zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

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jueves, 31 de octubre de 2019

La mujer de Lot (por Anna Ajmátova)


Y siguió el hombre justo al enviado de Dios,
grande y resplandeciente, por la montaña negra.
Entre tanto, una voz penetrante urgía a la mujer:
no es demasiado tarde, aún puedes mirar.

Mira las torres rojas de tu Sodoma natal, la plaza
en que cantaste, el patio donde hilabas, las ventanas vacías
en lo alto de la casa, el lugar donde tus hijos
nacieron, fruto de unión feliz.

Una mirada sólo. Y helados en un dolor de muerte
no pudieron sus ojos mirar más.
Sal transparente se volvió todo su cuerpo
y las ágiles piernas arraigaron en la tierra.

¿Y a esta mujer nadie la llorará?
¿Tan
 anodina es para ocuparse de ella?
Sin embargo, mi corazón no olvida
a la que dio su vida por una mirada.



miércoles, 30 de octubre de 2019

Carballo (por Miguel d' Ors)



Te debo una palabra, compañero,
viejo carballo que cada mañana
me saludas detrás de la ventana
en tu idioma silvestre y pajarero.

Por esa especie de fidelidad
que acompaña y anima mi labor
diaria, por el cálido rumor
con que me asistes en mi soledad,

que te visiten lluvias oportunas,
que el favor de los soles y las lunas
prolongue muchas décadas tu edad,

que cada renovada primavera
traiga a la intimidad de tu madera
algo así como la felicidad.



martes, 29 de octubre de 2019

O algún otro (por Philippe Soupault)


Mi nariz corta el aire,
mis ojos están rojos de reír.
Por la noche, junto leche y luz de luna
y corro sin mirar atrás.
Si los árboles detrás de mí se asustan,
me importa un bledo.
Es grandioso estar indiferente
en medio de la noche
adonde va toda esta gente,
el orgullo de las ciudades,
los músicos de los pueblos.
La multitud está bailando, con furia,
y yo soy sólo ese anónimo transeúnte
o algún otro cuyo nombre no logro recordar.


lunes, 28 de octubre de 2019

Puede que fuera en mí donde llovía (por Agustín Fernández Mallo)


lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instantaneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques. Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si  existe. No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosímiles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepetibles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía. Quién deja a quién si todos andamos diferidos de nosotros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no entender lo insoportable: que cada cual es uno y además no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros, que asusta pensar hasta qué punto todos somos intercambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían refutar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.



domingo, 27 de octubre de 2019

Gracias (por Jorge Luis Borges)


Doy gracias a la luna por ser la luna, a los peces por ser los peces, a la piedra imán por ser el imán.
Doy gracias por aquel Alonso Quijano que, a fuer de crédulo lector, logró ser don Quijote.
Doy gracias por la torre de Babel, que nos ha dado la diversidad de las lenguas.
Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha.
Doy gracias por aquel viejo asesino, que en una habitación desmantelada de la calle Cabrera, me dio una naranja y me dijo: "No me gusta que la gente salga de mi casa con las manos vacías". Serían las doce de la noche y no nos vimos más.
Doy gracias por el mar, que nos ha deparado la Odisea.
Doy gracias por un árbol en Santa Fe y por un árbol en Wisconsin.
Doy gracias a De Quincey por haber sido, a despecho del opio o por virtud del opio, De Quincey.
Doy gracias por los labios que no he besado, por las ciudades que no he visto.
Doy gracias a las mujeres que me han dejado o que yo he dejado, lo mismo da.
Doy gracias por el sueño en el que me pierdo, como en aquel abismo
en que los astros no conocían su camino.
Doy gracias por aquella señora anciana que, con la voz muy tenue, dijo a quienes rodeaban su agonía "Déjenme morir tranquila" y después la mala palabra, que por única vez le oímos decir.
Doy gracias por las dos rectas espadas que Mansilla y Borges cambiaron,
en la víspera de una de sus batallas.
Doy gracias por la muerte de mi conciencia y por la muerte de mi carne.
Sólo un hombre a quien no le queda otra cosa que el universo pudo haber escrito estas líneas.



sábado, 26 de octubre de 2019

Así es como se engendran mundos (por Joseph Brodsky)


Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.

Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.

Tú fuiste quien, ardiendo,
creaste en un susurro
las conchas de mi oído,
el diestro y el siniestro.

Tú quien, meciendo la cortina
en el mojado cuenco de la boca,
me plantaste la voz
que te llamaba a gritos.

Yo estaba ciego, simplemente.
Y tú, escondida, brotando,
me obsequiabas el don de ver.

Así es como se deja rastro.

Así es como se engendran mundos.
Así, a menudo, tras crearlos,
los dejan dando vueltas
dilapidando los dones.

Así, ora al fuego lanzado,
ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,
perdido en la creación del mundo
el globo va girando.



viernes, 25 de octubre de 2019

De lo que vuelve (por Miguel de Unamuno)


Han vuelto los vencejos;

las cosas naturales vuelven siempre:

las hojas a los árboles,

a las cumbres las nieves.

Han vuelto los vencejos;

lo que no es arte vuelve;

vuelta constante es la naturaleza

por cima de las leyes.

Han vuelto los vencejos;

¿ves como todo vuelve?

Todo lo que ha brotado al sol desnudo,

de la inexhausta fuente;

todo lo que no fue de algún propósito

producto endeble.

Han vuelto los vencejos;

¡augusto ritmo, única ley perenne!

¡El año es una estrofa

del canto permanente!

Todo vuelve, no dudes, todo vuelve:

vuelve la vida,

¡vuelve la muerte!

¡Cuanto tiene raíces en la vida

al fin y al cabo vuelve!

¡Han vuelto los vencejos,

y al pecho aquellas mismas ansias vuelven…!

Ahora comprenderás lo que en la vida

quiere decirnos: «¡Siempre!».

Siempre quiere decir la vuelta, el ritmo,

la canción de la mar en la rompiente;

si la ola se retira

ha de volver, pues es de lo que vuelve.

Vuelve todo lo que es naturaleza,

y tan sólo se pierde

lo que es remedo vano de los hombres,

sus artificios, invenciones, leyes…

Han vuelto los vencejos,

como ellos vuelven… ¡siempre!

Con su alegre chillar el aire agitan

y el cielo, con su raudo ir y volverse,

al caer de la tarde

cobrar vida parece.

No se posan ni paran, incansables;

sus pies ¿a qué los quieren?

Les basta con las alas,

criaturas celestes.

Con ritmo de saeta, ritmo yámbico,

los versos vivos de su vuelo tejen,

chillando la alegría

de sentirse vivientes…

Han vuelto los vencejos;

los del año pasado, los de siempre,

los mismos de hace siglos,

los del año que viene,

los que vieron volar nuestros abuelos

encima de sus frentes.


Han vuelto los vencejos;

criaturas del aire que no mueren

—¿quién muertos los ha visto?—

heraldos de la vida, amantes fieles

del largo día, de la mies dorada;

¡han vuelto los de siempre…!

¡Vencejos inmortales,

alados hijos de natura fuerte,

heraldos de cosechas y vendimias,

mensajeros celestes,

bienvenidos seáis a nuestro cielo,

vosotros… los de siempre!



jueves, 24 de octubre de 2019

Pero no lo supe (por Eloy Sánchez Rosillo)


Durante muchos años fui dichoso.
Tal vez lo supe, pero no lo supe,
ni habría podido entonces admitir que lo fuera,
pues quien pretende lo absoluto
no se conforma nunca con la parte,
aunque esa parte sea casi el todo.

Mi patrimonio fue la luz del mundo;
toqué la realidad, también soñé,
y tuve amor, tuve en el pecho el canto.

Desde un presente que es manos vacías,
casa desierta, invierno, turbio pecho,
melancólicamente doy gracias por los dones
que no aprecié del todo cuando la vida quiso
que fulgurasen junto a mí,
por los bienes que fueron y que no fueron míos
y que luego perdí sin saber cómo.


miércoles, 23 de octubre de 2019

Será la yuxtaposición de presencia y ausencia (por Roger-Pol Droit)


Usted conoce cada centímetro de su piel, el timbre de su voz, los movimientos de sus ojos y casi todas sus reacciones. Le gusta su risa, su manera de andar, y hasta (por ejemplo) una leve imperfección solo por usted conocida, tal vez. En suma, ya tuvo ocasión de estar con ella. Sin embargo, si la contempla durante su sueño, sin duda tendrá la impresión de no conocerla del todo. Ese rostro ya no está presente a sí mismo, se ha como ausentado desde adentro. Con los ojos cerrados, el cuerpo lánguido, la postura inesperada, esa inocencia testaruda. Y la respiración, que se oye como otro abandono. ¿Por qué experimenta esa tan curiosa mezcla de inmensa confianza, de leve inquietud y de vaga molestia, como si contemplara alguna escena que no debería ver? Sin duda, será la yuxtaposición de presencia y ausencia lo que crea ese desconcierto. Acaso ya no sabe usted si esa Bella Durmiente realmente es la misma que la que usted ama. Jamás lo sabrá. Puede ser divertido. O no. Entonces solo puede apelar a su ternura, que lo llevará a su encuentro, en lo más intenso de ese silencio del que ella nada sabrá.


martes, 22 de octubre de 2019

Nada es real hasta que sangra (por Emilio Martín Vargas)


Solo
lo que amo y deseo
hasta el punto del terror
me sobrevive, nada
es real hasta que sangra, en mi ordalía
no acepto más abrigo que la culpa
ni más paz que la espera
bajo este cielo enmilagrado:
líbrame,
señora de mis abismos,
de contemplar la vida como quien contempla,
para intentar comprender su naturaleza,
un animal disecado.



lunes, 21 de octubre de 2019

Una vocación oscura (por Nino Júdice)


El amor es una vocación oscura. No sé de dónde viene,
pero sé que tiene la forma de un cuerpo que se abraza,
el calor de las palabras casi murmuradas, la precisión
de las manos que descubren el camino hacia el centro,
y que demoran en cada curva. Puedo describir el amor
a través de todas sus formas; indicar el camino
para encontrarlo, pasando las pausas de la vida;
verlo en lo profundo de los ojos que se abren en el intervalo
de un abrazo; seguir su movimiento en el desordenarse
de los cabellos; y olvidar todo lo que sé sobre el amor
para descubrir, de nuevo, cuando viene a mi
encuentro en el sol de la mañana, y el mundo se apaga
a tu regreso para que tu sonrisa lo encienda
y me haga preguntarte por qué el amor
es una vocación oscura.


domingo, 20 de octubre de 2019

Transfiguración (por Luis Rosales)


Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su transfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita

como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.


sábado, 19 de octubre de 2019

Un caballo en mi casa (por Washington Delgado)


Guardo un caballo en mi casa.
De día patea el suelo
junto a la cocina.
De noche duerme al pie de mi cama.
Con su boñiga y sus relinchos
hace incómoda la vida
en una casa pequeña.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
mientras camino hacia la muerte
en un mundo al borde del abismo?
¿Qué otra cosa sino guardar este caballo
como pálida sombra de los prados
abiertos bajo el aire libre?
En la ciudad muerta y anónima,
entre los muertos sin nombre, yo camino
como un muerto más.
Las gentes me miran o no me miran,
tropiezan conmigo y se disculpan
o maldicen y no saben
que guardo un caballo en mi casa.
En la noche, acaricio sus crines
y le doy un trozo de azúcar,
como en las películas.
Él me mira blandamente, unas lágrimas
parecen a punto de caer de sus ojos redondos.
Es el humo de la cocina o tal vez
le desespera vivir en un patio
de veinte metros cuadrados
o dormir en una alcoba
con piso de madera.
A veces pienso
que debería dejarlo irse libremente
en busca de su propia muerte.
¿Y los prados lejanos
sin los cuales yo no podría vivir?
Guardo un caballo en mi casa
desesperadamente encadenado
a mi sueño de libertad.



viernes, 18 de octubre de 2019

El otro calcetín (por Billy MacGregor)


Amo tu cara de papa gorda y tus ojos de mirar a la pared
y de estoy hasta el kiwi
y de iros
a tomar por culo-ya, todos, amo
-qué linda que sos-
tus tobillos ortopédicos de sostenerlo todo.
Tus lágrimas del final de la película.
Tus lágrimas de ¡ay!, que me haces daño, tonto.
Tus lágrimas de ver la lavadora dando vueltas.
Tus lágrimas de es que me he emocionado. No sé. Ya no me acuerdo. Mira, un coso.
Tus lágrimas de no sabes por qué.
Tus lágrimas de sí, lo sé; pero no te lo digo.
Amo tus uñas que me rascan la espalda y tus lunares cientos
-aunque no pierdo el tiempo en esas cosas, ya sabes, hacer mapas estelares o rutas magallánicas-. Amo
tu estómago. Con su biosfera y su ombligo y sus tripas por dentro.
Amo tus ronquidos y ese masaje de pies que nunca vas a darme.
Yo a ti tampoco.
Amo tu puto dedo índice de señalarlo todo. ¿Por qué siempre soy yo?
Ah, porque me gusta, claro, se me había olvidado.
Amo tus tú sabrás y tu manía
de cortar la lechuga para la ensalada en trocitos tan pequeños.
Amo darte bocados y que grites tu grito de gallina y tu color de joder cómo me duele.
Amo los obispos de tus carnes.
Amo cuando te enfadas y te pones a hablar sola
y voy
a por tabaco y cuando vengo
todavía estás hablando sola.
Tus quita, que ya lo hago yo. Tus venga, que te estoy esperando.
Los virus de tu ordenador. Que me nombres cirujano. Las veces que te he dicho qué es un troyano.
Tus pues yo no sé, algo habré tocado. ¿Me lo arreglas? Es que no anda.

Yo no deshojo margaritas; yo me las como.



jueves, 17 de octubre de 2019

Funambulista (por Aurelia Cortés)


Alineo mis pasos sobre la cuerda,
hablo para mí:
tiemblo durante el espacio vacío
entre el pie izquierdo y el derecho;
quedan sólo las huellas en el aire,
sólo el rastro ensangrentado
de las vocales y otros sonidos
que no transitan,
huyen de mi latido lineal,
se despeñan, pierden el hilo
sin red que los rescate.
Sigo el camino
trazado de la mañana a la noche,
sembrado con señales luminosas:
no pises aquí, demórate,
hunde el pie en la arena que se desmorona,
salta ágil, avanza, galopa;
ahora calla, espera.
Ventisca de palabras turbias en lo alto,
aves ajenas:
no me distraigan canoras,
no me distraigan
imágenes con sus reflejos,
imágenes de racimo variopinto,
no me deslumbren reflectores en lo alto de la carpa,
palomillas encantadas a su alrededor,
rostros expectantes y sus rubores:
que su respiración no tense mi cuerda ni la afloje,
que cada paso siga el compás idéntico a mi propia voz
no me enreden, listones multicolor, ramas
que se cruzan en mi corto vuelo,
no me hundan, estigias mentales,
huecos sin remedio:
cedan el paso a mi caminar suspendido, tarareado en línea recta.


miércoles, 16 de octubre de 2019

Estuvo entre nosotros (por Jorge Teillier)


Ella estuvo entre nosotros
lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
Pero sus manos alejan los malos sueños
como las manos de la lluvia
las pesadillas de las aldeas.

Sus manos que podían dar de comer
a la noche convertida en paloma.

Era bella como encontrar
nidos de perdices en los trigales.
Bella como el delantal gastado de una madre
y las palabras que siempre hemos querido escuchar.

Cierto: estuvo entre nosotros
lo que el sol en el espejo
con que un niño juega en el tejado.
Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas
en los patios cubiertos por la primera helada.

Sus huellas perdidas
tras una puerta herrumbrosa
cubierta de azaleas.


martes, 15 de octubre de 2019

Y me clave las púas de su barba (por Gonzalo Rojas)


Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
—Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.


domingo, 13 de octubre de 2019

El llano de huizaches (por Elena Garro)


¡Elena!
Oigo mi nombre, me busco.
¿Sólo esta oreja queda?
¿Ésta que oye mi nombre en un llano de huizaches?
¿Mi nombre, gritado así, a los cuatro vientos,
de noche, en el llano de la muerte?

¡Elena!
Es raro que descuartizados
mis miembros avancen por el llano de huizaches.
El nombre ya no los une ni los nombra.
Es raro que sigan avanzando
y que en el centro esté la boca del vacío.
Ahora los llama mi nombre:
¡Ven aquí, nariz de Elena!
¡Ven aquí, brazo de Elena!
Sólo la bacinica sigue firme cubriendo la cabeza
que sonámbula rueda en el valle de huizaches.
¿Hay todavía un puntapié sobrante?
¿Ya nadie llega a jugar a la pelota?
¿Nadie olvidó un buen escupitajo de colmillo
para la cabeza que rueda entre huizaches?

¡Elena!
Los llama mi nombre:
¡Vengan aquí, mano pierna pescuezo!
Hace años que bailan separados
en la tierra de los escupitajos.
¿Hay alguien que guarde todavía un gargajo
para ese ojo cerrado a gargajazos?

¡Elena!
La voz viene del centro profundo de mi ombligo.
Hay quien vive adentro del ombligo y me llama.
La voz corre para atrapar los pies que corren
entre huizaches
y las manos que bailan el baile loco de los dedos locos
sin pizarra, sin lápiz, sin niño, sin amante.
Me busco. Me encuentro.
Colgado de una rama seca está uno de mis labios.
Y ahora por allí corre la lengua
que recitaba las lecciones del colegio:
Rosa, rosae…
¿Qué hará allí, tan lejos del pizarrón,
tirada en el valle de huizaches?

¡Elena!
Me busco. Me encuentro.
Nadie levanta la bacinica que cubre paisajes,
pájaros vistos en deslumbrantes copas,
el pico de la estrella de la cual colgaba yo
y las sílabas de mi nombre meciéndome hacia un pasado
y un futuro los dos de oro
antes de estar aquí, gritándote a ti mismo
en los huizaches.
Tampoco hay que mirar por el agujero de la aorta.
¡Señores, un mecate para ligarlo bien!,
para que nunca más se llegue al centro de ese corazón
que yace luna roja caída en el llano de huizaches
¿Les gustará a las damas y a los caballeros
tumbado, iluminando de rojo a los huizaches
en el valle en el que rueda mi ombligo
como antes rodaron canicas llamándome?
¡Clic! !Clic! !Clic!

¡Elena!
Mi espinazo blanco avanza como víbora
hacia el pozo negro del vacío.
¿Hay algún tacón de raso,
de esos piadosos tacones de raso que llevan las señoras
para que aplaste su cabeza?
¡Rosario y decencia en mano, hubo damas!
¡Chequera y decencia en mano, hubo caballeros!
El llano, este llano, es para los pelados.
Las damas y los caballeros viven en avenidas
de cartón y beben sangre de indio.

¡Elena!
Me busco. Hay tiempo, el pozo está lejos todavía.
Los dientes separados de la encía avanzan a saltitos.
Hasta que caiga el último de ellos,
hasta que caiga la solemne campanilla que presidió
al paladar y a la palabra, no podré responderte.

¡Elena!
Te digo que me busco, que me encuentro.
Espera hasta que llegue al pozo negro la última de las uñas.
¡Es largo el llano de huizaches!
¡Es ancho el llano de huizaches!
¡Se tarda uno siglos en cruzarlo!


sábado, 12 de octubre de 2019

Fue la primera vez de la alegría (por Miguel Hernández)


Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodeado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría,
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena entre los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.


viernes, 11 de octubre de 2019

Acunabas un lobo por corazón (por Juan José Saer)


Sin embargo tus ojos ardían recientes bajo las drogas
fugaces y livianos como dos cirios en las sombras.
Acunabas un lobo por corazón, oh queridísima Clodia, oh Lesbia.
Abandonado elijo tu lado bueno: entre las luces
mínimas, las atroces, parecida a un meteoro,
tu cabeza bailaba y expandía como con aspas verdes
la claridad. Abandonado elijo
tu lado triste: a veces, como Dios, no estás
en ningún lado; entonces cierras
los ojos, oh Lesbia, y tiemblas como esas
grandes hojas tropicales mojadas. Abandonado
elijo tu lado esencial: nunca vuelves,
eres como una muerta obstinada, tú,
la oscura patrona del haber sido. Abandonado
elijo tu lado vuelto hacia mí: algo de cuya cara
tu corazón es el reverso.


jueves, 10 de octubre de 2019

Obsesión del matrimonio provinciano (por Pablo de Rokha)


Con hachazos de bandera, de océano, de manzana,
por adentro resplandeciendo, infinito de absoluto y gran aurora,
a soledad incendiada oliendo, o sonando
con espantoso lamento de águila o máquina de cementerio a la orilla del
mundo,
así, rompiendo tus entrañas, penetrándote.

Tú y tu flor de muchacha, aquí, conmigo.
En piedra, en vísceras, en hierro y eternidad abrazándonos,
contra y cuando en ese límite braman las palomas
y la violeta saca la espada de dios, entre los corsarios enfurecidos,
porque el clima del siglo suda a pólvora,
y yo, directo y sin esperanza, tronando con árbol y todo, como un regimiento de espaldas,
te esgrimo sobre el hombre, con la sociedad al hombro. Gimiéndote, besándote, lamiéndote, llorándote,
únicamente por ti y en ti relampagueando con relámpagos de montaña, anhelando, con beso eterno, esculpirte.
Es tu música, es tu número, querida,
y la línea melódica de tu acento incomparable,
quien emerge de entre valientes amapolas,
superando los espantos encadenados, su ámbito y su látigo, como de
culebras,
y el horror del himno, Winétt de laurel y tormento.

Todavía la infinita sensación, la cuchilla, la cadena, la rendija del sol,
gritando,
aquella tal palanca, que, enormemente, dura y puja rugiendo, con trabajo
desesperado de agonía, sin mástiles, arrodillado a tus riberas, arranco los años, los potros de los años,
entonces los sujeto con frenos tremendos, y escribo para comparar la eternidad a una laguna en la cual lo que fue revive, retorna, renace, circulando.

Tu juventud soñadora y sanguinaria de virgen silvestre o ídolo, alimentándose de terrores, construyó su mito y su signo, a expensas de esta materia soberbia, que, entre pecho y espalda, se me subleva, y yo satisfice tu ensueño, despedazándome, (¡despedazándome!), construyéndote un universo con las migajas ensangrentadas, mujercita y
azucena,
para tu ser infantil matando toros rojos.

Cosecha de vino amarillo, con estampidos que maduran, agua de fuego, a cuya presencia de esmeraldas derretidas, acuden los pájaros muertos contra muertos atardeceres, he ahí que te lamen estos mares, con su actitud de perros de miedo y oro,
amiga.

Contra el invierno que levanta su muralla de árboles desventurados, y te enfría la espalda, echando plumas de agua y suspiros a esa inmensa
atmósfera romántica,
enarbolo tu luz preciosa y morena de entonces,
haciendo poema tu belleza, escribiéndola en las arenas aventureras,
haciendo estatuas de agua de ansia,
haciendo edificios de energía, monumentos de esperanza, imágenes, religión, Dios, la guerra eterna,
levantando tu figura, más allá del tiempo y del espacio, heroicamente, gritando y tocando la trompeta en las tinieblas,
encima del ejército de cenizas, en el cual resplandece una gran cabeza
de muerto.

Así, criatura de estaño, como volando entre espadas.

Recoge los últimos mitos, como quien recibe sangre y muerte en la boca, o como duraznos de pulpa santa.

Autónomo, tremendo, dinámico,
ya asoman las auroras rojas, niña linda, y nosotros lo divisamos: el tiempo de las estrellas enarboladas...



miércoles, 9 de octubre de 2019

No estoy y estoy (por Vicente Huidobro)


Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
hay la espera de mí mismo
y esta espera es otro modo de presencia
la espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
ando en viaje dando un poco de mi vida
a ciertos árboles y a ciertas piedras
que me han esperado muchos años

Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
me voy adentrando en estas plantas
voy dejando mis ropas
se me van cayendo las carnes
y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol Cuántas cosas me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transustanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio


martes, 8 de octubre de 2019

Partida (por Aristóteles España)


Me avisan que debo alistar mi maleta,
ordenar las frazadas,
quedo mudo y perplejo.
No me atrevo a despedirme.
Somos un grupo numeroso.
¿Adónde vamos?
Se cruzan nuestras miradas,
escondo mi cuaderno,
son momentos de mucha intensidad,
me duele el estómago,
hay un gran despliegue de tropas,
inusual y desmedido,
surgen conjeturas,
caen granizos,
todo se llena de ausencias,
escribo mis iniciales en la pared.
Afuera hay un vehículo con destino desconocido
y después una lancha torpedera o un avión,
hay cierta claridad glacial
que va blanqueando nuestro andar;
veo orillas que se hunden como barcos,
troncos quemados,
hombres que entran y salen de sí mismos.
Siento un leve escozor en las rodillas,
cierro mis párpados ahora.
Hasta siempre camaradas,

toda esta lección no ha sido en vano.


lunes, 7 de octubre de 2019

Sin (por Rafael Baldaya)


agua, pero nadie la bebe
colinas, pero nadie las cuenta
cuevas, pero nadie habitándolas
distancias, pero nadie las mide
hierro, pero nadie lo extrae
luz, pero a nadie ilumina
lluvia, pero a nadie mojando
mares, pero nadie los surca
masas, pero nadie las pesa
montañas, pero nadie las sube
nieve, pero nadie pisándola
viento, pero a nadie refresca
ríos, pero nadie los nada
sol, pero a nadie calienta
objetos, pero nadie los nombra
playas, pero nadie bañándose
tierra, pero nadie la labra
valles, pero nadie los puebla
días, pero días para nadie
noches, pero nadie las duerme
y tantas cosas que hay
tantas, sí, y todas para nadie 


domingo, 6 de octubre de 2019

Todo es herida (por Gonzalo Rojas)


Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida:
la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este
pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad de 2.500 años de drogas y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.


sábado, 5 de octubre de 2019

Aquel puente (por Irene Sánchez Carrión)


No cruzaste aquel puente
y su remota voz de musgo
se enredará por siempre entre tus pasos.

Te dio miedo bajar las escaleras
y un negro precipicio de peldaños
se abrirá a tus pies cada mañana.

Desde hoy
todos los lechos
donde busques descanso
se llenarán de pozos
y caerán confundidos
tu rostro y sus caretas.


viernes, 4 de octubre de 2019

Paréntesis (por Mario Benedetti)

Acompáñenme a entrar en el paréntesis 
que alguien abrió cuando parió mi madre
y permanece aún en los otroras
y en los ahoras y en los puede ser
lo llaman vida si no tiene herrumbre
yo manejo el deseo con mis riendas

mientras trato de construir un cielo
en sus nubes los pájaros se esconden
no es posible viajar bajo sus alas
lo mejor es abrir el corazón
y llenar el paréntesis con sueños

los pájaros escapan como amores
y como amores vuelven a encontrarnos
son sencillos como las soledades
y repetidos como los insomnios

busco mis cómplices en la frontera
que media entre tu piel y mi pellejo
me oriento hacia el amor sin heroísmo
sin esperanzas pero con memoria

por ahora el paréntesis prosigue
abierto y taciturno como un túnel



jueves, 3 de octubre de 2019

Cristal del autobús junto a Virginia (por Elena Medel)


Ocupáis tres asientos frente a mí en el autobús que se desplaza
desde nuestro barrio alejado del centro
al centro;
al centro de nuestra localidad minúscula, entiéndase, no al centro
de las cosas, no a la esencia misma ni a la materia nuclear donde la
vida

bang

donde la vida

se expande y obedece a todos los fenómenos —etcétera— que
dicta
la astrofísica. Lo proclaman las asignaturas que rodeábamos
porque éramos de letras; lo proclaman los inexpugnables mecanismos que
atañen a vocablos tan comunes
como universo, vida, muerte, amor.
Ocupáis tres asientos frente a mí
en la parte trasera del transporte público: el niño a la derecha, en el
centro la niña, la madre a la izquierda.

Ahora tú, hija pequeña de Virginia: chándal rosa gastado —igual
que los plumieres de tu madre— con un personaje
que mi edad y condición soltera ignoran.

Ahora tú, hijo mayor de Virginia, intuyo en tu barbilla y tus orejas
los rasgos que heredaste de tu padre, y me pregunto
si Virginia los maldice
—Virginia, ¿los maldices?—
a la hora del baño.

Pero tú, Virginia, tan rubia, ¿lo recuerdas?
Allá donde entonces combatíamos piojos

ahora

bang

ahora

escondemos el tiempo.

Aquí tú lees una revista, Virginia, aquí tú no me reconoces: ¿te sirven
los consejos del cuché,
oh tú, tan rubia e inocente?
Virginia, siempre con mi edad y ahora con dos hijos, sin anillo en
el dedo, con un bolso colmado de galletas:
Virginia, hijo mayor de Virginia, hija pequeña de Virginia,
años luz caídos
años luz quebrados en la comisura de los labios,
cerrad los ojos y pedid un deseo

frente a mí

en el autobús destartalado que nos salva del barrio periférico y nos
acerca
al centro, lejos de los bancos en los que los adolescentes beben y las
noches golpean los jardines,
cierra los ojos, Virginia,
porque en estos veintiocho minutos de trayecto he pensado en
nosotras,
en ti que no me reconoces veinte años más tarde, en tus canas donde
la gente que nunca te habló, en tus canas donde la gente
reía y se burlaba.

Cristal del autobús junto a Virginia, espejito de ambas,
tus uñas rojas comidas al fregar los platos, una gota de laca roja en
tu dedo anular,
oh Virginia, oh rubia e inocente,
yo he pensado en nosotras,

bang

yo he pensado en nosotras.

No sé si sabes a lo que me refiero.

Te estoy hablando del fracaso.


miércoles, 2 de octubre de 2019

Sherpa (por Álvaro Tato)


Escalamos el suelo
a pie.

Solos o juntos,
sin abrigo ni guía, suelo adentro,
pasos arriba.

Seguimos, nos perdemos
y sobre el suelo plano
se suceden aludes y refugios.

A veces en la sima
del sueño coronamos
una verdad posible:

cada paso es la cumbre.


martes, 1 de octubre de 2019

Y aún más larga la noche (por Claudio Rodríguez)


Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.