zUmO dE pOeSíA

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lunes, 23 de septiembre de 2019

Preguntándome qué busco (por Philip Larkin)


En cuanto estoy seguro de que no pasa nada,

entro y dejo cerrarse la puerta con un golpe seco.

Otra iglesia: esteras, asientos y piedra,

y esos librillos; flores desperdigadas, cortadas

para el domingo, ahora algo marrones; latón y esas cosas

que hay en el rincón sagrado; un bonito órgano;

y un silencio tenso, mohoso, imposible de ignorar

engendrado hace Dios sabe cuánto. Sin sombrero,

me quito los clips de ciclista en torpe reverencia,

avanzo y paso la mano por la pila bautismal.

Desde donde estoy, el techo parece casi nuevo:

¿lo han limpiado o restaurado? Cualquiera sabe: yo, no.

Me subo al atril y leo unos versículos

intimidatorios en letra grande, y pronuncio

el «Aquí acaba» mucho más fuerte de lo que pretendía.

El eco es una breve burla. De nuevo en la puerta

firmo en el libro, dejo una moneda irlandesa de seis peniques

y reflexiono que no valía la pena pararse ahí.


Y sin embargo me he parado: a menudo lo hago,

y siempre acabo igual de perdido,

preguntándome qué busco; preguntándome también,

cuando las iglesias caigan completamente en desuso

en qué las convertiremos, si mantendremos

algunas catedrales para enseñarlas de vez en cuando,

sus pergaminos, patenas y cofres en vitrinas cerradas,

y dejaremos el resto gratis a la lluvia y las ovejas.

¿Las evitaremos como si fueran lugares de mal agüero?


¿O, al caer la noche, aparecerán turbias mujeres

para que sus hijos toquen una piedra en concreto;

a coger hierbas para un cáncer; o alguna noche

determinada para ver caminar a un muerto?

Seguirá existiendo algún tipo de poder

en juegos, acertijos, aparentemente al azar;

pero la superstición, igual que la fe, debe morir,

¿y qué quedará cuando ya no haya ni incredulidad?

Hierbas, un pavimento con maleza, zarzas, contrafuertes, cielo,


una forma cada semana menos reconocible,

una intención más recóndita. Me pregunto quién

será el último, el último de todos, que busque

este lugar por lo que fue; ¿uno de esos que

dan golpecitos, anotan y saben lo que eran el coro y el ábside?

¿Un borracho de las ruinas, un cachondo de las antigüedades,

o un adicto a la Navidad, que busca el tufillo

a sotanas y alzacuellos, tubos de órgano y mirra?

¿O será alguien como yo,
aburrido, ignorante, que sabe que el limo espectral

se ha dispersado, y sin embargo se acerca a este suelo en cruz

a través de estos matorrales porque ha mantenido

entero durante tanto tiempo, invariable, lo que desde entonces

solo encontramos separado: el matrimonio, el nacimiento

y la muerte, y los pensamientos que provocan, para lo que fue construida

esta estructura especial? Pues aunque ignoro

el valor de este granero rancio y habilitado,

me agrada estar aquí en silencio;


es una casa seria en una tierra seria,

en cuya atmósfera mixta todas nuestras compulsiones confluyen,

se reconocen y se visten de destinos.

Y eso nunca será obsoleto,

pues siempre habrá alguien que sorprenda

dentro de sí un ansia de ser más serio,

y que lo atraiga a este suelo,

el cual, oyó decir una vez, ayudaba a ser más sabio,

aunque solo sea por los muertos que contiene.


4 comentarios:

Isidoro Capdepón dijo...

Necesitamos ficciones para vivir. La religión es un relato fantástico, más inverosímil y retorcido que cualquier novela o cuento, y sin embargo cientos de millones lo aceptan y lo creen como verdad (Verdad). No es la única ficción o invención necesaria para la vida de mucha gente, pero sí es la más importante.

Anónimo dijo...


Y por mucho tiempo...

F dijo...

Feliz otoño, colegas.

ZuMo dE PoEsÍa dijo...

¡Un abrazo afectuoso, amigo F.!