zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 31 de diciembre de 2011

Mudanza (por Fabio Morábito)

A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

viernes, 30 de diciembre de 2011

La tierra estéril (por T. S. Eliot)

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra con nieve de olvido, alimentando
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, pasando sobre el Starnbergersee
con una cortina de lluvia; hicimos un alto bajo la galería de columnas,
y continuamos a la luz del sol, adentrándonos en el Hofgarten,
y bebimos café, y hablamos durante una hora.
"De ninguna manera soy ruso; yo vengo de Lituania, yo soy un auténtico alemán".
Y cuando éramos niños, pasando una temporada donde el archiduque,
donde mi primo, él me sacó en un trineo,
y yo estaba asustado. Él dijo, Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y para abajo fuimos.
En las montañas, allí uno se siente libre.
Leo gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Qué son las raíces que se prenden, qué ramas brotan
de estos escombros minerales? Hijo de hombre,
nada puedes decir, o adivinar, ya que sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol golpea,
y el árbol muerto no ofrece refugio, ni el grillo consuelo,
ni la piedra seca rumor de agua. Solamente
hay sombra bajo esta roca roja
(ven bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te enseñaré algo diferente, tanto de
tu sombra en la mañana avanzando a tus espaldas
como de tu sombra a la tarde creciendo para encontrarte;
yo te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
"El viento sopla fresco
hacia la patria.
¿Mi muchacha irlandesa,
dónde te estás demorando?"
"Tú me trajiste jacintos por primera vez hace un año;
ellos me llamaban la chica de los jacintos.
Sin embargo cuando regresamos, tarde, del jardín de jacintos,
tus brazos llenos, y tu pelo húmedo, yo no podía
hablar, y los ojos me fallaban, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Desolado y vacío el mar."
Madame Sosostris, famosa clarividente,
tenía una horrible gripe, pero de todos modos
es conocida como la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas muy mordaz. Aquí, dijo ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado
(Perlas son éstos que fueron sus ojos. ¡Mira!),
aquí está Belladonna, la Señora de las Rocas,
la Señora de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí está el mercader con un solo ojo, y esta carta,
que está en blanco, es algo que carga a la espalda,
que me está prohibido ver. No encuentro
al Colgado. Teme la muerte por el agua.
Veo multitudes de gente, dando vueltas en círculo.
Gracias. Si ves a la querida Mrs. Equitone,
dile que yo misma le llevo el horóscopo:
uno debe ser así de cuidadoso hoy en día.
Ciudad irreal,
bajo la niebla ocre de un amanecer de invierno,
una muchedumbre fluía sobre el Puente de Londres, tantos,
no tenía ni idea de que la muerte hubiera destruido tantos;
suspiros, cortos e infrecuentes, eran exhalados,
y cada hombre llevaba los ojos clavados un poco por delante de sus pies.
Fluían colina arriba y bajaban la calle King William,
adonde Saint Mary Woolnoth daba las horas
con un sonido muerto en la última campanada de las nueve.
Allí vi a alguien que conocía, y le paré, gritando: "¡Stetson!
¡Tú que estuviste embarcado conmigo en Mylae!
Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado,
¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O ha perturbado su lecho la helada repentina?
¡Mantén al Perro lejos de aquí, ya que es amigo de los hombres,
o con sus uñas volverá a desenterrarlo!
¡Tú! ¡Hipócrita lector! ¡Mi igual, mi hermano!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Este amor (por Jacques Prévert)

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Este amor
Bello como el día
Y malo como el tiempo
Cuando hay mal tiempo
Este amor tan sincero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan jovial
Y tan pobrecillo
Trémulo como un chiquillo en la oscuridad
Y tan seguro de sí mismo
Como un hombre tranquilo en lo más hondo de la noche
Este amor que da miedo a los demás
Que los hace hablar
Que los hace palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros lo acechamos
Acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Porque nosotros lo hemos acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Este amor íntegro
Tan vivo todavía
Y lleno de sol
Es el tuyo
Es el mío
Ese que ha sido
Este algo siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan tembloroso como un pájaro
Tan cálido tan vivo como el verano
Ambos podemos juntos
Alejarnos y regresar
Olvidarlo
Y después dormirnos
Despertarnos padecer envejecer
Dormirnos de nuevo
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor sigue allí
Obstinado como un borrico
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Absurdo como el arrepentimiento
Tierno como los recuerdos
Frío como el mármol
Bello como el día
Frágil como un niño
Nuestro amor nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho tembloroso
Y grito
Grito por ti
Grito por mí
Y le suplico
Por ti por mí por todos los que se aman
Y los que se han amado
Sí le grito
Por ti por mí y por todos
Los que no conozco
Quédate
Allí donde estás
Allí donde estuviste antes
Quédate
No te muevas
No te vayas
Nosotros los que somos amados
Te hemos olvidado
Pero no nos olvides tú
Sólo te teníamos a ti en el mundo
No permitas que nos volvamos indiferentes
Cada vez mucho más lejos
Y desde donde sea
Danos señales de vida
Mucho más tarde desde el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Surge de repente
Tiéndenos la mano
Y sálvanos

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ausencias (por Mario Benedetti)

en mi viejo catálogo de ausencias
algunas todavía me estremecen
compañeros y compañeras de ansias
de abrazos de peligros compartidos
ya no estarán irremediablemente
es como si su sangre regalada
corriera solidaria por mis venas
en busca de mi búsqueda tenaz
y así vivo muriendo
mientras el tiempo corre como un río

unos quedaron desaparecidos
otros aparecieron en sus huesos
sus palabras siguieron resonando
como si todavía nos nombraran

qué podemos hacer con las ausencias
es imposible defenderse de ellas
están ahí deshilachadamente
cual fantasmas sedientos de vivir
o crepúsculos huérfanos de noche

no hay rescate posible para las ausencias
uno sigue con ellas en la mano
y sabe que no puede abandonarlas
el mundo fue creado con ausencias
y allí estarán hasta que en un descuido
también uno pase a ser ausente

martes, 27 de diciembre de 2011

Lo que siento (por Ángel González)

Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es mentira?
Y él le respondió:
-Lo sé;
pero lo que siento es verdad.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Funeral blues (por W. H. Auden)

Detengan los relojes
desconecten el teléfono
denle un hueso al perro
para que no ladre
Callen los pianos y con ese
tamborileo sordo
saquen el féretro...
Acérquense los dolientes
que los aviones
sobrevuelen quejumbrosos
y escriban en el cielo
el mensaje...
él ha muerto.
Pongan moños negros
en los níveos cuellos de las palomas
que los policías usen guantes
de algodón negro
Él era mi norte mi sur
mi este y oeste
mi semana de trabajo y mi
domingo de descanso
mi mediodía, mi medianoche
mi conversación, mi canción
Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.
No precisamos estrellas ahora...
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Cuánto sabe la flor (por Pedro Salinas)

¡Cuánto sabe la flor!
Sabe ser blanca cuando es jazmín,
morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo,
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo que con su alma se haga miel.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe dejarse coger por ti,
para que tú la lleves, ascendida,
en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día la separas de ti,
que no es la pena por tu abandono
lo que la marchita.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe el silencio; y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no",
e ignora la negativa y el sollozo.
¡Cuánto sabe la flor!
Sabe entregarse, dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso:
que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dureza (por Saiz de Marco)

Esta dureza impostada, exhibida

si los ojos son blandos,
si el corazón es blando…

Esta dureza postiza, aparente

si los ganglios, los nervios, los alvéolos son blandos;
si la sangre, la piel, las membranas son blandas…

Esta dureza fingida y externa

si los huesos son blandos, rompibles, astillables;
si la médula es blanda,
si el hombre entero es blando…

viernes, 23 de diciembre de 2011

Cansancio (por Oliverio Girondo)

Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas
y recámaras y remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho y lo repoco y lo remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos
y refrotes de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara vana en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogro y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidefalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y líbido y oficio
recansadísimo
de tanta tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintitos perversitos
y de las ideítas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo tibio
remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio

jueves, 22 de diciembre de 2011

Nocturno yankee (por Luis Cernuda)

La lámpara y la cortina
al pueblo en su sombra excluyen.
Sueña ahora,
si puedes, si te contentas
con sueños, cuando te faltan
realidades.
Estás aquí, de regreso
del mundo, ayer vivo, hoy
cuerpo en pena.
Esperando locamente,
alrededor tuyo, amigos
y sus voces.
Callas y escuchas. No. Nada
oyes, excepto tu sangre,
su latido
incansable, temeroso;
y atención prestas a otra
cosa inquieta.
Es la madera, que cruje;
es el radiador, que silba.
Un bostezo.
Pausa. Y el reloj consultas:
todavía temprano para
acostarte.
Tomas un libro. Mas piensas
que has leído demasiado
con los ojos,
y a tus años la lectura
mejor es recuerdo de unos
libros viejos,
pero con nuevo sentido.
¿Qué hacer? Porque tiempo hay.
Es temprano.
Todo el invierno te espera,
y la primavera entonces.
Tiempo tienes.
¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo
el tiempo al hombre le dura?
“No, que es tarde,
es tarde”, repite alguno
dentro de ti, que no eres.
Y suspiras.
La vida en tiempo se vive,
tu eternidad es ahora,
porque luego
no habrá tiempo para nada
tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?
Alguien dijo:
“El tiempo y yo para otros
dos”. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores
de mañana? Mas tus lectores, si nacen,
y tu tiempo, no coinciden.
Estás solo
frente al tiempo, con tu vida
sin vivir.
Remordimiento.
Fuiste joven,
pero nunca lo supiste
hasta hoy, que el ave ha huido
de tu mano.
La mocedad dentro duele,
tú su presa vengadora,
conociendo
que, pues no le va esta cara
ni el pelo blanco, es inútil
por tardía.
El trabajo alivia a otros
de lo que no tiene cura,
según dicen.
¿Cuántos años ahora tienes
de trabajo? ¿Veinte y pico
mal contados?
Trabajo fue que no compra
para ti la independencia
relativa.
A otro menester el mundo,
generoso como siempre,
te demanda.
Y profesas pues, ganando
tu vida, no con esfuerzo,
con fastidio.
Nadie enseña lo que importa,
que eso ha de aprenderlo el hombre
por sí solo.
Lo mejor que has sido, diste,
lo mejor de tu existencia,
a una sombra:
al afán de hacerte digno,
al deseo de excederte,
esperando
siempre mañana otro día
que, aunque tarde, justifique
tu pretexto.
Cierto que tú te esforzaste
por sino y amor de una
criatura,
mito moceril, buscando
desde siempre, y al servirla,
ser quien eres.
Y al que eras le has hallado.
¿Mas es la verdad del hombre
para él solo,
como un inútil secreto?
¿Por qué no poner la vida
a otra cosa?
Quien eres, tu vida era;
uno sin otro no sois,
tú lo sabes.
Y es fuerza seguir, entonces,
aun el miraje perdido,
hasta el día
que la historia se termine,
para ti al menos.
Y piensas
que así vuelves
donde estabas al comienzo
del soliloquio: contigo
y sin nadie.
Mata la luz, y a la cama.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mirada final (por Vicente Aleixandre)

La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado,
caídos, derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén y,
revuelto con la tierra súbita, se levanta
y casi no puede reconocerse. Y se mira y se sacude
y ve alzarse la nube de polvo que él no es,
y ve aparecer sus miembros, y se palpa:
«Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo,
y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies
y él emerge, no sé si dolorido, no sé si brillando,
y alza los ojos y el cielo destella con un pesaroso resplandor,
y en el borde se sienta y casi siente deseos de llorar.
Y nada le duele, pero le duele todo.
Y arriba mira el camino, y aquí la hondonada, aquí donde sentado
se absorbe y pone la cabeza en las manos;
donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado
toda la vida como un instante, me miro. ¿Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida?
¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca,
cuando me reconozca y despierte, recién levantado de la tierra,
y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?
No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra
que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma,
hubiera al fin de expulsar. No: alma más bien en que todo yo he vivido,
alma por la que me fue la vida posible y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos,
con los que mi alma contigo todo lo mira, contemple con tus pupilas,
con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.

martes, 20 de diciembre de 2011

Esa ráfaga (por Jorge Luis Borges)

Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación de ser un desdichado,
pero humildemente recibe esa felicidad, esa ráfaga.
Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La realidad no me necesita (por Fernando Pessoa)

Cuando llegue la primavera,
si ya me he muerto,
florecerán las flores del mismo modo
y los árboles no serán menos verdes que la primavera pasada.
La realidad no me necesita.
Siento una enorme alegría
al pensar que mi muerte no tiene ninguna importancia.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Fusilado (por Jacques Prévert)

Las flores los jardines las fuentes las sonrisas
y la alegría de vivir
Un hombre está caído y bañado en su sangre
Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
los sueños infantiles
Un hombre está caído como un bulto sangriento
Las flores las fuentes los jardines los recuerdos
y la alegría de vivir
Un hombre está tumbado como un niño dormido.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Que soy naturaleza (por Federico García Lorca)

Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!

Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!

viernes, 16 de diciembre de 2011

Pasión de mi vida (por Juan Ramón Jiménez)

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracunda de yel y sin sentido!

…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Vermeer (por Wislawa Szymborska)

Mientras esa mujer del Rijksmuseum

con esa calma y concentración pintadas

siga vertiendo día tras día

leche de la jarra al cuenco

no merecerá el Mundo

el fin del mundo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Oyendo a Vivaldi (por Vicente Gallego)

Como agua bendita,
como santo rocío tras la noche de fiebre
lava el alma esta música con su perdón sincero,
fluyente arquitectura que en el aire vertebra
la ilusión de otra vida
salvada ya para gozar la gloria
de un magnánimo dios.

De lo terrestre naces,
del metal y la cuerda, de la madera noble,
de la humana garganta
que estremecida afirma la hora suya en el mundo;
y sin embargo vuelas, gratitud hecha música,
evanescente espíritu
que en el viento construyes tu perdurable reino.

Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte...

En mitad de la muerte suenas hoy,
cadencioso milagro, pura ofrenda de fe
en honor de ese dios que no escucha tu ruego
o que escucha escondido, tras su silencio oscuro,
la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios,
¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo,
extraña melodía de blasfema belleza
que a los hombres sugieres su condición divina,
para qué sordo oído
—cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo—,
en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada,
celebras esa frágil plenitud
de no sé qué verano o qué huérfana espuma
feliz
de aquella ola
que en la mañana fuimos?

martes, 13 de diciembre de 2011

Déjate (por Alejandra Pizarnik)

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo,
de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Y quién sabe salir (por Álvaro Pombo)

Ten piedad de los niños que se adentran adentro y no sabrán salir
¿Y quién sabe salir?
¿Es el río un camino o sólo el vertedero donde acaban los ojos de los patos salvajes?
Ten piedad de nosotros artífices del alba que no mentimos nunca
de la muerte pequeña del aura de la vida de los copiosos libros y los fríos ocasos
de nuestra juventud nuestra vejez ahora

domingo, 11 de diciembre de 2011

Nos miramos indiferentemente (por Fernando Pessoa)

Sí, pasaba con frecuencia por aquí hace veinte años...
nada ha cambiado -o al menos no lo advierto-
en este rincón de la ciudad.

¡Hace veinte años!
¡El que yo era entonces! Bueno, en fin, yo era otro
hace veinte años, pero las cosas no lo saben...
Veinte años inútiles (¡y yo qué sé si lo han sido!
¿Acaso sé lo que es útil o inútil?)
Veinte años perdidos (y de haberlos ganado, ¿que sería?).

Intento reconstruir con la imaginación
quién era y cómo era cuando pasaba por aquí
hace veinte años…
No recuerdo, no puedo recordar.

El que entonces pasaba
si hoy existiera tal vez recordaría…
¡Hay tanto personaje de novela al que por dentro conozco mejor
que a ese yo mío que pasaba por aquí hace veinte años!

Sí, el misterio del tiempo.
Sí, el que nunca se llegue a saber nada.
Sí, el que hayamos nacido a bordo todos.
Sí, sí, todo eso o cualquier otra forma de decirlo…

Por aquella ventana del segundo piso, idéntica a sí misma todavía,
más azul en el recuerdo,
se asomaba entonces una muchacha mayor que yo.

Y hoy, tal vez..., tal vez, ¿que?
Todo es imaginable cuando nada sabemos.
Física y moralmente estoy parado: no quiero imaginarme nada...

Un día subí esta calle pensando alegremente en el futuro,
pues Dios permite que aquello que no existe sea intensamente iluminado.
Hoy, al bajar esta calle, ni en el pasado pienso alegremente.
Cuando mucho, ni pienso...
Mi impresión es que las dos figuras se cruzaron en la calle no entonces ni ahora,
sino aquí mismo, sin que el tiempo perturbara su cruzarse…

Nos miramos indiferentemente el uno al otro.
Y yo, el de antes, fui calle arriba imaginando un futuro girasol.
Y yo, el de ahora, fui calle abajo sin imaginarme nada.

En la realidad esto tal vez sucediera,
en verdad sucediera,
carnalmente sucediera.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Cuando ella venga a verme (por Saiz de Marco)

Cuando ella venga a verme quisiera estar despierto. Poder oír sus pasos, sentir cómo se acerca.

Cuando llegue a mi lado, me gustaría decirle:

“Pero yo te conozco: ya estuve antes en ti. Fue antes de haber nacido. Yo sé lo que es ser nada. Yo sé lo que es no ser.”

Y también le diría:

“No sé si te anticipas. No sé si te retrasas.

De un lado, estoy cansado. Se me hace largo esto: las heridas, las pérdidas, el desgaste, el temblor…

De otro lado querría disponer de más vida. Andar otros caminos, subir otras montañas… Tal vez sean demasiadas las cosas que deseo. Todas juntas no caben en unas cuantas décadas (aunque es verdad que de eso tú no tienes la culpa).

Y además está el hecho de tener que irme así. Se me hace raro pensar que aquí seguirán otros: recorriendo los días que no conoceré.

Ordenas que te siga y te da igual que lo haga dejando cabos sueltos. (Aunque, si ahora me permitieras anudar estos hilos, me dejaría otras cuerdas abiertas, desatadas…)

Está bien, muerte, vamos. Condúceme a la Nada. Anhelo, en cierto modo, reencontrarme con ella.

Cuando la vea de frente me gustará acercarme, sentarme en su regazo, descansar de ser alguien.

Tal vez entonces ella me abrace como a un hijo. (¿No fue acaso la Nada quien nos engendró un día?)

Yo confío en que la Nada, en su corazón hueco, inmaterial, vacío… sí, yo espero que la Nada, en su fondo, me ame.”

viernes, 9 de diciembre de 2011

No querría (por Boris Vian)

No querría morir
Antes de haber conocido
Los perros negros de México
Que sueñan sin dormir
Y los monos de desnudo trasero
Hambrientos en los trópicos
Y las arañas de plata
En sus nidos de burbujas
No querría morir
Sin saber si la luna
Con su falso aire de tuna
Tiene un lado picudo
Y si el sol es frío
Y si las cuatro estaciones
Son realmente cuatro
Y sin haber probado
A salir con un vestido
A arbolados paseos
Y sin haber mirado
Por el ojo de una alcantarilla
Y sin haberme puesto un vestido
En rinconcillos raros
No querría acabar
Sin conocer la lepra
O las siete enfermedades
Que se cogen allá abajo
Y lo bueno y lo malo
Me darían igual
Si si si supiera
Que tendría aguinaldo
Y también existe
Todo lo que conozco
Todo lo que aprecio
Y que sé que me gusta
El fondo verde del mar
Donde bailan los tallos de alga
Sobre la arena ondulada
Y la hierba tostada de junio
La tierra que se agrieta
El olor de los pinos
Y los besos de ella
Que esto que lo otro
Qué guapa que allí está
Mi querida Úrsula
No querría morir
Antes de haber usado
Su boca con mi boca
Su cuerpo con mis manos
Con mis ojos el resto
Y ya no digo es preciso
ser muy respetuoso
No querría morir
Sin que sean inventadas
Las rosas eternas
La jornada de dos horas
El mar en la montaña
La montaña en el mar
El fin del dolor
Los diarios en colores
Los niños bien contentos
Y tantas cosas más
Que duermen en los cráneos
De ingenieros geniales
De jardineros joviales
De sesudos socialistas
De urbanos urbanistas
Y de pensativos pensadores
Tantas cosas que ver
A ver y a entender
Tanto tiempo esperar
Y en lo oscuro buscar
Y yo que veo el fin
Que gruñe y que se acerca
Con su gesto torcido
Y que me abre sus brazos
De rana patituerta
No querría morir
No señor no señora
Antes de haber tocado
El gusto que me atormenta
El gusto que es el más fuerte
Antes de haber gustado
De la muerte el sabor...

jueves, 8 de diciembre de 2011

El sol se partió (por Marosa di Giorgio)

De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar

arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;

después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó

ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos

desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,

como rosas, como ratones que volvieran del infinito,

todavía, con las alas.

Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:

“Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas…”.

Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía

calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance

de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó

la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este,

el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran.

De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,

arriba de las calas.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Las treinta (por Pedro Salinas)

Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal,
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeta, jota, i...

martes, 6 de diciembre de 2011

Para saberme (por Carmen González)

Para saberme
era preciso que supiera
las líneas de mi rostro contra el de otros,
que toda identidad me fuera conferida por contraste,
que supiera qué soy
sólo a cambio de ver y de aprender
todo lo que no soy,
lo que nunca seré,
las rutas y las caras del ser
que me son más ajenas,
la nulidad que otro existir me ha conferido.
De este modo, no soy
o sólo soy, más bien,
todo lo que tú mismo
desechas y no eres.
Para existir
he tenido que ser el otro
el que no eres:
Tu sombra más querida,
la que más íntima
y opuestamente te refleja
hasta complementarte
pero, al cabo,
nada más que una sombra...
Reducida al desierto,
a la profunda oscuridad sin nombre,
al reducto del miedo,
a la noche, al silencio,
a los más lóbregos ámbitos
donde la luz de lo viril no llega.
No soy por lo que soy,
sino por lo que tú no eres. Pero ahora
que pretendo por fin
definirme y nombrar
la realidad entera bajo mis propios términos
me encuentro con que saqueaste para ti
todo el oro sonoro de la voz,
el acervo frutal de los idiomas,
la virtud del lenguaje.
No sé pensar más que con tus conceptos.
Me enajenaste el mundo y con él
te llevaste la voz
que hasta había aprendido
la suavidad de las canciones.
Como el salvaje de la tempestad,
aprendí tu lenguaje para odiarte,
para insultar en ti mi mudez, tu avaricia,
la lascivia que tú saciaste en mí
porque me hizo necesaria.
Hoy tejo con mi aliento
una nueva palabra que no sea
nudo, lazo, cuerda de horca, hoguera,
cadena, yugo, afrenta,
servilismo cerril, ceguera, miedo...
Una nueva palabra
para nombrar el mundo
que veo con mis ojos
y que, algún día,
consiga que tú y yo
podamos dirigirnos uno al otro
sin sumisión, ni odio,
sin miedo, con la firme
franqueza con que se hablan los iguales.
Y el lenguaje
no sea ya
arma de guerra, insulto,
ni balanza parcial a tu favor
en el comercio que habremos de tener
para que el mundo
sea un sitio plural,
abierto, hermano,
más cálido y feliz
para nosotros.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Nuestra alma está lejos de nosotros (por Fernando Pessoa)

Escribamos, hablemos o seamos vistos,
nunca aparentamos lo que somos
pues no puede transformarse en palabras o comportamiento.
Nuestra alma permanece infinitamente lejos de nosotros
por mucho que pongamos voluntad en nuestros pensamientos
para llenarla con la habilidad de mostrarse.
Nuestros corazones permanecen incomunicables.
En lo que nos mostramos, somos ignorados.
El abismo que existe entre dos almas no puede ser salvado
por ninguna habilidad del pensamiento o truco visible.
En nuestro mismo ser estamos separados
cuando querríamos expresarnos a nuestro pensamiento.
Por momentos somos sueños de nosotros mismos
y cada uno es sueño de los sueños ajenos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Lavarla no tiene sentido (por Mark Strand)

Mi mano está sucia.
Debo cortarla.
Lavarla no tiene sentido,
el agua está podrida.
El jabón es malo.
No hace espuma.
La mano está sucia.
Ha estado sucia por años.

Solía llevarla
escondida
en los bolsillos del pantalón.
Nadie sospechaba nada.
La gente venía a mí,
queriendo estrechar manos.
Yo rehusaba
y la mano escondida,
como una babosa oscura,
dejaba su huella
en mi muslo.
Entonces me di cuenta
que era lo mismo
si la usaba o no.
La repugnancia era la misma.

¡Ah! Cuántas noches
en las profundidades de la casa
lavé esa mano,
la restregué, la pulí,
soñé que se volvía
diamante o cristal
o incluso, por último,
una ordinaria mano blanca,
la mano limpia de un hombre,
que podrías estrechar,
o besar, o sostener
en uno de esos momentos
en que dos personas se confiesan
sin decir una palabra…
Sólo para sentir
la mano incurable,
letárgica y cangrejuna,
abrir su dedos sucios.

Y la suciedad era vil.
No era barro ni hollín
ni la suciedad endurecida
de una vieja costra
o el sudor
de la camisa de un trabajador.
Era la suciedad triste
hecha de enfermedad
y angustia humanas.
No era negra;
lo negro es puro.
Era opaca,
una suciedad grisácea y opaca.

Es imposible
vivir con
esta mano grosera que yace
sobre la mesa.
¡Rápido! ¡Córtala!
Córtala en pedazos
y arrójala
al océano.
Con el tiempo, con esperanza
y sus intrincadas maniobras
otra mano surgirá,
pura, transparente como el vidrio,
y se sujetará a mi brazo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Ese estado de flujo (por Anne Carson)

En el esfuerzo que uno hace por hallar su camino entre los contenidos de la memoria

(insiste Aristóteles)

es útil el principio de asociación:

«pasar rápidamente de un punto al siguiente.

Por ejemplo de leche a blanco,

de blanco a aire,

de aire a húmedo,

tras lo cual uno recuerda el otoño en el supuesto de que esté tratando de recordar

esa estación».

O suponiendo,

amable lector,

qué no estés tratando de recordar el otoño sino la libertad,

un principio de libertad

que existió entre dos personas, pequeño y salvaje,

como son los principios, pero ¿cuáles son aquí las reglas?

Como él dice,

la locura puede ponerse de moda.

Pasar entonces rápidamente

de un punto al siguiente,

por ejemplo de pezón a duro,

de duro a cuarto de hotel,

de cuarto de hotel

a la frase encontrada en una carta que escribió en un taxi el día que se cruzó con

su mujer

que iba caminando

por la otra acera, pero ella no le vio, se dirigía

-así de ingeniosas son las combinaciones de ese estado de flujo que llamamos

nuestra historia moral, acaso no son tan claras, casi como las fórmulas matemáticas

salvo que están escritas en el agua-

al juzgado

a presentar los documentos para el divorcio, una frase como

qué sabor entre tus piernas.

Tras lo cual mediante esta facultad absolutamente divina, la «memoria de las

palabras y las cosas»,

uno recuerda

la libertad.

¿Es eso yo? grita irrumpiendo el alma.

Almita, pobre animal incierto:

cuidado con este invento «siempre útil para aprender y vivir»

como dice Aristóteles, Aristóteles,

que no tenía marido,

rara vez menciona la belleza

y es probable que de muñeca pasara rápidamente a esclava cuando trataba de

recordar esposa.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Yo me resisto (por Amelia Biagioni)

Yo me resisto,

en la calle de los ahorcados,

a acatar la orden

de ser tibia y cautelosa,

de asirme a la seguridad,

de acomodarme en la costumbre,

de usar reloj y placidez,

aventura a cuerda,

palabra pálida y mortal

y ojos con límites.



Yo me resisto,

entre las muelas del fracaso,

a cumplir la ley de cansarme,

de resignarme,

de sentarme en lo fofo del mundo

mortecina de una espada lánguida,

esperando el marasmo.



Yo me resisto,

acosada por silbatos atroces,

a la fatalidad

de encerrarme y perder la llave

o de arrojarme al pozo.



Con toda la médula

levanto, llevo, soy el miedo enorme,

y avanzo,

sin causa, cantando entre ausentes.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Poema de los dones (por Jorge Luis Borges)

Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán.

En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra?

¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.