zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 30 de noviembre de 2013

Ciclo y surco (por Antonio Rivero Taravillo)


Lluvia:

árbol genealógico de la vida,

empapadas dinastías

del recuerdo que vuelve;


ciclo y surco, perímetro mojado

del horizonte curvo de una gota,

atmósfera atravesada

de un rocío que regresa

jornada tras jornada

siguiendo ese rotar

como una noria.


Cangilones, paraguas

hoy vueltos del revés,

arrojando disparos

a cubos llenos

en el revólver o tiovivo

de cachas grises y caballos

de crines húmedas

y relinchos de truenos,

detonaciones:


un ajuste de cuentas entre nubes

que se desangran grises.

viernes, 29 de noviembre de 2013

De aquel hombre fugaz (por Kevork Topalian)


Acaecido, justo después del sacro aguacero

–helada lluvia de todo aquello que no pudo ser–,

veo pasar la silueta de un hombre por mi lado,

doblar la siguiente esquina y perderse calle abajo.


Y de golpe me doy cuenta de mi propia nada.

La misma de aquel hombre fugaz, que pasaba

como el recuerdo de cierto actor, a quien de joven

hace demasiado tiempo en un cine demolido vi;

disperso negativo, secuencia, aleatorio segmento

cinematográfico a contraluz, celuloide

en su infinito rotar y proyectar la imagen.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Era un hombre desconocido (por Margaret Atwood)


Has oído al hombre al que amas

hablando consigo mismo en el cuarto de al lado.

No sabía que le escuchabas.

Pegaste el oído al muro

pero no conseguías captar las palabras,

sólo una especie de ruido sordo.

¿Estaba enfadado? ¿Estaba maldiciendo?

¿O era una especie de comentario

como una larga y críptica nota al pie en una página de versos?

¿O buscaba algo que había extraviado,

como las llaves del coche?

Entonces, de repente, se puso a cantar.

Te asustaste

porque era algo nuevo,

pero no abriste la puerta, no entraste,

y siguió cantando con su voz grave, desafinada,

densa y dura como el brezo.

La canción no era para ti, no te mencionaba.

Tenía otra fuente de contento,

nada que ver contigo en absoluto,

era un hombre desconocido, que canta en su cuarto, solo.

¿Por qué te sentiste tan dolida, y tan curiosa,

y al mismo tiempo tan feliz,

y también tan libre?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Y tú vienes a herirnos (por Jaime Gil de Biedma)


¿A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.

De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.

Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.

Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
-sin deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.

Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa caminas como si no supieses
que te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los ángeles
y los arcángeles,
los tronos, las abominaciones...

martes, 26 de noviembre de 2013

Regreso al protonúcleo (por Pilar Iglesias de la Torre)


Rasgar las entretelas como se rasga,
piel de arpegio mudo....Romper el folio
segundos antes de morir....Después, la desnudez
y el calcio solitario de los árboles
cuando dibujan
el intrínseco ingrediente del silencio,
ese punto equidistante de la desolación del ámbar
o del cenit axial de la fractura. También la desmemoria
en el olvido sinfónico que significa el invierno
al agostar las venas, su hemorragia.
Ya no espero el desbordarse la conciencia
ni el testimonio del crepúsculo
como premonición de ese después en los gradientes.
Tampoco, el ánfora fenicia
en su travesía lunar de rompeolas.
Es el final del diccionario aquél de Ítacas,
hilado poco a poco, en la meiosis. Alguna vez la ruina,
habría de deshabitar el universo
desencriptando jeroglíficos, para encefalograma plano.
Confieso, sin embargo, el dolor de los epígrafes
en su descenso abisal hacia la umbría,
y la resistencia extrasistólica, a la negación del yo.
Me parece regresar, al protonúcleo de esa estrella
que un día, en alquiler, fijó mi residencia,
y desandar los pasos, dejando el labio impreso
en el hueso innominado de los troncos
como aroma a evaporarse,
en su ardiente explicación, de la energía oscura.
Acaso, el último diseño, de una mueca extinta
abriendo nuevos horizontes, para otra radiofrecuencia.

Por nuestros no paseos (por Marina Tsvietáieva)


Me gusta que Usted no esté enfermo por mí

y que yo tampoco me enferme por Usted,

que nunca el pesado globo de la tierra

se escurra bajo nuestros pies.

Me gusta que pueda ser ridícula, perversa

y buscar palabras adecuadas

y no ponerme roja con ola sofocante

si apenas nuestras mangas se rozaran.


Me gusta que delante de mí Usted pueda abrazar

tranquilamente a otra mujer,

no me condeno a arder en el infierno

por no besarle a Usted.

Y que mi cariñoso nombre, mi Cariño

no recuerde ni en la noche ni en el día…

que nunca sobre nosotros, en el silencio de la catedral,

cantarán el Aleluya.


Gracias a Usted -con mi mano sobre el corazón-

que no sabe lo mucho que me ama:

por mis noches tranquilas,

por los encuentros de las crepusculares horas,

por nuestros no paseos bajo la luna,

por el sol que no existe encima de nosotros,

por el dolor que no siente, lamentablemente, Usted por mí,

por el dolor que yo no siento, lamentablemente, por Usted.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La ventana de Keats (por Andrés Trapiello)


Apartado de todo, vuelto a mí
en silencio egoísta, en soledad
de campos y de encinas y callejas
que el otoño volvió más taciturnas;
asilado a esta sombra y sin más patria
que una vieja edición de tus poemas;
sentado en berroqueña piedra gris
y leyendo tus versos, oigo cómo
de pronto un ruiseñor se eleva y canta.
Todo lo dejo entonces, mi lectura,
mis leves pensamientos, mi silencio.
Todo por escucharle. Es él, él mismo.
El dulce ruiseñor que tú supiste
distinguir entre todas las demás
criaturas, por ser no melodioso,
que lo era, sino por ser el tuyo,
el a ti destinado desde siempre,
desde el día en que Dios de mansas fieras
ocupó el Paraíso y dijo: «hágase
también el ruiseñor, para que Keats,
en la umbría Inglaterra, al escucharlo
embelesado, alcance esta verdad:
que el canto es sólo uno, siempre el mismo,
y que la rama cambia y cambia el pájaro,
mas no la melodía. Esta será
de país a país siempre la misma,
de un continente a otro y desde un siglo
a otro siglo, la misma melodía,
igual que en el estanque van las ondas
cuando alguien en él escribió un nombre».
Pues bien. Conmigo está, frente a este Gredos,
el ruiseñor menudo de tus versos,
frente a ese abstracto Gredos, calmo y duro
y hecho de pura abstracta lejanía.
y están también los prados y colinas
por los que tú anduviste. Están conmigo
ahora, aquí. Y las viejas mansiones
que el campo inglés conoce, venerables,
cubiertas por la yedra, iluminadas
con quinqués y bujías cuya luz
llenaba las ventanas de dorada
quietud e invitación al sueño,
de modo que de lejos, si pasaba
un viajero, se decía: «¡Quién
pudiera estar allí, junto a esa lámpara,
dentro de aquella casa, allí sentado
en cómodo sillón leyendo un libro
o bebiendo los vinos de Madeira
y escuchando un piano, o ni siquiera,
sólo como esa sombra que es el tiempo!
¡Sólo como la sombra de aquel hombre
que se asoma al balcón para mirarme!
¡Quién pudiera quedarse en esa casa
y no tener, cerrada ya la noche,
que andar por estos fúnebres caminos
y exponerse a morir en soledades
que harían de la muerte algo aún más triste»...
Eso diría el viajero errante,
eso mismo diría al contemplar
la vieja casa solitaria y grande.
Y luego seguiría su camino
sin dejar de mirar de vez en cuando
atrás, hasta perder aquella luz,
aquel temblor de oro entre las ramas
oscuras de los tejos, sin haber
siquiera sospechado que eras tú,
John Keats, la sombra.

Y que le viste
llegar por el camino, y que dijiste:
«Al Sur marcha ese hombre.
¡Quién pudiera con él perderse lejos!
Ahora mismo. Sin equipaje alguno.
¡Cómo envidio su suerte y qué tristeza
languidecer aquí llevando una
vida que ni siquiera de infeliz
puedo calificarla! Mira, parte
de nuevo, se va. Empieza ya la luna
a vadear el río. ¡Cuánto debe
compadecer mis años!»...

Y que luego,
para apagar la sed de tu acedía,
tomaste una vez más un papel nuevo
sin dejar de pensar en aquel hombre
que viste peregrino. Quizás ese
fue el día en que escribiste aquel poema
que empieza así: «Feliz es Inglaterra..."
¿Quién podría saberlo? Ahora otra vez
lo leo en este viejo libro tuyo,
y al leer me parece que tu otoño
es este otoño mío y que también
es mío el ruiseñor que ya ha callado,
y me confundo y creo
que aquellos claros ríos entre hayales
son nuestro pedregal, cuna de víboras.
Y así, miro estos bíblicos olivos
y alcornoques ascéticos, la tierra
de la que brotan zarzas sólo, ortigas,
pestilente cenizo o amargas hierbas,
y ebrio de gratitud, no siento ya
ni abrasador el sol ni amargo el aire
ni severos los pardos y los negros,
que son colores nuestros metafísicos,
sino que cierro el libro y miro lejos,
porque tus versos hacen que yo vea
este lugar como lugar del alma,
y vuelto a mí, comienzo a recorrer
de nuevo este paisaje silencioso
y a verlo de otro modo y a sentirlo
y a desear también la dulce muerte,
hermana zarza, hermanos alcornoques,
ortigas, alimañas, sequedades.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una mujer sentada (por Alan Brownjohn)


En esta ciudad, quizá una calle.
En esta calle, quizá una casa.
En esta casa, quizá un cuarto,
y en este cuarto, una mujer sentada.
Sentada en la oscuridad, sentada y llorando
por alguien que acaba de salir por esa puerta
y acaba de apagar la luz
olvidándose que estaba allí sentada.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cuando el amor tan sólo (por May Swenson)


Cuando no sea el dolor
sino la dicha
de mirarse dos rostros
dulcemente
y no haya cordilleras de cemento
sino la paz menuda de la higuera,
cuando no tengamos que inventar esquinas
donde los besos crezcan,
cuando no pague impuestos ningún sueño
ni haya séptimos pisos para amarse...
entonces,
cuando el amor tan sólo,
será todo más fácil.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Pensando en ti (por Idea Vilariño)


Estás lejos y al sur
allí no son las cuatro.

Recostado en tu silla
apoyado en la mesa del café
de tu cuarto
tirado en una cama
la tuya o la de alguien
que quisiera borrar
-estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que yo quiero-.
Estoy pensando en ti ya hace una hora
tal vez media
no sé.

Cuando la luz se acabe
sabré que son las nueve
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.

Iré a cenar
es claro.

Pero en algún momento
me volveré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de verte
que me mires
tu presencia de hombre que me falta en la vida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que ya es la noche
a ser
la sola única cosa

jueves, 21 de noviembre de 2013

Sé que tengo una deuda (por Vicente Gallego)

Esta tarde he escuchado
otra vez sus pisadas a mi espalda,
he notado su aliento al abrir una puerta,
y sus huellas están en mis viejos papeles.
Aunque no puedo verlo,
hace tiempo que siento su presencia inquietante
cuando me quedo solo, cuando paso las horas
encerrado entre libros y palabras.
Sus lamentos me llegan confundidos
con el viento que gira en la terraza,
y oscurece su sombra en los espejos.
Sé que tengo una deuda.
Mientras sigo escribiendo escucho un llanto.
Y no puedo pagarla.
Mientras sigo escribiendo va muriéndose el día
como una advertencia.
Sé que el plazo ha vencido.
Su tristeza es un ruido que perturba mi vida,
sus reproches se adaptan al sonido
de este vaso con hielo, y a la tarde de otoño,
y al rasgar de esta pluma en el papel
donde ensayo lamentos y disculpas.
Sé que tengo una deuda.
Sé que el alma de un muerto penará por mi culpa.
Ha llegado la noche, y a través del espejo
en que se ha convertido la ventana,
unos ojos sin vida me contemplan.
¡Si yo hubiera podido -les explico-, si yo hubiera sabido!
Y no supe pagarla.
A través del cristal unos ojos me acusan:
son los ojos de un niño que jamás me perdona
el haber confundido su futuro y sus sueños
con la vida sin sueños, con el triste futuro,
de ese hombre que ahora
teme al vidrio y esquiva su mirada.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi insospechado rostro (por Jorge Luis Borges)


Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

martes, 19 de noviembre de 2013

Si pierdo la memoria, qué pureza (por Pere Gimferrer)


Si pierdo la memoria, qué pureza.
En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio último, se extiende y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Qué esperaba el silencio? Príncipes de la tarde, ¿qué palacios
holló mi pie, qué nubes o arrecifes, qué estrellado país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al oído el rumor con que giran los planetas del agua.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Por fin he llegado (por Yehuda Amijai)


Recuerdo un problema en un libro de matemáticas

sobre un tren que sale de un lugar A y otro tren

que sale de un lugar B. ¿Dónde se encontrarán?

Nadie preguntaba nunca qué ocurriría entonces:

¿se detendrían, se cruzarían, chocarían?

Ningún problema hablaba de un hombre que sale de A

y una mujer que sale de B. ¿Dónde se encontrarán,

se encontrarán realmente, y durante cuánto tiempo?

Como en aquel libro de matemáticas: por fin he llegado

a las páginas finales que incluyen las respuestas.

Ahí donde estaba prohibido mirar.

Ahora por fin puedo hacerlo. Ahora compruebo

en qué acerté y en qué estaba equivocado,

y sé lo que hice bien, lo que hice mal,

cuanto ya no podré arreglar.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Mi corazón es un planeta exhausto (por Martín López-Vega)


El mundo, lo sabes, es cada vez más una procesión
de híbridos de muertos y sus fantasmas.
Esta mañana al ver esa pequeña escultura
de la mujer que mira la puesta de sol
(en realidad, un pedazo de madera
mal pintado de amarillo) eras tú de nuevo
quien estaba allí, aquí. Si no le das a tu vida
la pendiente adecuada, decías,
no hay agua que no se estanque.

Sístole y diástole, rotación y traslación:
mi corazón es un planeta exhausto.

No viajo ya por huir de nada ni de mí,
tan sólo para poder así verme desde lejos.
Esta mañana, al mirarme en el espejo
del baño, no me reconocí:
no era un rostro lo que había al otro lado,
sino un paisaje equivocado, como si al salir
de un largo túnel me asomase por fin a la luz
y el lugar no fuese el esperado
e ignorase si tengo tiempo aún para volver
sobre mis pasos y reemprender el camino que buscaba.
En los restos de vaho intento dibujarme.
Un monigote, un pelele sin gesto,
otra cosa no consigo de mí si soy yo quien me dibujo.

Al fin y al cabo, lo trágico sigue siendo lo trágico,
por muy rotos que estén tu Yo y mi Tú.
Tú tienes tu carga y yo tengo mi carga.
¿Por qué nos encontramos hoy en medio
del mercado? ¿Si llevamos tanto tiempo juntos,
por qué ahora? ¿Qué has venido a decirme
o a que te diga? ¿Eres tú la sombra que carga
con mi cadáver o la sombra soy yo?

Cuando era niño, en las manchas de las paredes
veía mapas de islas a las que alguna vez iría:
ahora en cambio reconozco cicatrices
de heridas que ya tuve. Deberíamos
vivir como árboles y, al final,
lo que hacemos con nuestra existencia es
construir una estatua: llegado un momento
nos congelamos en un gesto, y en él nos quedamos
ya de por vida. Nunca como niños
corriendo cuesta abajo.

Hay por todas partes luces de colores y la cerveza es mala,
pero no hay una mujer que no sea hermosa.
Querrías acercarte a una, a cualquiera, pero pesa demasiado
el cadáver que arrastras. Le darías la mano, pero ninguna
de las dos tienes libre; hablarías con ella, pero tú
ya sólo hablas con los muertos. La besarías, pero tus besos
quién te asegura que no sepan a cadáver.

¿Qué hacer cuando alrededor la belleza
abunda de esta manera, y uno no encuentra
lugar en que enterrar a sus muertos en paz
y empezar de una vez la vida nueva?

Ya es de noche, Antígona, desde la ventana
puedo ver los raíles del tranvía y a los jóvenes
que siguen bebiendo en los bares cercanos.
No importa quién seas tú ni quién yo sea.
Salgamos juntos a enterrar a nuestros muertos.
Mañana será domingo, el reloj dará horas que no importen
y el sol de mediodía querrá penetrar
en nosotros a la fuerza, ojos adentro.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Mi mundo privado (por Claudia Masin)


Yo ansié tener un cuerpo que practicara,
como un arte, la ignorancia de sí.
Que cayera rendido con la levedad con que caen
las hojas de los árboles. Cuando fuera inevitable,
nunca antes. Pero de tu cuerpo no deseaba
sino lo que había en él de frágil, de imperfecto:
la cicatriz que te cruzaba el pómulo, las pequeñas
arrugas en la frente. La herida
que te asemejaba a mí. Dos ramitas secas
ante la embestida de la menor brisa,
se quiebran. El camino es interminable, te decía,
da vueltas y vueltas alrededor del mundo
y en alguna de esas vueltas los que estaban
destinados a perderse, se encuentran.

Se dice que a la vera
de cierta ruta que atraviesa el desierto,
es posible hundir una vara en la hierba reseca
y en algún momento brotará el petróleo como un géiser.
Anoche tuve un sueño en el que viajábamos por días
y días para encontrar el yacimiento, a la manera
de los scouts o los cazadores de fortuna
del oeste. Al llegar era de noche,
no había una sola estrella, el pozo
estaba seco. Yo me dormía y te quedabas
al lado mío, cuidando mi sueño. No estabas allí
a la mañana siguiente.
En el sueño, alguien decía:
donde tengas tu tesoro tendrás
tu corazón. Y yo me preguntaba qué pasaría
si tu tesoro se perdiera,
qué pasaría en un juego de cajas chinas
si al llegar a la última,
la que debería contener el objeto precioso,
esa, como todas las otras,
estuviera vacía.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Y la muerte no tendrá dominio (por Dylan Thomas)

Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.

Este personaje (por Ryszard Kapuściński)

Me he alejado tanto de mí mismo
que ya no sé decir nada
sobre mí
ni lo que siento
cuando me mojo bajo la lluvia
ni cuando me convierto
en una brizna de hierba seca
quemada por el sol
no sé encontrarme
a mí mismo
describir a este personaje
nombrarlo
asegurar
que existe

jueves, 14 de noviembre de 2013

Materia arremolinada (por Stathis Intzes)

a

En el principio fue materia arremolinada
como ella manó del nicho
del primer ojo
Después, el alejamiento del alquitrán por un sol

b

En el principio, la mezcla hervida de las venas
como ella maduró en el corazón de las estrellas
haciéndose estrella de nuevo
Luego, las circunstancias favorecieron el nacimiento del destello

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Has venido a salvarme (por Fernando Valverde)


¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?
Bajo el sol de la tarde
que golpea la costa del Pacífico
el agua los engulle como al plomo.

Nada puede salvarlos.

Hay tanta dignidad en el vacío,
tanto amor en sus vuelos,
que en el último instante escogen el silencio.
Sólo queda
el golpe de sus cuerpos contra el agua
como un rumor de viento imperceptible.

Desde esta habitación no puede verse el mar,
no existen altas rocas y no queda horizonte
que no hayan destruido.

No importa,
intuyes un rumor en esta noche negra,
puedes tocar su brazo.

Recordarás entonces, al percibir el frío,
que en otoño ese mar que tanto amas
se vuelve gris y deja
los nombres del pasado escritos en la arena.

Te has sentado a mirarlos.

Frente a ti,
torciendo el horizonte,
un niño se sumerge entre las olas.
El levante, tan cálido y perfecto,
lo traiciona y lo empuja.

Has venido a salvarme.

Tus brazos,
tan frágiles ahora,
cubren el cuerpo de mis nueve años
hasta tocar la orilla.

Es cierto,
desde esta habitación no puede verse el mar
pero tiemblan mis manos igual que aquella tarde.
Ahora cojo las tuyas,
siente cómo te amo,
cómo salvas mi miedo con tus gestos,
cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.

Deja a un lado la carne,
has golpeado tanto tu rostro contra el agua
que la luz se ha quebrado.

No hay estrellas debajo del océano.

Abre los ojos,
es tan ciega la muerte que el temor te confunde.
Abre los ojos,
búscame ahora en medio de este océano,
voy a agarrarte fuerte con mis brazos,
siente cómo te aprieto,
busquemos nuestra orilla,
el mar no ha dibujado nuestros nombres,
es hoy, no somos el pasado,
es salado el sudor,
es la espuma del mar contra las rocas
este miedo en tus labios.

Nos espera la vida.

martes, 12 de noviembre de 2013

Más tarde (por Saiz de Marco)


Y más tarde la muerte legendaria

la conocida

la desconocida

la transparente muerte impenetrable vendrá


Siempre encuentra un modo

una ruta

un destino que termina en nosotros


¿Y cuando venga qué?

¿qué seré luego?

¿seré lo mismo que antes de nacer?


La nada



la nada

la conozco

mi vieja amiga

mi leal compañera


mi casa germinal


mi patria última


pero no

en verdad no sé cómo es

Menos que oscuridad

menos que sueño

menos que silencio

pura inconsciencia

Así de simple y me cuesta entenderlo


Yo ya estuve en la nada

Aquí pasaban cosas

había gente real pero yo no entre ellos

Ni siquiera fui un hueco

ni siquiera una ausencia

Nadie

Nadie


¿Se estaba bien allí?

No sé decirlo

Creo que no me iba mal

No se sufría

allí no se sentía

no se era

Creo que inexistir no era un mal estado


¿Por qué no va a ser fácil volver a lo inerte

ir atrás

hasta el pre-origen?


(una des-reacción

un retro-fenómeno

como el incendio abdica de sus llamas


como los huracanes se disuelven


como el agua del mar vuelve a las nubes

un bucle químico que ahora se cierra)



Y entre tanto en la Tierra

este paraje

este conjunto de seres conscientes del que no seré trozo

ni cuota

permanecerá

¿Qué harán sin mí?

Bah no importa

ya vivieron sin mí muchos milenios sin jamás echarme en falta


Millones de conciencias y ninguna

ninguna de ellas será mi conciencia


¿Des-seré para siempre

un siempre nunca

un nunca eterno

un nunca

nunca

nunca

o me iré para regresar quién sabe cuándo

en qué lugar

dentro de quién

(tal vez una conciencia que me acoja

otra materia viva que me yoe

en otro sitio

en algún universo)

pero sin recordar que antes fui éste?


Y después la no-vida legendaria

la conocida

la desconocida

la familiar

la misteriosa muerte

lunes, 11 de noviembre de 2013

Como este olor (por Juan Ramón Jiménez)

Tiene este libro un olor que me recuerda
el olor que tenía mi madre. Un sosegado
aroma de recato, sin explosión, esencia
íntima de un placer vivo y velado… 

Cuando pasaba ella, lo dejaba tras sí
como una vaga estela de dolor resignado…
¡Domingos de mi vida! ¡Cielo azul de aquel pueblo
que pudo ser la dicha y sólo fue el cansancio! 

¡por mi nostalgia yerma, olor, como mi olor
de lágrima secreta y contenida…!, bálsamo
que al tiempo mismo es recuerdo y pesadumbre;
yo pude haberlo hecho y no lo hice…
¡El llanto no sirve para nada, cuando el remordimiento
no tiene cura, cuando
hay una cosa negra, que pudo ser de oro,
que no se borra, que es, como este olor, amargo!

domingo, 10 de noviembre de 2013

Venga con nosotros, Torre (por Vladimir Mayakovsky)

París,
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
ni un rostro amigo,
hasta el horror,
ni un alma.
A mi alrededor
los autos fantasean una danza.
A mi alrededor,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre Eiffel.
¡Chist...!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedarse aquí,
ocultando sus contornos apollinarios.
No es para usted
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los "poetas".
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos
arrojarán al público
de sus embaldosados vientres.
Y la sangre nueva
lavará las paredes
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sientan mejor a su cara
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Tiene miedo?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos
no es fácil.
Los puentes
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamamiento
se amotinarán los puentes
arrojando a los peatones
con sus toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas
ya no pueden soportar más
este orden de cosas.
Pasarán quince o veinte años,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas,
se lo aseguro,
irán solas
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre, vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros
la cuidaremos
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre
y quedará como el sol.
Deje
que su ciudad
-París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas-
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según los planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo
asome su frente de radio,
para que nuestras estrellas
ante usted se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos
removiendo París
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo
le conseguiré el pasaporte.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Nunca se cansa (por José Mateos)


Nunca estás solo. La muerte te acompaña.
Va contigo a los cines y a los bares
y cuando duermes ella está a tu lado.
Nunca se cansa, como tú te cansas
de amarte, esta leal, esta sumisa
y dura compañera que te dice
en voz baja: "eso es mío". Y tú obedeces,
y le das un amigo o esa tarde
irrepetible de colegio y lluvia,
le das aquéllo que quisiste tanto.
Ella es tu luz y el aire que respiras.
Ella te dicta lo que ahora escribes
Y cuando eres feliz, cuando la olvidas,
cuando dentro de ti ya no la sientes,
sufres. Te costó tanto acostumbrarte
a mirar con sus ojos lo que tiembla
un momento y se apaga, lo que tarde
o temprano será sólo derrota,
sueño y nostalgia suya.
No razones
su último rostro ni le tengas miedo.
Y agradécele ahora esta mañana,
este momento en un hotel vacío
cerca del mar, y el tiempo que te queda.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Como eras antes (por Serguéi Gandlevski)

Aquí viviste en otros tiempos, eras alumna de últimos cursos,
y no hace mucho que voluntariamente has muerto.
Como, probablemente, de mala manera debe hacer tic-tac el silencio,
si a una bella mujer la vida deja de serle grata.
Originario de aquí, de mediana edad, así, tal cual,
en busca del frío que me recorre la espalda visito tu portal.
Y si me lo gasto todo en rosas, las llevo al cementerio,
dejo caer, como es costumbre, una lágrima ebria...
¿No era yo quien trepaba hasta tu ventana por celos, por rencor
por el estruendoso desagüe que se alzaba hacia el cielo?
Qué bueno es ser joven, joven y completamente ebrio entre el humo.


¡Un cuarto de siglo, un cuarto de siglo desde mis estériles hazañas!
Por la voz, por la forma de los ojos más de una vez he creído verte entre la multitud,
siempre me equivocaba, no me equivoco únicamente ahora,
no he oído mal - "muerta". La cabeza me da vueltas.
Jamás me quisiste, pero estabas viva.
¡Quién se pondría en pie, apoyando su cabeza contra el fondo,
haciendo fuerza, para que de golpe la muerte acontezca, sí que salga toda!
¡Hay que resucitar, pues resucitemos! Se yerguen mi padre y mi madre.
El amigo Soprovsky vuelve a la vida, incita a empinar el codo.
Tomamos "andropovka", el primer trago es como una estaca como
un nudo en la garganta, como el estilo de Slutski y como el verso de una chastushka.

Así, borrachos de felicidad, por la muerte curtidos,
en el noticiario en blanco y negro vuelven de la guerra.
Se acrecienta el traqueteo de ruedas y el alma se lanza a la calle sin mirar atrás.
En la estación tocan una marcha — la música cegada por las lágrimas.
Y aquí estás tú - una de ellos. Por un instante nos ves a los dos,
envías a freír espárragos a quienes te idolatramos.
Te veo a través del tumulto como eras antes, la de nadie,
en silencio, marchando directamente hacia tu juventud.
Pues bien, vete, vete. Todo lo malo queda atrás.
Y a partir de ahora, cabe pensar que todo lo bueno está por venir.
Como en otros tiempos ponte al lado de la ventana de la escuela.
Tu nombre y apellido de soltera los pronunciará el silencio.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Acaso te soñé? (por Sergei Yesenin)


No me arrepiento, no llamo, no lloro,
todo pasará como del manzano blanco el humo.
Envuelto en el oro del otoño
ya no volveré a ser joven.

Ya no palpitarás tan fuerte,
corazón helado por el frío,
y el país de tela de abedul
no me tentará caminar descalzo.

Espíritu errante: cada vez menos
enciendes la llama de mi boca.
¡Ay de mi frescor perdido,
ímpetu de los ojos y raudal de pasiones!

Ahora soy más parco en deseos.
Vida mía, ¿acaso te soñé?
Que una sonora mañana de primavera
pasé al trote en un caballo rosado.

En el mundo todos somos mortales,
los arces derraman callados el bronce de las hojas...
Sea eternamente bendito
lo que viene a florecer y a caducar.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Un cuerpo errante (por Clara Janés)


transparente
a espacio y tiempo
entran en mí
las constelaciones todas
el itinerario de los astros
los movimientos de la luna
y su mirada me conforma más allá
y soy también
un cuerpo errante
perdido
en la oscuridad

martes, 5 de noviembre de 2013

Con saliva amarga (por David Ledesma)


Hablo de la nostalgia que camina
como perro callado, en derredor,
con su pelambre espesa de recuerdos.
Y el rabo entre las patas. Desolado.

Lily era una niña mitad ángel;
la otra mitad, caricia.
Pegada de su nombre con resina
de viajes. De olvidos charcos de agua.
Detrás de su mirada chapoteaban
pececillos inquietos. Y garuaba
sobre su corazón una ternura
siempre a punto de brisa. De esfumarse.
Ella me amaba. Pude amarla.

Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos suelas y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciarla.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
Y llueve en la ventana. Y en los ojos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sin ti no puedo (por Rodrigo Manzuco)


Quizá lo sabes pero no lo entiendes,
ni puedes entenderlo,
porque en el fondo no me quieres tanto
como yo, pero tú...
quiero decir que yo
a ti, tú te...
Me estoy
perdón
haciendo un lío...
Lo que quiero
decir
es que yo
ya
te
necesito;
sin ti no puedo
ser
ya
yo. Tú

no puedes entenderlo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

En las hondas barrancas (por Halina Poswiatowska)


Hay tierra entera de la soledad
y sólo un surco
el de tu sonrisa

Hay mar entero de la soledad
el ave perdida de tu ternura
vuela sobre él

Hay cielo entero de la soledad
y sólo un ángel cuyas alas
pesan tan poco como tus palabras

Nosotros parimos a los machos con manos de hierro
sin sonrisa pero con dolor
y con su tierra - oliendo
a hierba cortada bajo el sol de julio

En las hondas barrancas de nuestras entrañas
hay nidos de musgo y picos hambrientos
allí se hace cuerpo el misterio de la vida
se sobreponen las capas de la prehistoria
sin que las mencionen las memorias del mundo

Por encima de nuestras frentes vuelan
los renacimientos en nuestros ojos
se arrodillan los pensamientos medievos
nosotras - Marías sumisas aceptamos humildemente
la sed de nuestras entrañas, el destino de nuestros brazos

sábado, 2 de noviembre de 2013

Vigías del mundo (por Czeslaw Milosz)


Nubes, terribles nubes mías,
cómo palpita el corazón, qué tristeza y pena de la
tierra,
cúmulos blancos y callados
que miro al amanecer con ojos llenos de lágrimas,
sé que en mí el deseo y la soberbia
y la crueldad, y un grano de desdén,
preparan el lecho para un sueño muerto
y los más bellos tintes de mis mentiras
ocultan la verdad. Bajo entonces la vista
y siento traspasarme un vendaval
árido, ardiente. ¡Oh, qué terribles sois,
vigías del mundo, nubes! Quiero
dormir, que la piadosa noche me cubra.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Como una helada (por Claudia Masín)


Quien fue dañado lleva consigo ese daño,

como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar

sobre aquel que se acerque demasiado. Somos

inocentes ante esto, como es inocente una helada

cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,

su necesidad de caer, había esperado

-formándose lentamente en el cielo,

en el centro de un silencio que no podemos concebir-

su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías

vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,

aunque en ese rapto destroces la tierra,

las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,

en el trabajo de mantener el mundo a salvo,

durante largas estaciones en las que el tiempo se divide

entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza

que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces

que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,

porque lo que nos damos los unos a los otros,

aun el terror o la tristeza,

viene del mismo deseo: curar y ser curados.