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lunes, 20 de agosto de 2018

Quizá ni ella misma lo sabe (por Sujata Bhatt)


Esta es una historia
que he oído
infinidad de veces, siempre contada
por mi padre durante la cena
siempre contada a manera de prefacio
de una nueva cuestión filosófica
que quiere plantear.

Quizás debido a que
he escuchado esta historia
tantas veces, ahora
ya no oigo las palabras
que mi padre repite.
En cambio, la escena se despliega
en mi mente, muy adentro del ojo de mi alma
parpadea, da brincos como esas viejas películas
mudas, en blanco y negro.

Ya pasa de la medianoche
casi la una y mi abuelo
está a punto de entrar a la casa.
Ha estado todo el día trabajando como siempre
con los pobres, tratando de ayudar
a los rechazados hariyanes.

Al abrir la puerta
de su propia casa ha encontrado a mi abuela
cerrándole el paso.
La brahmina ortodoxa Ajwali Ba
le pide que primero se bañe
afuera con un balde de agua fría
por allá, cerca del huerto
antes de entrar.
Está muy cansado, le ruega.
Pero ella insiste, de pie, guardando su distancia
para que no la manche con el más mínimo roce.
Con apenas su larga camisa blanca
llena de polvo del camino
pero para ella mucho más sucia por haber sido tocada
por otras castas; impura
para ella particularmente debido
a esos marginados…
Con que su camisa rozara
su sari, lo mandaría furiosa
a darse otro baño
y a ponerse ropa limpia.
Sabiendo todo esto él permanece
en la entrada.

Ella no cambiará
las reglas.
“Si es así, dormiré en el jardín”
decide él y se va.

Entonces hay una pausa
durante la cual Nanabhai
se interna en la oscuridad
del jardín,
y Ajwali Ba se queda adentro
escuchando la oscuridad de la casa
en la que sus hijos duermen
ignorantes de todo.

Unos minutos después,
digamos unos diez minutos después,
sale apresurada de la casa,
cruza corriendo el patio,
baja a saltos las escaleras
que llevan a la huerta de mangos
y se reúne con él.

Esta es la parte que a mí más me gusta.
Me gusta pensar en ella, todavía
una mujer joven, corriendo
escaleras abajo con el mismo apremio
que yo sentía al bajar por ellas a los ocho años, a los diecisiete,
a los veintiséis…

Nunca sabremos qué
le hizo cambiar de opinión.
Quizá ni ella misma lo sabe.
Pero puedo sentir su audaz desplante
sus enérgicos y fuertes brazos
arremetiendo contra el aire
—y las cejas de media luna que yo heredé
y su impaciencia por entenderlo a él…

La narración de mi padre termina aquí
en el lugar donde ellos descansan
uno junto al otro.
Pero la película continúa
en mi mente:
Ahora ya están juntos,
Nanabhai y Ajwali Ba.
Él seguramente dormido, exhausto
sin soñar.
¿Y ella?

Yo la veo alerta, pensativa.
Como sabe que no puede dormir
ni siquiera se preocupa
por cerrar los ojos.
La veo mirando al cielo
disfrutando un juego íntimo
en el que desenreda las estrellas
y las reacomoda
en sus constelaciones correctas.


6 comentarios:

Laura dijo...

Un día nos va a dar el síndrome de Stendhal. GRACIAS.

Anónimo dijo...

Amén

Agridulce dijo...

Me adhiero. Un millon de gracias por el estupendo poema diario.

Lloviendo amares dijo...

No sé cómo empezó
creo que fue el gateo
quizás fue antes
para hacerle lugar
a nuestro hijo
que además de comida y amor
mucho espacio
es lo que necesita
levantamos las sillas
pusimos la mesa contra la pared
sacamos las macetas al pasillo del edificio
así empezó la fiebre
que todas las semanas
se come un poco más de nuestra casa
estoy mirando mi biblioteca
y sueño con guardarla en cajas
eso me pone eufórica
necesito dedicarme a lo único que me sale bien
para lo único que sirvo
mirar una cosa por vez
con una intensidad
que me llena de melancolía
ser fiel a eso
este año es un baile con la destrucción
o algo menos drástico, puede ser
pero que sí
tiene su ritmo
significa que quiero tener menos
adentro y afuera
tener menos
quiero tener menos
más plata, menos cosas
plata para gastar
solamente en las cosas
que no se guardan
los taxis, las comidas
los paseos
las experiencias
las experiencias que se pagan con plata
un auto que me lleve a todas partes mientras miro todo
y caminar
no quiero guardar nada
no quiero guardar nada.

(MARINA YUSZCZUK)

Pentapolín del Arremangado Brazo dijo...

Lo que yo sueño contigo
me da vergüenza contarlo.
Por eso no te lo digo.

todo está en BORGES dijo...

¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la aniquilación de Cartago por el fuego y la sal. Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido. Ha soñado la primer mañana de Ur. Ha soñado el misterioso amor de la brújula. Ha soñado la proa del noruego y la proa del portugués. Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz. Ha soñado el sabor de la cicuta en la lengua de Sócrates. Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado el espejo en que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. Ha soñado el espacio. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio. Ha soñado el arte de la palabra, aún más inexplicable que el de la música. Ha soñado una cuarta y la fauna singular que la habita. Ha soñado el número de la arena. Ha soñado los números transfinitos, a los que no se llega contando. Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor. Ha soñado las opuestas caras de Jano, que no se verán nunca. Ha soñado la luna y los dos hombres que caminaron por la luna. Ha soñado el pozo y el péndulo. Ha soñado a Walt Whitman, que decidió ser todos los hombres como la divinidad de Spinoza. Ha soñado el jazmín, que no puede saber que lo sueñan. Ha soñado las generaciones de las hormigas y las generaciones de los reyes. Ha soñado la vasta red que tejen todas las arañas del mundo. Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez. Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que, de hecho, es cósmica, porque todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Ha soñado a mi abuela Frances Haslam en la guarnición de Junín, a un trecho de las lanzas del desierto, leyendo su Biblia y su Dickens. Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban. Ha soñado la mano de Hokusai, trazando una línea que será muy pronto una ola. Ha soñado a Yorick, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet. Ha soñado los arquetipos. Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa. Ha soñado las caras de tus muertos, que ahora son empañadas fotografías. Ha soñado la primer mañana de Uxmal. Ha soñado el acto de la sombra. Ha soñado las cien puertas de Tebas. Ha soñado los pasos del laberinto. Ha soñado el nombre secreto de Roma, que era su verdadera muralla. Ha soñado la vida de los espejos. Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado. Ha soñado una esfera de marfil que guarda otras esferas. Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño. Ha soñado el desierto. Ha soñado el alba que acecha. Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres del agua. Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de Macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que Alguien lo sueña.

(BORGES)