short, ojotas, piernas desnudas.

El verano envolvía el aire.

Para mirarte
yo tenía que elevar
los ojos,
para tomarte
la mano enorme
tenía que subir
mi brazo.

Y así andábamos por la calle o la arena,
mi mano hundida en
tu mano
gigante,
de pliegues
mullidos y ásperos,
consistentes,
tu mano
firme

mi sostén.



miércoles, 14 de noviembre de 2018

En el otro lado de tu cama (por Fabián Casas)


Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz,
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche,
quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.


martes, 13 de noviembre de 2018

Una despedida (por Jorge Luis Borges)


Tarde que socavó nuestro adiós.
Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro.
Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de los besos.
El tiempo inevitable se desbordaba
sobre el abrazo inútil.
Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la soledad ya inmediata.
Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.
Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra que ya el lucero alivia.
Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo.
Como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus lágrimas.
Tarde que dura vívida como un sueño
entre las otras tardes.
Después yo fui alcanzando y rebasando
noches y singladuras.



lunes, 12 de noviembre de 2018

El petirrojo (por Antonio Rivero Taravillo)


Me estaba esperando.
Después de tantos siglos,
hoy ha cantado el petirrojo
cuando pasaba por su rama.

Viento de otoño,
dispersa la bandada
de otros carmesíes silenciosos
en que tú solo cantas,

mas deja la avecilla
junto a mi vida.

No será mucho tiempo.



domingo, 11 de noviembre de 2018

Dónde desagua el tiempo (por Vicente Sabido)


Aquellas noches tibias
los grillos de cristal,
las temblorosas
esquilas, el aroma pequeño del jazmín,
ahogaban con su música

el rumoroso vals de las constelaciones.
Y las abuelas negras
en sus sillitas viejas
hablando de los muertos, las cosechas...

Los niños en la plaza
juegan al escondite.
Verano lentamente
inunda, lame, aquieta...

Bajo la enredadera
hay un clamor de risas.
Mis padres. Tía Maruja.
Limón. Agosto. Cal. Somos dichosos.

Dónde desagua el tiempo. Di. Decidme.


sábado, 10 de noviembre de 2018

Otro (por Aitor Suárez)


los gatos del tejado

los gusanos de seda
el sabor de la tierra cuando te la has tragado
la calle aún no asfaltada
el Rey Mago de pueblo al que un niño le cuenta sus cinco años de vida
la casa de Pedrito
la lechera y su cántaro
Tallada el practicante que hierve la jeringa y la aguja en alcohol
el Exin Castillos
el Quimicefa
el juego de la oca, del laberinto al treinta
la tele en blanco y negro
Armstrong, Collins y Aldrin, aunque don José dice que no están en la Luna, que es todo una engañifa
el libro de Sociales
ave María purísima
dos rombos, a la cama
ya me sé el catecismo
el capitán Trueno
Asterix y Obelix y el druida Panoramix
con la abuela a la brisca
la pantera rosa
el sir Tim O' Theo
los polos de a peseta
los dos reales, su agujero en el centro para atar el cordel de la peonza
la familia Ulises
Josechu el vasco
no chupes del botijo
Paquita la modista
el hoyico de aceite
¿el pan con chocolate o con quesito?
la bicicleta roja
el camino a la Yedra lleno de moras negras
creo que tienes piojos
los primos de Sevilla
las Montalbas y luego la casa de Tadeo
los Hollister
los Cinco
las niñas que de pronto, Rosi, Mabel en sexto
las aburridas siestas
Bécquer, el libro verde, los suspiros son aire y van al aire
¿de verdad que todo eso?, ¿estuve allí y entonces?
aquel tiempo
aquel mundo
seguro que fue otro, yo desde luego no


viernes, 9 de noviembre de 2018

Esta tela (por Jorge Fernández)


No puedo saber
cuánto hilo les faltará a mis manos
para terminar esta tela.
Creo que ha sido la blancura
su tenue vocación y su misterio.
La trama profunda
que el inocente azar de su dibujo
y la solitaria fe que cifra el ritmo
de mis manos a la urdimbre.
Quizá esta tela es toda para el viento,
vela para un largo viaje en la incensura
de un lento mar que llama, lejos.


jueves, 8 de noviembre de 2018

Sus sombras Grandes (por Jairo Rojas)


Donde hay rincones vacíos

acá entran todos y sus sombras Grandes

el hombre donde yacen todos los soles


entra


donde nada es explícito, los lenguajes del silencio caben

nos construyen

acá


entra tu palabra plena, aunque afuera renieguen

y no seamos dignos


llega la pobreza con todos sus paraísos

y éstos pasan

deliran en comunión con nosotros

pero también heridos por palabras inventadas,

repetidas desde

lo oscuro


sólo una puerta única

sin afuera, no hay otra orilla en la casa que suena

con una ventana que da directo al mundo

que no esconde su intimidad

y hace lo posible por ser visto


acá hay mucha gente por quien puede llorarse

y todos los consejos que me diste mientras dormía en mi silla,

la casa,

ésta,

donde mis padres cantar sólo saben

y nos protegen del sol con sus cuerpos cansados

llenos de toda una historia del silencio

su idioma otro


mis amigos

de la casa número dos, tan sonora,

que nada tiene y me llama por mi nombre


todo es visible en esta habitación, se escuchan los colores

(vivos)

y enseñan a ser “violentos” con el mundo

afuera

lejos

(raro)

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Y la música lanza pelotas a mi infancia (por Fernando Pessoa)


El maestro sacude la batuta,
lánguida y triste irrumpe la música...

Me recuerda a mi infancia, aquel día
en que jugaba al pie del muro de un patio
lanzándole una pelota que tenía de un lado
el deslizar de un perro verde, y del otro lado
un caballo azul que corría con jinete amarillo...
Prosigue la música, y he aquí en mi infancia
de repente entre mí y el maestro, muro blanco,
va y viene la pelota, ora un perro verde,
ora un caballo azul con un jinete amarillo...

Todo el teatro es mi patio, mi infancia
está en todos los lugares, y la pelota viene a tocar música,
una música triste y vaga que pasea en mi patio
vestida de perro verde tornándose jinete amarillo...

(Tan rápida gira la pelota entre yo y los músicos...)

La lanzo contra mi infancia y ella
atraviesa todo el teatro que está a mis pies,
juega con un jinete amarillo y con un perro verde
y un caballo azul que asoma por encima del muro
de mi patio... Y la música lanza pelotas
a mi infancia... Y el muro del patio está hecho de gestos
de batuta y de rotaciones confusas de unos perros verdes
y caballos azules y jinetes amarillos...

Todo el teatro es un muro blanco de música
por donde un perro verde corre tras de mi añoranza
de mi infancia, caballo azul con un jinete amarillo...

Y de un lado a otro, de derecha a izquierda,
donde hay árboles y entre las ramas al pie de la copa
con orquestas para tocar música,
para donde hay filas de pelotas en la tienda donde la compré
y el hombre de la tienda sonríe entre las memorias de mi infancia..

Y la música cesa como un muro que se derrumba.
La pelota rueda por el despeñadero de mis sueños interrumpidos,
y desde lo alto de un caballo azul, el maestro, jinete amarillo, se
vuelve negro,
agradece, colocando la batuta encima de la fuga de un muro,
y se inclina, sonriendo, con una pelota blanca sobre la cabeza.
Pelota blanca que le desaparece por las cuestas...



martes, 6 de noviembre de 2018

Esa mano (por José Antonio Fernández)


¿Qué mano que en su forma más secreta

aquí se ofrece, cierta, constatada?


Qué divina labor la de esa mano

que con firmeza me ata a este paisaje.


¿Qué sagrada ventura, qué designio,

le hace velar por quien se ampara en ella?


¿De quién será esa mano tan recóndita

que no quiere dotarse de lo físico?


Qué sensación más placentera siento.


Mirando más allá del horizonte

la mano la percibo. Se presenta.

Me agarra firmemente protegiéndome.


En la distancia asiste silenciosa

y complace mi mudo llamamiento.



lunes, 5 de noviembre de 2018

Se sostiene sobre sí (por Emily Dickinson)


La verdad no es cambiante.
Otras fuerzas podrán presumir de dinámicas.
Ésta, en cambio, resulta más fiable
cuando el cedro más viejo ya se encorva,
sus puños entreabre el propio roble,
y las montañas, débiles, se inclinan.


Qué excelente es un cuerpo
que sin huesos se yergue.

Qué vigor en la fuerza
que sin puntal se erige.
La verdad se sostiene sobre sí; y las personas
que a ella se confían, valientemente se alzan.



domingo, 4 de noviembre de 2018

Casa del fuego (por Robert Rivas)


Casa del fuego
infancia mil veces recorrida-
desconocida infancia
perdida
en la cara oscura de la memoria-
sin ser olvido
ni nada

Una calle por la cual entraba
fulgurante
la mañana

Un fuego oscuro quema recuerdos
y confesiones
y cartas
en una pequeña iglesia
del cuerpo

Se escuchan voces y sus murmullos
ecos
y gritos
y suspiros
Se las siente sajar el silencio
como pájaros
recorriendo
los cauces del viento

Hay senderos nuevos
como arroyos
y árboles bebiendo de la tierra y del cielo
y gruñen los jabalíes
en lo espeso

Es imposible recorrer realmente
una vida
o conformarse sin hacerlo

Entretanto-siempre
sólo me reconozco en ése
que no me reconoce
en el espejo


sábado, 3 de noviembre de 2018

La flaca (por Uriel Martínez)


La flaca de enfrente llega
temprano, de lunes a sábado
pasa la escoba por el porche,
el patio y después recoge las hojas
que el viento desprende de árboles.

La flaca deja temprano a sus chicos
en la escuela, les prepara el lonche
a primera hora de la mañana.
Como es su costumbre los bendice
y besa a cada uno en la mejilla.

Los hijos de la flaca saben
que cada mediodía regresarán
solos a casa, que mamá trabaja
para todos.

Cada mañana la flaca de enfrente
me saluda y me desea un día de ventas
buenas, de relaciones públicas
de primera. Ella no lo sabe
pero llevo una medallita de cobre
en el pecho con su nombre.

Que el Señor la guarde por muchos años,
dice mi amuleto.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Aquella nube (por Bertolt Brecht)


1

En aquel día de luna azul de septiembre
en silencio bajo un joven ciruelo
estreché a mi pálido amor callado
entre mis brazos como un sueño bendito.
Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival
había una nube, que contemplé mucho tiempo;
era muy blanca y tremendamente alta
y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba.

2

Desde aquel día muchas, muchas lunas
se han zambullido en silencio y han pasado.
Los ciruelos habrán sido arrancados
y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor?
entonces te contesto: no consigo acordarme,
pero aun así, es cierto, sé a qué te refieres.
Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo,
ahora sé tan sólo que entonces la besé.

3

Y también el beso lo habría olvidado hace tiempo
de no haber estado allí aquella nube;
a ella sí la recuerdo y siempre la recordaré,
era muy blanca y venía de arriba.
Puede que los ciruelos todavía florezcan
y que aquella mujer tenga ya siete hijos,
pero aquella nube floreció sólo algunos minutos
y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.


jueves, 1 de noviembre de 2018

Enero (por Graciela Batticuore)


El agua golpea sobre el cuerpo
de mi hijo.
Tiene doce años y ríe
sin parar, semidesnudo en la mitad del patio.
Nos rodea el verde,
la hiedra en los muros,
la tierra en los canteros de cada esquina.
De pronto el agua es una bendición,
y en este cuadrante del mundo
que nos contiene a los dos,
todo lo demás se escurre.
Sólo su risa
irrefrenable
sacude mi corazón como campanas
en lo alto de una iglesia.
Su risa es sagrada,
el agua brillante sobre la piel morena.
Yo me quedo sorda y ciega hasta saciarme
nada más contemplándolo.

Ahora mi hijo baila de felicidad
y me pide que le arroje otro balde,
y después otro más y otro que lleno hasta el tope.
Estamos solos
él y yo, bajo el fulgor
de este día de verano.
Ya descendieron los dioses
para saludarme, lo sé.
Es el año nuevo.