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domingo, 17 de noviembre de 2019

La hora última (por Sharon Olds)


En medio de la noche, me hice una cama
en el suelo, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos —me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad de desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún suministro general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apresurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada con motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma.
Después otro suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió durante un rato, como si estuviera
expresando, sin prisa,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierna
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano puesta en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus labios parecían curvarse—
y después sentí que ella no estaba ahí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se convirtió,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.


2 comentarios:

Pablo Veiga dijo...

El "morir" -la idea de la propia muerte y la constatación de las muertes ajenas- es un acontecer normal, biológico e inexorable que, sin embargo, nunca se integra del todo en nuestra naturalidad ni en nuestra normalidad.

TóTUM REVOLùTUM dijo...

La influencia de los muertos en los asuntos de los vivos. Por ejemplo, un muerto controla cómo se dispone de una fortuna; un muerto forma parte de un tribunal y los jueces vivos no hacen más que repetir sus decisiones. Creemos en una religión establecida por los muertos. Nos reímos de las bromas de los muertos y lloramos lo que tienen de patético. En todas partes, en todas las cosas, los muertos ejercen inexorablemente su tiranía sobre nosotros.

(HAWTHORNE)