zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

Ver una entrada al azar

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Los ríos (por Giuseppe Ungaretti)


Me apoyo en este árbol mutilado
abandonado en esta hondonada
que tiene la languidez
de un circo
antes o después del espectáculo
y miro
el pasaje tranquilo
de las nubes sobre la luna

Esta mañana me he tendido
en una urna de agua
y como una reliquia
he reposado

El Isonzo fluyendo
me pulía
como a una de sus piedras

He levantado
mis cuatro huesos
y me fui
como un acróbata
sobre el agua

Me he arrodillado
junto a mis ropas
sucias de guerra
y como un beduino
me he inclinado para recibir
el sol

Este es el Isonzo
donde mejor
me he reconocido
una dócil fibra
del universo

Mi suplicio
es cuando
no me creo en armonía

Pero aquellas ocultas
manos
que me amasan
me regalan
la rara
felicidad

He repasado
las épocas
de mi vida

Estos son
mis ríos

Este es el Serchio
al cual están unidos
dos mil años casi
de mi gente campesina
y mi padre y mi madre

Este es el Nilo
que me ha visto
nacer y crecer
y arder de inconsciencia
en las extensas llanuras

Este es el Sena
y en su turbulencia
me he mezclado
y me he conocido

Estos son mis ríos
reunidos en el Isonzo

Esta es mi nostalgia
que en cada uno
me vislumbra
ahora que es de noche
que mi vida me parece
una corola
de tinieblas



3 comentarios:

Ignatius Reilly dijo...

El Isonzo es un río de 140 km de longitud que fluye a través de Eslovenia Occidental y luego desemboca en el Noreste de Italia.

El Serchio es un río costero de la parte centrooccidental de Italia que discurre por la región de la Toscana y desemboca en el mar de Liguria, no lejos de donde lo hace el río Arno. Nace a 1.864 metros de altura en el monte Silaro, en los Apeninos, y desemboca en el mar de Liguria tras 111 km de curso y 1.565 km² de cuenca. Atraviesa la ciudad de Lucca.

Anónimo dijo...

Hala, Ignatius, cultureta

casa de citas dijo...

Quizá no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creímos dejar sin vivir, aquellos que pasamos con un libro preferido. Todo lo que parecía llenarlos para los demás y que nosotros apartábamos como un obstáculo vulgar para un placer divino: el juego para el que un amigo venía a buscarnos en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaban a levantar los ojos de la página o a cambiar de sitio, las provisiones de merienda que nos habían hecho llevar y que dejábamos a nuestro lado en el banco, sin tocarlas, mientras sobre nuestra cabeza el sol iba menguando su fuerza en el cielo azul, la cena por la que habíamos tenido que volver y durante la cual sólo pensábamos en subir inmediatamente después y acabar el capítulo interrumpido, todo eso, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir algo más que su importunidad, grababa en cambio en nosotros un recuerdo tan dulce, mucho más precioso -para nuestro juicio actual- que lo que entonces leíamos con tanto amor, que, si hoy llegamos a hojear esos libros de antaño, sólo sería como los únicos calendarios que hayamos conservado de los días idos.

(PROUST)