siempre te dejo una para que puedas irte,
si lo quieres.
Si me das veintitrés horas de cada día tuyo,
bien puedes conservar una sola para pensar en ella,
si están las otras veintitrés bien empleadas.
Ésa es la hora tuya,
y de tal modo la respeto
que casi me privo de respirar,
a fin de que ni mi aliento te turbe o te desvíe.
Es la hora en que yo me borro a mí misma,
en que yo me sujeto el corazón y me vuelvo de espaldas a tu tiempo,
de cara a la pared, para esperar,
trémula, ansiosa,
esa hora que dura todo un siglo...
Cuando ella pasa vuelvo a abrir los ojos, y,
viéndote a mi lado todavía,
te saludo entonces sin gestos, sin palabras,
como un nuevo milagro, para mí sola florecido.
Es un milagro que se hace todos los días sin gastarse,
sin que la angustia deje de ser angustia,
ni la alegría deje de ser maravillosa, pura,
estrenada alegría.
8 comentarios:
Ay, Dulce María, llena eres de dulce ignorancia de la memoria mía...
Una hora dices, una hora de las veinticuatro que cosen el día.
Pero son más las horas que aquel su recuerdo me sorbe la mente, me corroe el alma, me crispa una arruga en las comisuras, me eleva a una nube fuera del alcance de Dulce María.
Si tú supieras, buena amiga, si yo te dijera...
Todos los hombres se parecen por sus palabras. Solamente las obras evidencian que no son iguales.
(MOLIÈRE)
Notición. El Mundo publica hoy un poema inédito de Vicente Aleixandre. Copiopego:
Texto del poema inédito 'La vida'
No te quejes de que los hombres sufran./ No te quejes, al despertar, de que todos los hombres sufran,/ de que el dolor del mundo esté en la tierra, en las palmas de las manos/ mientras las plumas suaves vuelan libres, lejanas./ No te quejes, amorosa existencia, del dolor de vivir,/ de saber que en lo oscuro una cadena no duerme/ de presentir cuánto cuesta no confundir/ un beso y un coágulo./ Tú, generosa presencia de un sol que existe,/ que repasa cuidadoso los desnudos gastados, tú, única verdad que no cuesta sangre, que no cuesta apoyar su cabeza en la tierra./ Tú, agua que canta difícilmente con las cascadas,/ espuma o collar para los muertos que flotan, para los hombres que descansan de una/ vida posible/ como son posibles las llamas o las manos crueles./ Tú, diminuto grano, semilla generosa, cerrazón/ de un destino,/ única verdad que los hombres no ocultan;/ tú, vocación de un pájaro, de un verdugo inocente/ que a su vez va a morir en las plumas de un lecho/ Tú, monte, tú mar,/ tú, encendida o derramada,/ tú, naturaleza donde los vestidos sin cuerpos/ quedan abandonados junto a un mar sin/ orillas./ ¡Oh muerte, muerte!/ Paloma o temblorosa doncella, virgen/ verdadera;/ tú, ciega que aquí en los brazos tiemblas,/ tú, que al beso que retorna de un mundo vil o/ extinto sabes tender tus plumas como brazos./ ¡Tú, luz o sombra, esperanza o venganza;/ tú, mar que bajo un cantil nos contempla:/ tú, fiel oído que escucha unas palabras/ con que al abyecto mundo lo maldigo!
Manjar de dioses,
el pan y aquella onza
de chocolate.
Aunque algunos autores
lo contradigan,
los primeros amores
son los que privan.
Y si no cuajan,
siempre como a la hoguera
le quedan brasas.
"¡A buenas horas
cableáis la Alhambra!"
-dijo Boabdil.
(CUQUI COVALEDA)
Lo único malo del matrimonio son los cuarenta o cincuenta años que siguen a la luna de miel.
(BORGES)
Me puso sus dos ojos sobre
mis dos ojos. Y todo
lo vi ya negro… Las estrellas
enlutaron, con el jazmín de agosto,
en un fondo infinito de Sevilla,
Giraldas, con crespones alegóricos.
¡Sombra que encandilaste
mi corazón! ¡Serenos, negros ojos
que, en un tranquilo juego de osadías
y dulzuras, trocasteis el tesoro
mejor del mundo!
¡Ojos, lo puro
es ahora negro, por vosotros!
(JUAN RAMÓN JIMÉNEZ)
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