zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 31 de diciembre de 2018

Tú (por Jorge Luis Borges)


Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.

Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.

No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anteanoche soñaste.

Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las constelaciones, el hombre que erigió la primera pirámide, el hombre que escribió los hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a Samuel Johnson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la cámara letal, con el tiempo, tú y yo.

Un solo hombre ha muerto en Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en Trafalgar, en Gettysburg.

Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la alcoba del hábito y del amor.

Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.

Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas y de la carne.

Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.


domingo, 30 de diciembre de 2018

Flecha de amor en la tierra (por Eugenio Montale)


La anguila, la sirena
de los mares fríos que deja el Báltico
para alcanzar nuestros mares,
nuestros estuarios, los ríos
que remonta profundamente, bajo corriente adversa,
de ramal en ramal
y luego de cabello en cabello,
siempre más adentro, siempre más hacia el corazón
de la piedra, filtrando
en acequias de fango, hasta que un día
una luz arrojada desde los castaños
enciende su serpenteo en charcos de agua muerta,
en las zanjas que bajan
de los saltos de los Apeninos a la Romaña;
la anguila, antorcha, fusta,
flecha de amor en la tierra
que solo nuestros barrancos o disecados
arroyitos pirenaicos reconducen
a paraísos de fecundación;
el alma verde que busca
vida donde solo
muerde la aridez y la desolación,
la centella que dice
todo comienza cuando todo parece
carbonizarse, rama seca sepultada;
el iris breve, gemelo
del que engastan tus pestañas
y haces brillar intacto en medio de los hijos
del hombre, inmersos en tu fango, ¿puedes tú
no creerla hermana?


sábado, 29 de diciembre de 2018

Qué loco estar en su sitio (por Juan Ramón Jiménez)


Tranquilas, serias o alegres,
sin que nadie las estorbe,
juegan su luz y su sombra
la nube con la montaña.
(La gran plenitud aparte
que el alma perdida anhela:
vida, realización,
nada mejor que la altere.)
¡Qué loco estar en su sitio,
qué hondo sentir lo que son,
qué alto no necesitar
nada igual, nada distinto!
Juegan su frío y su sol
la nube con la montaña,
indiferentes al eco
y al águila. Y al poeta.


viernes, 28 de diciembre de 2018

La ruta del desierto (por Alicia Genovese)


Si algo aprendí es a irme,
cuando los cuerpos se cierran
cuando las palabras se enfrían
y sostienen la lógica, pero no a mí,
me dejo ir hacia un lugar perdido,
un país detrás de las cosas.
Con un adiós imperceptible
el vacío comienza,
desaparecen los edificios, los autos,
los semáforos, que no son ahora
señales.
Ya no estás ahí, estás
en la ruta del desierto,
en marcha hacia lo inconexo,
lo áspero, lo faltante.
Podés ver abrojos
en los pastos escuálidos
se inclinan y sisean
como serpientes.
Podés ver el color seco
del Mojave,
es Arizona hacia Albuquerque,
es el camino monótono
en la meseta patagónica que emerge.
Estás a la intemperie,
no hay engaño, lo visible
es lo existente
Manejás
por una ruta sin límites.
La única emisora de radio
dejó hace rato de captarse
y la aguja del tanque de nafta
baja como un cuchillo;
no hubo tiempo para previsiones.
Manejás,
el volante apretado
como si sostuvieras en tu eje
el giro de las cubiertas.
Irse lejos
con elegancia, con la altivez
habitual en los que fueron fuertes,
pero ahora las cosas desaparecieron
y podrías caer
convertida en un cactus
a través del polvo.
La imagen en el retrovisor
igual a la del parabrisas.
Llegar a ninguna parte;
con lo que dije, lo que no dije,
lo que debí hacer;
escribir
y no pasar en limpio.
La ruta crece;
es la misma ciudad hundida
en los cuartos donde se acorrala
el amor sin preguntas, sin reflejos más que
para sus ojos dulces que devoran.
Manejás,
llevás el arañazo imperdonable,
la mirada previa de los grandes felinos.
La ruta debería cambiar,
un giro, una bifurcación,
los olores del riego
aplastando la arenisca,
y que el camino conecte
y que el mapa tenga
algún sentido.
Nada, por ahora.


jueves, 27 de diciembre de 2018

Cartas desde el Monte Fuji (por Jessica Traynor)


Desde la cima del Monte Fujiyama te envío cartas,
escritas en hojas cuadradas, luego plegadas
en tantos diseños diferentes como los copos de nieve.
Las suelto al aire, míralas caer en el mundo.
Abre una. En ella hay una foto de tu infancia.
Puedes verla, pero se derrite en tu mano
como la pregunta que te hago, presa en la brisa,
y tu respuesta, arrastrada por el río hasta el mar llano.
Aun a través de esta nieve, constante, devoradora del año,
yo siempre te enviaré cartas.


miércoles, 26 de diciembre de 2018

Cavaban (por Paul Celan)


Había tierra en ellos y
cavaban.

Cavaban y cavaban y pasaba así
el día y pasaba la noche. No alababan a Dios
que, según les dijeron, quería todo esto,
que, según les dijeron, sabía todo esto.

Cavaban y nada más oían;
y no se hicieron sabios ni inventaron un canto
ni imaginaron un lenguaje nuevo.
Cavaban.

Vino una calma y vino una tormenta
y todos los océanos vinieron.
Yo cavo y tú cavas e igual cava el gusano
y aquel remoto canto dice: cavan.

Oh uno, oh nadie, oh ninguno, oh tú:
¿Adónde iba si hacia nada iba?
Oh, tú cavas y yo cavo, yo me cavo hacia ti,
y en el dedo se nos despierta el anillo.


martes, 25 de diciembre de 2018

Ama al cisne salvaje (por Robinson Jeffers)


Odio mis versos, cada línea, cada palabra.
Oh pálidos y frágiles lápices intentando siempre
la curvatura de una hoja de hierba o la garganta de un pájaro
que se suspende en la rama, erizado contra un blanco cielo.
Oh quebrados y crepusculares espejos siempre por atrapar
un color, un raudo destello del esplendor de las cosas.
Cazador desafortunado, oh balas de cera,
la belleza del león, las alas del cisne salvaje, la tormenta de las alas.

Este cisne salvaje del mundo no es presa de cazadores.
Mejores balas que las tuyas errarían el blanco pecho,
mejores espejos que los tuyos se quebrarían en la flama.
¿Acaso importa que te odies a ti mismo? Cuando menos
ama tus ojos que pueden ver, tu mente que puede
oír la música, el trueno de las alas. Ama al cisne salvaje.


lunes, 24 de diciembre de 2018

Amanecer (por Jorge Luis Borges)


En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.


domingo, 23 de diciembre de 2018

Ser humano y mujer (por Ida Vitale)


Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.


sábado, 22 de diciembre de 2018

La forma del comienzo (por Roberto Juarroz)


El amor empieza cuando se rompen

los dedos

y se dan vuelta las solapas del traje,

cuando ya no hace falta pero tampoco

sobra

la vejez de mirarse,

cuando la torre de los recuerdos, baja o

alta,

se agacha hasta la sangre.

El amor empieza cuando Dios termina

y cuando el hombre cae,

mientras las cosas, demasiado eternas,

comienzan a gastarse,

y los signos, las bocas y los signos,

se muerden mutuamente en cualquier

parte.

El amor empieza

cuando la luz se agrieta como un

muerto disfrazado

sobre la soledad irremediable.

Porque el amor es simplemente eso:

la forma del comienzo

tercamente escondida

detrás de los finales.


viernes, 21 de diciembre de 2018

Para un soñador (por H. P. Lovecraft)


Veo tus rasgos, tranquilos y pálidos,
en el luminoso reflejo de la vela;
la negra sombra de tus párpados,
y por debajo ojos que rechazan el mundo.

Y, mientras observo, ansío conocer
los caminos por donde van tus sueños,
las tenebrosas regiones que recorre tu imaginación,
con los ojos velados para el mundo y para mí.

Del mismo modo, yo contemplo en sueños
cosas que mi memoria no podría guardar,
y desde la penumbra intento vislumbrar
las mismas escenas que aparecen ante tus ojos.

Yo también he conocido las cumbres de Thok;
los valles de Pnath, donde los sueños se reúnen;
las criptas de Zin; y así, intuyo por qué tus párpados
abren una rendija hacia la llama de la vela.

¿Pero, qué es aquello que sutilmente se desliza
sobre tu rostro, sobre la barba de tus mejillas?
¿Qué miedo distrae tu mente y tu corazón,
y te hace llorar con repentino temor?

Cansadas visiones se despiertan ante tus ojos,
brillan las oscuras nubes de otros cielos,
y por alguna demoníaca perspectiva
me veo flotar hacia la noche embrujada.



jueves, 20 de diciembre de 2018

Este poder (por Saiz de Marco)


Este poder de causar daño impune,
tanto daño infligible al débil,
al inerme,
al más pequeño,
al pobre,
sin miedo a la sanción,
porque se puede,
porque está permitido,
este poder perverso de hacer llorar a otros,
ocurrió a veces,
de pronto se arrugaban sus ojos y su frente
y lágrimas que caen pómulo abajo,
este poder a veces inconsciente
que vino sin pedirlo
aquí,
a mis manos,
este poder infame,
este poder horrible y desmedido,
este poder de herir y de dañar,
este poder,
qué miedo.


miércoles, 19 de diciembre de 2018

Esta fuga (por Felipe Benítez Reyes)


Lo que se va. Esta fuga. Cuanto mueve
el viento que va huyendo hacia su ayer.
Lo que deja de ser nada más ser.
Los días que se funden con la nieve.

Lo veloz, lo no visto, lo olvidado.
Lo que fue a su acabarse. Cuanto vino
y suplantó el anhelo de un destino.
Lo rápido en huir, el delicado
morirse de tan poco tanta vida...

Hay algo en la verdad que no es verdad:
si el tiempo es siempre un punto de partida,
¿qué hora marca tu tiempo, eternidad
mía, que ya no
eres eternidad?


martes, 18 de diciembre de 2018

A la vuelta de la memoria (por Enrique Lihn)


Cientos, cientos de veces te encontraré a la vuelta
de la memoria abundante en esquinas
en la enrarecida atmósfera del país de los sueños
en que no hay cosa que no esté hecha de nada.
Me harás, sin verme, un saludo con la mano, pues de
los dos yo seré el único
en vernos y no tú la buena amiga de los años reales.
Además allí, en la nada, encuentros y desencuentros
¿en qué se diferencian? El diálogo es su simulacro
hecho de las palabras recordadas. La que esté allí
es sólo una visión a la espera de un taxi de hace diez o
quince años
Sin haber envejecido porque en ese país
no se vive ni se muere, con tu vestido pasado de moda
remedo de algunas escenas que habríamos podido
vivir juntos si todavía fuéramos reales.
Y sentiré lástima de mí y me invadirá como si fuera
el amor
el recuerdo vacío de estas lágrimas.


lunes, 17 de diciembre de 2018

El mozo de la oficina se ha ido (por Fernando Pessoa)


Se ha ido hoy, dicen que definitivamente, a su tierra natal el llamado mozo de la oficina, ese mismo hombre que he estado acostumbrado a considerar como parte de esta casa humana y, por lo tanto, como parte de mí y del mundo que es mío. Se ha ido. En el pasillo, al encontrarnos casualmente para la sorpresa esperada de la despedida, le di un abrazo tímidamente devuelto, y tuve suficiente fuerza de ánimo como para no llorar, como, en mi corazón, deseaban sin mí mis ojos ardientes.

Cada cosa que ha sido nuestra, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o de la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido, para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la sustancia de mi vida.

Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido. Todo lo que sucede donde vivimos es en nosotros donde sucede. Todo lo que cesa en lo que vemos es en nosotros donde cesa. Todo lo que ha sido, si lo vivimos cuando era, es de nosotros de donde ha sido quitado al partir. El mozo de la oficina se ha ido.

Es más pesado, más viejo, menos voluntario como me siento al pupitre alto y empiezo la continuación de la escritura de ayer. Pero la vaga tragedia de hoy interrumpe con meditaciones, que tengo que dominar a la fuerza, el proceso automático de la escritura como es debido. No tengo ánimo para trabajar sino porque puedo, con una inercia activa, ser esclavo de mí mismo. El mozo de la oficina se ha ido.

Sí: mañana, u otro día, o cuando quiera que suene para mí la campana sin sonido de la muerte o de la vida, yo seré también quien ya no está aquí, libro copiador antiguo que va a ser almacenado en el armario de debajo de la escalera.

Sí: mañana o cuando lo diga el Destino, tendrá fin todo lo que fingió en mí que he sido yo. ¿Me iré a mi tierra natal? No sé a dónde me iré. Hoy, la tragedia es visible debido a la falta, sensible por no merecer que se sienta. 


Dios mío, Dios mío, el mozo de la oficina se ha ido.


domingo, 16 de diciembre de 2018

No quiero que lo sepan (por Emily Dickinson)


Aún no se lo he dicho a mi jardín,

no vaya a ser que pueda convencerme.

Tampoco tengo fuerzas suficientes

para comunicárselo a la abeja.

No lo diré en la calle, pues las tiendas

me mirarían fijamente.

Que alguien - tan poca cosa e ignorante

tenga la valentía de morir.

No quiero que lo sepan las laderas


por las que tanto he paseado

ni decirles a los amados bosques

el día en que me iré.

No lo susurraré en la mesa

ni se me escapará por un descuido

que hoy dentro del Enigma

alguien caminará.



sábado, 15 de diciembre de 2018

Asia (por Raymond Carver)


Qué bueno es vivir cerca del agua.
Los barcos pasan tan próximos a la tierra firme
que un hombre puede tender la mano
y quebrar una rama de uno de los sauces
que crecen aquí. Los caballos corren salvajes
junto al agua, a lo largo de la playa.
Si los hombres de a bordo quisieran, podrían
hacer un lazo, arrojarlo
y traer a cubierta a uno de los caballos.
Algo que les sirva de compañía
en el largo viaje al Este.

Desde mi balcón puedo leer los rostros
de los hombres mientras miran fijamente a los caballos,
a los árboles y a las casas de dos pisos.
Yo sé en qué están pensando
cuando ven a un hombre saludándolos con la mano desde el balcón,
su coche rojo abajo en la calle.
Lo miran y se consideran
afortunados. Qué misterioso golpe
de suerte, piensan, los ha traído
por todo este camino hasta la cubierta de un barco
con destino a Asia. Esos años de empleos temporales
o de trabajo en los depósitos o como estibadores
o simplemente vagando por los muelles,
han sido olvidados. Cosas así les han sucedido
a otros más jóvenes,
si realmente sucedieron.

Los hombres de a bordo
agitan las manos, devolviendo el saludo.
Están inmóviles, agarrados a la borda,
mientras que el barco pasa deslizándose. Los caballos
salen de entre los árboles hacia el sol.
Se paran como estatuas de caballos.
Observando el barco mientras pasa.
Las olas se rompen contra el barco.
Contra la costa. Y en la mente
de los caballos, donde
siempre es Asia.


viernes, 14 de diciembre de 2018

Retrato (por Joaquín Pérez Azaústre)


Esto es un hombre.
Lo tienes aquí, delante, frente a ti, sentado,
con los ojos heridos por las briznas de luz.
Pero no: ya estoy escribiendo luz, cuando no hay brillo,
sino una oscuridad
torácica en el fondo de los acantilados
de esta habitación, con techo bajo,
para ahogar el pulmón condensado en las ascuas.
Acepta su volumen de musgo mercurial
reptando por el tronco seco de la maleza.
Aprende a manejarlo,
a dejarlo anegar la estatura del cuello.
Haz astillas con él.
Aquí hay un hombre sólo porque parece que lo es.
Asómate a su cara. Distingue sus aristas,
recorre con los dedos sus grietas transparentes,
el último destello ahogado en la retina,
cubierto de hojarasca el grito mudo.
No te está invitando a ningún laberinto.
Aquí no habrá fulgor, ni viaje, ni un deslumbramiento.
No habrá revelación: aquí hubo un hombre.
Esto que estás mirando, alguna vez fue un hombre.



jueves, 13 de diciembre de 2018

El don de la travesía (por Lêdo Ivo)


Un camino que no me lleve a ninguna parte
y sea sólo camino, sin comienzo ni fin,
es lo que pido al día, y el día me concede
el don de la travesía, para que yo avance
bajo las estrellas y soles, rodeado de mí,
sin jamás alcanzar la puerta buscada
o la llave perdida en una duna pálida.
Y avanzo como el día, como el día suspendido
entre la nube caída y la lluvia de verano,
sin dejar ningún rastro o sombra en el suelo.


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Insomnios (por Alfredo Buxán)


1

Lo grave no es quemarse las manos en tu cuerpo,
morir de tristeza en una esquina de tu cama.
Lo que duele es no llegar al corazón del fuego.

2

No sirve para nada la belleza del día
si el corazón, enfermo, no sabe aprovecharla.

3

Buscaba el mar como un ciego el tacto de las cosas.

4

Una sonrisa como un faro entre la niebla.
Una luz intermitente en la temible noche
de la vida. Una cascada de agua en el desierto.
Una luciérnaga en el corazón del insomnio.

5

El tigre del tiempo nos acecha silencioso.
He visto hace un instante sus garras en la alfombra.


martes, 11 de diciembre de 2018

Antepasados (por Vicente Sabido)


Llegaron de muy lejos.
Hartazgo de camino
sembrado de esperanza.

Hicieron sus cabañas,
sepulcros y alcazabas
con cánones exóticos.

Dejaban tras de sí
paisajes más bravios,
recuerdo sin raigambre.

Eran escoria, ripio,
sin tiempo ni ventura.

Vinieron. Se quedaron.
Están. Somos nosotros.



lunes, 10 de diciembre de 2018

Poema de la cantidad (por Jorge Luis Borges)


Pienso en el parco cielo puritano
de solitarias y perdidas luces
que Emerson miraría tantas noches
desde la nieve y el rigor de Concord.
Aquí son demasiadas las estrellas.
El hombre es demasiado. Las innúmeras
generaciones de aves y de insectos,
del jaguar constelado y de la sierpe,
de ramas que se tejen y entretejen,
del café, de la arena y de las hojas
oprimen las mañanas y prodigan
su minucioso laberinto inútil.
Acaso cada hormiga que pisamos
es única ante Dios, que la precisa
para la ejecución de las puntuales
leyes que rigen Su curioso mundo.
Si así no fuera, el universo entero
sería un error y un oneroso caos.
Los espejos del ébano y del agua,
el espejo inventivo de los sueños,
los líquenes, los peces, las madréporas,
las filas de tortugas en el tiempo,
las luciérnagas de una sola tarde,
las dinastías de las araucarias,
las perfiladas letras de un volumen
que la noche no borra, son sin duda
no menos personales y enigmáticas
que yo, que las confundo. No me atrevo
a juzgar a la lepra o a Calígula.


domingo, 9 de diciembre de 2018

Pero no puede ser (por Juan Gelman)


Me he acostumbrado a beber la noche lentamente,
porque sé que la habitas, no importa dónde,
poblándola de sueños.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en
mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables
de tu pelo.

En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.


sábado, 8 de diciembre de 2018

De qué trata (por Paal Brekke)



Como en un cine, pero sin
que yo mismo sepa cómo he llegado
aquí, y en mitad de la proyección
¿De qué trata? chist
¿Pero cómo se titula la película? chist
Y el acomodador enciende la linterna,
la dirige hacia mí, me escudriña
¿Por qué no se sienta? ¿Qué pasa
con estas maletas?
Son mías. Chist, me empuja
¿Está borracho? Estese
quieto, si no tendrá que marcharse

Y lejano está el recuerdo de que una vez
¿protesté? ¿no grité? pataleé
No recuerdo, sólo que tropiezo subiendo
la escalera con números que lucen
verdes hacia la Salida (roja)
y miedo. Desde la pantalla que está detrás de mí
voces metálicas gritan como a través de una trompetilla
susurran como si fueran cabrestantes chirriantes
y rodeado de unas tinieblas sepulcrales
sólo las cabezas, tan blancas
que apenas sobresalen sobre el respaldo de las butacas
y cuando les hablo
¡Chist! Échenle

Salgo de cabeza por la puerta
pero sólo para entrar en otro cine, idéntico
y la misma película
La están proyectando hacia delante o hacia atrás
Chist. Y el acomodador y todo se repite
otra vez, subir las escaleras
salir otra vez, pero siempre sólo para volver a entrar



viernes, 7 de diciembre de 2018

Oh recuerdo, sé yo (por Juan Ramón Jiménez)



I


¡No te vayas, recuerdo, no te vayas!

¡Rostro, no te deshagas, así

como en la muerte!

¡Seguid mirándome, ojos grandes, fijos,

como un momento me mirasteis!

¡Labios, sonreídme,

como me sonreísteis un momento!



II


¡Ay, frente mía, apriétate;

no dejes que se esparza

su forma fuera de su continente!

¡Oprime su sonrisa y su mirar,

hasta dejarlas hechas vida mía interna!


III


¡Aunque me olvide de mí mismo;

aunque tome mi rostro, de sentirlo tanto,

la forma de su rostro;

aunque yo sea ella,

aunque se pierda en ella mi estructura!


IV


¡Oh recuerdo, sé yo!

¡Tú -ella- sé recuerdo todo y solo, para siempre;

recuerdo que me mire y me sonría

en la nada;

recuerdo, vida con mi vida,

hecho eterno borrándome, borrándome!


jueves, 6 de diciembre de 2018

¿Aceptarás? (por Heather Buck)


Esta tarde, mientras la luz recorre
con imposible lentitud el huerto
y yo me giro, inquisitiva,
mi mano entre tu mano,
mis ojos buscando un sentido
a las nubes que oprimen
el vasto escenario del cielo,

¿aceptarás conmigo ese sendero
que existe solo cuando lo pisamos,
esa casa que respira a la vida
solo cuando se la comparte,
esa jarra de vino
que se llena cuando bebemos?



miércoles, 5 de diciembre de 2018

Donde el aliento (por Adam Zagajewski)


Está solo en el escenario

sin ningún instrumento.

Se pone la mano en el pecho

allí donde nace el aliento

y donde se apaga.

No son las manos que cantan,

ni tampoco el pecho.

Canta lo que está callado.


martes, 4 de diciembre de 2018

Con ese gotear (por Saiz de Marco)


esa calle empedrada en que jugué de niño que
cubierta de asfalto
es ya otra calle

quizá el mismo local pero no el mismo sitio
donde estuvo la imprenta
luego una mercería
después un videoclub
y hoy se alquila o se vende

la cuna que llevé más tarde a la parroquia
porque donde estaba hubo que poner
una cama

en nochebuena
desocupadas sillas
u otros en el lugar donde ellos se sentaban

la gata envejecida que dejó de saltar por los tejados

caras en blanco y negro
fotos de gente extraña pegadas en el álbum

y tú obstinadamente
mojándonos
cubriéndonos
cada átomo empapando con ese
gotear

tú impregnando impregnándonos

tú cayendo en silencio
desde dentro de todo



lunes, 3 de diciembre de 2018

Me llevaban con ellos (por Carlos Barral)


Porque conocía el nombre de los peces,
aun de los más raros,
y el de los caladeros, y las señas
de las lejanas rocas submarinas,
me dejaban revolver en las cestas,
tocarlos uno a uno, sopesarlos,
y comentaban conmigo abiertamente
las sutiles cuestiones del oficio.
Porque entendía de nudos y de velas
y del modo de armar los aparejos,
me llevaban con ellos muchas veces;
me regalaban el quehacer de un hombre.
Sentía con orgullo
enrojecérseme las manos al contacto del cáñamo,
impregnarme
un fuerte hedor a brea y a pescado.
Sabía casi todo de aquella vida simple,
de aquel azar diario y primitivo.

Sólo que aquella ciencia era lujosa.
No supieron contarme
o no pude entender cómo era aquello
en los días peores, las amargas
semanas de paciencia,
cuando el viento del norte
roe las entrañas y se harta la pupila
de escudriñar los cielos,
en los días confusos,
cuando el mar de borrosos contornos
es sólo como un cascote de vidrio
semienterrado en el fango,
un desagradable incidente o una trampa
para los que pasan corriendo
ciegos bajo la lluvia.



Mírame (por Isidoro Capdepón)


No soy bonita, ¿verdad?
Soy la raíz del rosal.
Nadie me ve. Siempre estoy oculta bajo la tierra. Y sucia. 
Convivo con el barro y las lombrices.

Pero sin mí no habría "No la toques ya más, que así es la rosa".
Sin mí no habría "Mortal y rosa".
Sin mí no "Te llegará una rosa cada día".
Sin mí no "rosa mística".
Sin mí no "rosa de Alejandría".
Sin mí no "agua de rosas", ni "tiempo de rosas", ni "perfume de rosas".
Sin mí no rosas blancas ni rojas ni amarillas.
Sin mí no rosas rosas...


Sin mí, una rosa no es una rosa no es una rosa.

Y ahora mírame bien. 

No soy bonita, ¿verdad? No, más bien soy fea; y además huelo a estiércol. (Es lo que estás pensando.)


Pero soy quien alimenta,
quien mantiene a la rosa.
Soy la

r
a
í
z



domingo, 2 de diciembre de 2018

Ni a quién preguntar (por Vicente Luis Mora)


Somos niños
con un juguete
enorme,
recién desenvuelto
pero desmontado,
sin manual
de instrucciones.

Sostenemos
las piezas
en la mano,
con la sonrisa
helada,
sin saber
qué hacer
ni a quién
preguntar,
porque no hay padre.



sábado, 1 de diciembre de 2018

He dorado al gato y al pimiento (por Vicente Sabido)


Yo tornasoleo los jarales, asusto a la trucha amante de la piedra, renuevo corazones desprendidos de su savia. Yo relumbro en vuestros ojos despiertos y salvajes, mozas y verracos forjados en granito. Yo azuzo las bestias de la casinoche, zureo a las palomas que posan en las vaguadas, desgrano el trigo como con maldades. Yo desnudo campas y casares, acaricio el basalto curvado en arquetas, me asiento en los pobres relojes del puebluco, alimento el polvo ilusionado en la escalera.

Yo me hundo entre surcos y tejados, en las almenas picadas de tu barrio, en los tiestos de lata que la yerbaluisa cimera. Por mí florecen el enebro y el canto de la calle. Yo me estanco en los ojos de los puentes, yo deshago amoríos de nubes, trepo sin malicia por los aguaduchos, beso chorros de yedra en donde nace el mundo.

Encontradme en las lanas de los perros, allá donde terminan las encinas, resbalando cariñoso los oteros, encauzado en callejas angustiosas, enjoyando las albas que me permita la niebla.

Sé cómo el calor se apaga en la flor algodonosa. Sé cernirme sobre alcores de sandías. Sé escurrirme por las rendijas del orbe y encontrar mi reposo entre unas manos albas.

He apagado la mirada frutal de las muchachas. He dorado al gato y al pimiento. He surcado las calles silenciosas. He jugado al escondite con las crestas frugales del arroyo.

Saben de mí la oreja y la sombrilla, la miel que se aburre en orzas. Saben de mí el niño mediañero en su cunaza y el estudiante empanado en la buharda.

Yo, el Sol.