tañido de las campanas en el negro viento de medianoche;
cuyas notas no repicaban desde ningún campanario,
sino pareciendo flotar desde un raro vacío.
Escudriñé mis sueños y recuerdos buscando una clave,
y pensé en todas las campanas que me trajeron visiones
de la tranquila Innsmouth, donde las blancas gaviotas
se demoraban alrededor de un viejo chapitel que una vez vi.
Oí, perplejo, derramarse aquellas notas lejanas,
hasta una noche de marzo, en que una lluvia fría y desapacible
me indicó que las siguiera por entre las puertas del recuerdo,
hacia torres antiguas donde los locos badajos tañían.
Y tañeron, pero desde las corrientes sin sol que se esparcían
por valles sumergidos en el fondo yermo del mar.
3 comentarios:
Las campanas de mi pueblo
sí que me quieren de veras.
Cantaron cuando nací;
cantarán cuando me muera.
Ya se sabe: No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Había un código o lenguaje de las campanas, según su ritmo o frecuencia de tañido, que está a punto de perderse (si no se ha perdido ya).
Publicar un comentario