zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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jueves, 31 de marzo de 2011

Después de amarnos (por Juan Ramón Jiménez)

Cuando, después de amarnos, te coges el cabello
desordenado, ¡cómo son de hermosos tus brazos!
Como en un libro abierto, surge la letra negra
de tus axilas, fina, dulce sobre lo blanco.

Y en el gesto violento se te abren los pechos
y los pezones, tantas veces acariciados,
parecen, desde lejos, más oscuros, más grandes...
el sexo se te esconde, más pequeño y más blando...

¡Oh, qué desdoblamiento de cosas!
Luego, el traje
lo torna todo al paisaje cotidiano,
como una madriguera en donde se ocultaran,
lo mismo que culebras, pechos, muslos y brazos
.

miércoles, 30 de marzo de 2011

La oscuridad de un orden (por Wallace Stevens)

Luz, primera luz de la noche, como en un cuarto
en el que descansamos y, casi por nada, pensamos
que el mundo imaginado es un bien esencial.

Ésta es, pues, la más intensa cita.
Es en esta idea en la que nos recogemos,
fuera de todas las indiferencias, en una sola cosa:

Dentro de una sola cosa, un solo manto
que nos abriga bien, porque somos pobres, un calor,
una luz, un poder, el milagroso influjo.

Ahora, aquí, nos olvidamos el uno al otro y de nosotros.
Sentimos la oscuridad de un orden, una totalidad,
un conocimiento, lo que la cita compuso.

Dentro de su vital circunscripción, en la mente
decimos: Dios y la imaginación son uno.
La vela más alta, que elevada ilumina lo oscuro…

Y fuera de esta luz, de esta mente central,
hacemos nuestra casa en el aire de la noche,
donde estar los dos juntos es lo que basta.

martes, 29 de marzo de 2011

A todos ellos (por Cristina Martín)

A los que se quedaron dormidos en el nunca,
a los que sueñan sus verdades y se las niegan,
a los que tienen mucho miedo
y lloran por cualquier cosa
y se ocultan la cara de vergüenza.
A los tímidos,
a los solos, a los raros,
a los que dudan y dudan
y les llaman inmaduros, débiles.
A los que duermen en la fría cama del psiquiátrico,
a las madres que cogen la mano de su hijo ingresado,
os digo que no nos vendan verdades, que la verdad no existe,
la verdad y la razón son creaciones del hombre
para doler, para medir.
Hay que luchar contra el silencio
y la ignorancia,
no somos enfermos.
¿Quién tiene la verdad absoluta, la realidad absoluta?
Que la muestre, que la enseñe si puede.
Es mentira, mentira, no existe.
A los que llevan cicatrices de haberse rajado las venas,
a los que consiguieron no rajárselas,
a los que les paraliza la angustia,
les paraliza para ser, amar, soñar.
A los que llaman vagos, idiotas, locos, débiles:
No escuchéis la voz de los que viven solo para tener.
A los que la ansiedad les hace fumar dos paquetes diarios,
a los que no son sociables, ni aptos, ni lúcidos,
ni extrovertidos, ni empáticos, ni asertivos, ni normales.
A los que nunca superarán un test psicotécnico,
a los que llevan medicación en el bolso y el monedero vacío,
a los que ahora están atados a una cama y no nos oyen.
A los psiquiatras que abrazan a sus pacientes
y pidieron alguna vez consejo a un esquizofrénico.
A los que tenemos certificado de disminución
y leemos a Lorca y a Nietszche y lo que haga falta.
A los que no soportaron el túnel y se fueron para siempre,
a los que atravesamos cada día el túnel
agarrados aunque sea a las paredes negras,
a todos los que saben o quieren escucharnos
y no se fían sólo de los manuales, libros, tesis,
estudios y estadísticas.
A los psicólogos que dan besos,
a los que hemos pasado ya el infierno y el cielo
y no queremos volver nunca más allí.
A los que roban dolor y devuelven sonrisas, dice Sabina.
Y sobre todo
a todas esas pupilas dilatadas de tanta química
que miran aturdidas y absortas
pero tienen la luz más hermosa.
Que no existe la locura, sino gente que sueña despierta.

lunes, 28 de marzo de 2011

Globos (por Saiz de Marco)

Por la Calle Tristeza y aledaños cruza a veces
el hombre de los globos.
Y basta ver su manojo de globos para que
las calles muden de nombre:
a Calle del Sosiego
o de la Risa.

De vez en cuando el hombre de los globos
regala a quienes pasan
globos verdes
o naranjas
o rojos
o violetas...

Y de pronto sus caras se encienden
como la de un niño cuando va a la feria
(como ese niño grandullón que somos).

Con un nudo se los atan al brazo
y olvidan
(mientras tienen gas los globos)
el primitivo nombre de la calle.

(Oiga, señor, déme ese globo azul.
Sí, por favor: ¡ lo necesito tanto !)

Ojalá que al doblar aquella esquina
veamos venir al
hombre de los globos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Generaciones (por Ana Pérez Cañamares)

Antes de morir, mi madre dijo mamá, ven
mientras me miraba sin verme;
yo dije mamá, quédate
abrazando su cuerpo diminuto
envuelto en pañales y olor a talco;
mi hija dijo mamá, no llores
y me acarició la cabeza consolándome.
Cuando mama murió, durante unos segundos
no tuvimos muy claros los lazos que nos unían
no supimos quién se había ido
y quién se había quedado
ni en qué momento de nuestras vidas
estábamos viviendo
o muriendo.

sábado, 26 de marzo de 2011

Heráclito (por Jorge Luis Borges)

El segundo crepúsculo.
La noche que se ahonda en el sueño.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo.
La mañana que ha sido el alba.
El día que fue la mañana.
El día numeroso que será la tarde gastada.
El segundo crepúsculo.
Ese otro hábito del tiempo, la noche.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo.
El alba sigilosa y en el alba
la zozobra del griego.
¿Qué trama es ésta
del será, del es y del fue?
¿Qué río es éste por el cual corre el Ganges?
¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?
¿Qué río es éste
que arrastra mitologías y espadas?
Es inútil que duerma.
Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.
El río me arrebata y soy ese río.
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
Acaso el manantial está en mí.
Acaso de mi sombra surgen,
fatales e ilusorios, los días.

viernes, 25 de marzo de 2011

Aquí dijiste (por Piedad Bonnett)

Aquí dijiste:
"son hermosos
los ojos húmedos de los caballos".
Y aquí: "me encanta el viento".
Desando yo tus pasos, revivo tus palabras.
Y te amo en la baldosa que pisaste,
en la mesa de pino
que aún guarda la caricia de tu mano,
en el estropeado cigarrillo
olvidado en el fondo de mi bolso.
Recorro cada calle que anduviste
y sé
que amaste este abedul y esta ventana.
Aquí dijiste:
"así soy yo,
como esa música
triste y alegre a un mismo tiempo".
Y te amo
en el olor que tiene mi cuerpo de tu cuerpo,
en la feliz canción
que vuelve y vuelve y vuelve a mi tristeza.
En el día aterido
que tú estás respirando no sé dónde.

En el polvo, en el aire,
en esa nube
que tú no mirarás,
en mi mirada
que te calcó y fijó en mi más triste fondo,
en tus besos sellados en mis labios,
y en mis manos vacías,
pues eres hoy vacío
y en el vacío te amo.

jueves, 24 de marzo de 2011

Los hombres tristes (por Luis García Montero)

Los hombres tristes
que tienen en sus ojos un café de provincias,
que no saben mentir como quien dice,
que se esconden detrás de los periódicos,
que se quedan sentados en su silla
cuando la fiesta baila,
que gastan por zapatos una tarde de lluvia,
que saludan con miedo,
que de pronto una noche se deshacen,
que cantan perseguidos por la risa,
que abrazan, que importunan hasta quedarse solos,
que retornan después a su tristeza
igual que a su pañuelo y a su vaso de agua,
que ven cómo se alejan las novias y los barcos,
esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
se parecen a mí.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Viendo pasar un tren (por Luis Rosales)

Me contaba su sueño hasta agotarse
y sus palabras eran
como el paso del tren cuando te encuentras junto a la vía
y sientes su atracción en todo el cuerpo al mismo tiempo
y vibras empujado por el vacío
que tiene un fundamento de dulzura y terror.
Mientras me hablaba
ella vivía desde este fundamento
en donde el miedo de vivir se nos acerca tanto
que la carne se agrieta para arder,
que la carne se agrieta
como la llama tiene un vacío, en su centro, de sombra natural;
y ella se iba llenando de ese hueco,
de ese espejo de nieve simultánea
mientras seguía contándome su sueño como si no pudiera despertar,
como si hablara sola,
sintiéndose empujada únicamente
por ese miedo transitivo que aún empapaba sus palabras.
Y sin embargo algo ha nacido de esa conversación extenuante,
algo que siento ahora,
que seguiré sintiendo siempre
como escucho a esta niña de tierra improvisándose
que reúne su temblor para decirme
que no sabe vivir,
que no puede vivir
porque la carne se le queda cada día más pequeña;
tan pequeña que ha llegado a sentirse impedida,
y ya no podrá nunca llegar hasta su casa,
y ya sólo recuerda que vivía en un colegio,
y ya sólo recuerda que vivía dentro del dormitorio de un colegio,
donde todas las noches despertaba
viendo pasar un tren por el pasillo atónito,
viendo pasar todas las noches el mismo tren
por el mismo pasillo titilante de camas sucesivas,
de camas con guirnaldas de muchachas que duermen
sin salir del espejo,
sin ver pasar el tren
que a ella, todas las noches, va despertándola un poco más,
a fuerza de seguirlo,
a fuerza de seguirlo cuando pasa y se pierde en la sombra,
y la desclava de su cuerpo igual que se desclava con la humedad un cuadro en la pared,
y la deja tronchada en las vías
sobre las cuales pasa el tren donde ella misma va sonriendo en todas las ventanas.

Éste es el sitio (por Manuel Scorza)

Voy a la casa donde no viviremos
a mirar los muros que no se levantarán.
Paseo las estancias
y abro las ventanas
para que entre el Tiempo de Ayer envejecido.
¡Si vieras!
Entre las buganvillas
cansadamente juegan
los hijos que jamás tendremos.
Yo los miro. Ellos me miran.
Mi corazón humea.
Éste es el sitio
donde mi corazón humea.
Y a esta hora,
en el balcón, callada,
yo sé que tú también te mueres
y piensas en mí hasta ensangrentarte.
Yo también pienso en ti.
Óyeme donde estés:
por esta herida no sale sólo sangre:
me salgo yo.

martes, 22 de marzo de 2011

La muerte, mientras tanto (por Charles Simic)

Cómo trabaja la muerte,
nadie sabe qué largo es su día. La pequeña
esposa siempre sola
plancha la ropa de la muerte.
Las hermosas hijas
se sientan a cenar a la mesa de la muerte.
Los vecinos juegan
naipes en el patio
o sencillamente se sientan en las gradas
a beber cerveza. La muerte,
mientras tanto, en una extraña
parte de la ciudad busca
a alguien con un mal resfriado,
pero de algún modo la dirección está equivocada.
Incluso la muerte no puede encontrarla
entre todas las puertas cerradas…
Y la lluvia empieza a caer.
Una noche larga y ventosa se aproxima.
La muerte no tiene ni un periódico
para cubrirse, tan siquiera
una moneda para llamar al elegido,
que se desviste lentamente, somnoliento,
y se acurruca desnudo
en el lado de la cama de la muerte.

lunes, 21 de marzo de 2011

Hechos ya tierra extinta (por Vicente Aleixandre)

Aún tengo
aquí mis labios sobre los tuyos. Muerta,
acabada, ¡acábate!
¡Oh libertad! Aquí oscuramente apretados,
bajo la tierra, revueltos con las densas raíces,
vivimos, sobrevivimos, muertos, ahogados, nunca libres.
Siempre atados de amor, sin amor, muertos,
respirando ese barro cansado, ciegos, torpes,
prolongamos nuestra existencia, hechos ya tierra extinta,
confusa tierra pesada, mientras arriba libres
cantan su matinal libertad vivas hojas,
transcurridoras nubes
y un viento claro que otros labios besa
de los desnudos, puros, exentos amadores.

domingo, 20 de marzo de 2011

Ella sigue ahí (por Elena Anníbali)

Hablemos, por ejemplo, de la muerte,
de la rota iridiscencia de sus vestidos,
de la indiferencia con que asienta sobre nosotros sus manos,
y una mañana, a pesar del patio que está quieto y sin novedad,
a pesar de que la ciudad sigue tragando obreros
como en un festín impiadoso,
se te aparece ella y te dice: “vamos, muérete, que a eso viniste”.
Entonces tú, que has aprendido las mañas de la bestia,
le dices que no, que por papeles eres joven,
que no has alcanzado la edad en que aparecen las canas,
ni que conoces, por decir lo primero, Sumatra.
Y te defiendes del hueco que empieza a abrirse en la tierra,
ese, que al fin será tuyo, sin tasas ni hipotecas,
y te defiendes de las más lozanas flores
los epitafios grotescos, repetidos, impersonales.
Ella sigue ahí, tranquila, limándose las uñas,
bebiendo tu café, fumando con impostada o natural soberbia
dejando que te agotes, que le hables,
que le digas lo de siempre, la injusticia, el tiempo,
que considere todo lo que aún no hiciste,
las mareas que no acabaron de lamer tus tobillos,
esos crepúsculos entre naranjos del Tucumán que nunca viste,
los hombres que no probaste...
Al fin se va, se levanta con esa elegancia de matrona raída,
y crees que la has convencido, cuando consideras tu vida,
y tomando la soga que sin querer ella ha dejado sobre la mesa,
la pones en tu cuello y te lanzas al vacío, impiadosamente,
poniendo, en el salto, esa última mirada de esperanza,
esperando la mano amorosa que no habrá de salvarte.

sábado, 19 de marzo de 2011

Tigre (por William Blake)

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?

¿Con qué alas osó elevarse?

¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?

Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras
osaron sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?

¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

viernes, 18 de marzo de 2011

A las 13,20 (por Wislawa Szymborska)

La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece y dieciséis.
Algunos todavía tendrán tiempo de salir.
Otros de entrar.
El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle.
Esa distancia lo protege de cualquier mal
y se ve como en el cine:
Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con unas gafas oscuras: él sale.
Unos chicos con vaqueros: ellos está hablando.
Trece diecisiete y cuatro segundos.
Ese de más abajo tiene suerte y sube a una moto,
y ese más alto entra.
Trece diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña: va andando con una cinta verde en el pelo.

Sólo que de repente ese autobús la tapa.
Trece dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
eso ya se verá cuando vayan sacando.
Trece diecinueve.
Y ahora como que no entra nadie.
En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale.
Pero parece que busca algo en sus bolsillos y
a las trece veinte menos diez segundos
vuelve a buscar sus miserables guantes.
Son las trece veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Una bomba. La bomba explota.

jueves, 17 de marzo de 2011

Cuando mis dedos acarician (por Charles Baudelaire)

Échate, hermoso gato, sobre mi corazón enamorado;
guarda las garras,
y déjame atisbar entre tus ojos
mixturas de metal y ágata.

Cuando mis dedos acarician lentos
tu cabecita y tu dorso elástico,
cuando mi mano se embriaga de placer, palpando
tu cuerpo eléctrico,

una mujer regresa hacia mi espíritu. Y mira
tal como tú, amable bicho,
profunda y fría, filosa e hiriente como un dardo.

Y en torno nadan, rodeando
su cuerpo bruno, de pies a cabeza,
un aire sutil y un perfume amenazante.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Igual que un perro enfermo (por Esperanza Ortega)

¡Cuánto sufre el amor
en los rincones!
hay días que se oculta
igual que un perro enfermo

duerme como
un reptil
sobre el mosaico

aquel murmullo
que nos guiaba cierto
entre la bruma

el mismo amor que se acurruca ahora
desorientado
sobre este desaliño de hojas secas

al que acaricias
su pálido pelaje
para eso
para que no se muera
así de solo

martes, 15 de marzo de 2011

Digno (por Saiz de Marco)

La paloma que comió arroz en mi mano
el perro que se tumbó junto a mí
el gato que durmió entre mis piernas
por un instante me hicieron sentir
limpio
confiable
liberado de humana inmundicia
digno de existir
digno incluso
de estar vivo en la tierra

lunes, 14 de marzo de 2011

Vayan mis canciones (por Ezra Pound)

Vayan, mis canciones, a los solitarios e insatisfechos.
Vayan también a los angustiados, a los complacientes,
que muestren mi desprecio por sus opresores.
Vayan como grandes olas de agua fría,
que muestren mi desprecio por sus opresores.
Que hablen en contra de la opresión inconsciente,
que hablen en contra de la tiranía de los que no poseen imaginación.
Que hablen en contra de las ataduras.
Vayan a la burguesa que se pudre de hastío,
vayan a la mujer de los suburbios.
Vayan a los infelizmente casados,
vayan a todos aquellos que encubren su fracaso,
vayan a las parejas malogradas,
vayan a la esposa que se vende,
vayan a la mujer impuesta.
Vayan a quienes padecen de lujuria,
vayan a todos aquellos insatisfechos en sus delicados deseos,
vayan como una plaga sobre la somnolencia del mundo;
que empuñen el filo contra todo esto,
que fortalezcan las sutiles cuerdas,
que lleven confianza hasta las algas y tentáculos del alma.
Que vayan amistosamente,
con palabras sinceras.
Que anhelen encontrar nuevos males y un nuevo bien,
que estén en contra de todas las formas de opresión.
Vayan a aquellos cuya madurez los ha apagado,
a los que han perdido el interés.
Que vayan al adolescente ahogado por la familia
¡Ah, qué terrible es
ver reunidas a tres generaciones bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con brotes
y ramas que pútridas caen.
Que salgan y desafíen convenciones,
rebelándose contra la vegetal esclavitud de la sangre.
Que vayan en contra de todas las formas de amortización.

domingo, 13 de marzo de 2011

Creemos los nombres (por Juan Ramón Jiménez)

Derivarán los hombres.
Luego, derivarán las cosas.
Y sólo quedará el mundo de los nombres,
letra del amor de los hombres,
del olor de las rosas.

Del amor y de las rosas
no han de quedar sino los nombres.
¡Creemos los nombres!

sábado, 12 de marzo de 2011

Y me quedé pensando tantas cosas (por Nicanor Parra)

Una vez en un parque de Nueva York
una paloma vino a morir a mis pies
agonizó durante algunos segundos
y murió
pero lo que nadie me va a creer
es que resucitó de inmediato
sin darme tiempo para reaccionar
y emprendió el vuelo
como si nunca hubiera estado muerta

y yo me quedé mirándola zigzaguear
entre los edificios de departamentos
y me quedé pensando tantas cosas

era un día de otoño
pero que parecía primavera

viernes, 11 de marzo de 2011

Abismo, ten piedad (por José Luis Rey)

En el viaje al confín del alimento,
al fondo de la luz no masticable,
en esta expedición al sol hirviendo, en nuestro descender
a los misterios de otro corazón
que burbujea en el volcán, volando
en los lagos del norte, en nuestra vida gótica,
en azafrán dorado de los fiordos,
en este remolino acaba el mundo.
La cuchara del náufrago y el cuerpo adolescente
ya no sirven, se quiebran en la fuerza del descenso.
Y el vacío nos lleva, ni siquiera una pluma escapará de tanta clara gloria.
En el borde del plato se congregan las ranas
como monjas en torno de una espiga.
Acordaos de mí, acordaos de mí,
dice el hombre que va a ser absorbido
y alzando así los ojos
ve arriba una vez más el jarrón con las flores amarillas,
el día puesto allí, desordenado,
el viejo humilde don
que se aleja en el aire. El remolino
ya convierte sus piernas en raíces del mar
y en círculos desciende, más amplios cada vez,
con cangrejos, sirenas y podrido pescado.
Todos los hombres se hunden en la sopa.
Abismo, ten piedad,
pues en la rueda azul del alimento
solamente quisimos ser muy jóvenes
para apretar los pájaros que cantan
en las axilas de una mujer.
Suena, sopa, despierta a tus ahogados.
Y lánzalos, escúpelos de nuevo
a la tierra caliente de Abraham.
En los tobillos del día, en sus escamas,
han de tenderse los despiertos y
cantar, cantar, cantar.
Y del cuerpo aterido, encallado en la costa,
se derrama otra vez
el primero y el siempre último amor.

jueves, 10 de marzo de 2011

Nocturno de la música (por J. M. Caballero Bonald)

¿Qué sería de mí si alguna vez
llegara al fondo de la noche
sin haber podido oír a Louis Armstrong,
a Umm Kalzum, a la Niña de los Peines,
a Samara la Única?

Maldita sea la estrechez del tiempo, hondo
escombro de sombra, en derredor la nada
y una insaciable sed de sedimentos:
la quejumbre filial, la sangre
reverberando en la memoria
y el visionario cuarto atormentado
por la sonoridad terrible de los muros.

Del centro del silencio pende el eco
de la perplejidad: gritos
instrumentales, arañazos, herrumbres,
vértigos despiadados.

¿Qué sería de mí si no pudiese compartir con nadie
esa majestuosa sucesión de harapos?

miércoles, 9 de marzo de 2011

Quieto, solo, dulcemente vacío (por Vicente Aleixandre)

Pero es más triste todavía, mucho más triste.
Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie.
Más triste, más. Como ese vaho
que de la tierra exhala depués la pulpa muerta.
Como esa mano que del cuerpo tendido
se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
Alma de niebla dulce, suspendida
sobre su ayer amante, cuerpo inerme
que pálido se enfría con las nocturnas horas
y queda quieto, solo, dulcemente vacío.

Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.

martes, 8 de marzo de 2011

Podría haber sido al revés (por Gunnar Ekelöf)

Sencillo es el nacimiento:
Tú devienes tú
Sencilla la muerte:
Tú dejas de ser tú
Bien podría haber sido al revés
como en el mundo reflejado en un espejo:
la Muerte podía haberte parido
y la Vida haberte apagado
-lo uno igual que lo otro-
Y quizá sea así:
de la Muerte has venido, lentamente
te va aniquilando la Vida.

lunes, 7 de marzo de 2011

Mensaje de amor de Valdemar Gris (por Miguel Labordeta)

De mi propia tristeza de ser hombre
arrancado en pedazos de sangre amarga,
con juventud inútil
y amasado por la ausente sed
de desorbitadas muchedumbres
que en vano buscan la razón
de los búfalos agonizando
bajo los crepúsculos de uranio
de las grandes avenidas.

Yo,
Valdemar Gris,
habitante de este mundo,
niño antiguo de veinticinco ríos secos de edad,
os traigo mi humilde mensaje de primavera
y os digo con alegría de estrellas en mis ojos:
Todos los jóvenes del mundo somos hermanos.
Somos todos hijos del sol y del misterio.

Una misma mujer humana
cantó sus dulces canciones nocturnas
creyendo ver al borde de nuestros tiernos vientres
un signo, por encima de alfabetos y razas,
que inundaría las tierras
de aquella claridad presentida
por poderosos genios conmovidos
y que aspira ser realizada
por encima de todo tumulto.

Porque yo os lo digo
de hombre a hombre,
casi sollozando,
con angustia mágica de inalámbrico:
Es ya hora,
hermanos míos en la vida y en la muerte;
es ya hora, os digo,
que sobre las estériles disputas
triviales de los ancianos
se alce el martirio puro
de los costados desnudos
de los jóvenes soñadores del mundo.

Yo os digo
que estéis despiertos, amigos míos,
mis hermanos juveniles de destino,
soñando, sí, pero despiertos,
pues podemos ver caer
la ceniza de corazones podridos
lloviendo sobre las grandes ciudades
destruidas, huérfanas de un entero designio.
Hemos de estar alerta,
pues en un descuido
las ballenas crecerán sobre las torres derruidas
y el hombre, devorándose
en sus clanes miserables,
terminará comiéndose
las patas como un lobo suicida.

Olvidemos, pues, amigos míos,
hermanos míos del mundo; olvidemos
las vanas disputas de los viejos.
¡Que se llenen los libros con razones inútiles de muertos,
que nosotros sólo queremos ver triunfar
la gloria y la nada de la vida
por todos los puntos del viento planetario!
Queremos que nuestro destino de hombres
tenga un camino con soles y riberas,
y maravillosas ciudades de cristal,
y muchachas morenas
cantando por las playas,
y desesperados pensadores
intentando enhebrar raíces con estrellas,
e ingenieros poetas que canten
las melancolías atroces del cemento
que devora el corazón de las rosas,
y serenos atletas
con armonías de agua,
y ardientes corazones de santos
descubriendo senderos
en su pasión total.

Pero hemos de estar unidos,
amigos míos, hermanos míos del mundo,
y ha de ser nuestro lazo abrasado
un humano destino secreto
de consciencia amorosa de la Tierra.
Sí,
tan sólo con amor varonil
puro en sí mismo,
tan sólo con amor,
sin objeto,
enamorados del amor,
amantes del vasto mundo
sin presencia en su misterio
que nos reclama inexorable, palpitante,
en cada pulso de todo joven soñador.
Y hemos de estar allí
todos,
hemos de estar allí
reclamando cada uno y para todos
una activa participación
en la heterogénea sinfonía de este mundo nuestro tan hermoso.

Os lo digo yo,
Valdemar Gris,
sediento caminante de luz,
exhausto de túneles adolescentes
por donde las espigas estrangulan su raíz hacia arriba:
Todos los jóvenes del mundo
somos hermanos de destino,
y os lo digo
con voz quebrada
de antiguos llantos sin consuelo,
con alegría renovada
de futuras estrellas en mis ojos.

domingo, 6 de marzo de 2011

Bebiendo agua juntos (por Russell Edson)

Desde que el helecho puede ir al fregadero a beber agua,
de buena gana me he impuesto la tarea de llevar
dos vasos al fregadero.
Y así nos sentamos, mi helecho y yo, bebiendo juntos
agua a pequeños sorbos.

Por supuesto, soy más complejo que un helecho, tan lleno
de profundos pensamientos estoy, pero los arrincono
a favor de la agradable compañía de una amistad vespertina.

No me importa beber agua con un helecho, es más,
si por mí fuera cruzaría el cielo hasta Estocolmo bebiendo
un bloody mary con un chorrito de lima.

Y así nos sentamos, bebiendo agua juntos en una tarde solitaria.
El helecho contemplando sus frondas, y yo las mías.

sábado, 5 de marzo de 2011

Y nunca han vuelto su mirada a mí (por Francisco Brines)

Todos los días pasan,
y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,
con su calzado y ropa deportivos,
yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos
o aislados,
en el ligero esfuerzo de la bicicleta.
Y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.
Y nunca han vuelto su mirada a mí,
y soy como algún hombre que viviera perdido en una
casa de una extraña ciudad,
una ciudad lejana que nunca han conocido,
o alguien que, de existir, ya hubiera muerto
o todavía ha de nacer;
quiero decir, alguien que en realidad no existe.
Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,
y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo
de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas
o pensamientos silenciosos,
o amor acaso.
Y los miro cruzar delante de la casa que ahora
enfrente construyen
y hacia allí miran ellos,
comprobando cómo los muros crecen,
y adivinan la forma, y alzan sus comentarios
cada vez,
y se les llena la mirada, por un solo momento,
de la fugacidad de la madera y de la piedra.

Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus
jóvenes edades,
podrá alguno volver a recordar, con emoción,
este suceso mínimo
de pasar por la calle montado en bicicleta,
con esfuerzo ligero y fresca voz.
Y de nuevo la casa se estará construyendo,
y esperará el jardín que acaben estos muros
para poder ser flor, aroma, primavera,
(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,
de un ser que no existió,
que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,
pasar hacia los muros del colegio),
y al recordar el cuerpo que ahora sube
solo bajo la tarde,
feliz porque la brisa le mueve los cabellos,
ha cerrado los ojos
para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe
que aquella juventud
fue vida suya.
Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube
feliz, encendiendo la brisa,
y ha sentido tan fría soledad
que ha llevado la mano hasta su pecho,
hacia el hueco profundo de una sombra.

viernes, 4 de marzo de 2011

Ciudad bombardeada (por Billy Collins)

Qué subitamente lo íntimo
queda al descubierto en una ciudad bombardeada,
cómo el papel pintado con listas blancas y azules
de un dormitorio de un segundo piso está ahora
expuesto a la nieve que cae lenta
como si la habitación hubiera contestado a la explosión
vestida sólo con un pijama a rayas.
Algunos vecinos y unos soldados
tantean con un palo los escombros
y se fijan en la escalera que cuelga,
el retrato de una abuelo,
una puerta que se balancea de la bisagra que queda.
Y al baño se le ve casi avergonzado
de sus paredes de ocre al descubierto,
el amasijo de las tuberías
del lavabo hundido hasta las rodillas,
la cortina de la ducha rajada,
la estela de burbujas destruidas de un pez de colores.
Es como una vista panorámica sobre una casa de muñecas
como si un niño arrodillado pudiera meter la mano
y coger el escritorio, enderezar un cuadro.
O pudiera ser una habitación sobre un escenario
en una obra sin personajes,
sin diálogo ni público,
sin principio, nudo y desenlace,
sólo los muebles rotos en la calle,
un zapato entre bloques de hormigón ligero,
una fina nieve aún cayendo
sobre un lejano campanario, y la gente
cruzando un puente que todavía se sostiene.
Y más allá cuervos en un árbol,
la estatua de un gobernante a caballo,
y nubes que se asemejan al humo,
e incluso si sigues más, en otro país
en una manta bajo un árbol de sombra,
un hombre que sirve vino en dos vasos
y una mujer deslizando
los pasadores de madera de un cesto de mimbre
lleno de pan, queso y varios tipos de aceitunas

jueves, 3 de marzo de 2011

Madres negras (por Violeta Castaño)

Sí ojalá pudiese dedicarme a todas esas madres negras

las que cargan con pezones desangrados y cuencos de barro en sus cabezas
las que nunca ponen limites a los sueños
aunque haya partos de tierra seca y dura bajo la manta

las que están allí porque nacieron con cuerpo de nube y a la vez de piedra
doblan rodillas que seguir desgastando
recogen la semilla para los hijos
su voz amanece detrás sin que se escuche

siempre descalzas

de colores son los vientos que proclaman en sus faldas
levantan las sombras con el brillo de las mareas de sus cuerpos
y enseñan al mundo las mismas danzas de protección y calma
hoy todo es suavidad en sus ojos que vigilan trenzas de espigas

manos que tiran de la cuerda y mecen penas
sacan a pasear el hambre y la espera
la lucha escondida y la fuerza
y unos cuantos soles dormidos a la espalda

todas nuestras madres negras

miércoles, 2 de marzo de 2011

Llegar a una ciudad (por José Luis García Martín)

Llegar a una ciudad donde nadie me espera,
donde todo me espera con colores no usados.
Una ciudad sin nombre que es todas las ciudades
con su río muy lento, sus fastuosos puentes,
la estación que retumba como una catedral,
cafés en cada esquina bulliciosa,
el puerto de las largas travesías,
el tren chirriante en la laguna,
los adolescentes frente a St Etienne,
su parloteo soñador,
el sol madrugador en las terrazas
y el mar resplandeciente bajo un cielo narciso.

Qué bien se saben todos su papel,
los escolares que se pierden en el parque,
el minucioso oficinista, el vendedor de alfombras,
esa mujer tan sola que pasea
su distante hermosura,
los enamorados que arman el paraíso
en un rincón cualquiera, resplandor en la hierba,
las calles que se contonean,
caserones de fresco zaguán
y hondo silencio dieciochesco.

Todo caricia, todo invitación,
aquí estaba la vida mientras tú en otra parte
masticabas una vez y otra vez
la intragable papilla de los días.
Palpita la ciudad desde lo alto,
reconoces las torres y las cúpulas,
el manchón verde de Villa Borghese
y el largo puente naranja sobre el Tajo,
en la plaza de la Sorbona
al lento sol de la mañana
una muchacha lee a los presocráticos
y alza los ojos para verte sonreír
a los adolescentes de St Etienne
que ofrecen la manzana
de su ambigua hermosura
a todos y a ninguno,
y tú muerdes con delicia
la manzana de la ciudad,
su pulpa de perpetuo domingo,
de infancia recobrada,
de teatrillo de titiriteros.

Subes a lo alto de la fortaleza
y sobre los tejados de Alfama o las aguas del golfo,
al fondo la abrupta esmeralda de Capri,
vas dejando caer las tristezas antiguas
y quedas para siempre
desnudo, joven, invulnerable.
La primera mañana en la ciudad
que primero anduviste en sueños,
que antes de ser verdad fue tinta y fue papel,
versos de Baudelaire o de Pessoa,
fotografías sepia,
acariciada fantasmagoría.
La primera mañana en la ciudad,
desconocido entre desconocidos,
Adán de ingenuos ojos
que no se cansa de mirar
un reluciente paraíso,
la primera mañana del mundo.

martes, 1 de marzo de 2011

Incompleto (por Saiz de Marco)

Todo esto está incompleto sin un sitio
donde no nos juzguen,
donde no nos dañen,
donde no nos comparen.
Todo esto está incompleto. Le falta justo
el eje del centro.
Precisamente falta, exactamente no hay
la pieza principal.