miércoles, 31 de octubre de 2012
Quisiera hablar de la vida (por Alejandra Pizarnik)
¿Y qué si nos vamos anticipando
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?
¿Y qué?
¿Y qué me da a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia
en épocas remotas, cuando yo no era yo
sino una niña engañada por su sangre?
¿A qué, a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida.
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿verdad que sí?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?".
Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restallantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.
Pues eso es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?
¿Y qué?
¿Y qué me da a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia
en épocas remotas, cuando yo no era yo
sino una niña engañada por su sangre?
¿A qué, a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida.
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿verdad que sí?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?".
Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restallantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.
Pues eso es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.
martes, 30 de octubre de 2012
Así ha sido mi vida (por Antonio Gamoneda)
Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las
tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las
ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste
de la sosa cáustica.
Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los
vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.
Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.
No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo
una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo
dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.
Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu
pensamiento es sólo recuerdo de la ira.
Ves la rosas temibles.
Ah caminante, ah confusión de párpados.
Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.
Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas
húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.
Ah la pureza de los cuchillos abandonados.
Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.
lunes, 29 de octubre de 2012
Cuántas veces pienso que no soy de aquí (por Antonio Lobo Antunes)
Estas casas viejas donde crujen las tablas de la tarima, los grifos no cierran del todo, un airecito frío (incluso en verano) por las rendijas de las ventanas, manchas de sol, diferentes de las manchas de sol de las casas nuevas, en las paredes, en el techo, la sensación de voces, muy antiguas, que nos llaman, un jarrón, a contraluz, con una ramita de acacia dentro, un perfil de muchacha en la cortina del balcón, vestida como mi abuela en las fotos de cuando era joven, yo mirando todo esto desde la entrada, rodeado de espectros. Espectros no de personas que conocía, de parientes del álbum de fotos, viejos con patillas, militares uniformados, mi bisabuela y sus hermanas, en Belém do Pará, con un pecho enorme, miriñaque, la cintura increíblemente estrecha, muy morenas, muy oscuras, no por eso guapas, mi bisabuela a la que tanto se parecía mi abuelo, a la que no me parezco nada, a decir verdad me parezco, yo qué sé, tal vez al abuelo de mi padre, nací así, casual combinación de moléculas a las que llaman António, nací así, medio sorprendido, en una familia que me cree parte de ella y se equivoca, cuántas veces pienso que no soy de aquí, oigo cosas que no existen, vivo en otro sitio entre apariciones, donde las voces de este lado me llegan confusas, remotas, en una lengua que no es exactamente la mía, y acompañadas de sonrisas, palmaditas, miradas curiosas de soslayo
-Nunca estás aquí, ¿no?
yo
-¿Qué querrá decir nunca estás aquí?
entendiendo, respondiendo a la pregunta con un gesto que, a fuerza de no significar nada, sirve para todo, me defiendo como puedo
-A veces me distraigo
y no es verdad, no me distraigo, dejo el cuerpo con ustedes y ando por ahí, mi cuerpo finge que oye, que se preocupa, que conversa, y yo libre, mirando a las personas, paseando, me echo a correr a fin de regresar al cuerpo en el momento de las despedidas, llego a decir
-Ha sido un placer
y de placer nada, ni placer ni displacer, no me di cuenta de nada, anduve por ahí al azar, es la manera de mirar de ciertas mujeres lo que aún me retiene aquí, ciertas carcajadas cortas, la textura de ciertas pieles, el deseo que ciertas expresiones (no sé explicar bien cuáles) me provocan. La palabra genio, tan pomposa ahora, la usaba Stendhal para describir el modo en que ciertas señoras subían a los carruajes. Me habría gustado vivir en esa época de cocheros y farolas de gas, cuando la noche era noche en lugar de este remolino de ansiosos en los bares, se jugaba al bingo, se cantaba junto al piano, y el sexo no pasaba de ser una especie de baile inocentemente perverso, un poco idiota y cursilón. Sigue siendo todo eso, tal vez lo que me hace falta es sólo el bingo y el aria junto al piano, un tercer piso, sin ascensor, en Anjos, canónigos, poetas fatales, duelos, yemitas, el universo en el que, creo yo, vivían las tías de Brasil: ¿deseando qué, señores, imaginando qué, soñando qué? No debían desear ni imaginar ni soñar gran cosa, pobres. No eran especialmente sensibles ni inteligentes, pertenecían a una burguesía más o menos adinerada, iban perdiendo el pecho y el miriñaque, les engordaba la cintura, les crecía bigote, y creo que volvía a encontrarme con una o dos, muy ancianas, ofreciéndome bizcochos en salitas sombrías. Me acuerdo de los pianos, pero cerrados, sin arias. De cocineras tan decrépitas como sus amas. De viejos con patillas, de militares uniformados. Y después no me acuerdo de nada más porque nunca estoy aquí
(-Nunca estás aquí, ¿no?)
paseo por China, por Alemania, por el Río de la Plata, ando por ahí volando o tropezando con las cosas, divago. Tengo un libro dentro de mí y conversamos los dos. Una vez que acabo el libro, aterrizo. No tengo ningunas ganas de aterrizar. Estos grifos que no cierran bien, este airecito frío por las rendijas de las ventanas. En agosto anduve por Nelas, buscando vagamente una casa antigua que quisieran vender. No la encontré. Un chalé junto a la casa que fue nuestra, pero tan feo, tan caro: siempre me causaron pavor las cosas feas y caras, mientras que las cosas feas y baratas me enternecen. Con las personas lo que se me ocurre es que a Dios deben de gustarle un montón los imbéciles porque no se cansa de hacerlos. Bien que los oigo, cuando salgo, en los restaurantes, en las tiendas, y allí vienen las sonrisas, las palmaditas, las miradas curiosas de soslayo
-Nunca estás aquí, ¿no?
y yo, enseguida
-Sí que estoy, claro que estoy
mientras una señora de Stendhal sube con genio al carruaje, mientras se sienta allí arriba, con sombrero, sin mirarme, y yo me quedo aquí abajo, adorándola. ¿Mi bisabuela andaría en carruaje? Venía todos los años con su marido, de Belém do Pará a Vichy, por las aguas. Sublime vida. De modo que si se me acercan con la pregunta
-Nunca estás aquí, ¿no?
y sonrisas, y palmaditas, y miradas de soslayo, creo que no voy a responder. ¿Para qué? ¿Responder qué a quién? Si
-Nunca está aquí, ¿no?
me callo. Finjo que no oigo y me callo. Por otra parte no les va a extrañar: hablo poco. Entro en una de esas casas viejas donde crujen las tablas de la tarima y me acurruco en un rincón a observar las manchas de sol en las paredes, en el techo. El jarrón, a contraluz, con su ramita de acacia. El perfil de la muchacha en la cortina del balcón. Tal vez ella se me acerque (tiene que acercárseme)
me llame
-António
(tiene que llamarme
-António)
y los dos bajemos desde la terraza hasta el jardín de la casa
(una terraza con azulejos y unos tiestos de piedra)
y corramos juntos por el jardín, traspasando setos, arriates, un laguito, el invernadero, una estatuilla cualquiera, traspasemos el portón, otros portones, otros muros, otras terrazas más, los dos, cogidos de la mano, en busca del mar.
domingo, 28 de octubre de 2012
Hazte el favor (por Saiz de Marco)
Todo lo que no quise, siendo querible…
Todo lo que no disfruté, siendo disfrutable…
Todo lo que, siendo entrañable, no sentí entraña adentro…
Todo lo que, siendo sonreíble, no me hizo sonreír…
…vino a pedirme cuentas esta noche.
Y yo:
-Perdonad, no me fijaba. Anduve despistado.
Ya me veis
volcado en el agobio de los días,
perdido en mis tristezas. Disculpadme.
Y ellos:
-Vale, está bien, te perdonamos.
Pero a partir de ahora hazte el favor,
cada vez que te cruces con nosotros,
de prestar atención y no olvidarte
de querer,
de sonreír,
de disfrutar.
Todo lo que no disfruté, siendo disfrutable…
Todo lo que, siendo entrañable, no sentí entraña adentro…
Todo lo que, siendo sonreíble, no me hizo sonreír…
…vino a pedirme cuentas esta noche.
Y yo:
-Perdonad, no me fijaba. Anduve despistado.
Ya me veis
volcado en el agobio de los días,
perdido en mis tristezas. Disculpadme.
Y ellos:
-Vale, está bien, te perdonamos.
Pero a partir de ahora hazte el favor,
cada vez que te cruces con nosotros,
de prestar atención y no olvidarte
de querer,
de sonreír,
de disfrutar.
sábado, 27 de octubre de 2012
Pero dentro (por Juan Ramón Jiménez)
Creíamos que todo estaba
roto, perdido, manchado...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
¡Lágrimas rojas, calientes,
en los cristales helados!...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
Se acabó el día negro,
revuelto en frío mojado...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
roto, perdido, manchado...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
¡Lágrimas rojas, calientes,
en los cristales helados!...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
Se acabó el día negro,
revuelto en frío mojado...
-pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
viernes, 26 de octubre de 2012
Y aún no puedo abarcarte (por Juan Gelman)
Yo te entregué mi sangre, mis sonidos,
mis manos, mi cabeza,
y lo que es más, mi soledad, la gran señora,
como un día de mayo dulcísimo de otoño,
y lo que es más aún, todo mi olvido
para que lo deshagas y dures en la noche, en la
tormenta, en la desgracia,
y más aún, te di mi muerte,
veré subir tu rostro entre el oleaje de las
sombras,
y aún no puedo abarcarte, sigues creciendo como
un fuego, y me destruyes, me construyes, eres oscura como
la luz.
jueves, 25 de octubre de 2012
Mi ayuda (por Norma Jean Baker [Marilyn Monroe])
Me hace falta mi ayuda
para salir del pozo,
mi ayuda y la de nadie más.
Me hace falta mi ayuda
y siempre me la niego.
miércoles, 24 de octubre de 2012
Regar las plantas (por José Luis Parra)
Amigos, otra noticia triste: Ha muerto José Luis Parra. En homenaje a él, publicamos hoy este poema, extraído de su último y reciente libro ("Inclinándome"). Gracias, José Luis, por tu magia hecha palabras.
REGAR LAS PLANTAS
Primeros trinos,
tenues, en el alba estival.
Salgo al balcón y riego las macetas.
Al inclinarme noto que envejezco.
Pero cómo consuela, con los años,
esta alegría, este ritual, el chorro
de agua sobre las hojas.
Qué verde y fresco,
como recién creado,
gotea el mundo.
Se desvía, se aleja (por Adolfo Cueto)
Esos otros caminos
por los que nunca pasamos, los que dejamos
a un lado, hechos de miedo
y valor, como un destello en la noche, un
fogonazo en la niebla, ¿adónde
irían a dar? ¿Por quién
preguntan ahora?,
ahora que es tarde y, de pronto,
todo este viento del Sur
acariciando tu frente...
La añoranza abre huecos
por carreteras cortadas, en autopistas
vacías, que nos reclaman al cabo. ¿Oyes al niño que corre
por las habitaciones? ¿Cómo crece y se afeita, y
sale luego a la calle? Hoy se cruza
contigo. Y, aunque tenga tu rostro,
es ya ese otro que avanza
–se desvía, se aleja–,
tan distinto a ti mismo: el que no
serás ya, el que nunca
habrás sido.
martes, 23 de octubre de 2012
¡A los caballitos! (por Jesús Lizano)
Que instalen caballitos
en todas las calles,
que llenen de caballitos las ciudades.
Siglos
llevamos con el invento de feria en feria
sin descubrir su humanísima aventura.
Que celebren los novios
su viaje en los caballitos,
de caballito en caballito.
Que cada familia tenga sus caballitos,
¡todos en los caballitos!
Que los amigos
hablen y sueñen y discutan
dando vueltas en los caballitos.
En ellos celebren sus consejos los ministros,
mientras queden ministros,
y en ellos se reúnan los señores obispos,
naturalmente, revestidos
de señores obispos,
mientras queden obispos.
Los pobres subirán para reírse del mundo
y los ricos
¡que suban los ricos a los caballitos
mientras todos los aplaudimos!
¡Y los señoritos!
¡Que suban los señoritos!
Y que acudan todos los solitarios, todos los vagabundos.
Y el congreso de los diputados
será el congreso de los caballitos.
Y los empresarios ¡qué risa, los empresarios!
Que suban los empresarios con los asalariados,
mientras existan salarios.
¡Los salarios del miedo!
Y, venga: comités centrales,
mafias, sectas, castas, clanes, etnias:
¡a los caballitos!
Y los músicos con los guardabosques
y el alcalde y los concejales
con las verduleras y los panaderos.
¡Viva! ¡Viva!,
gritarán los niños cuando vean
que suben los Honorables.
¡Venga, Honorables!:
¡A los caballitos!
Vamos a la ciudad a subir a los caballitos,
dirán los monjes a sus abades.
Y los académicos:
que se reúnan los académicos en los caballitos
y que se cierren todas las academias.
¡Ah, si todos los filósofos hubieran subido a los caballitos!
Que instalen caballitos en las cárceles,
en los cuarteles,
en los hospitales,
en los frenopáticos
y que se fuguen todos
montados en los caballitos.
Y todos los jueces a los caballitos,
¡venga! ¡venga!: ¡A los caballitos!
¿Y nada de procesos y de sentencias!
¡Ya vale de juzgar los efectos y no las causas!
¡A los caballitos!
Y que todos los funerales
se celebren montados en los caballitos
al paso silencioso y tranquilo de los caballitos.
Es la nueva ordenanza,
es el nuevo precepto:
¡todos a los caballitos!
¡La cabalgata de los caballitos!
¡Hacia la confederación de todos los caballitos!
Hasta que todos fuéramos niños…
en todas las calles,
que llenen de caballitos las ciudades.
Siglos
llevamos con el invento de feria en feria
sin descubrir su humanísima aventura.
Que celebren los novios
su viaje en los caballitos,
de caballito en caballito.
Que cada familia tenga sus caballitos,
¡todos en los caballitos!
Que los amigos
hablen y sueñen y discutan
dando vueltas en los caballitos.
En ellos celebren sus consejos los ministros,
mientras queden ministros,
y en ellos se reúnan los señores obispos,
naturalmente, revestidos
de señores obispos,
mientras queden obispos.
Los pobres subirán para reírse del mundo
y los ricos
¡que suban los ricos a los caballitos
mientras todos los aplaudimos!
¡Y los señoritos!
¡Que suban los señoritos!
Y que acudan todos los solitarios, todos los vagabundos.
Y el congreso de los diputados
será el congreso de los caballitos.
Y los empresarios ¡qué risa, los empresarios!
Que suban los empresarios con los asalariados,
mientras existan salarios.
¡Los salarios del miedo!
Y, venga: comités centrales,
mafias, sectas, castas, clanes, etnias:
¡a los caballitos!
Y los músicos con los guardabosques
y el alcalde y los concejales
con las verduleras y los panaderos.
¡Viva! ¡Viva!,
gritarán los niños cuando vean
que suben los Honorables.
¡Venga, Honorables!:
¡A los caballitos!
Vamos a la ciudad a subir a los caballitos,
dirán los monjes a sus abades.
Y los académicos:
que se reúnan los académicos en los caballitos
y que se cierren todas las academias.
¡Ah, si todos los filósofos hubieran subido a los caballitos!
Que instalen caballitos en las cárceles,
en los cuarteles,
en los hospitales,
en los frenopáticos
y que se fuguen todos
montados en los caballitos.
Y todos los jueces a los caballitos,
¡venga! ¡venga!: ¡A los caballitos!
¿Y nada de procesos y de sentencias!
¡Ya vale de juzgar los efectos y no las causas!
¡A los caballitos!
Y que todos los funerales
se celebren montados en los caballitos
al paso silencioso y tranquilo de los caballitos.
Es la nueva ordenanza,
es el nuevo precepto:
¡todos a los caballitos!
¡La cabalgata de los caballitos!
¡Hacia la confederación de todos los caballitos!
Hasta que todos fuéramos niños…
lunes, 22 de octubre de 2012
Oh, lobos del recuerdo (por Philip Larkin)
Tras orinar, vuelvo a la cama a tientas,
abro espesas cortinas, y me asustan
la limpidez lunar, las nubes rápidas.
Las cuatro: yacen prados de sombras acuñadas
bajo un cielo profundo, cavado por el viento.
En todo esto hay algo muy risible:
la forma en que la luna cruza nubes que flotan
vagamente, como humo de cañón, apartándose
(abajo, una luz pétrea afila los tejados)
elevada y absurda y separada.
¡Pastilla del amor! ¡Medalla de arte!
¡Oh, lobos del recuerdo! ¡Inmensidades! No,
uno tiembla ligero al levantar los ojos.
La dureza, el fulgor y la sencilla
unidad trascendente de esa vasta mirada
son un recordatorio del dolor y la fuerza
de ser joven; que no pueden volver,
pero en algún lugar están en otros, íntegros
de ser joven; que no pueden volver,
pero en algún lugar están en otros, íntegros
domingo, 21 de octubre de 2012
No quise molestarte (por Allen Ginsberg)
Perdona, amigo, no quise molestarte
pero volví de Vietnam
donde maté a un montón de caballeros vietnamitas
algunas damas también
y no pude soportar el dolor
y de miedo cogí un hábito
y pasé por la rehabilitación y estoy limpio
Pero no tengo lugar donde dormir
Y no sé qué hacer
conmigo ahora mismo
Lo siento, amigo, no quise molestarte
pero hace frío en la calle
y mi corazón está enfermo solo
y estoy limpio, pero mi vida es un desastre
Tercera Avenida
y calle E. Houston
en el paso peatonal bajo el semáforo en rojo
limpio tu parabrisas con un trapo sucio
pero volví de Vietnam
donde maté a un montón de caballeros vietnamitas
algunas damas también
y no pude soportar el dolor
y de miedo cogí un hábito
y pasé por la rehabilitación y estoy limpio
Pero no tengo lugar donde dormir
Y no sé qué hacer
conmigo ahora mismo
Lo siento, amigo, no quise molestarte
pero hace frío en la calle
y mi corazón está enfermo solo
y estoy limpio, pero mi vida es un desastre
Tercera Avenida
y calle E. Houston
en el paso peatonal bajo el semáforo en rojo
limpio tu parabrisas con un trapo sucio
sábado, 20 de octubre de 2012
La dicha (por Jorge Luis Borges)
El que abraza a su mujer es Adán. La mujer es
Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.
viernes, 19 de octubre de 2012
Céline se había ido (por Charles Bukowski)
fue
como no haber estado allí.
Céline se había ido.
no había nadie allí.
París fue un bocado de aire azulado.
las mujeres pasaban como una inhalación como si tú nunca
fueras a atreverte a irte a la cama con
ellas.
no había ningún ejército por ahí.
todos eran ricos.
no había pobres a la vista.
no había viejos a la vista.
cuando te sentabas en una mesa en un café
te caían celosas miradas
de los demás
asiduos
quienes estaban seguros de ser
más importantes que
tú.
la comida era demasiado cara para comerla.
una botella de vino te costaba
tu mano derecha.
Céline se había ido.
hombres gordos fumaban cigarros convirtiéndose en
gloriosas bocanadas de humo.
hombres delgados permanecían sentados muy estirados y charlaban
únicamente entre sí.
los camareros tenían los pies grandes y estaban seguros
de ser más importantes que
nada y
que nadie.
Céline se había ido.
y Picasso se estaba muriendo.
París fue absolutamente nada.
vi a un perro que parecía un
lobo blanco.
no recuerdo haber abandonado
París.
pero debo de haber estado
allí.
fue de alguna manera como dejarse
una revista de moda en una
estación de tren.
Céline se había ido.
no había nadie allí.
París fue un bocado de aire azulado.
las mujeres pasaban como una inhalación como si tú nunca
fueras a atreverte a irte a la cama con
ellas.
no había ningún ejército por ahí.
todos eran ricos.
no había pobres a la vista.
no había viejos a la vista.
cuando te sentabas en una mesa en un café
te caían celosas miradas
de los demás
asiduos
quienes estaban seguros de ser
más importantes que
tú.
la comida era demasiado cara para comerla.
una botella de vino te costaba
tu mano derecha.
Céline se había ido.
hombres gordos fumaban cigarros convirtiéndose en
gloriosas bocanadas de humo.
hombres delgados permanecían sentados muy estirados y charlaban
únicamente entre sí.
los camareros tenían los pies grandes y estaban seguros
de ser más importantes que
nada y
que nadie.
Céline se había ido.
y Picasso se estaba muriendo.
París fue absolutamente nada.
vi a un perro que parecía un
lobo blanco.
no recuerdo haber abandonado
París.
pero debo de haber estado
allí.
fue de alguna manera como dejarse
una revista de moda en una
estación de tren.
jueves, 18 de octubre de 2012
Queremos regresar (por Michel Houellebecq)
Es cierto que este mundo en que nos falta el aire
sólo inspira en nosotros un asco manifiesto,
un deseo de huir sin esperar ya nada,
y no leemos más los títulos del diario.
Queremos regresar a la antigua morada
donde el ala de un ángel cubría a nuestros padres,
queremos recobrar esa moral extraña
que hasta el postrer instante santifica la vida.
Queremos algo como una fidelidad,
como una imbricación de dulces dependencias,
algo que sobrepase la vida y la contenga;
no podemos vivir ya sin la eternidad.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Nuestros llantos confundidos (por Juan Ramón Jiménez)
Bebimos, en la sombra,
nuestro llantos
confundidos...
Yo no supe cuál era
el tuyo.
¿Supiste tú cuál era el mío?
martes, 16 de octubre de 2012
De espaldas a sí misma (por Alejandra Morales)
Es tan nada,
ésa
que nunca estuvo
en vos.
Es tan pequeña
llorando
arrodillada
de espaldas a sí misma.
Una foto,
un dibujo,
un espejo
implacable
que le recuerda
que aún se puede morir más.
lunes, 15 de octubre de 2012
Tu voz y tu mano en sueños (por Antonio Machado)
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
Eran tu voz y tu mano
en sueños, ¡tan verdaderas!
Vive, esperanza, ¿quién sabe
lo que se traga la tierra?
domingo, 14 de octubre de 2012
Amo su agua oscura y dulce (por Norma Jean Baker [Marilyn Monroe])
Amo
el río,
ese
río silencioso
que
cruzan gaviotas y navíos,
amo
su agua oscura y dulce,
sucia
por fuera,
tierna
por dentro.
Me
gusta pasear por sus orillas,
escuchar
las cosas que me dice.
Me
gusta
mirarlo
desde el puente,
cerrar
los ojos,
soñar
con que me tiene
entre
sus brazos,
me
tiene para siempre.
sábado, 13 de octubre de 2012
Sólo ahora (por Friedrich Nietzsche)
No podía alcanzarte:
corrías demasiado rápido.
Sólo ahora, ya viejo,
se acomoda a tu paso
la felicidad.
viernes, 12 de octubre de 2012
Solo en su mundo (por William Bronk)
La mayoría de los hombres son demasiado yo mismo,
mis rasgos externos perecederos, como las heces, el cabello, la piel,
la ropa desechada, inútiles para mí y muertos.
Desde la unidad, ¿qué deberíamos decir que no hayamos dicho
antes juntos? Nada que decirles,
nada que decir. Lo que ellos a mí, así debo
parecerles yo a ellos. La soledad humana
es la infinita unidad del hombre. El hombre es uno;
está solo en su mundo. Somos ese uno,
incluso nosotros, que ahora susurramos juntos,
íntimamente, como si fuéramos dos, como hacen los niños,
sabiendo tanto como nosotros y haciéndonos creer,
igual que creemos nosotros, que hay otro allí.
mis rasgos externos perecederos, como las heces, el cabello, la piel,
la ropa desechada, inútiles para mí y muertos.
Desde la unidad, ¿qué deberíamos decir que no hayamos dicho
antes juntos? Nada que decirles,
nada que decir. Lo que ellos a mí, así debo
parecerles yo a ellos. La soledad humana
es la infinita unidad del hombre. El hombre es uno;
está solo en su mundo. Somos ese uno,
incluso nosotros, que ahora susurramos juntos,
íntimamente, como si fuéramos dos, como hacen los niños,
sabiendo tanto como nosotros y haciéndonos creer,
igual que creemos nosotros, que hay otro allí.
jueves, 11 de octubre de 2012
Por vosotros (por Saiz de Marco)
Esto va por vosotros los que
ablandáis el mundo en vez de endurecerlo
los que lo suavizáis en vez de hacerlo áspero
los que, en lugar de agriarlo, lo tornáis más amable
los que, en vez de ensuciarlo, limpiáis por los rincones y pasáis la bayeta por vuestro recoveco
los que lo hacéis más cálido en vez de más hostil
Agradecidamente
emocionadamente
celebrando que estáis -sí, celebrándoos-
esto va por vosotros, porque yo me pregunto
¿qué sería de nosotros
sin vosotros?
Esto va por vosotros, que ya sé que sois pocos
claramente sois pocos
pero, aunque fuerais muchos, no seríais nunca muchos
siempre seríais demasiado pocos
miércoles, 10 de octubre de 2012
Como si recordaran (por Juan Gelman)
La tarde bajaba por esa calle junto al puerto
con paso lento, balanceándose, llena de olor.
Las viejas casas palidecen en tardes como ésta.
Nunca es mayor su harapienta melancolía
ni andan más tristes de paredes.
En las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar,
ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran.
Eran las seis, una dulzura detenía a los desconocidos,
una dulzura como de labios de la tarde, carnal,
carnal.
Los rostros se ponen suaves en tardes como ésta,
arden con una especie de niñez
contra la oscuridad, el vaho de los dancings.
Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer,
sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre.
El silencio de los desconocidos
era un oleaje en medio de la calle
con rodillas y rostros de ternura chocando
contra el "New Inn", las puertas, los umbrales de color abandono.
Hasta que la muchacha se asomó al balcón
de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con la cama deshecha,
donde todos creyeron haberla amado alguna vez
antes de que viniera el olvido.
con paso lento, balanceándose, llena de olor.
Las viejas casas palidecen en tardes como ésta.
Nunca es mayor su harapienta melancolía
ni andan más tristes de paredes.
En las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar,
ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran.
Eran las seis, una dulzura detenía a los desconocidos,
una dulzura como de labios de la tarde, carnal,
carnal.
Los rostros se ponen suaves en tardes como ésta,
arden con una especie de niñez
contra la oscuridad, el vaho de los dancings.
Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer,
sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre.
El silencio de los desconocidos
era un oleaje en medio de la calle
con rodillas y rostros de ternura chocando
contra el "New Inn", las puertas, los umbrales de color abandono.
Hasta que la muchacha se asomó al balcón
de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con la cama deshecha,
donde todos creyeron haberla amado alguna vez
antes de que viniera el olvido.
martes, 9 de octubre de 2012
Levántate (por Luis Alberto de Cuenca)
Álzate, corazón, consumido de penas,
levántate, que sopla un viento de esperanza
por el mundo, llevándose con él tus inquietudes
y la costra de angustia que apaga tus latidos.
Álzate, viejo amigo, que el dios de los humildes
ha vuelto de su viaje al país de las sombras
y alumbra con su ojo la prisión en que yaces,
limando los barrotes de tu melancolía.
lunes, 8 de octubre de 2012
Dígito a dígito (por Cristian Andrés Briones)
Es inhóspito, este electrónico panorama intuitivo.
Esta vista maquinaria se describe por sí misma.
Cada llanto técnico que conforma sus pliegues angulares.
Cada olvido derramado en el fondo de sus hondos precipicios.
Cada simetría autómata,
elevando mi desgracia
desde los cimientos tristes de mi monumental angustia
hasta la tecnológica techumbre del rezongue y la rabieta,
son como un extenso juego de instrucciones
carentes de todo tacto,
todo juicio y toda ánima;
y desechando todo anteojo, pluma tinta y pipa,
vuélvome máquina a la utilidad de mi tormento,
dígito a dígito,
agotando las apelaciones afectuosas
que conmemoran cada instrucción ejecutada,
eliminándolas luego,
disponiendo de la periferia
que es tremendamente tremebunda o,
lo que es lo mismo,
avanzando como imbécil engranaje
alimentado de esta histriónica congoja,
que me abraza de silicio, desde adentro:
ramificándose,
ramificándose,
ramificándose,
ramificándose,
ramificándose,
escurriendo,
propagándose por toda la extensión de mi habitáculo
dejándome trunco, solamente solo y desolado
desde el primo oprimo hasta el último cómputo y, no obstante,
al llevar los tristes plectros al tablero me soporto,
y me soporto
con esta voz, que es mi voz ensangrentada en tinta muerta,
verborreando hercios de amargura por mis labios,
echando jeta afuera un canto desgarrado por repudio a la musa,
cuyo eco, tras retumbar en cada muro de esta tumba,
sale a luz para echar la gran orinada al cosmos,
en donde toda esta patética habladuría
es tragada por el enorme hocico cultural de este milenio.
Y tu imagen de chípica Julieta,
de sílice Venus,
de bítica María extraviada en el agravio de redes,
se me agranda en los conos, en los conos y los bastones
donde todas estas visiones van muriendo.
La pasión de tu tensión mecánica es adicción de multitudes,
tu energía impecable,
tu trabajo alucinante,
la cantidad inmensurable de calor que repartes
por todos mis infortunados poros,
son como un paupérrimo estandarte impreso
en el binario abismo de mi signo.
Yo quemaba el seductivo diagrama de tu boca,
amaba la oratoria interfaz de tu mirada,
admiraba el léxico diseño de tus manos,
te halagaba en lo grave
en lo esdrújulo y lo agudo,
y hubiera dado todos, todos mis voltios desgarrados
por saber qué había dentro de la gran arquitectura de tu olvido.
Pero, ya resignado y, jodidamente jodido hasta el nombre,
desde aqueste traje humano
hasta la supuesta infinitud del universo,
me desangro en símbolos,
he aquí en cadenas necésitas de pulso,
por cuyos muertos caracteres,
tristes signos alzados a los ojos del poeta,
cáiganseme vatios mohínos por toda la amplitud de la lengua,
enunciando: se ha roto el enlace.
Y voy quedando aislado, kilobyte a kilobyte,
ya no hay más ese amperaje que ilumíname,
amperio por amperio voy tumbando los recuerdos
volviéndome tiniebla,
a imagen y semejanza de los apagones,
despojándome de toda corriente.
Suspiros entrañables, oníricas caricias,
circunstancias paridas en lo incierto,
y todas estas cosas,
despachadas a la usanza de la chatarra,
vanse, vanse, vanse una a una,
o lo que es lo mismo, al carajo.
Llanto a llanto, he quedado introvertido en los nodos prepotentes del destino,
mecanizado hasta el ánima, automatizado hasta la médula;
ajados procedimientos me salen al paso
y solamente solo avanzo haciendo del recuerdo un recuerdo,
a la manera que el reloj,
pretendiendo que el tiempo me pudra hasta el péndulo.
Yo hubiera dado todas, todas, todas mis unidades fisiológicas
por saber qué había dentro del circuito de tu psique,
pero,
el olvido,
el olvido,
el olvido,
el olvido,
el olvido,
el olvido ya mueve sus válvulas devorando tu imagen,
a la usanza de los cortocircuitos,
a la usanza de los discos diezmados por un Intro,
a la usanza del formato, que terminará
por convertirte
en una lamentable cadena de ceros.
domingo, 7 de octubre de 2012
Es el dolor dos veces (por César Vallejo)
Sí, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
sábado, 6 de octubre de 2012
Sólo la tierra (por Gottfried Benn)
La solitaria muela de una puta
una muerta sin nombre
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Ésta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
sólo la tierra debe volver a la tierra.
viernes, 5 de octubre de 2012
Aquel año te amé como nunca (por Pere Gimferrer)
Me dio un beso y era suave como la bruma
dulce como una descarga eléctrica
como un beso en los ojos cerrados
como los veleros al atardecer
pálida señorita del paraguas
por dos veces he creído verla su vestido
(estampado el bolso el pelo corto y
aquella forma de andar muy en el
borde de la acera).
En los crepúsculos exangües la ciudad es un torneo
de paladines en cámara lenta
sobre una pantalla plateada
como una pantalla de televisión son las imágenes
de mi vida los anuncios
y dan el mismo miedo que los objetos volantes
venidos de no se sabe
dónde fúlgidos en el espacio.
Como las banderolas caídas en los yates de lujo
las ampollas de morfina en los cuartos cerrados de los hoteles
estar enamorado es una música una droga es como
escribir un poema
por ti los dulces dogos del amor y su herida carmesí.
Los uniformes grises de los policías los cascos
las cargas los camiones los jeeps
los gases lacrimógenos
aquel año te amé como nunca llevabas un
vestido verde y por las mañanas sonreías
Violines oscuros violines de agua
todo el mundo que cabe en el zumbido de una línea telefónica
los silfos en el aire la seda y sus relámpagos
las alucinaciones en pleno día como viendo fantasma luminosos
como palpando un cuerpo astral
desde las ventanas de mi cuarto de estudiante
y muy despacio los visillos
con antifaz un rostro me miraba
el jardín un rubí bajo la lluvia
jueves, 4 de octubre de 2012
Hambruna y pubertad (por Sharon Olds)
La niña está sentada en la tierra dura,
áspero molde de Rusia, en la sequía
de 1921, aturdida,
los ojos cerrados, la boca abierta,
un crudo viento abrasador le sopla
arena en la cara. Hambruna y pubertad
se apoderan de ella. Echada sobre un saco,
el calor descoloca todo lo que lleva puesto,
curvado el tierno radio de su brazo.
No puede no ser bella, pero
se muere de hambre. Adelgaza cada día, y sus huesos
se hacen largos, porosos. El pie de foto dice
que va a morir de hambre ese invierno
con miles de otros seres. En la sima de su cuerpo
los ovarios liberan sus primeros óvulos,
dorados como el grano.
miércoles, 3 de octubre de 2012
Junto al propio equipaje en un escalón frío (por Derek Walkott)
Recuerdo las ciudades que nunca he visto
exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado
con sus minaretes de toffee retorcido. París. Pronto
los impresionistas obtendrán sol de las sombras.
¡Oh! y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscándose.
Haber amado un horizonte es insularidad;
ciega la visión, limita la experiencia.
El espíritu es voluntarioso, pero la mente es sucia.
La carne se consume a sí misma bajo sábanas espolvoreadas
de migas, ampliando el Weltanschauung con revistas.
Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qué inquietante resulta
encontrarse junto al propio equipaje en un escalón frío cuando el alba
tiñe de rosa los ladrillos, y antes de tener ocasión de lamentarlo,
llega el taxi haciendo sonar una vez la bocina,
deslizándose hasta la acera como un coche fúnebre y subimos.
martes, 2 de octubre de 2012
No estar en ninguna parte (por Philip Larkin)
Trabajo todo el día, y medio me emborracho por la noche.
A las cuatro me despierto en medio de una oscuridad insondable.
Fijo la vista. A su tiempo, al filo de la cortina acrecerá la luz.
Hasta entonces veo lo que realmente estuvo siempre ahí:
la muerte sin tregua, ahora un día más cercana,
impidiendo cualquier otro pensamiento, salvo cómo,
y dónde, y cuándo moriré.
Estéril interrogante, más el espanto
de morir y estar muerto,
relampaguea de nuevo para horrorizar, para poseer.
La mente desconcertada por el resplandor. No por remordimiento
- el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo que se fue,
desgarrado y sin usar – ni porque, desdichadamente,
se precise mucho tiempo para remontar y liberar
una vida de sus errados comienzos, y puede que nunca se logre;
pero sí por el vacío total y eterno,
la extinción cierta hacia la que viajamos,
y en la que estaremos perdidos para siempre. No estar aquí,
no estar en ninguna parte,
y muy pronto; nada más terrible, nada más verdad.
Es una manera especial de sentir miedo,
que no se esfuma con ningún truco. La religión lo intenta,
ese vasto y apolillado brocado musical
creado para fingir que nunca morimos,
ese rollo engañoso que dice que ningún ser racional
puede temer a una cosa que no sentirá, apartando la mirada
de lo que tememos: no tener ojos, ni oído,
ni tacto, sabor u olor; nada en lo que pensar,
nada que amar o a lo que poder unirnos;
el anestésico del que nadie recobra el sentido.
Quedarse así solamente al borde de la visión,
pequeño borrón desenfocado, con un escalofrío continuo
que debilita y conduce hacia la indecisión cada impulso.
La mayoría de las cosas puede que nunca sucedan: ésta ocurrirá,
y lo certero de su cumplimiento nos hace enfurecer
cuando estamos atrapados en el horno del miedo,
sin compañía, o una copa en la mano. El valor es inútil:
dicho sea, no para que otros se asusten. Ser valiente
no permite a nadie librarse de la tumba.
Lamentada o combatida, la muerte es la misma.
Lentamente la luz se afirma, y la habitación toma forma.
Como un armario, resulta evidente lo que sabemos,
lo que hemos sabido siempre, el saber que no podemos escapar;
y aun así no podemos aceptarlo. Habrá que decidirse.
Entretanto, en oficinas cerradas, los teléfonos agazapados
se preparan para sonar; y todo el impasible,
intrincado y agrietado mundo comienza a despertar.
El cielo es blanco como arcilla, sin sol.
El trabajo nos reclama.
De casa en casa, como médicos, van los carteros.
lunes, 1 de octubre de 2012
Una ajenidad vítrea (por Antonio Lobo Antunes)
El dedo inmenso y estúpido del maestro de primaria buscándome entre los pupitres con el pretexto de los afluentes de la margen izquierda del Tajo; la paciencia de mi madre intentando enseñarles piano Schmoll a mis manos sin gracia; el jardinero que mataba gorriones estrangulándolos con las manos en su espalda y me miraba riendo; la niña de la que me enamoré a los diez años, que iba a ser dentista y murió antes de serlo, en las sábanas de hierro de un coche atrozmente arrugadas sobre una cama de asientos, ruedas, chasis: ¿cuál de estas cosas me habrá lastimado primero? ¿Sufrir será difícil o sólo será una trivialidad desagradable para los otros como la vejez o la enfermedad? Sacaron a la niña, entonces con veinte años, de su colchón arrimado a un plátano y juraría que su boca
-António
cuando su boca nada, esa indiferencia de los difuntos a la que llamamos sonrisa y no es sonrisa, es una ajenidad vítrea, una quietud exasperante. No pretendo sino lo imposible: un niño que me saluda, un barco que llega, martillar con la mano izquierda, saber bailar el tango, distinguirte a lo lejos, en el aeropuerto, a mi espera. Mi tía me enseñaba solfeo, regulaba el metrónomo y aquel dedo, inmenso y estúpido también, hacia la derecha y hacia la izquierda con una obstinación cardíaca. En el restaurante los amigos de costumbre hablan, hablan. ¿De qué? Dejé de oírlos cuando entró una pareja de jubilados: les llevó un buen rato sentarse, con las rodillas como muelles de navaja cuyas pobres hojas se doblan a duras penas. Cuando uno de ellos hablaba a gritos el otro ahuecaba la mano detrás de la oreja. Su mujer pidió que le guardasen el resto de la cena en una bolsa de plástico, para el perrito que se quedó en casa rascando la puerta con las uñas, desesperado, goteando pises afligidos en la alfombra. Seguro que en su apartamento hay trastos, sombras, revistas muy antiguas. Tal vez no les haga falta ahuecar la mano detrás de la oreja sólo para oír el metrónomo. ¿Cómo se planchan sábanas de hierro arrugadas? Revistas muy antiguas leídas los domingos lluviosos: A Illustração Portugueza, Très Sport, y en el Très Sport el campeón del mundo Georges Carpentier en actitud de ataque, con raya al medio y bermudas muy largas. El adversario usaba un bigote de puntas retorcidas, como los alféreces de principios de siglo que cortejaban a señoras en balcones con colchas colgadas en las tardes de procesión. Las revistas antiguas huelen a templete y zaragatona, al pájaro disecado del farmacéutico republicano que preparaba recetas insultando a Dios. Mi abuela me explicó en voz baja que el farmacéutico, de joven
(y yo seguro de que el farmacéutico nunca había sido joven, mentira de la abuela)
había sido un as en el juego del palo, que a juzgar por las instrucciones que me dio acerca de este deporte me hizo pensar en una especie de danza a golpes de garrote. Si el farmacéutico pillase a Dios a pelo le daría una zurra que no veas. El día de Navidad entraría en la iglesia con las manos en la cintura y sombrero en la cabeza, desafiando al Creador
-Muestra lo que vales, anda.
Dios, lleno de paciencia, lo soportó varios años, muy callado, hasta decidirse
(Dios tarda mucho en decidirse)
a hacerlo resbalar por las escaleras. A mi modo de ver fue una muerte a traición. La tarde del entierro mi tía detuvo el metrónomo: debía de haber amado al farmacéutico de joven. La prueba es que si le compraba un jarabe su boca temblaba, y los brazos del farmacéutico dibujaban gestos sin sentido. La trataba de
-Señora
y hasta que salíamos dejaba a Dios en paz. En una ocasión en la que mi tía se olvidó del paraguas y volví a la tienda a buscarlo me encontré con el farmacéutico aseándose. Metió la manga en el frasco de los caramelos pectorales y, sin quitarse el pañuelo de la nariz, me extendió un montón de cubitos que olían a eucalipto y azúcar, con un señor de barba
el profesor Malinovski
impreso en el papel, dentro de un medallón rodeado de florecillas. Mi tía enrojeció cuando se los di y los guardó con precauciones de cristal en el cofre de las joyas, es decir, un camafeo sin orla y la alianza de sus padres. Después me preguntó
-¿Qué estaba haciendo?
Respondí
-Sonándose
y se quedó siglos en la sala mirando el piano. Leí hace mucho tiempo en un libro que la patria de una mujer es aquella donde se ha enamorado. Esa noche, durante la cena, reparé en que mi tía se había puesto perfume. Y la glicina golpeaba contra los cristales diciéndonos adiós. Me pareció que la glicina entre gestos sin sentido, me pareció que un racimo
-Señora
me pareció que mi tía la escuchaba pero debo de haberme equivocado. Me equivoqué sin lugar a dudas: ¿desde cuándo las glicinas se suenan?
-António
cuando su boca nada, esa indiferencia de los difuntos a la que llamamos sonrisa y no es sonrisa, es una ajenidad vítrea, una quietud exasperante. No pretendo sino lo imposible: un niño que me saluda, un barco que llega, martillar con la mano izquierda, saber bailar el tango, distinguirte a lo lejos, en el aeropuerto, a mi espera. Mi tía me enseñaba solfeo, regulaba el metrónomo y aquel dedo, inmenso y estúpido también, hacia la derecha y hacia la izquierda con una obstinación cardíaca. En el restaurante los amigos de costumbre hablan, hablan. ¿De qué? Dejé de oírlos cuando entró una pareja de jubilados: les llevó un buen rato sentarse, con las rodillas como muelles de navaja cuyas pobres hojas se doblan a duras penas. Cuando uno de ellos hablaba a gritos el otro ahuecaba la mano detrás de la oreja. Su mujer pidió que le guardasen el resto de la cena en una bolsa de plástico, para el perrito que se quedó en casa rascando la puerta con las uñas, desesperado, goteando pises afligidos en la alfombra. Seguro que en su apartamento hay trastos, sombras, revistas muy antiguas. Tal vez no les haga falta ahuecar la mano detrás de la oreja sólo para oír el metrónomo. ¿Cómo se planchan sábanas de hierro arrugadas? Revistas muy antiguas leídas los domingos lluviosos: A Illustração Portugueza, Très Sport, y en el Très Sport el campeón del mundo Georges Carpentier en actitud de ataque, con raya al medio y bermudas muy largas. El adversario usaba un bigote de puntas retorcidas, como los alféreces de principios de siglo que cortejaban a señoras en balcones con colchas colgadas en las tardes de procesión. Las revistas antiguas huelen a templete y zaragatona, al pájaro disecado del farmacéutico republicano que preparaba recetas insultando a Dios. Mi abuela me explicó en voz baja que el farmacéutico, de joven
(y yo seguro de que el farmacéutico nunca había sido joven, mentira de la abuela)
había sido un as en el juego del palo, que a juzgar por las instrucciones que me dio acerca de este deporte me hizo pensar en una especie de danza a golpes de garrote. Si el farmacéutico pillase a Dios a pelo le daría una zurra que no veas. El día de Navidad entraría en la iglesia con las manos en la cintura y sombrero en la cabeza, desafiando al Creador
-Muestra lo que vales, anda.
Dios, lleno de paciencia, lo soportó varios años, muy callado, hasta decidirse
(Dios tarda mucho en decidirse)
a hacerlo resbalar por las escaleras. A mi modo de ver fue una muerte a traición. La tarde del entierro mi tía detuvo el metrónomo: debía de haber amado al farmacéutico de joven. La prueba es que si le compraba un jarabe su boca temblaba, y los brazos del farmacéutico dibujaban gestos sin sentido. La trataba de
-Señora
y hasta que salíamos dejaba a Dios en paz. En una ocasión en la que mi tía se olvidó del paraguas y volví a la tienda a buscarlo me encontré con el farmacéutico aseándose. Metió la manga en el frasco de los caramelos pectorales y, sin quitarse el pañuelo de la nariz, me extendió un montón de cubitos que olían a eucalipto y azúcar, con un señor de barba
el profesor Malinovski
impreso en el papel, dentro de un medallón rodeado de florecillas. Mi tía enrojeció cuando se los di y los guardó con precauciones de cristal en el cofre de las joyas, es decir, un camafeo sin orla y la alianza de sus padres. Después me preguntó
-¿Qué estaba haciendo?
Respondí
-Sonándose
y se quedó siglos en la sala mirando el piano. Leí hace mucho tiempo en un libro que la patria de una mujer es aquella donde se ha enamorado. Esa noche, durante la cena, reparé en que mi tía se había puesto perfume. Y la glicina golpeaba contra los cristales diciéndonos adiós. Me pareció que la glicina entre gestos sin sentido, me pareció que un racimo
-Señora
me pareció que mi tía la escuchaba pero debo de haberme equivocado. Me equivoqué sin lugar a dudas: ¿desde cuándo las glicinas se suenan?
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