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sábado, 17 de noviembre de 2018

La nostalgia de otra cosa que no se ha conocido (por Fernando Pessoa)


Sí, es el poniente. Llego a la desembocadura de la Calle de la Alfândega, vagaroso y disperso, y, al clarearme el Terreiro do Paço, veo, claro, lo sin sol del cielo occidental. Ese cielo es de un azul verdoso que tira a ceniciento blanco, donde, por el lado izquierdo, sobre los montes de la otra margen, se agacha, amontonada, una niebla acastañada de color rosa muerto. Hay una gran paz que no tengo dispersa fríamente en el aire otoñal abstracto. Sufro, por no tenerla, el placer vago de suponer que existe. Pero, en realidad, no hay paz ni falta de paz: cielo tan sólo, cielo de todos los colores que desmayan: azul blanco, verde todavía azulado, ceniciento pálido entre verde y azul, vagos tonos remotos de colores de nubes que no lo son, amarinadamente oscurecidas de encarnado acabado.

Y todo esto es una visión que se extingue en el mismo momento en que se la tiene, un intervalo entre nada y nada, alado, puesto en lo alto, en tonalidades de cielo y angustia, prolijo e indefinido.

Siento y olvido. Una nostalgia, que es la de todo el mundo por todo, me invade como un opio desde el aire frío. Hay en mí un éxtasis de ver, íntimo y postizo.


Hacia los lados, donde el haber cesado el sol se acaba cada vez más, la luz se extingue en un blanco lívido que se azula de verdoso frío. Hay en el aire un torpor de lo que no se consigue nunca. Calla alto el paisaje del cielo. A esta hora, en que hasta me siento transbordar, quisiera tener la malicia entera de decir, el capricho libre de un estilo por destino. Pero no, sólo el cielo alto lo es todo, remoto, aboliéndose; y la emoción que siento, y que es tantas, juntas y confusas, no es más que el reflejo de ese cielo nulo en un lago mío: lago recluso entre acantilados hirsutos, callado, mirada de muerto, en que la altura se contempla olvidada.

Tantas veces, tantas, como ahora, me ha pesado sentir que siento -sentir como angustia, sólo por ser sentir, la inquietud de estar aquí, la nostalgia de otra cosa que no se ha conocido, el poniente de todas las emociones, amarillecerme esfumado en tristeza cenicienta en mi conciencia exterior de mí-.

Ah, ¿quién me salvará de existir? No es la muerte lo que quiero, ni la vida: es aquella otra cosa que brilla en el fondo del ansia como un diamante posible en una caverna a la que no se puede descender. Es todo el peso y toda la angustia de este universo real e imposible, de este cielo estandarte de un ejército desconocido, de estos tonos que van empalideciendo por el aire ficticio, de donde el creciente imaginario de la luna emerge en una blancura eléctrica quieta, recortado en lejano e insensible.

Es toda la falta de un Dios verdadero que es el cadáver vacuo del cielo alto y del alma encerrada.

Cárcel infinita: ¡porque eres infinita no se puede huir de ti!


3 comentarios:

Isidoro Capdepón dijo...


He leído tres veces el Libro del Desasosiego y las tres veces lo leí por primera vez. Como este pasaje.

Fuego de palabras dijo...

En otra vida yo miraba desde la ventana de un bar
cómo la tormenta aplastaba las flores azules contra los cordones
contra las paredes
y por ese momento único de la juventud que dura muy poco
supe que nunca olvidaría esa escena en que nada aparecía
de lo que amaba me interesaba o temía
ni novios ni odios ni otros poetas ni revistas de opinión ni
secretarios de barrio ni amigos imbuidos de una colonizada cultura pavesiana
sólo las flores azules y la lluvia
recuerdo el nombre del pueblo la hora y esa lluvia
que nunca en las décadas que siguieron confundí con alguna otra

(JUANA BIGNOZZI)

Lloviendo amares dijo...

Nuestro viaje interminable e imposible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar... Se les puede decir a los alumnos que tal vez sea bueno que no «pillen» a Kafka. Se les puede pedir que imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no solo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre… y se abre hacia fuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos.

(D. F. WALLACE)