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miércoles, 11 de diciembre de 2019

Verme desde fuera (por Fernando Pessoa)


Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.

Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, a efectos de los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.

Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena.

No he conseguido nunca verme desde fuera.

No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos.

Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento.

Si yo fuese actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la casa de muros altos de mi conciencia de mí.

No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.

La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos.

Y todo me parece, si medito de más, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.

Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia.

Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.



2 comentarios:

Isidoro Capdepón dijo...


Para vernos desde fuera necesitaríamos ser otro.

F (a Ofelinha Quiroz) dijo...

A Ofelinha Queiroz.


En bicicleta, Marta; creo que es la postura más creativa que pudieras elegir. En una máquina de cuadro de carbono, con sillín de cuero en forma de cabeza de toro picassiano, bien adaptado al fino perineo, los pedales a la distancia adecuada para que la contracción-elongamiento de los gráciles músculos discurra suave y armoniosa. Sé que después de siete millas de pedaleo sosegado pero tenso, cuando la epidermis comienza a perlarse de gotitas de sudor y un rubor se extiende por toda ella y la sangre se agolpa de cintura para abajo..., comienzan a surgir los pensamientos más barrocos, las ideas desquiciantes, los argumentos de película imposible. Por algo que a cualquiera se le alcanza, predominan las ideas voluptuosas, tórridas, a veces masoquistas, otras castigadoras, un desencaje de los goznes, un soltar de palomas retenidas, algo de crimen, tortura del espíritu, invasión de los cuerpos, un nudo en la garganta...
Y mucho más que irás descubriendo cada vez que te subas a una bici bien aparejada. Y pedalees hasta sentir cargadas las pantorrillas y una tensión dulce en los muslos ardientes, un poco fatigados.