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jueves, 17 de marzo de 2016

Si me pareciera a ellas (por Muhammad ibn Abbad al-Mutamid )

Lloré al paso de las perdices en bandada,
libres, sin cárcel, no lastradas por grilletes,
y no fue, Dios me libre, de pura envidia,
que fue melancolía, ¡si me pareciera a ellas!
y volase suelto, sin la familia dispersa
y las entrañas en carne viva, ni hijos muertos
haciendo manar el llanto de mis ojos.
¡Tengan buena suerte! que no se rompió su grupo
ni saboreó ninguna la separación de los suyos,
que no han pasado —como yo— la noche,
el corazón en un puño, a cada estremecerse
de la puerta de la cárcel, o gemir de los cerrojos.
Y no es esto algo que haya discurrido.
Sólo describo lo que desde siempre alberga
el corazón del hombre. Mi alma anhela
el encontronazo con la muerte;
otro quizás amaría la vida cargado de grilletes.
Que Dios preserve a las perdices en sus crías,
que a las mías las traicionaron el agua y la sombra.


4 comentarios:

Cide Hamete Benengeli dijo...

La vida entera sólo dura un rato
que es lo que tengo para estar contigo,
para decirte lo que nunca canto,
para cantarte lo que nunca digo.

Aldonza Lorenzo dijo...

En cada sendero, su atolladero.

hAiKu dijo...

Suena la gaita
y con ella las vaques
y el prau verde.

(SANJOSÉ)

TóTUM REVOLúTUM dijo...


Cuando Dios le entrega a alguien un don, también le da un látigo; y el látigo es sólo para autoflagelarse. Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal. Y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero es sutil, pero brutal.

(CAPOTE)