zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 30 de abril de 2016

Pasajero (por Saiz de Marco)


Qué suerte, estar de paso:
no para siempre aquí.

No ser montaña.
No ser catedral gótica.
No ser el Sol,
la Luna,
el núcleo de la Tierra...

Ser tan sólo una efímera combinación de átomos.
(Quizá ellos sean eternos pero mi forma no.)

Como mucho unas décadas y luego diluirme,
acabarme,
apagarme.

Ser fuego que se extingue,
espiga que se agosta,
nube que se disipa.

No ser el barco, sino
un pasajero a bordo que en algún puerto baja.

Cruzar como un turista,
un huésped,
un viajero;

no un residente fijo,
no un vecino afincado aquí a perpetuidad.

Ser de paso: qué suerte.

viernes, 29 de abril de 2016

Esto es mi padre (por Wallace Stevens)


¿Quién es mi padre en este mundo, en esta casa,
al pie del espíritu?

El padre de mi padre, el padre de su padre, sus
sombras como vientos

vuelven a un padre antes del pensamiento, antes del discurso,
a la cabeza del pasado.

Van a los acantilados de Moher levantándose de la bruma,
sobre lo real.

Levantándose desde el lugar y el tiempo presente,
sobre el pasto verde y húmedo.

Esto no es un paisaje, lleno de las ensoñaciones
de la poesía

y mar. Esto es mi padre o quizá,
es como él era.

Un parecido, uno de la raza de padres: tierra
y mar y aire.


jueves, 28 de abril de 2016

Aquel rayo que fuimos (por Antonio Manilla)


Presente en fuga
o leño ardiente unido
a la insensata juventud
en la hoguera del tiempo

fuimos.
Y no fuimos

futuro proyectado
más allá del estío,
desfalleciente llama,
nostalgia de idos días.

A veces siento
orgullo de nosotros,
felices e inconscientes,
jóvenes y felices,
si nos recuerdo.

Aquel rayo que fuimos
iluminó un instante
la vida entera.


miércoles, 27 de abril de 2016

Fuera brotaba todo (por Rafael Fombellida)


Los había llevado hasta la iglesia. Mujeres afligidas,

criaturas impúberes, paisanos con camisa y sin aperos

por unas horas. Se juntaron al grueso del rebaño.

Arranqué el coche y proseguí. Un despuntar en flor acariciaba

el destello de la carrocería. La luz caía en vetas transversales,

absorbía las cosas y las atesoraba como una laja de ámbar.

Inmadura la fronda, titilaban los sauces

como las campanillas de algún ceremonial.

Cada sombra filtraba un hilo de concordia, devolvía a las formas

el naciente propósito de ser imaginadas.

Se deslizaba el auto lo mismo que un patín rasgando el hielo,

como nuestra cuchilla al afeitarnos.

No estaba Dios, de acuerdo,

pero reconocía la belleza que pudo haber creado,

esa bondad visible de la que vino y pan son también atributo.

Ellos callaban dentro, en la penumbra

de la oración. Mis hijos sacudiendo la cabeza de sueño,

mi esposa preocupándose por el fatal destino de mi espíritu.

Y quizá recibieran la comunión ahora, y solemnes posaran

la santa oblea en su paladar, y acunaran desnudo

y húmedo a Jesús igual que al pez arco iris de su acuario.

No estaba Él, de acuerdo. Nadaba en la saliva

de los niños, en la garganta atribulada de ella.

Fuera brotaba todo bajo una irrebatible claridad.

En el coche elevaba mi inocente plegaria a las alturas,

intuía en su ascenso el esbelto humear de una fogata.

«Quisiera ser eterno

como los dones terrenales», esa

era mi rogativa.

Y el susurro plateado del aire en el ramaje

del fresno, el revolar violento de la tórtola,

el galope del agua perseguida

por un salvaje sol; aquello que encendía

esa rubia mañana del planeta,

podría haberse dado Dios por nombre

sólo una vez, un absoluto instante.

martes, 26 de abril de 2016

Amo (por Dorotea Yves Battistini)


Amo deslizarme amo desordenarlo todo
Amo entrar amo suspirar
Amo domesticar las furtivas melenas de pelo
Amo caliente amo tenue
Amo blando amo infernal
Amo azucarada pero elástica la cortina de primaveras
convirtiéndose en vidrio
Amo la perla amo la piel
Amo la tempestad amo la pupila
Amo la foca benevolente nadadora de larga distancia
Amo lo oval amo luchar
Amo brillar amo romper
Amo la chispa de fumar seda vainilla boca a boca
Amo el azul amo lo conocido-conocer
Amo perezoso amo lo esférico
Amo lo líquido batir tambor el sol si vacila
Amo a la izquierda amo en el fuego
Amo porque amo en los bordes
Amo para siempre muchas veces Sólo una
Amo libremente amo especialmente
Amo separadamente amo escandalosamente
Amo similarmente oscuramente únicamente
ESPERANZADO
Amo He de amar


lunes, 25 de abril de 2016

Bajo mis pies crujían las hojas muertas (por Pierre Reverdy)


Nunca hubiese querido volver a ver tu rostro triste
Tus mejillas hundidas y tus cabellos al viento
Me fui a campo traviesa
Bajo aquellos inmensos bosques
Noche y día
Bajo el sol y bajo la lluvia
Bajo mis pies crujían las hojas muertas
A veces brillaba la luna

Volvimos a encontrarnos cara a cara
Mirándonos sin decir nada
Y ya no tenía lugar a donde irme de nuevo

Permanecí mucho tiempo amarrado a un árbol
Con tu amor terrible ante mí
Más angustiado que en una pesadilla
Alguien más grande que tú, por fin, me liberó
Todas las miradas llorosas me persiguen
Y esta debilidad contra la que no se puede luchar

Huyo rápidamente hacia la maldad
Hacia la fuerza que alza sus puños como armas

Sobre el monstruo que me arrancó de tu dulzura con sus garras
Lejos de la blanda y suave opresión de tus brazos
Me voy respirando a pleno pulmón
A campo traviesa a bosque traviesa
Hacia la milagrosa ciudad donde mi corazón late


domingo, 24 de abril de 2016

Arrancamos las manos de la viva cadena (por Cesare Pavese)


Y entonces nosotros, cobardes

que amábamos la tarde

susurrante, las casas,

los senderos sobre el río,

las luces rojas y sucias

de esos lugares, el dolor

dulce y callado –nosotros

arrancamos las manos

de la viva cadena

y callamos, pero el corazón

se estremeció de sangre

y ya no hubo dulzura,

no hubo más abandonarse

al sendero en el río–,

nunca más siervos, supimos

que estábamos solos y vivos.

sábado, 23 de abril de 2016

Dentro de seiscientos mil años (por Gérard Legrand)


El dardo como una fiera el símbolo deslumbrado
Por el torbellino de las dos serpientes que surgen de la caverna de espuma de una enagua con volados
No habrá reconocido la tumba materna
Ni encontrado al Dios que no existe

Dentro de seiscientos mil años cuando esta carne
Que es la mía y que desposa la tuya en este instante
Sólo seas un poco de arena en una playa desierta
Y cuando la playa sólo sea un ligero hundimiento
En el confuso océano de un planeta sin luz
Y cuando el planeta se disperse soplado por un cometa jamás calculado
Para renacer tal vez
En átomos de un cielo que ya no tendrá nombre

Hosannah por este desastre que no puedo pensar
Hosannah por esta estrella azul como un cráneo
Por los témpanos y los basaltos que se hundirán
Y por la playa donde ese poco de arena habrá rodado
Hosannah de antemano por esta arena
Que permuta nuestros dos cuerpos por su peso en oro
En el solo reloj de arena del sol desesperación
Hosannah
Por este enceguecedor minuto que ya es devorado
Hosannah por la página que está desmoronándose en
la que nuestros nombres forman sólo arabescos
Mi amor por tu carne y la nuestra
Hosannah en seiscientos mil años
Nada permanecerá de esta gloria y de ninguna otra.


viernes, 22 de abril de 2016

Amor al prójimo (por Max Jacob)


¿Quién vio al sapo cruzar una calle? Es todo un hombrecito: una muñeca no es más minúscula. Se arrastra sobre las rodillas: ¿tiene vergüenza, tal vez...? ¡No: es romántico! Una pierna se le retrasa, ¡y la vuelve a traer! ¿Adonde va, así? Sale del albañal, pobre clown. Nadie vio a este sapo en la calle. Antes nadie me veía en la calle, pero hoy los niños se burlan de mi estrella amarilla. ¡Sapo feliz! Tú no tienes estrella amarilla.


jueves, 21 de abril de 2016

Sólo he crecido en esqueleto (por Claudio Rodríguez)


Conmigo tú no tengas
remordimiento, madre. Yo te doy lo único
que puedo darte ahora: si no amor,
sí reconciliación. Ya sé el fracaso,
la victoria que cabe
en un cuerpo. El caer, el arruinarse
de tantos años contra el pedernal
del dolor, el huir
con leyes a mansalva
que me daban razón, un cruel masaje
para alejarme de tí; historias
de dinero y de catres,
de alquileres sin tasa,
cuando todas mis horas eran horas de lobo,
cuando mi vida fue estar al acecho
de tu caída, de tu
herida, en la que puse,
si no el diente, tampoco
la lengua,
me dan hoy el tamaño
de mi pecado.

Sólo he crecido en esqueleto: mírame.
Asómate como antes
a la ventana. Tú no pienses nunca
en esa caña cruda que me irguió
hace dieciséis años. Tú ven, ven,
mira qué clara está la noche ahora,
mira que yo te quiero, que es verdad,
mira cómo donde hubo
parcelas hay llanuras,
mira a tu hijo que vuelve
sin camino y sin manta, como entonces,
a tu regazo con remordimiento.


miércoles, 20 de abril de 2016

Carta a un lector (por Adam Zagajewski)


Demasiado sobre la muerte,
sobre las sombras.
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.

La campana de la escuela
puede ser un modelo
de templanza,
hasta de erudición.

Demasiada muerte,
un exceso
de negro deslumbramiento.

Mira,
naciones amontonadas
en estadios apretujados
cantan himnos de odio.

Demasiada música,
Falta armonía, tranquilidad,
cordura.

Escribe sobre los momentos
cuando los puentes de la amistad
parecen ser más duraderos
que la desesperación.

Escribe sobre el amor,
sobre los largos atardeceres,
sobre el amanecer,
los árboles,
sobre la infinita paciencia
de la luz.

martes, 19 de abril de 2016

Infancia (por Felipe Benítez Reyes)


El viento golpea la puerta
del cuarto siempre cerrado.

El viento llama a la puerta.

El viento quiere abrir
la puerta en que detiene su camino
ese caballo blanco con ojos de cristal.

El viento araña
la puerta con su garra de dragón errabundo.

Los sioux y comanches
van tensando sus arcos.

La paloma mecánica
mueve sus alas frías.

Pero el viento
derriba al fin la puerta.
Y deja ver
la habitación de sombra y amargura.


lunes, 18 de abril de 2016

Como el metal de mi vida (por Amado Nervo)


Esta llave cincelada
que en un tiempo fue colgada
(del estrado a la cancela,
de la despensa al granero)
del llavero de la abuela
y en continuo repicar
inundaba de rumores
los vetustos corredores;
esta llave cincelada,
si no cierra ni abre nada,
¿para qué la he de guardar?

Ya no existe el gran ropero,
la gran arca se vendió:
sólo en un baúl de cuero,
desprendida del llavero,
esta llave se quedó.

Herrumbrosa, orinecida,
como el metal de mi vida,
como el hierro de mi fe,
como mi querer de acero,
esta llave sin llavero
nada es ya de lo que fue.

Me parece un amuleto
sin virtud y sin respeto;
nada abre, no resuena...
¡me parece un alma en pena!
Pobre llave sin fortuna
... y sin dientes, como una
vieja boca: si en mi hogar
ya no cierras ni abres nada,
pobre llave desdentada,
¿para qué te he de guardar?


Sin embargo, tú sabías
de las glorias de otros días:
del mantón de seda fina
que nos trajo de la China
la gallarda, la ligera
española nao fiera.
Tú sabías de tibores
donde pájaros y flores
confundían sus colores;
tú, de lacas, de marfiles
y de perfumes sutiles
de otros tiempos; tu cautela
conservaba la canela,
el cacao, la vainilla,
la suave mantequilla,
los grandes quesos frescales
y la miel de los panales,
tentación del paladar;

mas si hoy, abandonada,
ya no cierras ni abres nada,
pobre llave desdentada,
¿para qué te he de guardar?

Tu torcida arquitectura
es la misma del portal
de mi antigua casa oscura
(que en un día de premura
fue preciso vender mal).

Es la misma de la ufana
y luminosa ventana
donde Inés, mi prima, y yo
nos dijimos tantas cosas
en las tardes misteriosas
del buen tiempo que pasó...

Me recuerdas mi morada,
me retratas mi solar;
mas si hoy, abandonada,
ya no cierras ni abres nada,
pobre llave desdentada,
¿para qué te he de guardar?

domingo, 17 de abril de 2016

En otro sueño (por Gemma Gorga)


Algunas madrugadas
nos llaman por el nombre
en voz muy baja,
de repente nos despiertan de un sueño
para sumergirnos en otro sueño
aún más incomprensible
y equívoco.
Adormilados y descalzos guardamos cola
bajo la secreción lacrimal
de los fluorescentes,
mientras esperamos
que un día u otro nos den permiso
para despertar.
Cuando la vi por última vez
le repetían que faltaba un papel
(tabaleo insistente con el índice
sobre la formica pelada del mostrador),
un papel,
solo un papel,
y ya no despiertas.


sábado, 16 de abril de 2016

Pero ahora volvemos (por Walt Whitman)


¡Durante cuanto tiempo nos engañaron!

Trasmutamos ahora,

nos apresuramos a huir

como huye la

naturaleza.

Somos la naturaleza,

durante mucho tiempo estuvimos lejos.

Pero ahora volvemos,

nos convertimos en plantas,

en troncos, en hojas,

raíces y cortezas.

Estamos asentados en la tierra,

somos peñascos,

pastamos,

somos dos en medio de la hacienda bravía,

tan espontáneos como los otros.

Somos dos peces que nadan juntos en el mar,

somos lo que son las flores del algarrobo,

derramamos fragancia

en los caminos de la mañana y de la tarde.

Somos también lo sucio de las bestias,

de las plantas, de los minerales.

Somos dos aves de rapiña,

nos elevamos en el aire y miramos la tierra.

Somos dos soles que deslumbran,

somos nosotros dos los que giramos,

cósmicos y estelares,

somos como dos cometas.

Merodeamos, cuadrúpedos y feroces, por la espesura,

y saltamos sobre la presa.

Somos dos nubes que se desplazan en lo alto

cuando amanece o atardece.

Somos dos mares que se unen,

somos esas olas felices que se revuelcan

y se juntan, mojándose.

Somos lo que es la atmósfera,

transparentes, hospitalarios,

permeables, impermeables.

Somos nieve, lluvia, frío, tinieblas,

somos lo que el planeta engendra y protege.

Hemos descrito círculos hasta volver los dos al hogar,

hemos renunciado a todo,

salvo a la libertad y a nuestra alegría.


viernes, 15 de abril de 2016

Brindis (por Joan Margarit)


Más juntos de lo que supone nadie,
alzamos las dos copas.
En los ojos del otro, cada uno
halla su propia luz.
En un instante, un hombre, una mujer,
pueden equivocarse.
Pero el instante nunca volverá.


jueves, 14 de abril de 2016

Nadadores (por Rafael Fombellida)


En el lago mi hijo es una cuerda atirantada.

Hemos nadado juntos hasta que mis pulmones se han abierto

y dejado escapar su poco hálito. Lo veo regresar suculento y desnudo

desde la orilla en donde espero. La tiniebla escarlata del crepúsculo

encapota mi piel abandonada a un húmedo estremecimiento.

Cuánto detesto esta rojez de gasa adherida a una honda cortadura.

A mi lado, mi hijo está secándose envuelto en esta luz color fresón maduro.

Silba "Lady Tonight", se tiende soberano sobre el entarimado

y remece sus sólidos tobillos en la maraña tosca de las plantas acuáticas.

Me habla con mi voz, pero su idioma no es mi lengua muerta, es un desperdigarse

suelto, vivaz, sincero lo mismo que un galope de caballo.

Soy el padre de un hombre, un hombre grave, meditativo, oculto,

que se gobierna con pericia mientras cabe pensar

que su mano, ya enorme, clausurará mis párpados como se sella un ataúd de plomo.

Su cuerpo se ha acostado bajo la vena cárdena del cielo.

Miro su trazo hermoso, la cabellera untada con arcilla de un ocaso granate.

Él braceó más lejos con mi salud, mi fuerza, mi enconada constancia,

y se reclina ufano como un bárbaro después de violentar a sus mujeres.

Es la masa engreída que yo amo con el temple del nadador de fondo.

Es el rival que aguarda mi ahogamiento con el bravo estupor del aspirante.

Ocupa mi lugar porque es su padre joven, prematuro,

inconsciente de toda dentellada del tiempo. Disfruto esa codicia

de converger conmigo, arriesgada ambición de parecérseme.

Miro el milagro de su mocedad. La atmósfera bermeja

de la última hora da a su pecho el impulso de un incendio.


Ha cerrado los ojos. Silabea sin ganas "Love, hate, love".

Despreocupado, ajeno. Sólo espera que el púrpura del aire

me desintegre. Adoro el esplendor de su avidez.

miércoles, 13 de abril de 2016

Y talla vida para la eternidad (por E. E. Cummings)


desde hace mucho mi corazón ha estado con el tuyo

cercado en el enredo de tus brazos hasta

una oscuridad donde nuevas luces nacen y

crecen,

hace tiempo tu ánimo ha entrado en

mi beso como un extranjero

en las calles y colores de una ciudad

que tal vez he olvidado

cómo, siempre (con

qué apresurada crudeza

de sangre y carne) Amor

acuña Su más gradual gesto,

y talla vida para la eternidad

Después nuestras mitades separadas llegarán a ser museos

repletos de memorias bien colmadas

martes, 12 de abril de 2016

Entonces se abre una puerta (por Rafael Felipe Oteriño)


Me asomo a la lengua extranjera como a un reino.

Tesón de palabras

que son valles, esteros, montañas.


A veces se entrelazan y escucho una voz.

Y devociones que permanecían ocultas

se acercan a mi mesa como guardianes altos.


Conversan animosas, intercambian miradas,

las oigo respirar como catedrales

por cuyas naves espaciosas voy.


Entonces, se abre una puerta y la atravieso.

Y detrás hay un palacio con su jardín enorme

y un lago transparente en el que me zambullo y nado.



lunes, 11 de abril de 2016

Como una alfombra de agua (por Juan María Calles)


Llega tu mano como una alfombra de agua
Ceremonias de bruma en los lagares
Hay mastines que ladran a lo lejos
un silencio más hondo que el lenguaje
Ceremonias de nieve en los altares
Mientras vibra la guitarra de tu cuerpo
nombro el mundo primero allá en su origen
Siempre hay nieve entre los bosques de sus labios
Siempre hay bruma hacia los páramos del alba
Baten palmas los arqueros de la noche
Qué barquero lejano de horizontes
nos traerá blancos pañuelos de la infancia
Va su mano como una alfombra de agua


domingo, 10 de abril de 2016

Las llamas expiran (por Bronislaw Maj)


En un bosque de noche un fuego: un ondeante círculo
de luz, más allá de él no hay nada
porque estamos aquí, en el medio:
emocionados gritos, cantos, risas...
Ahora la leña se ha terminado, las llamas
expiran. Y nosotros también decimos: el hombre
expira. Y todavía hay algo de fuego
ahí. Después nada: la oscuridad y vemos claramente todo
lo que quedó: nuestros rostros de pronto todos tan
diferentes, curvados sobre este lugar, negros
contornos de árboles, un cielo de algún modo más brillante,
frías estrellas. Y nadie sabe por qué
permanecemos tanto tiempo en silencio
y luego hablamos
en susurros.


sábado, 9 de abril de 2016

Busca (por Adam Zagajewski)


Volví a la ciudad
donde fui niño
y adolescente y un viejo de treinta años.
La ciudad me recibió con indiferencia,
los megáfonos de sus calles murmuraban:
¿no ves que el fuego todavía arde?,
¿no oyes el estrépito de las llamas?
Vete.
Busca en otro lugar.
Busca.
Busca la verdadera patria.


viernes, 8 de abril de 2016

La mirada del perro (por Francisco Umbral)


Hoy me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro negro, grande, ya un poco viejo, sin otra nobleza que la edad. Un perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se ha interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso basta para que él me considere continuación difusa e interesante de su amo.

Qué dulce curiosidad en la mirada del perro, qué añosa gravedad, qué dignidad de persona que no tienen las personas. Nunca otro humano nos mira así. Entre los hombres sólo nos cruzamos miradas furtivas, o de momentánea alegría, miradas de superficie, más o menos mentidas. Miradas inquisitivas.

Al perro, en cambio, se ve que le interesa todo de mí. Me mira a los ojos largo tiempo y espera que yo le corresponda con una mirada igualmente honesta, honrada, profunda, interesada, curiosa, digna.

Con una mirada perruna.

No hay entre las especies, y menos en la humana, un ser capaz de mirar así, con tan respetable interrogación, con ese brillo de posible amistad que hay al fondo de sus ojos negros. Quizá piensa el perro si soy digno de él, de su cariño o de una relación de hombre a hombre, de perro a perro. Me ha conmovido la mirada del perro, su distante y profunda observación. Ahora comprendo que nadie me había mirado así jamás, y estoy al final de mi vida, como él, quizá, de la suya. Del fondo vil del hombre jamás puede nacer una mirada semejante.


«Ya no se mira así», dirían los nostálgicos. Pero nunca se ha mirado así.

Hace falta mucha humanidad dentro para mirar como un perro.


jueves, 7 de abril de 2016

Juro que estaba alegre (por Antonio Manilla)


Van los rojos cerezos del otoño
tiñendo las laderas de los montes
y yo pienso en nosotros, los caminos,
la negra luz que alumbra los finales.
Juro que estaba alegre. Hace un momento,
con los ojos cerrados, en la cara
sentía el sol y el frío de septiembre,
el alma de esta tierra con el aire
que lentamente envuelve al cuerpo entero.
Estabas tú conmigo y no la ausencia.
Estabas tú imposible, revivido,
y no la honda tristeza que ahora aflora.
Son los rojos cerezos otoñales.
Rescoldos en la hoguera. Cenizas en el aire.

miércoles, 6 de abril de 2016

Desgarradura (por Piedad Bonnett)


Otra vez sales de mí, pequeño,
mi sufriente.
Otra vez miras todo con mirada reciente,
y llenas tus pulmones con el aire gozoso.
Ya no lloras.
El mundo, de momento, no te duele.
Todo es tibio esta vez, caricia pura,
como una prolongada primavera.
Ignoras
mi útero vacío, mi sangrado.
Desconoces
que el grito de dolor de parturienta
va hacia adentro y se asfixia, sofocado,
para que no trastorne
el silencio que ronda por la casa
como una mosca azul resplandeciente.
Mis manos ya no pueden cobijarte.
Solo decirte adiós como en los días
en que al girar, ansioso, tu cabeza,
mi sonrisa se abría detrás de la ventana
para encender la tuya. Cuando todo
era sencillo transcurrir, no herida,
ni entraña expuesta, ni desgarradura.

martes, 5 de abril de 2016

Para llenar las cosas de sí mismas (por Saiz de Marco)

un marco
como los de los cuadros
pero un marco vacío
sólo los 4 lados del rectángulo
los 4 listones
las 4 esquinas o molduras
los 4 márgenes
sin lienzo en su interior
-aire cercado-

un marco ahora
y en todos los ahoras fugitivos

un marco desplegable, portátil, extraíble
un marco de bolsillo
un simple marco
para encuadrar
rodear
aureolar
para llenar las cosas de sí mismas
para verlas con luz
-su propia luz-
para que nada escape por sus bordes

para vivir del todo este momento

lunes, 4 de abril de 2016

La guerra (por E. E. Cummings)


I

El gran tamaño del cañón
es hábil
pero yo he visto
la voz enorme e inteligente de la muerte
que refugia una fragilidad
de amapolas...

digo que a veces
en estos largos animales parlanchines
se esconden puños de más silencio.

Yo he visto todo el silencio
lleno de vívidos muchachos sin ruido
en Roupy
he visto
entre barreras,
las absolutas y maduras y calladas niñas de la noche.


II

Oh dulce y espontánea
tierra cuántas veces
los
dedos
punteros de
lascivos filósofos te pincharon
y empujaron

el pícaro pulgar
de la ciencia vejó
tu
belleza cuántas
veces las religiones te han
puesto sobre sus rodillas huesudas
apretándote y
pegándote para que pudieras concebir
dioses
(pero
fiel
a la incomparable
cama de la muerte tu
rítmico
amante
tú les contestaste
solamente con
la primavera)

domingo, 3 de abril de 2016

De los juguetes muertos (por Fernando Pessoa)


Siempre habrá lucha en este mundo, sin decisión ni victoria, entre el que ama lo que no hay porque existe, y el que ama lo que hay porque no existe. Siempre, siempre, existirá el abismo entre el que reniega de lo mortal porque es mortal y el que ama lo mortal porque desearía que nunca muriese. Me veo aquel que fui en la infancia, en aquel momento en que mi barco regalado se volcó en el estanque de la casa de campo, y no hay filosofías que sustituyan a aquel momento, ni razones que me expliquen por qué sucedió. Me acuerdo, y vivo; ¿qué vida mejor tienes tú para darme?

—Ninguna, ninguna porque yo también recuerdo.

¡Ah, me acuerdo bien! Era en la casa de campo antigua y a la hora de acostarse; después de coser y hacer punto, llegaba el té, y las tostadas, y el sueño bueno que yo había de dormir. Dame esto otra vez, tal cual era, con el reloj tictaqueando al fondo, y guárdate para ti todos los Dioses. ¿Qué es para mí un Olimpo que no me sabe a las tostadas del pasado? ¿Qué tengo yo que ver con unos dioses que no
tienen mi reloj antiguo?

Tal vez todo sea símbolo y sombra, pero no me gustan los símbolos y no me gustan las sombras. Restitúyeme el pasado y guárdate la verdad. Dame otra vez la infancia y llévate contigo a Dios.

—¡Tus símbolos! Si lloro de noche, como un niño que tiene miedo, ninguno de tus símbolos viene a acariciarme el hombro y a arrullarme hasta que me duerma. Si me pierdo en el camino, tú no tienes una Virgen María mejor que venga a cogerme de la mano. Me dan frío tus trascendencias. Quiero un hogar en el Más Allá. ¿Crees que alguien tiene en el alma sed de metafísicas o de misterios o de altas verdades?

—¿De qué es de lo que se tiene sed en esa alma?

—De algo como todo lo que ha sido nuestra infancia. De los juguetes muertos, de las tías viejas idas. Esas cosas son las que son la realidad, aunque se hayan muerto. ¿Qué tiene que ver conmigo lo Inefable?

—Una cosa… ¿Has tenido unas tías viejas, y una casa de campo antigua y un té y un reloj?

—No lo he tenido. Me gustaría haberlo tenido. ¿Y tú has vivido a la orilla del mar?

—Nunca. ¿No lo sabías?

—Lo sabía, pero creía. ¿Por qué no creer en lo que se supone?

—¿No sabes que éste es un diálogo en el jardín del Palacio, un interludio lunar, una función en la que nos entretenemos mientras las horas pasan para los demás?

—Claro que sí, pero yo estoy razonando…

—Está bien: yo no. El raciocinio es la peor especie del sueño, porque es la que nos transporta al sueño la regularidad de la vida que no existe, es decir, es doblemente nada.

—¿Pero qué quiere decir eso?

(Poniéndole la mano en el otro hombro, y envolviéndole en un abrazo) —Ay, hijo mío, ¿qué quiere decir nada?

sábado, 2 de abril de 2016

No me llames (por Vicente Aleixandre)


No pronuncies mi nombre
imitando a los árboles que sacuden su triste cabellera,
empapada de luna en las noches de agosto
bajo un cielo morado donde nadie ha vivido.

No me llames
como llama a la tierra su viento que no la toca,
su triste viento u oro que rozándola pasa,
sospechando el carbón que vigilante encierra.

Nunca me digas que tu sombra es tan dura
como un bloque con límites que en la sombra reposa,
bloque que se dibuja contra un cielo parado,
junto a un lago sin aire, bajo una luna vacía.

El sol, el fuerte, el duro y brusco sol que deseca pantanos,
que atiranta los labios, que cruje como hojas secas entre los labios mismos,
que redondea rocas peladas como montes de carne,
como redonda carne que pesadamente aguanta la caricia tremenda,
la mano poderosa que estruja masas grandes,
que ciñe las caderas de esos tremendos cuerpos
que los ríos aprietan como montes tumbados.

El sol despeja siempre noches de luna larga,
interminables noches donde los filos verdes,
donde los ojos verdes,
donde las manos verdes
son solo verdes túnicas, telas mojadas verdes,
son solo pechos verdes,
son solo besos verdes entre moscas ya verdes.

El sol o mano dura,
o mano roja, o furia, o ira naciente.
El sol que hace a la tierra una escoria sin muerte.

No, no digas mi nombre como luna encerrada,
como luna que entre los barrotes de una jaula nocturna
bate como los pájaros, como quizá los ángeles,
como los verdes ángeles que en un agua han vivido.

Huye, como huiría el pantano que un hombre ha visto formarse sobre su pecho,
crecer sobre su pecho,
y ha visto que su sangre como nenúfar surte,
mientras su corazón bulle como oculta burbuja.

Las mojadas raíces
que un hombre siente en su pecho, bajo la noche apagada,
no son vida ni muerte, sino quietud o limo,
sino pesadas formas de culebras de agua
que entre la carne viven sin un musgo horadado.

No, no digas mi nombre,
noche horrenda de agosto, de un imposible enero;
no, no digas mi nombre,
pero mátame, oh sol, con tu justa cuchilla.

viernes, 1 de abril de 2016

Una vez más (por Raymond Carver)


Quiero levantarme temprano una vez más,

antes de que salga el sol. Antes que los pájaros, incluso.

Quiero echarme agua fría a la cara

y sentarme a mi mesa de trabajo

cuando el cielo empieza a iluminarse y aparece

el humo en las chimeneas

de las casas vecinas.

Quiero ver cómo rompen las olas entre las rocas, no sólo

oírlas como por la noche mientras duermo.

Quiero ver de nuevo los barcos

que llegan de cualquier parte del mundo

y cruzan el Estrecho,

los cargueros viejos y sucios que apenas se mueven,

y los nuevos buques de carga

pintados de todos los colores bajo el sol

tan rápidos que cortan el agua a su paso.

No quiero perderlos de vista,

ni tampoco la pequeña barca que avanza

entre ellos

o la estación del práctico al lado del faro.

Quiero ver cómo bajan a un hombre del barco

y suben a otro a bordo.

Quiero pasarme el día viendo estas cosas

y sacar mis propias conclusiones.

Detesto parecer egoísta -tengo muchos

motivos para estar agradecido-

pero quiero levantarme temprano una vez más, al menos.

Acercarme a mi sitio con un café y esperar.

Sólo esperar a ver qué ocurre.