domingo, 10 de noviembre de 2013
Venga con nosotros, Torre (por Vladimir Mayakovsky)
París,
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
ni un rostro amigo,
hasta el horror,
ni un alma.
A mi alrededor
los autos fantasean una danza.
A mi alrededor,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre Eiffel.
¡Chist...!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedarse aquí,
ocultando sus contornos apollinarios.
No es para usted
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los "poetas".
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos
arrojarán al público
de sus embaldosados vientres.
Y la sangre nueva
lavará las paredes
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sientan mejor a su cara
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Tiene miedo?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos
no es fácil.
Los puentes
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamamiento
se amotinarán los puentes
arrojando a los peatones
con sus toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas
ya no pueden soportar más
este orden de cosas.
Pasarán quince o veinte años,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas,
se lo aseguro,
irán solas
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre, vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros
la cuidaremos
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre
y quedará como el sol.
Deje
que su ciudad
-París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas-
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según los planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo
asome su frente de radio,
para que nuestras estrellas
ante usted se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos
removiendo París
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo
le conseguiré el pasaporte.
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
ni un rostro amigo,
hasta el horror,
ni un alma.
A mi alrededor
los autos fantasean una danza.
A mi alrededor,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre Eiffel.
¡Chist...!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedarse aquí,
ocultando sus contornos apollinarios.
No es para usted
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los "poetas".
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos
arrojarán al público
de sus embaldosados vientres.
Y la sangre nueva
lavará las paredes
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sientan mejor a su cara
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Tiene miedo?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos
no es fácil.
Los puentes
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamamiento
se amotinarán los puentes
arrojando a los peatones
con sus toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas
ya no pueden soportar más
este orden de cosas.
Pasarán quince o veinte años,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas,
se lo aseguro,
irán solas
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre, vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros
la cuidaremos
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre
y quedará como el sol.
Deje
que su ciudad
-París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas-
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según los planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo
asome su frente de radio,
para que nuestras estrellas
ante usted se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos
removiendo París
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo
le conseguiré el pasaporte.
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5 comentarios:
Poeta revolucionario. Al final lo que se movió y cayó fue el muro. Pero la historia no ha terminado.
Sí, parece que los escombros del muro acabaron por enterrarnos a nosotros. El "Muro de la vergüenza", lo llamaban los ilusos...
Pero caído el Muro, la desvergüenza embalsada se derramó como un tsunami sobre los que festejaban aquella demolición: vivimos en el lodo y ya es tarde para detener la piqueta "liberadora.
Haberlo previsto.
No te acerques a un toro por delante, a un caballo por detrás, y a un tonto por ningún lado.
(proverbio palestino).
La labranza no tiene acabanza.
Desde el pasado
estrellas extinguidas
siguen luciendo.
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