zUmO dE pOeSíA

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jueves, 26 de diciembre de 2019



zUmO dE pOeSíA volverá a publicar entradas nuevas a partir de enero de 2020.


¡ Feliz 2020 a tod@s !

(y buena suerte también, para tod@s, en la década que empieza)

martes, 24 de diciembre de 2019

Natividad (por José Watanabe)


Ésta es tu patria, hijo mío,
un establo donde tu madre
ya duerme
de regreso a nuestra especie:
hasta ahora
ella era un animal mítico: el vientre
avanzado
y habitado
por Ti, entonces voraz nonato,
que le consumías hasta los huesos.

Tengo ya muchos años y he visto
de todo. Sin embargo,
me sobrecoge mirarte, mi recién nacido:
a pesar de las madres
todo niño está abandonado
sobre la vastedad de una tierra callada.

Tu madre,
muchacha todavía sorprendida
por Ti, no cantó
una canción de cuna. Mirándote
sólo murmuró inacabablemente:

-Es espantoso esperar de Él
lo que esperan.


lunes, 23 de diciembre de 2019

Nombres que revolotean (por Hamutal Bar Josef)


Nombres y más nombres multiplicados, triturados, melodiosos,
quien los pronuncia relincha como un caballo que llora en sueños.
Nombres de calles, compañeros de escuela y sus hermanas,
quien los pronuncia penetra en el espacio del clamor.
Nombres que revolotean por el aire y cantan con rara insistencia,
como preservando un sitio prohibido,
más allá de la risa y el llanto –
Así sonaban las conversaciones de mis padres con sus paisanos
acerca de lo que fue.


domingo, 22 de diciembre de 2019

Dentro de aquellos rostros (por Walt Whitman)


Observa a través de ti mismo y te verás igual a los demás,

a través de las risas, la danza, en el almuerzo, en la cena de la gente,

entre los vestidos y los adornos, dentro de aquellos rostros lavados y acicalados,

observa el silente secreto de repudio y desesperación.


Ni al esposo, ni a la esposa ni al amigo confiamos la confesión,

otro yo, un duplicado de cada quien, escondiéndose a hurtadillas discurre,

informe y desprovisto de palabra atraviesa las calles de la ciudad, culto y ecuánime en los salones,

en los vagones de ferrocarril, en los barcos a vapor, en la plaza pública,

hogar para las casas de hombres y mujeres, en la mesa, en la habitación, en todas partes,

vedlo sagazmente vestido, sonriendo solapadamente, muy erguido, con la muerte bajo el esternón, y el infierno bajo el cráneo,

bajo la capa y los guantes, bajo las cintas y las flores artificiales,

respetuoso de las costumbres, sin decir una palabra sobre sí mismo,

hablando de cualquier otra cosa salvo de sí mismo. 


sábado, 21 de diciembre de 2019

Trastero (por Mary Oliver)


Cuando me mudaba de una casa a otra

había muchas cosas para las que no tenía espacio.

¿Qué podía hacer? Alquilé un trastero.

Y lo llené. Los años pasaron.

De vez en cuando iba allí y miraba,

sin que nada ocurriera,

ni una sola punzada en el corazón.

Cuantos más años cumplía, las cosas que me importaban

eran cada vez menos, pero más importantes.

Así que un día rompí el candado

y llamé al basurero.

Se lo llevó todo.

Me sentí como el burrito

al que finalmente le quitan la carga de encima.

¡Cosas!

¡Quémalas, quémalas!

¡Haz un hermoso fuego!

¡Habrá más espacio en tu corazón para el amor,

para los árboles!

Para los pájaros que nada poseen,

que es la razón por la que pueden volar.


viernes, 20 de diciembre de 2019

Es abajo o arriba (por Raquel Jaduszliwer)


Me decías, siempre está amaneciendo, siempre está atardeciendo
hay una luz que avanza, que avanza y se retira
es que en su doble fondo ¿lo ves? de manera indistinta
es de noche o de día, es abajo o arriba, pero siempre
siempre, en su pliegue recóndito se agolparán los huérfanos.
Todo eso decías, hijo del castigado, padre de la desdicha
todo eso decías, todo eso decías: el esplendor humano
es de dolor y brilla.


jueves, 19 de diciembre de 2019

Y aún sigue siendo así (por Peter Handke)


Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera cascada,
y este charco el mar.

Cuando el niño era niño
no sabía que era un niño;
todo para él tenía alma
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño
no tenía opiniones sobre nada,
no tenía costumbres,
se sentaba con las piernas cruzadas,
echaba a correr de repente,
tenía un remolino en el pelo
y no posaba cuando le hacían fotos.

Cuando el niño era niño
fue el tiempo de preguntas como estas:
¿Por qué soy yo y por qué no soy tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde acaba el espacio?
¿No es esta vida bajo el sol un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es la apariencia de un mundo que oculta otro mundo?
¿Existe realmente el mal, y gente
mala de verdad?
¿Cómo es posible que yo, el que soy,
no existiera antes de existir,
y que un día yo, el que soy,
deje de ser este que soy?

Cuando el niño era niño
le daban asco las espinacas, los guisantes, el arroz con leche
y la coliflor cocida,
pero ahora come todo eso y no por obligación.

Cuando el niño era niño
despertó un día en una cama extraña
y ahora le sucede a menudo,
muchas personas le parecían hermosas
y ahora es un hecho excepcional,
podía imaginarse claramente el paraíso
y ahora a lo sumo puede intuirlo,
no podía concebir la nada
y hoy tiembla ante ella.

Cuando el niño era niño
jugaba ensimismado,
y ahora se entrega a las cosas como entonces, pero solo
si esas cosas son su trabajo.

Cuando el niño era niño
se conformaba con una manzana y pan,
y aún sigue siendo así.

Cuando el niño era niño
las moras le caían en la mano como solo las moras caen
y así es todavía,
las nueces crudas le dejaban la lengua áspera
y así es todavía,
sentía en cada montaña
el deseo de una montaña cada vez más alta
y en cada ciudad
el deseo de una ciudad más grande,
y todavía es así,
cogía las cerezas de la copa del árbol emocionado
como hace hoy todavía,
sentía timidez ante los extraños
y la siente todavía,
esperaba la primera nevada
y la sigue esperando todavía.

Cuando el niño era niño
tiró un palo como si fuera una lanza contra el árbol;
y ahí está, vibrando todavía.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

Por qué no ahora (por Anna Ajmátova)


Vendrás de todos modos. ¿Por qué no ahora?
Cuánto he esperado. Vienen los malos tiempos.
He apagado la luz y abierto la puerta
para ti, porque eres mágica y sencilla.
Asume, por tanto, la forma que más te plazca,
apunta y dispárame un tiro envenenado,
o estrangúlame como un eficiente asesino,
o bien inféctame —el tifo sería mi suerte—,
o irrumpe del cuento de hadas que escribiste,
aquel que estamos cansados de oír día y noche,
en que los guardias azules trepan las escaleras
guiados por el conserje, pálido de miedo.
Todo me da lo mismo. El Yenisei se arremolina,
la Estrella del Norte brilla como brillará siempre,
y el destello azul de los ojos de mi amado
está oscurecido por el horror final.


martes, 17 de diciembre de 2019

"Nunca" es una medida sin medida (por Isidro Saiz de Marco)


muere mi padre y ya no vuelve Nunca

ya Nunca oigo la voz de la tía Emilia

Nunca más don José

Nunca más Santi

No me despierta Nunca la perra de mi infancia

Tras llevarlo al desguace no volví a conducir Nunca ese coche

Nunca más me pondré las botas de montaña que tanto me han servido y tiro al vertedero porque se desgastaron

no sabré Nunca lo que el velo oscurece, la verdad escondida detrás de la apariencia

(si alguien lee esto, que añada algunas de sus propias nunquidades)

Nunca es Nunca

y es Nunca

y es Nunca Nunca Nunca

Nunca es pequeño como una hormiguita

Nunca es menos que algo

Nunca viene a ser nada

Nunca no se ve, Nunca no se toca, pero ninguna cosa es más larga que Nunca

el pasillo de Nunca no sabe de paredes

Nunca no tiene luego ni después

no hay horas ni minutos ni segundos de Nunca

para Nunca no hay siglos ni milenios

qué raro aplicar Nunca a seres de aquí abajo

Nunca es una medida sin medida

en vano imaginamos el tamaño de Nunca

Nunca no cabe en todo el universo


lunes, 16 de diciembre de 2019

En la noche (por Robert Desnos)


En la noche están naturalmente las siete maravillas del mundo y la grandeza
y lo trágico y el encanto.
Los bosques se tropiezan confusamente con las criaturas legendarias
escondidas en los matorrales.
Estás tú.
En la noche están los pasos del paseante y los del asesino y los del guardia urbano
y la luz del farol y la linterna del trapero.
Estás tú.
En la noche pasan los trenes y los barcos y el espejismo de los países donde es de día.
Los últimos alientos del crepúsculo y los primeros estremecimientos del alba.
Estás tú.
Un aire de piano, el estallido de una voz.
Un portazo. Un reloj.
Y no solamente los seres y las cosas y los ruidos materiales.
Sino también yo que me persigo o sin cesar me adelanto.
Estás tú la inmolada, tú la que espero.
A veces extrañas figuras nacen en el momento del sueño y desaparecen.
Cuando cierro los ojos, las floraciones fosforescentes aparecen y se marchitan
y renacen como fuego de artificios carnosos.
Países desconocidos que recorro en compañía de criaturas.
Estás tú sin duda, oh bella y discreta espía.
Y el alma palpable de la extensión.
Y los perfumes del cielo y de las estrellas y el canto del gallo de hace 2000 años
y el grito del pavo real en los parques en llamas y besos.
Manos que se aprietan siniestramente en una luz descolorida y ejes que chirrían
sobre los caminos de espanto.
Estás tú sin duda a quien no conozco, a quien conozco al contrario.
Pero que, presente en mis sueños, te obstinas en dejarte adivinar en ellos sin aparecer.
Tú que permaneces inasible en la realidad y en el sueño.
Tú que me perteneces por mi voluntad de poseerte en ilusión pero que no acercas tu rostro
sino cuando mis ojos se cierran tanto al sueño como a la realidad.
Tú que en despecho de una retórica fácil donde la ola muere en la playa,
donde la corneja vuela entre las fábricas en ruinas, donde la madera se pudre crujiendo
bajo un sol de plomo.
Tú que estás en la base de mis sueños y que sacudes mi alma llena de metamorfosis
y que me dejas tu guante cuando beso tu mano.
En la noche están las estrellas y el movimiento tenebroso del mar, de los ríos, de los bosques,
de las ciudades, de las hierbas, de los pulmones de millones y millones de seres.
En la noche están las maravillas del mundo.
En la noche no están los ángeles guardianes, pero está el sueño.
En la noche estás tú.
En el día también.


domingo, 15 de diciembre de 2019

Hay un tigre encerrado (por Eduardo Lizalde)


Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.

No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.

Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.


sábado, 14 de diciembre de 2019

Qué extraña se ha vuelto la existencia (por Antonio Gamoneda)


Oigo tu llanto.

Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmóviles, 

pero no estás: sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños. 

¿Todo en mí es ya desaparición?

No aún. Más allá del silencio,
oigo otra vez tu llanto.

Qué extraña se ha vuelto la existencia:

tú sonríes en el pasado

y yo sé que vivo porque te oigo llorar.


viernes, 13 de diciembre de 2019

Sótano de la casa principal (por Mariana Camelio)


hay zorros que viven debajo de esta casa
su asentamiento siempre ha sido radial y concéntrico
todo túnel me lo aprendí de memoria
el ejercicio de dibujar la isla boca abajo
hizo aparecer en el papel un trazado perfecto
de crujires soterrados nocturnos

allí aparecieron también
manchas de musgo que esconden quemaduras
zorros que duermen en esas manchas tibias
sueños de árboles corteza fotosensible
que imprime caras cuyos nombres
y genealogía no recuerdo

en el verano vimos pájaros de muchas especies
pero todos de un gris ceniciento
la laguna a medio congelar tiene unos surcos azules y otros verdes
nada entiendo yo de crujires pero con la lluvia
en cada uno de esos huecos
crecerían líquenes amarillos:
durante todos los tiempos en los barcos
se han visto fuegos en la punta de los mástiles
durante la tempestad se les ha considerado siempre
un signo de protección


jueves, 12 de diciembre de 2019

Mi patria (por Joaquín Sabina)


El moño, las pestañas, las pupilas,
el peroné, la tibia, las narices,
la frente, los tobillos, las axilas,
el menisco, la aorta, las varices.

La garganta, los párpados, las cejas,
las plantas de los pies, la comisura,
los cabellos, el coxis, las orejas,
los nervios, la matriz, la dentadura.

Las encías, las nalgas, los tendones,
la rabadilla, el vientre, las costillas,
los húmeros, el pubis, los talones.

La clavícula, el cráneo, la papada,
el clítoris, el alma, las cosquillas:
esa es mi patria, alrededor no hay nada.


miércoles, 11 de diciembre de 2019

Verme desde fuera (por Fernando Pessoa)


Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.

Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, a efectos de los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.

Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena.

No he conseguido nunca verme desde fuera.

No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos.

Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento.

Si yo fuese actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la casa de muros altos de mi conciencia de mí.

No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.

La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos.

Y todo me parece, si medito de más, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.

Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia.

Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.



martes, 10 de diciembre de 2019

Quién conduce las dóciles esferas (por Emily Dickinson)


Tráeme el atardecer en una copa,
examina los frascos de la mañana
y dime cuánto rocío hay;
y dime hasta dónde se movió la mañana,
dime a qué hora duerme el tejedor
que urdió la amplitud del azul.

Consígname cuántas notas componen
el nuevo éxtasis del petirrojo
entre las ramas asombradas;
cuántos viajes emprende la tortuga;
cuántas copas comparten las abejas,
libertinas del rocío.

Y también, quién alzó los pilares del arco iris,
y quién conduce las dóciles esferas
con cuerdas de azul flexible.
Qué dedos sujetan las estalactitas;
quién lleva las cuentas de la noche,
para saber si alguno queda en deuda.

Quién construyó esta cabaña
y cerró sus ventanas de tal modo
que mi espíritu no es capaz de ver.
Quién me permitirá salir, algún día de fiesta,
breve pompa,
con aparejos de vuelo.


lunes, 9 de diciembre de 2019

Ansia de perderme (por César Vallejo)


Quiero perderme por falta de caminos. Siento el ansia de perderme definitivamente, no ya en el mundo ni en la moral, sino en la vida y por obra de la vida. Odio las calles y los senderos que no permiten perderse. La ciudad y el campo son así. No es posible en ellos la pérdida, que no la perdición, de un espíritu. En el campo y en la ciudad se está demasiado asistido de rutas, flechas y señales para poder perderse. Uno está allí indefectiblemente situado. Al revés de lo que le ocurrió a Wilde la mañana que iba a morir en París, a mí me ocurre en la ciudad amanecer siempre rodeado de todo, del peine, de la pastilla de jabón, de todo. Amanezco en el mundo y con el mundo, en mí mismo y conmigo mismo. Llamo e inevitablemente me contestan y se oye mi llamada. Salgo a la calle y hay calle. Me echo a pensar y hay pensamiento. Esto es desesperante.


domingo, 8 de diciembre de 2019

El sótano de la memoria (por Anna Ajmátova)


Es absurdo vivir angustiada

y acosada por los recuerdos.

No visito a menudo la memoria,

pero ella siempre viene a sorprenderme.

Si con una linterna bajo al sótano

me parece oír cómo retumba

un terremoto en la estrecha escalera.

La interna se apaga, no puedo volver,

y sé que voy directa al enemigo.

Pido clemencia… pero allí

todo está oscuro y quieto. Ya se acabó mi fiesta.

Hace treinta años que las damas despidieron

a aquel pillo que murió de viejo…

Lástima, he llegado tarde.

Se me ha prohibido aparecer en ningún sitio.

Pero toco las capas de pintura en la pared

y me caliento junto a la chimenea. Qué milagro.

A través del moho, del aire enrarecido y del hedor

brillan dos verdes esmeraldas.

Maúlla el gato. Vamos a casa.


Pero ¿dónde está mi casa y dónde mi razón?


sábado, 7 de diciembre de 2019

Aceptación (por Robert Frost)


Cuando el sol exhausto arroja sus rayos a las nubes
y se hunde ardiente en el golfo que hay debajo,
no se oye una voz de la naturaleza que lance un grito
ante ese suceso. Al menos los pájaros han de saber
que el firmamento se vuelve oscuro.
Murmurando algo quedo en su pecho
un pájaro empieza a cerrar los ojos descoloridos;
o sorprendido demasiado lejos de su nido,
apresurándose a poca altura de la arboleda, uno que andaba perdido
se precipita, justo a tiempo, al árbol que recuerda.
A lo sumo piensa o gorjea suavemente: "¡A salvo!
y que ahora la noche se me haga del todo negra.
Que la noche me resulte demasiado oscura para ver
el futuro. Que lo que haya de ser, sea".



viernes, 6 de diciembre de 2019

Nunca desayunaré en Tiffany (por Manuel Vázquez Montalbán)


Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizá
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el juke-box
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornerá...
y quizá todo sea mejor así, esperando
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.


jueves, 5 de diciembre de 2019

Llámame ayer (por Abelardo Linares)


Pues mañana no existe y todo es noche,
llámame ayer.
Camareros de punta en blanco,
agilísimos,
recorren la tierra
como si fuera una gran, única sala
y llegan hasta mí para decirme
en Bogotá o Los Ángeles
que tú estás al teléfono,
no ahora,
sino hace un mes o un siglo,
buscándome hacia atrás,
hacia lo más adentro de todas las edades
y que me esperas
en un ayer, que es ya, de tan lejano,
la aurora del mundo.
Lo que escucho,
mezclados con tu voz,
no son interferencias o ruidos de la línea
sino cercanos
bramidos de dinosaurios,
que nos hacen tan jóvenes,
tan jóvenes,
que nuestro futuro es regresar al mar,
que nos nazcan aletas en el cuerpo,
con nostalgia de brazos,
y que el sabor salino de mis labios
no sea el de tus lágrimas
sino el del agua
salada en la que naceremos.
Hacia atrás, hacia atrás,
hasta fundirnos en la primera célula.

Y sea ese final
nuevo principio que dé razón del mundo.



miércoles, 4 de diciembre de 2019

PO-8761-BJ (por Miguel d' Ors)


Ya no puedes más… Llegó
la hora de la despedida.
«Cómo se pasa la vida…»
Pronto caeré también yo.

Pero ahora que tú te quedas,
unos trozos de mi historia
-kilómetros de memoria-
quedan también en tus ruedas

No voy a olvidarte. Espero
que no se ofenda el Buen Dios
si al entregarte al desguace,

incansable compañero,
acompaño yo mi adiós
con un Requiescat in pace.


martes, 3 de diciembre de 2019

Yo araño las heladas paredes de tu ausencia (por José Ángel Valente)


Tú duermes en tu noche sumergido. 
Estás en paz. 
Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, 
los muros no agrietados por el tiempo 
que no puede durar bajo tus párpados. 
Ceniza tú. Yo sangre. 
Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. 
Tú ya no eres ni siquiera tú. 
Yo, tu vacío. 
Memoria yo de ti, tenue, lejano, 
que no podrás ya nunca recordarme.


lunes, 2 de diciembre de 2019

Busquémolos (por Isidro Saiz de Marco)


Puede que haya gomas para borrar la memoria dañina

lo sucio

lo nocivo

la bruma en la mirada

los laberintos sin techo ni paredes

Puede que haya zapatos de pisar el pasado que irrumpe

que quiere a toda costa seguir siendo presente

la traición a ti mismo

las autocárceles

la ubicua y persistente piedra en que tropezar

Puede que haya escobas de barrer lo inhóspito de dentro

los suelos quebradizos

las cuentas insaldables

lo que muerde y remuerde y rerremuerde

Puede que haya tijeras de cortar y podar lo que nos sobra

Busquémolos

busquémolas

porque puede que sí

puede que en algún sitio haya de eso


domingo, 1 de diciembre de 2019

Amapolas en julio (por Sylvia Plath)


Pequeñas amapolas, llamitas del infierno,
¿no causáis daño?

Parpadeáis. No puedo tocaros.
Pongo las manos entre las llamas. Nada arde.

Y me agota miraros
parpadear así, arrugadas, rojo claro, como la piel
de una boca.

Una boca recién ensangrentada.
¡Pequeñas malditas faldas!

Hay vahos que no puedo tocar.
¿Dónde están vuestros opios, vuestras cápsulas
nauseabundas?

¡Si yo pudiera sangrar o dormir!
¡Si mi boca pudiera casarse con una herida como ésa!

o vuestros licores se filtrasen en mí, en esta cápsula
de vidrio,
para dejarme abotargada y quieta.

Pero descolorida. Descolorida.


sábado, 30 de noviembre de 2019

Un boomerang (por Paul Celan)


Por las vías del aliento,
así va errante, lo en alas
poderoso, lo
verdadero. Por
estelares
órbitas, por astillas
de mundos besado, por granos
de tiempo graneado, por polvo de tiempo, con-
huerfanándose
con vosotros,
piedrecitas, de-
crecido,
disminuido, destruido,
disipado y dislocado,
rima de sí mismo,
así viene
volando, así vuelve
de nuevo y al hogar,
para detenerse el tiempo
de un latido de corazón, de un milenio como
única aguja en el redondel
que un alma,
que su alma
describió,
que cifra un alma.



viernes, 29 de noviembre de 2019

En nuestra sangre (por Mary Elizabeth Counselman)


Hay un sonido metálico, de gongs, en mis oídos,
un toque de loto en la punta de mis dedos.
Ojos oscuros y sesgados miran tras de mí;
y acentos desconocidos tiemblan en mis labios.
Los latidos de mi corazón se aceleran
al son de una música extraña, quejumbrosa, sin melodía.
A veces anhelo los campos de arroz,
ver el maíz familiar debajo de la luna.
¿Qué eco pagano hay en nuestra sangre?
¿Qué padre olvidado me legó el recuerdo
de puentes arqueados sobre un arroyo cansado
con flores de cerezo?
La sangre del hombre blanco fluye rojiza en mis venas;
mis padres sajones conocían este lugar sajón.
Sin embargo, ¿qué es esta indefinida forma que veo?
Una brizna de humo oscurece el rostro.


jueves, 28 de noviembre de 2019

Hay ganas de no tener ganas (por César Vallejo)


Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse,

y hay ganas de morir, combatido por dos

aguas encontradas que jamás han de istmarse.


Hay ganas: de un gran beso que amortaje a la Vida,

que acaba en el áfrica de una agonía ardiente,

suicida!


Hay ganas de... no tener ganas. Señor;

a ti yo te señalo. con el dedo deicida:

hay ganas de no haber tenido corazón.


La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,

curvado en tiempo, se repite, y pasa: pasa:

a cuestas con la espina dorsal del Universo.


Cuando las sienes tocan su lúgubre tambor,

cuando me duele el sueño grabado en un puñal,

¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!


miércoles, 27 de noviembre de 2019

Esta vida que nunca llegué a interpretar (por Pere Gimferrer)


Morir serenamente como nunca he vivido
y ver pasar los coches como en una pantalla
y las canciones lentas de Nat King Cole
un saxofón un piano los atardeceres en las terrazas bajo los
parasoles
esta vida que nunca llegué a interpretar
el viento en los pasillos las ventanas abiertas todo es blanco
como en una clínica
todo disuelto como una cápsula de cianuro en la oscuridad
Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves de colores anidan


martes, 26 de noviembre de 2019

Y se convierte en otro (por Jaime Augusto Shelley)


Uno es lo que es

a partir de lo que siente, piensa y hace.

Pero uno hace, sin sentir, lo que cree, es y vive.

Uno se equivoca, miente

y destruye el amor, por fuerza.


Por miedo, uno deja de ser y se convierte en otro.

Y muere en el trayecto

por no dejar de seguir siendo.


Se asesina, en ocasiones, con gestos y miradas.

También, en el esfuerzo acumulado,

la simple negación

de un saludo, tono de voz

o ayuno de la piel

y peor, de la saliva.


Uno deja de ser de muchos modos.

La mayor de las veces, por miedo

a encontrarse o a perderse.

Puro y exacto, nunca se es.


Hay principios fortuitos, miríadas de tiempo

y polen de impulsos que abren caminos.


Senderos atrás y avenidas que desembocan

en dos, tres, el mundo y la vida.


Antes de llegar a donde iba,

uno es y no es, de muchos modos.



lunes, 25 de noviembre de 2019

El otro sol (por Óscar Hahn)


En el invierno de Iowa
todos los árboles son almendros

hasta que sale el sol
y derrite sus pétalos de nieve

Entonces sueñan con la primavera
que cubrirá de flores sus ramas

Olvidan que detrás de los montes
se esconde el otro sol

que derrite las flores los árboles los pájaros
y las cuatro estaciones


domingo, 24 de noviembre de 2019

El perro de nadie (por Charles Bukowski)


Anoche vi a un vagabundo.

la forma en que caminaba el viejo perro

moteado y despeluchado

por el callejón de nadie

el perro de nadie...

entre botellas de vodka vacías

entre botes de crema de cacahuete

entre cables cargados de electricidad

y los pájaros durmiendo en cualquier parte,

callejón abajo iba él.

el perro de nadie

sorteando todo aquello,

valiente como un ejército.


sábado, 23 de noviembre de 2019

Se ha engañado (por Joan Margarit)


Ha apoyado la frente en el cristal
frío, empañado, con trasluz de invierno.
Escribe el nombre de ella y, a través
de las líneas que traza con el dedo,
la ha visto en un paraje solitario
con el mar y las rocas en la noche.
Al fondo, las estrellas: de pronto, las gaviotas
alzan el vuelo como un resplandor
al paso de un falucho. Se ha engañado:
detrás de la ventana hay una calle
que el alba hace más triste, sin un alma,
con coches aparcados.
Tras las líneas comienza a amanecer:
el sol naciente borrará ese nombre
en la escarcha rosada del cristal.



viernes, 22 de noviembre de 2019

Soy tu propio dolor (por Luis Rosales)


La tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz; entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol; la tierra huele,
empieza a oler; las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo;
la sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
un tren, que acaso vuelve, mientras dices:
Soy tu propio dolor, déjame amarte.


jueves, 21 de noviembre de 2019

En el camino (por Walt Whitman)


La tierra se extiende a izquierda y derecha,

el retrato viviente, cada parte bajo su mejor luz,

la música cerniéndose allí donde es querida, y acallándose donde no,

la voz alegre del camino abierto, el fresco y gozoso sentimiento del camino.


Oh, calzada que recorro, ¿me dices “no me dejes”?

¿Dices “no te aventures, si me dejas estarás perdido”?

¿Dices “estoy preparado, bien apisonado y sin ninguna tacha, únete a mí”?


Oh, camino abierto –te respondo–: no me asusta dejarte, aunque te quiera,

tú me expresas mejor de lo que yo puedo expresarme,

tú serás para mí más que mi poema.


Creo que todos los actos heroicos fueron concebidos a cielo abierto, y también todos los poemas libres,

creo que podría pararme aquí y obrar milagros,

creo que me gustará cualquier cosa que pueda conocer en el camino, y a quienquiera que me observe le gustaré,

creo que aquellos a quienes mire serán felices.


A partir de ahora, me proclamo exento de límites y de líneas imaginarias,

voy donde me apetezca, soy absolutamente mi propio amo.

Escuchando a otros, sopesando bien lo que digan,

deteniéndome, investigando, aceptando, contemplando,

tranquilamente, pero con voluntad incuestionable, despojándome de cuantas ataduras me sujeten.


Inhalo bocanadas de espacio,

son míos el este y el oeste, y el norte y el sur son míos.


Soy mayor, soy mejor de lo que pensaba,

no sabía que guardaba en mí tanta bondad.


Todo me parece hermoso,

puedo repetirlo una y otra vez a los hombres y las mujeres: me habéis hecho tanto bien, que yo os haré lo mismo,

haré acopio para mí y para vosotros mientras viajo,

me dispersaré entre hombres y mujeres mientras viajo,

lanzaré entre ellos un nuevo júbilo y un nuevo vigor,

quienquiera que me niegue no me perturbará,

quienquiera que me acepte -él o ella- será bendecido y me bendecirá.


Diez años después...


HOY 

21 de NOVIEMBRE de 2019 

ZuMo De PoEsÍa 

CUMPLE 




DIEZ AÑOS



¡¡¡ GRACIAS A TOD@S !!!





miércoles, 20 de noviembre de 2019

En tus manitas cruzadas (por Mervyn Peake)


Si fuera granjero te llamaría plaga
pues serías el villano de mi siembra
y roerías mis ganancias, pero no soy granjero
sino el que cruza sus campos
y cuando me encontré tu cuerpo tieso
yaciendo solo y escarchado, las bolas de tus ojos
vidriosos y tus patitas delanteras así suplicantes
cruzadas en tu pecho y rosadas como dedos humanos,
y cuando vi tu mortandad en la congelada
luz de una mañana de invierno, yo, deshumanamente,
desgranjeramente, y sobre todo, imprácticamente,
sentí que también las ratas tienen derecho a vivir
y supe que había belleza en tu cuerpo
espolvoreado con resplandecientes perlas de una escarcha luminosa
y belleza en tus manitas cruzadas
sobre tu pecho antes de morir esta mañana.


martes, 19 de noviembre de 2019

Por sostenerme (por Isidro Saiz de Marco)


doy gracias a la espuma, doy gracias a las olas que trae y lleva el viento, a las corrientes, doy gracias a su choque y a su fuerza, doy gracias a sus golpes, sus embates que obligan a nadar y resistir

el agua arremetiendo contra el pecho, la cara, haciéndonos mover los brazos y las piernas

(¿cómo sería sin ellas, cómo habría sido todo sin su impacto y vaivén, en un mar mortecino, en aguas siempre planas y estancadas?)

no moverte es ahogarte

por sujetarme, por mantenerme a flote, a brazo, a nado, por impedir que me hunda y me sumerja, por llevarme, por no dejar que caiga quietamente hasta el fondo, por sostenerme

a las olas, la espuma, el viento ingobernable, las corrientes doy gracias



lunes, 18 de noviembre de 2019

En lo profundo de una brusca guitarra (por Jorge Luis Borges)


He mirado la Pampa
desde el traspatio de una casa de Buenos Aires.

Cuando entré no la vi.

Estaba acurrucada
en lo profundo de una brusca guitarra.

Sólo se desmelenó
al entreverar la diestra las cuerdas.

No sé lo que azuzaban;
a lo mejor fue un aire del Norte
pero yo vi la Pampa.

Vi muchas brazadas de cielo
sobre un manojito de pasto.

Vi una loma que arrinconan
quietas distancias
mientras leguas y leguas
caen desde lo alto.

Vi el campo donde cabe
Dios sin haber de inclinarse,
vi el único lugar de la tierra
donde puede caminar Dios a sus anchas.

Vi la Pampa cansada
que antes horrorizaban los malones
y hoy apaciguan en quietud maciza las parvas.

De un tirón vi todo eso
mientras se desesperaban las cuerdas
en un compás tan zarandeado como éste.

(La vi también a ella,
cuyo recuerdo aguarda en toda música).

Hasta que en brusco cataclismo
se apagó la guitarra apasionada
y me cercó el silencio

y hurañamente tornó el vivir a estancarse.


domingo, 17 de noviembre de 2019

La hora última (por Sharon Olds)


En medio de la noche, me hice una cama
en el suelo, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos —me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad de desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún suministro general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apresurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada con motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma.
Después otro suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió durante un rato, como si estuviera
expresando, sin prisa,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierna
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano puesta en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus labios parecían curvarse—
y después sentí que ella no estaba ahí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se convirtió,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.


sábado, 16 de noviembre de 2019

Cuatro pinturas (por Kiri Piahana-Wong)



Por la mañana

la luz toca las paredes

como una pintura

el sol matinal cae en finas pinceladas

el cabello de ella es un enredo oscuro

la cara de él se empaña con sueño


Pintura #1: Cómo ella se enamoró de él


En esta pintura, ella usa

el vestido rojo con que le gusta dormir

y éste ha caído hasta su cintura


Él está desnudo

sus brazos se curvan rodeándola

su boca se presiona contra el cuello

en el lugar donde a ella le gusta

que él la bese


Pintura #2: Su primera pelea

En esta pintura, ella está sentada

afuera de un bar

con un vestido negro de encaje.

Tras ella, la noche es un sólido bloque

de oscuridad.


Él está sentado a su lado con

una camisa verde pálido, el cabello

despeinado, de espaldas, inclinado

ligeramente hacia ella.


Los coches vierten el pasado con golpes

de luces brillantes.


Pintura #3: Lo que haya dicho, no lo dije en serio


En esta pintura él permanece solo

en una playa vacía.


El cielo se extiende a lo lejos en un resplandor.


Pintura #4: La reunión


En la pintura anterior él está

mirando hacia un camino


Ella usa un vestido lila con dorado

y el cabello echado hacia atrás

lejos de su rostro.


Empieza a atardecer. Sobre ella

el cielo dorado, abierto

y vacío.


viernes, 15 de noviembre de 2019

Abres la puerta, salgo, cierras (por Paloma Palao)


Son importantes tantas cosas
-madre-. El olor
de naftalina, los baúles
en los que vamos destripando
sueños, años pasados
bajo la misma sombra. Sin embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de una alegría que no pudiste
darme, y es todo tuyo
-madre-. Las maderas
que rechinan vengativas, los cuadros
de dudosa
firma, las bandejas de plata que transportaron
turrones navidades
pasadas y nunca perseguidas.
Hago el inventario
-cruel siempre- que me anuncia
tu presente
concepción de silencios. Hago
y olvido, varias
docenas
de bordadas enaguas y colchas
con mi nombre. Las mantas
-madre- quedan con su olor a naftalina
enmohecida, quedan
los pares de zapatos viejos, mi primer
par de medias, el bolso
que estrené una mañana, cuando tuve
que esconder mi pañuelo
demasiado grande para una sola
lágrima. Mi estatura
se parte -frente a ti- y solo
queda un murmullo
de alas vencidas por la vida. Me olvido
de las cosas importantes. Del vaso
de mis fiebres, de las horas
pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
todo -madre-. Hasta esa lágrima
dormida entre mis ojos. Dejo
a cambio el inventario -firmado y rubricado-
de mis sueños. Abres la puerta, salgo,
cierras. Vuelves
por el largo pasillo de la casa. Enderezas
ese cuadro
torcido, que yo moví al pasar, y quizá
pienses en pintar las paredes
de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
en recoger pisadas que aún
nos viven,
que nos pueblan de adioses
presurosos, como alargados trenes
que no paran. Que no te importe
nada, madre, madre. Que no te importe
la sangre -madre mía- que en río
de silencios nos separa. Que no te importen
las llaves que perdiste
para impedir mi marcha.


jueves, 14 de noviembre de 2019

Y pensé en todas las campanas (por H.P. Lovecraft)


Año a año había oído el débil, distante
tañido de las campanas en el negro viento de medianoche;
cuyas notas no repicaban desde ningún campanario,
sino pareciendo flotar desde un raro vacío.

Escudriñé mis sueños y recuerdos buscando una clave,
y pensé en todas las campanas que me trajeron visiones
de la tranquila Innsmouth, donde las blancas gaviotas
se demoraban alrededor de un viejo chapitel que una vez vi.

Oí, perplejo, derramarse aquellas notas lejanas,
hasta una noche de marzo, en que una lluvia fría y desapacible
me indicó que las siguiera por entre las puertas del recuerdo,
hacia torres antiguas donde los locos badajos tañían.


Y tañeron, pero desde las corrientes sin sol que se esparcían
por valles sumergidos en el fondo yermo del mar.


miércoles, 13 de noviembre de 2019

Cruzar a la otra orilla (por José Verón Gormaz)


Si a cruzar te dispones,
si vas a transitar la misteriosa longitud del puente,
piensa en las aguas del río que atraviesa,
piensa en las aguas como en tu propia sangre,
piensa en ellas, que fluyen incesantes
bajo las piedras prisioneras del arco,
sin pensar qué principio fue el suyo
ni a qué final deslizan su presura.

Si deseas cruzar a la otra orilla,
imprégnate primero del lugar que abandonas,
siente dentro de ti
el puñado de tierra que pisan tus zapatos,
contempla la arboleda que te prestó su sombra
y que quizá no vuelvas a mirar.

Cuando con decisión atravieses el puente,
camino de la orilla venidera,
sospecha de tus pasos,
tus propios pasos que al avanzar escuchas
con sonido de pasos que se alejan.

Y cuando la otra orilla pises,
hazlo como si de un suelo sagrado se tratara;
el lugar te recibe con todos tus recuerdos,
con todas las sombras miserables
que al otro lado creíste abandonar.


martes, 12 de noviembre de 2019

Para ver si el tiempo aún estaba allí (por Emily Dickinson)


Se oía como que las calles corrían,
y después como si las calles se parasen.
Tan sólo se sentía pavor
y en la ventana no había más que eclipse.
Poco a poco los más osados se asomaron,
para ver si el tiempo aún estaba allí.
La naturaleza, con delantal de roca,
removía el aire.


lunes, 11 de noviembre de 2019

Su estarsiempre ha cesado (por Rafael Baldaya)


Lo que parece no estar,
lo que no has percibido

porque está cada día,
porque no falta, nunca falta...

de pronto ya no está,
su estarsiempre ha cesado.

Y es entonces cuando

descubres que

lo que un día tras otro
calladamente estaba,

estaba.


domingo, 10 de noviembre de 2019

Estas costillas cumplieron su ciclo (por Emilio Basso)


Entré el esqueleto
al mecánico, un día
de lluvia como hoy
el hombre se puso de
pie y luego de acomodar
los tiradores del mameluco
dijo con voz de avalancha:
este modelo no sirve más
maestro, no alcanza con
cambiarle el aceite, no sirve
tener tres hijos para pintar
la felicidad del velocímetro,
no podrá ganar una beca
al silencio ni esos premios
que dan unos mangos le
recomiendo que lo venda
y si se anima le prenda fuego
con un trapo con kerosene
así creó mi padre el fuego y
si está encariñado con el fierro
espero se lo roben y jamás lo
encuentre, será fácil vea esta
abolladura de amor no tiene
arreglo: alguna vez vio morir
un animal sarnoso? parece
una momia, y es que los muertos
vuelven como metáfora o poema
en un chocolate que encuentra
no se desanime si el radiador está
lleno de bichos, tiene poco kilometraje,
por qué no se animó a andar más?
cuando uno se queda quieto el
oxígeno es implacable, aconsejo
la forma del agua que se adapta
al recipiente. Estas costillas
cumplieron su ciclo y la piel no
amortigua más, parece un mantel viejo
tómese unos días lo piensa y
cuando pueda, salga de sí


sábado, 9 de noviembre de 2019

O un triángulo que se diluye (por Pablo de Rokha)


Lo fabricó el hombre, lo fabricó a su imagen y semejanza, 

y es una gran congoja y un hombre inmenso que continúa a todos los hombres
con todos los hombres muy hombres hacia lo infinito, un sueño, todo un sueño
o un triángulo que se diluye en las estrellas claras.
¡Cuánto dolor necesitó la tierra para crearte, Dios, para crearte!
—¡cuánto dolor!—. ¡Gesto de la angustia del mundo, enfermedad de la materia y enorme — enorme manía de enormidades!
Aquella gran caricatura humana, Dios, llena los cielos vacíos, las tristes conciencias y las congojas grandes y su voz de cadáver neutro resume
y suma, para el hombre, todos los gemidos de las cosas y, además, lo otro lejano, en su actitud corriente y desconcertante como palabras de mujer
o niño ingenuo. Dios malo, Dios bueno. Dios sabio, Dios necio; y Dios que
tiene pasiones y gestos, virtudes y vicios, mancebas o hijastros adulterinos
y oficina como un boticario, como un peluquero cualquiera.
Por él, sólo por él la tierra escupió los cándidos frutos de la tierra, 

y el hombre negó al mundo enorme, cuando negó al mundo; ¿quién fue, quién fue jamás, quién fue más amado que él? ¡Él y sólo él fue lo más amado
y no era nada, nadie, nunca, nunca, nunca fue, nunca, nunca, nunca!...
Tragedia de Dios por Dios y la mayor infamia de los siglos, la mentira y la patada fenomenal a los derechos de la vida.
Dios contestó sonriendo, contestó Dios en Dios las más tremendas,
las más oscuras, las más funestas interrogaciones y la gran pregunta de las cosas; 
pero las más tremendas, las más oscuras, las más funestas interrogaciones y la gran pregunta de las cosas aún, aún no han sido contestadas,
todavía, todavía no han sido contestadas; Dios aplastó la tierra (¡oh hipopótamo sagrado!) con las patas inmundas y hoy las huellas perduran sobre los caminos y la panza trágica de los mundos.
Ennegreció y emputeció la vida con la pintura negra de los sueños y orinó la dignidad del hombre.
Dios, por lo único que te admiro es porque no existes... "¡Dios!,
¡Dios!...,", aúllan los pueblos y las viejas, las viejas y los pueblos por las llanuras teológicas... ¡Callad!..., idiotas, callad..., callad... Dios sois
vosotros.
Gran ala absurda, Dios se extiende sobre la nada.


viernes, 8 de noviembre de 2019

El ángel del pasado (por Juan Ramón Jiménez)


¡Hora morada y profunda,
áurea y roja de cálidos luceros!

—Altas, profusas, lejanas,
multiplican, oscuras, las campanas
sus sones pregoneros—.

El ambiente se inunda
de un viento ardiente de pureza,
y un cielo no pintado
se va extendiendo entre las nubes granas
y redondas.
El ángel del pasado lo ha cruzado,
resplandeciendo belleza.

—Altas, profusas, lejanas,
multiplican, oscuras, las campanas
sus sones vesperales—.

La cabeza febril se me ha doblado
sobre los tibios cristales
del jardín verdeazul en la penumbra,
rosado de los últimos rosales.
Mi corazón se alumbra
de oro blanco por dentro
súbitamente.
... ¡Ahora sí que encuentro
en mí tu porvenir, puro pasado!


miércoles, 6 de noviembre de 2019

Fábula de las madres doctoradas en química (por Antonio Gamoneda)


En los laboratorios, sobre las máquinas inmóviles, hay óxido y sombras. No hay ácidos ni hombres; apenas permanece la química de la ira.

Sucede a causa de la infección general de la atmósfera, es decir, de la vida. Sucede también a causa de grandes codicilos infecciosos.

Tú, es decir, yo, entra a los laboratorios. Pon temperatura. Primero en los instrumentos más tristes. Reduce el óxido, dispersa las sombras.

Madres. Madres tuyas y mías suelen venir a las válvulas. Abre las válvulas. Busca, no sé, gritos, quizá. Sí, busca los gritos de las parturientas gozosas, busca los cabellos aceitados por la tristeza, los imperdibles perdidos.

O su llanto.

Sí, su llanto insurgente. Induce tú la sedición llorando. Pon la obra magnética.

Ya llegan las madres.

Ya visten los grandes mandiles, ya tienden la ropa más blanca, ya cantan y lloran, ya lavan los ácidos.

¿Qué hacen las madres?

Ellas saben. Restauran la química
cantando, tendiendo, lavando, llorando.


martes, 5 de noviembre de 2019

Cómo consiguió la belleza aislar las rosas (por Joaquín Giannuzzi)


Escuchando en el laúd la nota antigua
uno ve poetas en el pasado pero no asesinos.
Ve la ingrávida sustancia incorporada
a la calamitosa energía de la historia
y esta confusión no termina de aclararse.
Increíbles poetas entre nubes de sangre
salvando a medias la verdad, dejando el resto
a la convicción del crimen general
como un error que debe soslayarse. Cómo
consiguió la belleza aislar las rosas,
construir un recluso jardín incorrupto
y dar materia a este cantor eterno.
Pero la estúpida crueldad y el martirio
no fueron cosas transitorias ni objetos irreales
que pueden apartarse como una falla terrestre,
una fractura en la roca, un paso en falso en el mundo.
Aquí están todavía, no en el mito,
y a su manera se empeñan en dar música.
Las cuerdas siguen sonando en medio de la masacre;
la vida corporal de esta madera finamente curvada
es aceptada como un triste conocimiento.
El laúd rescata un engaño hasta el fin de los tiempos.


lunes, 4 de noviembre de 2019

La realidad me inventa (por Jorge Guillén)


(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) —¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!

Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos

todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,

mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!

¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!

Una seguridad
se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
la insinuada mañana.

Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.

Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.

Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.

Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
A ciegas acumulo
destino: quiero ser.

Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!

¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,

y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!

Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.

Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!


domingo, 3 de noviembre de 2019

Un paseo (por Raymond Carver)


Fui a dar un paseo por la vía del tren.

La seguí durante un rato

y me salí en el cementerio del pueblo.

Allí descansa un hombre entre

sus dos esposas. Emily van der Zee

está a la derecha de John van der Zee.

Mary, la segunda señora van der Zee,

amantísima esposa también, a su izquierda.

Primero se fue Emily, después Mary.

Al cabo de unos años, el propio John van der Zee.

Once hijos nacieron de esas uniones.

También están muertos a estas alturas.

Éste es un lugar silencioso. Un lugar tan bueno como

cualquier otro para descansar del paseo, sentarme y

pensar en mi propia muerte, que se acerca.

Pero no entiendo, no lo entiendo.

Todo lo que sé de esta delicada y sudorosa vida,

de la mía y de la de los demás,

es que dentro de poco me levantaré

y dejaré este extraño lugar

que ofrece amparo a los muertos. Este cementerio.

Me iré. Andando primero sobre un raíl

y luego sobre el otro.


sábado, 2 de noviembre de 2019

Tal vez podamos re-imaginar la otra mitad (por John Ashbery)


Hace mucho que entonces empezaba a aparecer como ahora,

pero ahora no es sino la salida a un camino nuevo aunque todavía

indefinido. Aquel ahora, el visto una vez

desde lejos, es nuestro destino

no importa lo que pase. Es

el pasado presente del que están hechas las facciones de nuestra cara,

nuestras opiniones. Somos a medias eso y no

nos interesa la otra mitad. Vemos

lo suficiente hacia delante para que el resto de nosotros

resulte implícito en los alrededores en penumbra.

Sabemos que esta parte del día llega cada día

y nos parece que, si tiene algunos derechos, igual

nosotros tenemos derecho a considerarnos nosotros mismos en la medida

en que somos en él y no en otro día u

otro lugar. El tiempo nos favorece

al tiempo que se favorece, pero sólo

mientras no hayamos cedido esos pocos centímetros, espectro

del devenir antes que el devenir pueda ser visto,

o venga a significar todas las cosas que parece querer decir ahora.


Las cosas de las que iba a hablarse

ya llegaron y se fueron, pero son recordadas aún

como recientes. Hay un grano de curiosidad

en la base de cada una, que desenrolla

un signo de interrogación como otra ola en la arena.

Cuando llega para otorgar, para arruinar lo que teníamos,

nos damos cuenta de que hemos ganado o hemos sido ganados

por lo que pasaba por allí, luminoso con el aura

de las cosas apenas olvidadas y revividas.

Cada imagen encuentra su sitio con la calma

de quien no tiene mucho, justo lo que necesita.

Vivimos en el suspiro de nuestro presente.


Si esto es todo lo que vamos a recibir

tal vez podamos re-imaginar la otra mitad, deduciéndola

de la forma de lo que es visto, insertándola

en su idea de cómo deberíamos

proceder. De todos modos sería trágico encajar justo

en el espacio creado por nuestro no llegar todavía,

pronunciar el discurso que corresponde allí,

porque el progreso ocurre al reinventar

esas palabras a partir de nuestra pálida memoria de ellas,

violando ese espacio para

dejarlo intacto. Así y todo

somos de por aquí, y nos hemos movido una distancia

considerable; nuestro pasar es una fachada.

Pero nuestra comprensión de él se justifica.




viernes, 1 de noviembre de 2019

Así no será culpa tuya (por Philip Larkin)


No, todavía no he encontrado
el lugar del que pueda decir
Este es mi sitio,
aquí me quedo;
y tampoco esa persona especial
que enseguida reclame
todo lo que tengo,
incluso mi apellido;

encontrar eso parece demostrar
que no quieres decidir
dónde construir, ni a quién amar;
les pides que te rechacen
de manera irrevocable,
así no será culpa tuya
si la ciudad te aburre
o la chica te harta.

Y sin embargo al no encontrarlos
te obligas a actuar
como si lo que tienes
en verdad te gustara;
y te niegas a pensar
que aún podrías descubrir
los hasta ahora no llamados
tu lugar, tu persona.


jueves, 31 de octubre de 2019

La mujer de Lot (por Anna Ajmátova)


Y siguió el hombre justo al enviado de Dios,
grande y resplandeciente, por la montaña negra.
Entre tanto, una voz penetrante urgía a la mujer:
no es demasiado tarde, aún puedes mirar.

Mira las torres rojas de tu Sodoma natal, la plaza
en que cantaste, el patio donde hilabas, las ventanas vacías
en lo alto de la casa, el lugar donde tus hijos
nacieron, fruto de unión feliz.

Una mirada sólo. Y helados en un dolor de muerte
no pudieron sus ojos mirar más.
Sal transparente se volvió todo su cuerpo
y las ágiles piernas arraigaron en la tierra.

¿Y a esta mujer nadie la llorará?
¿Tan
 anodina es para ocuparse de ella?
Sin embargo, mi corazón no olvida
a la que dio su vida por una mirada.



miércoles, 30 de octubre de 2019

Carballo (por Miguel d' Ors)



Te debo una palabra, compañero,
viejo carballo que cada mañana
me saludas detrás de la ventana
en tu idioma silvestre y pajarero.

Por esa especie de fidelidad
que acompaña y anima mi labor
diaria, por el cálido rumor
con que me asistes en mi soledad,

que te visiten lluvias oportunas,
que el favor de los soles y las lunas
prolongue muchas décadas tu edad,

que cada renovada primavera
traiga a la intimidad de tu madera
algo así como la felicidad.



martes, 29 de octubre de 2019

O algún otro (por Philippe Soupault)


Mi nariz corta el aire,
mis ojos están rojos de reír.
Por la noche, junto leche y luz de luna
y corro sin mirar atrás.
Si los árboles detrás de mí se asustan,
me importa un bledo.
Es grandioso estar indiferente
en medio de la noche
adonde va toda esta gente,
el orgullo de las ciudades,
los músicos de los pueblos.
La multitud está bailando, con furia,
y yo soy sólo ese anónimo transeúnte
o algún otro cuyo nombre no logro recordar.


lunes, 28 de octubre de 2019

Puede que fuera en mí donde llovía (por Agustín Fernández Mallo)


lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instantaneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques. Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si  existe. No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosímiles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepetibles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía. Quién deja a quién si todos andamos diferidos de nosotros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no entender lo insoportable: que cada cual es uno y además no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros, que asusta pensar hasta qué punto todos somos intercambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían refutar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.



domingo, 27 de octubre de 2019

Gracias (por Jorge Luis Borges)


Doy gracias a la luna por ser la luna, a los peces por ser los peces, a la piedra imán por ser el imán.
Doy gracias por aquel Alonso Quijano que, a fuer de crédulo lector, logró ser don Quijote.
Doy gracias por la torre de Babel, que nos ha dado la diversidad de las lenguas.
Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha.
Doy gracias por aquel viejo asesino, que en una habitación desmantelada de la calle Cabrera, me dio una naranja y me dijo: "No me gusta que la gente salga de mi casa con las manos vacías". Serían las doce de la noche y no nos vimos más.
Doy gracias por el mar, que nos ha deparado la Odisea.
Doy gracias por un árbol en Santa Fe y por un árbol en Wisconsin.
Doy gracias a De Quincey por haber sido, a despecho del opio o por virtud del opio, De Quincey.
Doy gracias por los labios que no he besado, por las ciudades que no he visto.
Doy gracias a las mujeres que me han dejado o que yo he dejado, lo mismo da.
Doy gracias por el sueño en el que me pierdo, como en aquel abismo
en que los astros no conocían su camino.
Doy gracias por aquella señora anciana que, con la voz muy tenue, dijo a quienes rodeaban su agonía "Déjenme morir tranquila" y después la mala palabra, que por única vez le oímos decir.
Doy gracias por las dos rectas espadas que Mansilla y Borges cambiaron,
en la víspera de una de sus batallas.
Doy gracias por la muerte de mi conciencia y por la muerte de mi carne.
Sólo un hombre a quien no le queda otra cosa que el universo pudo haber escrito estas líneas.



sábado, 26 de octubre de 2019

Así es como se engendran mundos (por Joseph Brodsky)


Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.

Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.

Tú fuiste quien, ardiendo,
creaste en un susurro
las conchas de mi oído,
el diestro y el siniestro.

Tú quien, meciendo la cortina
en el mojado cuenco de la boca,
me plantaste la voz
que te llamaba a gritos.

Yo estaba ciego, simplemente.
Y tú, escondida, brotando,
me obsequiabas el don de ver.

Así es como se deja rastro.

Así es como se engendran mundos.
Así, a menudo, tras crearlos,
los dejan dando vueltas
dilapidando los dones.

Así, ora al fuego lanzado,
ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,
perdido en la creación del mundo
el globo va girando.



viernes, 25 de octubre de 2019

De lo que vuelve (por Miguel de Unamuno)


Han vuelto los vencejos;

las cosas naturales vuelven siempre:

las hojas a los árboles,

a las cumbres las nieves.

Han vuelto los vencejos;

lo que no es arte vuelve;

vuelta constante es la naturaleza

por cima de las leyes.

Han vuelto los vencejos;

¿ves como todo vuelve?

Todo lo que ha brotado al sol desnudo,

de la inexhausta fuente;

todo lo que no fue de algún propósito

producto endeble.

Han vuelto los vencejos;

¡augusto ritmo, única ley perenne!

¡El año es una estrofa

del canto permanente!

Todo vuelve, no dudes, todo vuelve:

vuelve la vida,

¡vuelve la muerte!

¡Cuanto tiene raíces en la vida

al fin y al cabo vuelve!

¡Han vuelto los vencejos,

y al pecho aquellas mismas ansias vuelven…!

Ahora comprenderás lo que en la vida

quiere decirnos: «¡Siempre!».

Siempre quiere decir la vuelta, el ritmo,

la canción de la mar en la rompiente;

si la ola se retira

ha de volver, pues es de lo que vuelve.

Vuelve todo lo que es naturaleza,

y tan sólo se pierde

lo que es remedo vano de los hombres,

sus artificios, invenciones, leyes…

Han vuelto los vencejos,

como ellos vuelven… ¡siempre!

Con su alegre chillar el aire agitan

y el cielo, con su raudo ir y volverse,

al caer de la tarde

cobrar vida parece.

No se posan ni paran, incansables;

sus pies ¿a qué los quieren?

Les basta con las alas,

criaturas celestes.

Con ritmo de saeta, ritmo yámbico,

los versos vivos de su vuelo tejen,

chillando la alegría

de sentirse vivientes…

Han vuelto los vencejos;

los del año pasado, los de siempre,

los mismos de hace siglos,

los del año que viene,

los que vieron volar nuestros abuelos

encima de sus frentes.


Han vuelto los vencejos;

criaturas del aire que no mueren

—¿quién muertos los ha visto?—

heraldos de la vida, amantes fieles

del largo día, de la mies dorada;

¡han vuelto los de siempre…!

¡Vencejos inmortales,

alados hijos de natura fuerte,

heraldos de cosechas y vendimias,

mensajeros celestes,

bienvenidos seáis a nuestro cielo,

vosotros… los de siempre!



jueves, 24 de octubre de 2019

Pero no lo supe (por Eloy Sánchez Rosillo)


Durante muchos años fui dichoso.
Tal vez lo supe, pero no lo supe,
ni habría podido entonces admitir que lo fuera,
pues quien pretende lo absoluto
no se conforma nunca con la parte,
aunque esa parte sea casi el todo.

Mi patrimonio fue la luz del mundo;
toqué la realidad, también soñé,
y tuve amor, tuve en el pecho el canto.

Desde un presente que es manos vacías,
casa desierta, invierno, turbio pecho,
melancólicamente doy gracias por los dones
que no aprecié del todo cuando la vida quiso
que fulgurasen junto a mí,
por los bienes que fueron y que no fueron míos
y que luego perdí sin saber cómo.


miércoles, 23 de octubre de 2019

Será la yuxtaposición de presencia y ausencia (por Roger-Pol Droit)


Usted conoce cada centímetro de su piel, el timbre de su voz, los movimientos de sus ojos y casi todas sus reacciones. Le gusta su risa, su manera de andar, y hasta (por ejemplo) una leve imperfección solo por usted conocida, tal vez. En suma, ya tuvo ocasión de estar con ella. Sin embargo, si la contempla durante su sueño, sin duda tendrá la impresión de no conocerla del todo. Ese rostro ya no está presente a sí mismo, se ha como ausentado desde adentro. Con los ojos cerrados, el cuerpo lánguido, la postura inesperada, esa inocencia testaruda. Y la respiración, que se oye como otro abandono. ¿Por qué experimenta esa tan curiosa mezcla de inmensa confianza, de leve inquietud y de vaga molestia, como si contemplara alguna escena que no debería ver? Sin duda, será la yuxtaposición de presencia y ausencia lo que crea ese desconcierto. Acaso ya no sabe usted si esa Bella Durmiente realmente es la misma que la que usted ama. Jamás lo sabrá. Puede ser divertido. O no. Entonces solo puede apelar a su ternura, que lo llevará a su encuentro, en lo más intenso de ese silencio del que ella nada sabrá.


martes, 22 de octubre de 2019

Nada es real hasta que sangra (por Emilio Martín Vargas)


Solo
lo que amo y deseo
hasta el punto del terror
me sobrevive, nada
es real hasta que sangra, en mi ordalía
no acepto más abrigo que la culpa
ni más paz que la espera
bajo este cielo enmilagrado:
líbrame,
señora de mis abismos,
de contemplar la vida como quien contempla,
para intentar comprender su naturaleza,
un animal disecado.



lunes, 21 de octubre de 2019

Una vocación oscura (por Nino Júdice)


El amor es una vocación oscura. No sé de dónde viene,
pero sé que tiene la forma de un cuerpo que se abraza,
el calor de las palabras casi murmuradas, la precisión
de las manos que descubren el camino hacia el centro,
y que demoran en cada curva. Puedo describir el amor
a través de todas sus formas; indicar el camino
para encontrarlo, pasando las pausas de la vida;
verlo en lo profundo de los ojos que se abren en el intervalo
de un abrazo; seguir su movimiento en el desordenarse
de los cabellos; y olvidar todo lo que sé sobre el amor
para descubrir, de nuevo, cuando viene a mi
encuentro en el sol de la mañana, y el mundo se apaga
a tu regreso para que tu sonrisa lo encienda
y me haga preguntarte por qué el amor
es una vocación oscura.


domingo, 20 de octubre de 2019

Transfiguración (por Luis Rosales)


Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su transfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita

como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.


sábado, 19 de octubre de 2019

Un caballo en mi casa (por Washington Delgado)


Guardo un caballo en mi casa.
De día patea el suelo
junto a la cocina.
De noche duerme al pie de mi cama.
Con su boñiga y sus relinchos
hace incómoda la vida
en una casa pequeña.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
mientras camino hacia la muerte
en un mundo al borde del abismo?
¿Qué otra cosa sino guardar este caballo
como pálida sombra de los prados
abiertos bajo el aire libre?
En la ciudad muerta y anónima,
entre los muertos sin nombre, yo camino
como un muerto más.
Las gentes me miran o no me miran,
tropiezan conmigo y se disculpan
o maldicen y no saben
que guardo un caballo en mi casa.
En la noche, acaricio sus crines
y le doy un trozo de azúcar,
como en las películas.
Él me mira blandamente, unas lágrimas
parecen a punto de caer de sus ojos redondos.
Es el humo de la cocina o tal vez
le desespera vivir en un patio
de veinte metros cuadrados
o dormir en una alcoba
con piso de madera.
A veces pienso
que debería dejarlo irse libremente
en busca de su propia muerte.
¿Y los prados lejanos
sin los cuales yo no podría vivir?
Guardo un caballo en mi casa
desesperadamente encadenado
a mi sueño de libertad.



viernes, 18 de octubre de 2019

El otro calcetín (por Billy MacGregor)


Amo tu cara de papa gorda y tus ojos de mirar a la pared
y de estoy hasta el kiwi
y de iros
a tomar por culo-ya, todos, amo
-qué linda que sos-
tus tobillos ortopédicos de sostenerlo todo.
Tus lágrimas del final de la película.
Tus lágrimas de ¡ay!, que me haces daño, tonto.
Tus lágrimas de ver la lavadora dando vueltas.
Tus lágrimas de es que me he emocionado. No sé. Ya no me acuerdo. Mira, un coso.
Tus lágrimas de no sabes por qué.
Tus lágrimas de sí, lo sé; pero no te lo digo.
Amo tus uñas que me rascan la espalda y tus lunares cientos
-aunque no pierdo el tiempo en esas cosas, ya sabes, hacer mapas estelares o rutas magallánicas-. Amo
tu estómago. Con su biosfera y su ombligo y sus tripas por dentro.
Amo tus ronquidos y ese masaje de pies que nunca vas a darme.
Yo a ti tampoco.
Amo tu puto dedo índice de señalarlo todo. ¿Por qué siempre soy yo?
Ah, porque me gusta, claro, se me había olvidado.
Amo tus tú sabrás y tu manía
de cortar la lechuga para la ensalada en trocitos tan pequeños.
Amo darte bocados y que grites tu grito de gallina y tu color de joder cómo me duele.
Amo los obispos de tus carnes.
Amo cuando te enfadas y te pones a hablar sola
y voy
a por tabaco y cuando vengo
todavía estás hablando sola.
Tus quita, que ya lo hago yo. Tus venga, que te estoy esperando.
Los virus de tu ordenador. Que me nombres cirujano. Las veces que te he dicho qué es un troyano.
Tus pues yo no sé, algo habré tocado. ¿Me lo arreglas? Es que no anda.

Yo no deshojo margaritas; yo me las como.



jueves, 17 de octubre de 2019

Funambulista (por Aurelia Cortés)


Alineo mis pasos sobre la cuerda,
hablo para mí:
tiemblo durante el espacio vacío
entre el pie izquierdo y el derecho;
quedan sólo las huellas en el aire,
sólo el rastro ensangrentado
de las vocales y otros sonidos
que no transitan,
huyen de mi latido lineal,
se despeñan, pierden el hilo
sin red que los rescate.
Sigo el camino
trazado de la mañana a la noche,
sembrado con señales luminosas:
no pises aquí, demórate,
hunde el pie en la arena que se desmorona,
salta ágil, avanza, galopa;
ahora calla, espera.
Ventisca de palabras turbias en lo alto,
aves ajenas:
no me distraigan canoras,
no me distraigan
imágenes con sus reflejos,
imágenes de racimo variopinto,
no me deslumbren reflectores en lo alto de la carpa,
palomillas encantadas a su alrededor,
rostros expectantes y sus rubores:
que su respiración no tense mi cuerda ni la afloje,
que cada paso siga el compás idéntico a mi propia voz
no me enreden, listones multicolor, ramas
que se cruzan en mi corto vuelo,
no me hundan, estigias mentales,
huecos sin remedio:
cedan el paso a mi caminar suspendido, tarareado en línea recta.


miércoles, 16 de octubre de 2019

Estuvo entre nosotros (por Jorge Teillier)


Ella estuvo entre nosotros
lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
Pero sus manos alejan los malos sueños
como las manos de la lluvia
las pesadillas de las aldeas.

Sus manos que podían dar de comer
a la noche convertida en paloma.

Era bella como encontrar
nidos de perdices en los trigales.
Bella como el delantal gastado de una madre
y las palabras que siempre hemos querido escuchar.

Cierto: estuvo entre nosotros
lo que el sol en el espejo
con que un niño juega en el tejado.
Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas
en los patios cubiertos por la primera helada.

Sus huellas perdidas
tras una puerta herrumbrosa
cubierta de azaleas.


martes, 15 de octubre de 2019

Y me clave las púas de su barba (por Gonzalo Rojas)


Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
—Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.