si el miedo es casi igual y la alegría
a pesar de la estatura.
Tenemos la verdad frente a los ojos
y solo existe el mapa que sentimos dolernos entre líneas,
olvidado el conjunto y su débil rumor tan parecido.
Qué importa si hoy no sabes el sentido,
la razón de estar yendo hacia algún lado
en el que nadie te espera y, sin embargo, acudes.
Qué importa lo que llega de ti y te recuerda que eres débil
mientras miras a un perro paseando solo entre los coches.
Qué importa el dolor en el que vives
si no sabes el nombre de esa triste mujer
que se emborracha cada día
en el único banco de la plaza
y orina la tristeza —como tú—
de no poder hablarle a quien la mira.
Qué importa si te escuecen la voz y los recuerdos,
si oyes por oír y te parece que nadie escucha ya tu retahíla
de sueños incumplidos
y amigos que se van a otros países
y padres que jamás dirán te quiero.
Porque, en el fondo, qué importa estar de más
si ni siquiera conoces lo que amas,
ni sabes si lo amas,
ni intuyes halagüeño aquel futuro
que pensaste habitar mientras huías.
Qué importa ser mayor o ser un niño
si al cabo la verdad siempre nos busca,
nos anda persiguiendo hecha una sombra,
una voz,
un día de lluvia;
qué importa la tristeza de ser tú
si esa verdad te grita la alegría
y a cambio no te pide nada más,
solo que existas.
4 comentarios:
Una parte de nosotros siempre es infantil y necesita de una mano materna a la que asirse. No siempre está, y ni siquiera su sucedáneo.
Creo que Isidoro es pesimista. Tal vez la mano materna esta y no la ve.
Por esta calle que voy
me dicen que no hay salida.
Yo la tengo que encontrar
aunque me cueste la vida.
Por suerte, estoy muy loco, y puedo permitirme el lujo de vivir en un mundo paralelo (no, de mentira no: paralelo). O sea, en mi puto mundo. Eso me alivia; aunque tarde o temprano tenga que poner los pies en el suelo y enfrentarme a la realidad. No me asusta la realidad, sólo que me aburre. No se puede volar; ni decir la verdad todo el tiempo. No se puede salir en pelotas a la calle, no se puede ir al cine con el monstruo de Frankestein; no se pueden un montón de montones de cosas. No sé quién coño decide lo que se puede o no; pero no me gusta y como no me gusta, vivo en mi mundo paralelo -no, de mentira no: paralelo- todo el tiempo que puedo.
(BILLY MacGREGOR)
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