martes, 31 de mayo de 2016
Siempre está volviendo (por Carlos Augusto Alfonso)
claro que puede volver
el niño siempre puede volver
era desgraciado era pálido era mandado a volver
he sabido de nubes condicionadas a quedarse antes
si el niño llora en cali en potosí en alabama
entre los filminutos de los empleados de la card vaid
desequilibrado ante los ojos del vio y no vio
más allá de su impacto económico
de su manera fija de proceder/como corresponde a zonas
castigadas por disciplina
aguas tibias y calientes cocinando de lado la anchoveta
llevándose a miles a reforzar el ecologismo
a sentar base de reuniones interminables
navidad de natividades con qué cara puede uno
presentarse ante la fao
y pedir ayuda
a mucho y le compran el traje al bengalí que firma
miles de protocolos en tu mundo
los bancos de cereales cuenta abierta a la polinesia
claro que puede volver
claro que el niño puede volver siempre está volviendo el niño
que necesita para la natividad que no sea que no sea que
entre la virgen por una puerta salga la virgen por la otra
a intervalos de los sueros con un levín en la nariz
el niño mama repugnado de tragar aire
el niño que muere mata y se ríe es válido
nos esperan congresos sobre la corriente del niño
por los días 24 hay también terror
las cosas quedan donde siempre paz y fertilidad
a qué hora abrió los ojos qué ángulo prefirió mirar
cómo se durmió
el niño siempre estará volviendo puntual
con su reloj del hambre.
lunes, 30 de mayo de 2016
De mí murmuran (por Rosalía de Castro)
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?
domingo, 29 de mayo de 2016
En trémulo seguir (por Fernando Pessoa)
Soñar un sueño es perder otro. Entristecido
contemplo el puente pesado y en calma…
Cada sueño es un existir de otro sueño,
¡oh, alma mía, eterna desterrada en ti misma!
Siento en mi cuerpo más conscientemente
el rodar estremecido del tren. ¿Se para?...
Como con un intento intermitente
de mal rodar, se detiene. En una estación, clara
de realidad y gente y movimiento.
Miro afuera… Ceso… Me estanco en mí.
Resoplar de la máquina… Caricia del viento
por la ventana que se abre… Estoy distraído…
Parar… Seguir… Parar… Esto no tiene fin.
¡Oh el horror de la llegada! ¡Horror! ¡Oh nunca
llegar, oh hierro en trémulo seguir!
Al margen del viaje prosigue… Trunca
la realidad, pasa al lado del ir
y por el lado interior de la hora
huye, usa la eternidad, vive…
Sobrevive al momento, va.
Suavemente…, suavemente, cada vez más suave y tarda.
Entra en la estación… Rechina… Se detiene… ¡Es ahora!
Todo lo que fui en sueños, el otro-yo que tuve
resbala por mi alma… Negro declive
resbala, se hunde, se evapora para siempre
y de mi conciencia un yo que nunca obtuve
dentro en mí de mí cae.
sábado, 28 de mayo de 2016
Algo brilla (por Agustín Fernández Mallo)
A la luz blanca le brotan colores para anunciarnos
que se va al recreo, al lavabo, de vacaciones,
pero va de compras
-la luz compra el mundo, siempre ha querido comprar el mundo, ocuparlo todo
es su misión, nunca ha descansado y nunca descansará, incluso los agujeros
negros se hallan saturados de luz, auténticas multinacionales de la luz-,
pero aquí, ahora mismo, es noche cerrada
y la de las estrellas no satisface lo anteriormente dicho
-mucho menos la de la luna: llega con la suciedad
de lo adquirido en segunda mano-.
El páramo se curva más que el ojo, así que
es inmenso, el viento husmea en el frío un boquete de salida.
Algo brilla entre unos matorrales, me agacho,
una tarjeta de crédito.
La había perdido años atrás, las espinas de los cardos
perforan la banda magnética, roedores han limado
la media luna de sus dientes en la fecha de caducidad, un manto
de liquen cubre los dígitos de control y mis apellidos,
no mi nombre,
me dejan huérfano.
Enseguida recuerdo:
mi primera cuenta corriente, Caixa Galicia,
un amigo había dicho "así me ayudas a que me prorroguen el contrato,
después la olvidas y ya está".
La meto en el bolsillo -un acto reflejo-.
Al instante la dejo donde estaba.
viernes, 27 de mayo de 2016
Esto era (por Antonio Gamoneda)
Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últimas ramas.
Esto era el destino:
Llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.
jueves, 26 de mayo de 2016
En cada pecho (por Laura Giordani)
En cada pecho hay un sol sepultado,
con su pulsación clandestina,
su madriguera de temblores
y una confesión de sobrevida
en los labios.
En cada pecho, una rotura,
hueco para alojar la verdad
que no soportarían los ojos:
el aleteo de un pájaro lacerado
sostiene el mundo.
miércoles, 25 de mayo de 2016
Hacia el azul (por Vicente Aleixandre)
Sombras del sur, sombras aquí. Venid todas las ruedas velocísimas y salvadme del mar
que va a caerme de las alas. Si anteayer lloraba yo, hoy río, lo mismo que la trompeta cuando cesa.
Cuando tú, tú, tú, tú, tú callas diciendo: “No te quiero.” Pero el oro en la palma de la mano fulgura
una seguridad tan grata, que yo comprendo que el sueño lo han inventado los cansados, los escépticos
de su corazón mercenario, que golpeaba como una moneda en una jaula, en un—delirante ayer—
agrisado hoy volumen de gorjeo.
Canta, esperanza de agua. Dadme un vaso de nata o una afiladísima espada con que yo parta
en dos la ceguera de bruma, esta niebla que estoy acariciando como frente. Hermosísima, tú eres,
tú, no la superficie de metal, no la garantía de soñar, no la garganta partida por un cuchillo de esmeralda,
no; sino solo un parpadeo de dos visos sin tacto, de dos bellas cortinas de ignorancia. ¡Olvidar!
Olvidar es una palabra fácil, fíjate bien: olvidar. Como quien dice: “Qué día hermoso”, o “Qué hora
será cuando la lluvia”, o “Dime el peso exacto de tu pena y te diré cómo querrías llamarte: Alegre.”
Sí, más alegre es la paloma que el cántaro. Cuando conteniendo la risa se desborda la gracia
gemebunda que antes se balanceó en el columpio de la palmera, el azul más extraño se desmorona
y llora, llora en orden, sin querer saber las noticias que dicen: buen tiempo.
Azul es el caramelo y azul el llanto sobre la mano empequeñecida. Azul la teoría de los vuelos,
esa fácil demostración de cómo las faldas al girar se abren en redondo y brillan sin renuncia. Ese
rumor no es el de tu cuerpo. Son tantos los resplandores interiores, que quiero ignorar el número de
estrellas. Si me cayera en el hombro esa pena goteada, al darme en el hombro, mi cabeza quemada
saldría en cohete en busca de su destino. Ascendiendo, una gran risa celeste ha abierto sus alas.
El sol está próximo. En el seno de las aguas no hay fuego, pero esa faz resplandeciente me
atrae, porque quiero abrasarme mis pupilas, quiero conocer su esqueleto, esa portátil mariposa de
los finos estambres, las más delicadas papilas vibratorias. Acaso el amor no puede quemarse.
Como un acero carnal se salvará su conciencia. Labios de Dios, besadme, salvadme de mi insistencia
infatigada, de mi ceniza desmoronándose. ¡Qué caña hueca de pensar quedará única, oh dulce
viento de la estrella, oh azul envío retrasado, oh dulce corazón que he perdido y que, como un gran
hueco de latido, no atiendes ya en la rama!
que va a caerme de las alas. Si anteayer lloraba yo, hoy río, lo mismo que la trompeta cuando cesa.
Cuando tú, tú, tú, tú, tú callas diciendo: “No te quiero.” Pero el oro en la palma de la mano fulgura
una seguridad tan grata, que yo comprendo que el sueño lo han inventado los cansados, los escépticos
de su corazón mercenario, que golpeaba como una moneda en una jaula, en un—delirante ayer—
agrisado hoy volumen de gorjeo.
Canta, esperanza de agua. Dadme un vaso de nata o una afiladísima espada con que yo parta
en dos la ceguera de bruma, esta niebla que estoy acariciando como frente. Hermosísima, tú eres,
tú, no la superficie de metal, no la garantía de soñar, no la garganta partida por un cuchillo de esmeralda,
no; sino solo un parpadeo de dos visos sin tacto, de dos bellas cortinas de ignorancia. ¡Olvidar!
Olvidar es una palabra fácil, fíjate bien: olvidar. Como quien dice: “Qué día hermoso”, o “Qué hora
será cuando la lluvia”, o “Dime el peso exacto de tu pena y te diré cómo querrías llamarte: Alegre.”
Sí, más alegre es la paloma que el cántaro. Cuando conteniendo la risa se desborda la gracia
gemebunda que antes se balanceó en el columpio de la palmera, el azul más extraño se desmorona
y llora, llora en orden, sin querer saber las noticias que dicen: buen tiempo.
Azul es el caramelo y azul el llanto sobre la mano empequeñecida. Azul la teoría de los vuelos,
esa fácil demostración de cómo las faldas al girar se abren en redondo y brillan sin renuncia. Ese
rumor no es el de tu cuerpo. Son tantos los resplandores interiores, que quiero ignorar el número de
estrellas. Si me cayera en el hombro esa pena goteada, al darme en el hombro, mi cabeza quemada
saldría en cohete en busca de su destino. Ascendiendo, una gran risa celeste ha abierto sus alas.
El sol está próximo. En el seno de las aguas no hay fuego, pero esa faz resplandeciente me
atrae, porque quiero abrasarme mis pupilas, quiero conocer su esqueleto, esa portátil mariposa de
los finos estambres, las más delicadas papilas vibratorias. Acaso el amor no puede quemarse.
Como un acero carnal se salvará su conciencia. Labios de Dios, besadme, salvadme de mi insistencia
infatigada, de mi ceniza desmoronándose. ¡Qué caña hueca de pensar quedará única, oh dulce
viento de la estrella, oh azul envío retrasado, oh dulce corazón que he perdido y que, como un gran
hueco de latido, no atiendes ya en la rama!
martes, 24 de mayo de 2016
Ha llegado la hora (por Raúl Campoy)
Vamos a pensarnos padre.
Vamos a reírnos de los ojos que todo lo quieren reunir.
Has visto el almendro?
Mira su pueblo de corolas.
Allí está mi nervio primero.
Hemos llorado:
no debemos.
Las nubes nos hacen sombra y el aire muerde nuestras mañanas.
No estés triste padre.
Yo te miro en el brote que reverdece que nos rememora.
A veces salgo y te llamo. Sales de las raíces donde siempre me enredo. Paseamos hasta
que somos sólo palabras y nuestros corazones bañan las peñas, riegan la huerta, y la amargura, según crecemos, se va escurriendo de nuestras lenguas. Entonces te miro y veo a ese padre tan valioso, y me pregunto de dónde vienes lleno de brillos de laguna, lleno de años que ya cumpliste y que ahora llegan, quebrando amaneceres como escarchas, clavando tus espinas de miel; y estallas en azúcar y nos haces ver una rosa dos veces rosa y ríes como dos planetas frotándose y lloras cientos de olores y suspiras como el viento entre una grieta, y allí estoy yo:
asqueado de carnes, de llaves, de coches
de ciudades,
queriendo alcanzar la yerba
que tú multiplicas,
intentando ser inoloro, incoloro, invisible,
indetodo,
para no partir el tallo de tu brisa por el campo,
para poder seguir tus pasos de ropa vieja.
No estés triste padre.
No rompas esa sonrisa en agujas.
No te embarres de queratina,
que el dolor ha cambiado su billete.
La presencia de nuestra ausencia no dolerá.
Deja que los cuchillos reboten
que cambie el sonido:
abre una ventana en el sur
y cierra la del norte,
o como tú quieras,
tienes veinte articulaciones en el cráneo
y eres triste de médula como una red a la deriva
(como diría Neruda).
Llora tus soledades en las mías, padre.
Suda entero como el rocío.
No hagas fragoso lo permeable.
Ha llegado la hora de penetrar nuestro cuerpo de roca,
de almacenar con tósigo nuestra ira de colmena,
de visitarnos en la distancia
donde las horas no dictan
ni separan a un hijo de un padre,
donde las palabras no rebotan
ni hay paredes que raspen
ni puertas que podamos cerrar.
lunes, 23 de mayo de 2016
Tú mismo (por Charles Bukowski)
se sentó desnudo y borracho
en una habitación una noche de
verano, pasando el filo del cuchillo
bajo sus uñas, sonriendo, pensando
en todas las cartas que había recibido
contándole que
la manera en que vivió y escribió sobre
eso
les había mantenido avanzando cuando
todo parecía
verdaderamente
desesperanzador.
poniendo la hoja sobre la mesa,
le dio un golpecito con un dedo
y giró
en un círculo brillante
bajo la luz.
¿quién demonios va a salvarme
a mí?
pensó.
mientras el cuchillo paraba de girar
vino la respuesta:
vas a tener que
salvarte tú mismo.
sonriendo todavía,
a: encendió un
cigarrillo
b: se sirvió
otro
trago
c: le dio a la hoja
otra
vuelta
domingo, 22 de mayo de 2016
Aviso para caminantes (por Eloy Sánchez Rosillo)
En la suma de días indistintos
que la vida da al hombre, acaso hay uno
en que el destino, trágico y hermoso,
pasa por nuestro lado y el azar manifiesta
una insólita luz, un desusado
fulgor inconfundible.
Pero no has de dudar. Ten el coraje,
cuando llegue el momento,
de abandonar las cosas con que siempre
te engañó la costumbre, y sube pronto
a ese carro de fuego.
Poco dura
el milagro.
Después, si te negaras
a partir, sólo noche
merecerás. Y nunca, aunque quisieras,
podrás comprar la luz que despreciaste.
sábado, 21 de mayo de 2016
Eres (por Saiz de Marco)
No eres
quien eres
Eres el
hombre que no tienes qué dar a tus hijos famélicos
Papá, tengo
hambre
y no tienes
qué darles
Subes a una
barcaza
demasiado
pequeña para tanta gente
y pones
rumbo a Europa sin saber si llegarás o morirás entre olas
y si llegas
serás un ilegal
mera carne
explotable y sin papeles
Hazte a la
idea de que eres ese hombre
No eres
quien eres
Eres la
mujer que no fuiste a la escuela
Hay letras,
números
un rótulo,
un cartel
y no sabes
qué dicen
Hazte a la
idea de que eres esa mujer
No eres
quien eres
Eres con
ojos que nunca ven nada
y te vistes,
te bañas, caminas a oscuras
Así eres
viviendo
sin saber
qué es azul, cómo es el verde
Hazte a la
idea de que eres ella o él
O quizá
eres quien eres
Eres tú
no esos
otros
Sí
tú
TÚ
pero
ignoras las causas
endebles, fortuitas
no necesarias,
no inamovibles
desconoces la
rara lotería
la
escondida ruleta, los dados enigmáticos
por los que
sí eres tú
por los que
no eres ellos
viernes, 20 de mayo de 2016
Apiádate (por Miguel d' Ors)
Mira la tarde, mira qué canción
multicolor: las mobylettes felices
como estrellas fugaces, quinceañeras
azules con bermudas y suspensos, gaviotas
acariciando el tiempo,
la playa allá como una bienvenida...
¿Cuánto le habrá costado
al Universo, cuántos siglos, abrazos, guerras...
este momento?
Apiádate.
No sueltes
en medio de esta hora
el paquidermo mustio de tu filosofía.
jueves, 19 de mayo de 2016
Afuera de sí mismo (por Roberto Juarroz)
Mi mirada me espera en las cosas,
para mirarme desde ellas
y despojarme de mi mirada.
Mi memoria me espera en las cosas
para demostrarme que no existe el olvido
Y las cosas se apoyan en mí,
como si yo, que no tengo raíz,
fuera la raíz que les falta.
¿Es que tal vez las cosas
también se esperan en mí?
¿Es que todo lo que existe
se está esperando afuera de sí mismo?
¿Es que al final estarán mis brazos
abiertos para abrazarme?
miércoles, 18 de mayo de 2016
El cangrejo persiste (por Anne Sexton)
Tal vez la tierra flote,
no lo sé.
Tal vez las estrellas sean figuritas de papel
cortadas por una tijera gigante,
no lo sé.
Tal vez la luna es una lágrima congelada,
no lo sé.
Tal vez Dios sea una voz profunda
que un sordo oye,
no lo sé.
Tal vez no soy ninguna.
Es cierto, tengo un cuerpo
y no puedo escaparme de él.
Me encantaría volar lejos de mi cabeza,
pero sobre eso no hay discusión.
Está escrito en la tabla del destino
que permanezca acá, metida en esta forma humana.
Siendo ese el asunto,
quiero llamar la atención sobre mi problema.
Dentro de mí hay un animal
que me agarra el corazón,
un enorme cangrejo.
Los médicos de Boston
metieron mano.
Probaron con escalpelos,
agujas, gases venenosos y todo eso.
El cangrejo persiste.
Es un gran peso.
Yo trato de olvidarlo, me ocupo de mis cosas,
cocino el brócoli, abro libros cerrados,
me cepillo los dientes, me ato los zapatos.
Probé con la plegaria,
pero cuanto más rezo más aprieta el cangrejo
y el dolor aumenta.
Una vez soñé,
tal vez fue un sueño,
que el cangrejo representaba mi ignorancia de Dios.
Pero ¿quién soy yo para creer en los sueños?
tal vez fue un sueño,
que el cangrejo representaba mi ignorancia de Dios.
Pero ¿quién soy yo para creer en los sueños?
martes, 17 de mayo de 2016
De un lugar (por Wallace Stevens)
Los niños que recogen nuestros huesos
nunca sabrán que éstos fueron una vez
tan rápidos como los zorros en el monte;
y que en otoño, cuando las uvas
hacen al aire agrio más agrio con su olor,
ellos tenían un ser, un aliento congelado;
y nunca han de adivinar que con nuestros huesos
dejamos mucho más, dejamos la todavía
apariencia de las cosas y dejamos los sentimientos
hacia lo que vimos. Las nubes de la primavera vuelan
sobre la mansión cerrada,
más allá de nuestra cerca y del cielo airoso
plañe una docta desesperanza.
Conocimos por mucho tiempo la apariencia de la mansión
y lo que dijimos sobre ella se ha convertido
en parte de lo que ahora es… Niños,
que todavía tejen guirnaldas como aureolas
hablarán nuestro lenguaje sin saberlo,
hacen al aire agrio más agrio con su olor,
ellos tenían un ser, un aliento congelado;
y nunca han de adivinar que con nuestros huesos
dejamos mucho más, dejamos la todavía
apariencia de las cosas y dejamos los sentimientos
hacia lo que vimos. Las nubes de la primavera vuelan
sobre la mansión cerrada,
más allá de nuestra cerca y del cielo airoso
plañe una docta desesperanza.
Conocimos por mucho tiempo la apariencia de la mansión
y lo que dijimos sobre ella se ha convertido
en parte de lo que ahora es… Niños,
que todavía tejen guirnaldas como aureolas
hablarán nuestro lenguaje sin saberlo,
dirán de la mansión que parece
como si el que vivió ahí hubiera dejado
un espíritu atormentado en las paredes vacías,
una casa sucia en un mundo sin entrañas,
un jirón de sombras que despunta en blanco,
manchado con el oro del opulento sol.
como si el que vivió ahí hubiera dejado
un espíritu atormentado en las paredes vacías,
una casa sucia en un mundo sin entrañas,
un jirón de sombras que despunta en blanco,
manchado con el oro del opulento sol.
lunes, 16 de mayo de 2016
El silencio en una casa (por Bronislaw Maj)
El silencio en una casa donde alguien
está muriendo: susurros, sollozos reprimidos por pañuelos,
puertas que se cierran suavemente. El olor de medicinas
que ya no son necesarias, la llama de las amarillas velas
de la Candelaria. Ese
hombre silencioso, mi padre, es un chico
cuya madre está muriendo. Nadie cree aún
en lo que está sucediendo ahora, ya
ha sucedido, imperceptible, pero aún
este silencio. Alguien está sacudiendo una alfombra
en el patio, un coche se pone en marcha, una discusión
en las escaleras, música, una corriente de aire
con olor a pasto ha apagado la vela. Ya nada de acá
le pertenece a ella. No tenemos ya nada
en común con ella, nos quedamos atrás.
Ahora podemos llorar fuerte, más fuerte:
en un constante testimonio
para la vida.
domingo, 15 de mayo de 2016
Habitan dos (por Sarel Jacob Pretorius)
En esta celda,
detrás de las fronteras
de la piel
y de las elevadas
ventanas de los ojos
habitan dos personas:
uno es el loco,
yo soy el otro.
Él es el que gimotea y grita,
yo soy un alma miedosa y taciturna.
En las descarnadas horas de la noche
lucho contra él con menos menos fuerzas,
y cada vez que me vence, proclama furioso
su rabia contra Dios y contra el mundo.
En este pequeño recinto
de carne y hueso
viven dos: uno
es el loco,
yo soy el otro.
sábado, 14 de mayo de 2016
Y me ahogo de tu no aire (por Gonzalo Rojas)
Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo de tu no aire,
ábreme alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.
viernes, 13 de mayo de 2016
Vida (por Vicente Aleixandre)
Un pájaro de papel en el pecho
dice que el tiempo de los besos no ha llegado;
vivir, vivir, el sol cruje invisible,
besos o pájaros, tarde o pronto o nunca.
Para morir basta un ruidillo,
el de otro corazón al callarse,
o ese regazo ajeno que en la tierra
es un navío dorado para los pelos rubios.
Cabeza dolorida, sienes de oro, sol que va a ponerse;
aquí en la sombra sueño con un río,
juncos de verde sangre que ahora nace,
sueño apoyado en ti calor o vida.
dice que el tiempo de los besos no ha llegado;
vivir, vivir, el sol cruje invisible,
besos o pájaros, tarde o pronto o nunca.
Para morir basta un ruidillo,
el de otro corazón al callarse,
o ese regazo ajeno que en la tierra
es un navío dorado para los pelos rubios.
Cabeza dolorida, sienes de oro, sol que va a ponerse;
aquí en la sombra sueño con un río,
juncos de verde sangre que ahora nace,
sueño apoyado en ti calor o vida.
jueves, 12 de mayo de 2016
Como si no existiera (por Wislawa Szymborska)
Escríbelo. Escribe. Con tinta normal
en un papel normal: no les dieron de comer,
todos murieron de hambre. Todos. ¿Cuántos?
Es una pradera grande.¿Cuánta hierba
le tocó a cada uno? Escribe: no sé.
La historia redondea los esqueletos por decenas.
Mil y uno siguen siendo mil.
Ese uno es como si no existiera:
feto imaginario, cuna vacía,
cartilla abierta para nadie,
aire que ríe, grita y crece,
escalera hacia el vacío que baja al jardín,
lugar de nadie en la fila.
Estamos en la pradera donde se hizo hombre.
Y ella calla como un testigo comprado.
Al sol. Verde. Allá, cerca de un bosque
para mascar la madera, para beber por debajo de la corteza
ración del paisaje de una jornada,
hasta que uno pierda la vista. En la altura, un pájaro
que pasaba por la boca con una sombra
de sus alas nutritivas. Se abrían las mandíbulas,
golpeaba diente contra diente.
De noche, en el cielo, brillaba la hoz
y segaba para los panes soñados.
Llegaban volando las manos de ennegrecidos iconos,
con vacíos cálices en los dedos.
En las púas del alambre
se balanceaba el hombre.
Cantaban con tierra en la boca. Un bello canto
que habla de cómo la guerra llega directamente al corazón.
Escribe qué silencio hay aquí.
Sí.
miércoles, 11 de mayo de 2016
Algo que aclare esto (por Joaquín Giannuzzi)
Con dedos pensantes y a fondo
palpo el hueso de mi cara:
un hueso general en el que busco
una forma cumplida, una razón total
un principio de respuesta, algo que aclare esto
con la medida de su oscuridad.
El hueso calla, se ahonda y endurece.
Sólo habla mi cara, mi máscara histriónica,
esta carnadura vaciada del error,
esta superficie apaleada por la época,
su charla de idiota, su falsa dirección
sumando confusión al ruido de la realidad.
martes, 10 de mayo de 2016
Mientras la nieve caía (por Anne Sexton)
Yo estaba envuelta en piel
negra y blanca y
tú me deshiciste y entonces
me colocaste en luz dorada
y entonces me coronaste,
mientras la nieve caía
tras la puerta como dardos diagonales.
Mientras una nieve de diez pulgadas
caía como estrellas
en pequeños fragmentos de calcio,
estábamos en nuestros propios cuerpos
(ese cuarto que nos enterrará)
y tú estabas en mi cuerpo
(ese cuarto que nos sobrevivirá)
y al principio te froté
los pies secándolos con una toalla
porque yo era tu esclava
y entonces me llamaste princesa.
¡Princesa!
Oh entonces
me puse de pie en mi piel dorada
y me deshice de los Salmos
y me deshice de la ropa
y tú desataste la brida
y tú desataste las riendas
y yo desabroché los botones,
y deshice los huesos, los equívocos,
las postales de Nueva Inglaterra,
las noches de enero pasadas las diez
y nos erguimos como trigo,
hectárea tras hectárea de oro,
y cosechamos,
cosechamos.
lunes, 9 de mayo de 2016
Desde fuera (por Fernando Pessoa)
Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.
Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, para efectos en los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.
Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena.
No he conseguido nunca verme desde fuera.
No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos.
Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento.
Si yo fuera actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la quinta de muros altos de mi conciencia de mí.
No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.
La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos.
Y todo me parece, si medito de más, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.
Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia.
Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.
domingo, 8 de mayo de 2016
Cableros (por Harry Martinson)
Izamos el cable submarino entre Barbados y Tortuga,
mantuvimos en alto los faroles
y cubrimos con caucho nuevo la herida de su espalda,
15 grados de latitud norte, 61 grados de longitud oeste.
Cuando pegamos la oreja al lugar raído
oímos cómo zumbaba dentro del cable.
—Son los millonarios de Montreal y de Saint John que hablan
sobre el precio del azúcar cubano y la disminución de
nuestros salarios, dijo uno de nosotros.
Allí estuvimos un buen rato pensando, en un círculo de faroles,
nosotros, pacientes cableros,
luego hundimos el cable reparado dejándolo en su sitio,
en las profundidades del mar.
sábado, 7 de mayo de 2016
Donde se levantó moho (por Carlos Martín Eguía)
La humedad traspasó primero la pared
después los caños
tomando los cables y comiéndole la luz
a ese sector de la casa
un espacio a oscuras en el nirvana del mineral
donde se levantó moho.
La causa está a la vista y no hay nada que suponer
me dice ella que siempre supo que vivir es actuar
y que está de nuevo
en lo que una vez pensamos como hogar.
Con cara de desconcertado inquilino que vuelve
de trasnochar a la deriva
me pregunto qué rincón de mi cerebro
se arruinará primero
a imagen y semejanza.
viernes, 6 de mayo de 2016
Y sus grandes ojos negros (por Francisco Galdolfo)
Una mariposa matizada
por contrastes de color beige,
estuvo volando y golpeándose constantemente
contra un tubo de luz fluorescente encendido,
hasta quedar agotada cerca de mi mano derecha
que ahora está escribiendo sobre su efímera vida.
Estaba junto a mí de espaldas, rendida,
con la cara rota de tantos choques,
un ala con un pedacito menos
y sus grandes ojos negros
enceguecidos por el exceso de luz.
Hasta sus patitas finas como telarañas
estaban inmóviles.
La di por muerta, pero al tocarla se movió.
A mi tercer toque reaccionó
y se paró en sus patas.
Al verla recuperada,
seguí escribiendo y me olvidé de ella.
Cuando terminé de escribir,
vi que no estaba más en mi mesa.
La busqué: ahora cerca de la puerta.
Al llegar a ella comprobé que estaba inmóvil
y separada de la pared, como levitando,
con sus alas plenamente abiertas.
Las telitas de araña que la sostenían
eran casi invisibles.
A mi segundo toque volvió a moverse brevemente
como fastidiada de que la molestase,
mientras esperaba morirse
ante de que volviera la araña.
jueves, 5 de mayo de 2016
Pequeña luz (por Claudio Rodríguez)
Dentro de poco saldrá el sol. El viento,
aún con su fresca suavidad nocturna,
lava y aclara el sueño y da viveza,
incertidumbre a los sentidos. Nubes
de pardo ceniciento, azul turquesa,
por un momento traen quietud, levantan
la vida y engrandecen su pequeña
luz. Luz que pide, tenue y tierna, pero
venturosa, porque ama. Casi a medio
camino entre la noche y la mañana,
cuando todo me acoge, cuando hasta
mi corazón me es muy amigo, ¿cómo
puedo dudar, no bendecir el alba
si aún en mi cuerpo hay juventud y hay
en mis labios amor?
miércoles, 4 de mayo de 2016
Se erguía solo (por Walt Whitman)
Vi crecer un roble en Louisiana,
se erguía solo y el musgo colgaba de las ramas,
crecía allí sin compañero, desplegaba hojas alegres de un verde oscuro,
y su aspecto, rudo, sólido, vigoroso, me hizo pensar en mí,
pero me pregunté cómo podría desplegar hojas alegres parado allí solo,
sin su amigo o amante cerca, porque sabía que yo no podría,
y rompí una ramita con algunas hojas y envolví en ellas un poco de musgo,
y me la llevé y la puse a la vista en mi habitación.
No necesito que me recuerde a mis amigos queridos
(creo que últimamente no pienso en otra cosa),
pero persiste ante mí como una señal curiosa, me hace pensar en el amor viril;
con todo, y aunque el roble brilla allí en Louisiana, solitario en un amplio espacio abierto,
y despliega hojas alegres toda su vida, sin su amigo o amante cerca,
sé muy bien que yo no podría.
martes, 3 de mayo de 2016
Una hoja (por Bronislaw Maj)
Una hoja, una de las últimas, se soltó de una rama de arce,
gira en el claro aire de octubre, cae
sobre una pila de otras hojas, se vuelve oscura y quieta. Nadie
admiró su entusiasta batalla con el viento,
nadie siguió su vuelo, nadie la distinguirá ahora
yaciendo entre otras hojas, nadie había visto
lo que yo vi, nadie. Estoy
solo.
lunes, 2 de mayo de 2016
De todo aquello que hemos sido (por Gemma Gorga)
Levantarse temprano y comprobar que todo sigue igual,
que las ventanas no han envejecido tanto durante la noche
y que el pan de ayer sigue tierno para los dientes de leche
del nuevo día, que en la cocina perdura el olor áspero
del curri, el olor de nuestras manos preparando la cena,
preparando el amor bajo el lienzo blanco de la harina,
que los libros todavía conservan, tozudos, memoria
de las palabras, que todo está en fin donde tiene que estar,
desde los huesos hasta las mariposas, pasando por
los meridianos y por los silencios, que ocupan la exacta
latitud celeste donde alguien los dibujó. Y así cada
día idéntico trabajo para pasar del ayer
al hoy, para atravesar las oscuras aguas de la noche
con éxito y volver a comenzar como si nada hubiera
pasado –más que un poco de tiempo- el fango de los segundos.
Y así hasta que una noche embarquemos. Pero será otro ya
el río y será otro el barquero. Para entonces, dime, ¿quién
mantendrá el nombre, quién resguardará el olor de todo aquello
que hemos sido, que por nosotros ha vivido, qué mirada
recogerá las ventanas, el pan, las manos, la memoria,
los libros?
¿Qué lodo se atreverá a anegar tanta vida?
domingo, 1 de mayo de 2016
La otra orilla (por Rafael Felipe Oteriño)
No era un río,
no era el mar donde los compañeros del aula veraneaban,
yo lo atravesaba sobre troncos atados.
La otra orilla no era un país,
ni siquiera una región diferente,
donde la curvatura del mundo fuera más visible.
Allí nos emboscábamos y cazábamos.
Cegados por la claridad,
disparábamos perdigones que no daban en el blanco.
No era un río ni una región ni un país,
las cortezas disputaban a las mañanas sus geografías de luz,
las arañas caminaban sobre el agua sin dejar rastros.
Era lo verdadero,
todo lo demás es una historia que se empeña en retroceder.
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